domingo, 1 de diciembre de 2024

46

 



H
an llegado mis 46 y un año más, me siento agradecida por cumplirlos pero como en mis últimos cumpleaños me llegan envueltos en un sentimiento de sí pero no, en una revuelta orgánica y emocional interna que los desluce un poco. Y no entiendo bien qué ha pasado porque yo era una persona a la que le gustaba mucho cumplir años…. y digo era; era muchas cosas que ya no soy pero que siento que sigo siendo en mi interior. Será la evolución personal que me va aportando visiones nuevas, será la edad, será esta bomba hormonal que me hace sentir frágil en casi todos los aspectos de mi vida, que me provoca cierta preocupación y desilusión crónica a épocas. Quien sabe.

El tema es que este año mi cumpleaños me ha pillado con mi hijo Jon, de 14 años, de intercambio en Alemania. Se va a quedar con una familia y en mayo, vendrá un chico alemán a convivir con nosotros una semana. 

El chico alemán y Jon se mandaron fotos familiares respectivamente antes de su viaje y yo como buena detective, lo primero que hice fue escudriñar con el zoom el más mínimo detalle de la foto fijándome en la expresión de todos los componentes, como si pudiera determinar el grado de bondad o al menos de amabilidad de esas personas sólo por su aspecto externo. La verdad es que me parecieron gente maja, normal, vamos, los típicos desconocidos que te gustaría que cuidaran de tu hijo durante una semana en un país extranjero, con un idioma que no domina. Como no podía ser diferente en mi, me fijé mucho en todos pero sobretodo en la madre y ocurrió algo que para mi fue muy bonito, me sentí conectada con ella a distancia, como si mis células femeninas maternales pudieran hacer crecer unos filamentos que se alargaran los 1632 km que nos separan para unirse con los de ella, de madre a madre. Como si sólo ella pudiera entender ese sentimiento de entraña pura que genera la maternidad y a través de esa conexión extrasensorial pudiéramos pactar que la una cuidaría del hijo de la otra como si fuera el suyo propio.

En ese instante se me generó a mi misma una sensación de sororidad que me inundó por completo y me reconfortó enormemente, ya que además acompañé el momento premeditadamente con música de Rigoberta Bandini que me aporta camaradería femenina en vena sin saber porque.


Puede resultar extraña esa conexión repentina, lo admito. En realidad parece ser que yo soy muy de inventar conexiones que luego resulta que no existen. 

El ejemplo más cercano fue este verano cuando nos pidieron el favor de llevar una furgoneta desde Barcelona al pueblo donde veraneamos en Aragón. El tema era que teníamos que ir con dos furgonetas, la nuestra con la que volveríamos (que la conduciría yo) y esta otra que dejaríamos allí (que la llevaría mi marido).

Sé que eso la gente lo hace diariamente sin ningún problema pero se da el caso que no me considero muy hábil en conducción y me suele crear cierta ansiedad anticipatoria, de hecho esa iba a ser la primera vez que condujera sin copiloto durante 3 horas, pero cuando nuestro amigo David nos pidió el favor tuve claro, desde la primera milésima de segundo, que iba a hacerlo.

El viaje fue muy bien, no tuve ningún problema y fui tranquila y a gusto. Tan a gusto que al ir sola completamente en el vehículo iba hablando conmigo misma, e incluso adelanté una furgoneta haciéndole burla pensando que era mi marido y resultó que no lo era, fui cantando mis temas preferidos, cambiando de canción a mi antojo, vamos un viaje corriente al uso.

Lo que no fue tan corriente es esa conexión de la que os hablaba antes que yo sentí.

Mi marido iba delante y yo noté que cuando él quería adelantar un coche ponía el intermitente sin cambiarse aún de carril. Entonces yo lo ponía también a modo de respuesta como en plan veo tu intención y cuando yo podía me cambiaba de carril y bloqueaba el paso para dejarle incorporarse y entonces adelantamos los dos. 

Y así todo el viaje.

Fue un circuito del que no habíamos hablado pero que yo lo sentí completamente pactado por nuestro subconsciente desde el tercer adelantamiento.

Pues casi 3 horas nos tiramos así y cuando llegamos y hablamos, le digo buahh cariño que super conexión, me ha encantado como nos hemos comunicado sin siquiera mediar palabra, tremendo equipazo que somos. Y es que yo me sentía pletórica, con una complicidad extrema que, para mi sorpresa sólo había sentido yo por qué él no había hecho nada de ese circuito conscientemente, es más no se había percatado ni de que habíamos instaurado un circuito. Cero patatero. Realidad 1- Cristina 0

Y aunque mi mayor satisfacción radicaba en haber superado una limitación propia, un alto porcentaje también se basaba en esa conexión mutua que habíamos sentido por lo que al ver que sólo habían sido imaginaciones mías me decepcione un poco y me dio por pensar en lo mucho que había podido errar mi mente en mis apreciaciones durante estos 45 años de vida, porque si esta situación con mi marido había distado tanto de la realidad, imaginaos qué grande podría ser el sesgo de error en otras muchas ocasiones.


Así que, volviendo al tema de Alemania y visto lo visto decidí mandarle a la madre una nota muy bonita y sentida junto con un detalle de agradecimiento, por si mi telepatía fotográfica no funcionaba y asegurar así que mi mensaje de sororidad maternal llegaba correctamente.


Y es extraño porqué yo no me considero una persona con un alto grado de sororidad.

Cuando las mujeres me son conocidas, cuando les siento afecto sí que se me despierta ese sentimiento, normalmente en forma de admiración, ternura, compañerismo, pero si me son desconocidas las suelo sentir a priori como con cierta distancia, como que no les voy a caer bien, en cambio como os decía antes, la canción de Rigoberta Bandini “ Ay Mamá” y sobre todo “Así bailaba” me parecen un himno a la sororidad en todo su exponente. El subidón que siento cuando la letra hace hincapié “ en la niña no pudo lavar porque es que tenía que bailar “ me inunda todos los poros del cuerpo y cada vez que la escucho me reafirmo en que me encanta ese giro que ha hecho del mensaje originario de la canción, cambiando el deber por el placer; es más como si en realidad nuestro deber verdadero fuera hacernos sentir bien a nosotras mismas, cuidar de nuestros sentimientos y de nuestras necesidades que ella lo define como bailar, por encima de nuestras obligaciones, como lavar. 


Precisa y casualmente, lo sentí con todas sus letras y todo su esplendor en otro momento mágico que sucedió el mismo día de mi cumpleaños, el 23 de noviembre.

Mi marido, mi hija Naia y yo nos fuimos de casa rural con nuestra cuadrilla de Alborge. Yo estaba un poco desanimada porque la noche anterior había sido la primera de Jon en Wunstorf y lo había notado un poco triste, su primer contacto no fue como él se había imaginado y se le vino todo un poco encima y yo estaba preocupada y pendiente de él. 

La mañana de casa rural transcurrió entre paseos y charlas y cuando llegó la hora empezamos con los preparativos de la comida. Los hombres se posicionaron en la brasa y nosotras nos quedamos cortando las verduras, poniendo la mesa etc. y cuando terminamos nos acercamos a la zona donde estaba el sector masculino pero separadas de ellos. Surgió entonces una conversación en la que Virginia me decía que me veía triste y yo le contaba que estaba con el pensamiento puesto en Jon y de ahí le decía que últimamente me pesaban un poco los días por otros temas y ella me respondía que a ella se le hacía cuesta arriba algún asunto también. De repente se unieron Ana y Marina a contarnos cómo se sentían a veces y en un instante Irene nos explicaba sus sentimientos mientras Noelia, Mª José, Pili y Luci la escuchaban atentamente y daban su opinión y apoyo y poco a poco nos fuimos acercando unas a otras en círculo para terminar abrazándonos, saltando y bailando, casi secándonos las lágrimas unas a otras y brindando con una copa de vino en la mano por sentirnos tan comprendidas mutuamente. Y me vi a mi misma, con una corona de flores (literalmente) que me había regalado Virginia por mi cumpleaños durante nuestro paseo por el campo, una rosa roja en el pelo que me había puesto Pili como complemento, con mi nuevo nombre “Midsommar la ninfa de los bosques”, con el que me había rebautizado Mª José al verme con la corona y sentí que todo iba bien. 


Debió ser la unión de nuestros corazones que se acompasaron al unísono durante unos minutos, o mi corona de solsticio o con casi mayor seguridad el vino, pero se agolparon un montón de conceptos en mi mente en apenas unos segundos y fue como ver la luz al final del túnel.


Fui capaz, entonces, de entender que si ancestralmente somos nosotras las que cuidamos, las que sabemos leer entre líneas, las que le bailamos a la luna, las que hechizamos, las que preparamos el Sol, las estaciones y también el desayuno y la comida, como no voy a ser capaz de prepararme a mi misma para lo que yo quiera que venga.


Entendí que todo se puede relativizar (de lo que ya hablé al principio de mi blog hace muchos años y siempre se me olvida), porqué si lo que para mi es la principal contrariedad en mi vida, resulta que pasa a importarme cero cuando acontece un problema mayor (como esta vez que estaba preocupada por Jon) entonces es que esa contrariedad no es tan importante porque si además soy capaz de pactar con el destino pidiéndole que me deje con mi contrariedad  inicial de por vida a cambio de que se solucione el tema actual es que puedo perfectamente convivir con ello y por tanto no es tan importante, ni devastador, ni preocupante ni me limita tanto.


Comprendí que sólo yo puedo y debo decidir si en lo que he caído es un bache o una tumba, y sólo yo por ende, debo resolver la situación siguiendo echándome tierra encima o levantándome. Estoy más que harta de sentirme emocionalmente frágil como una flor y además creo sinceramente que esa no es mi esencia verdadera y a causa de percepciones erróneas internas y alguna que otra apreciación externa, se me ha colgado esa etiqueta que a pesar de no ser real, yo, me la he creído. Opino que la niña que fui se sentiría avergonzada en ciertos aspectos de ver en la mujer en la que me he convertido así que he decidido recuperar mi naturaleza y seguir siendo frágil, pero no como una flor sino como una bomba.

Y para todo ello mi mente, a la que le gusta tirar de recursos místicos como si de afirmaciones omniscientes se trataran y pudieran marcar mi hoja de ruta, me trajo a la memoria la anécdota que viví con motivo del sueño que tuvo conmigo una conocida (a la que considero altamente sensitiva) en el que me encontraba yo sola cruzando un puente donde el camino se mostraba libre por completo sin ningún obstáculo. Era un buen augurio sin duda. Días más tarde surgió por casualidad y contra todo pronóstico una situación en que llevé a mi hija y unas amigas a casa sobre la una de la madrugada más o menos y después yo me volví al pueblo de al lado donde estábamos tomando algo. Cuál fue mi sorpresa cuando me di cuenta que yo sola, conduciendo mi furgoneta, estaba cruzando un puente, completamente vacío, sin obstáculos, en medio del silencio más profundo en una noche oscura todavía más profunda. Me pareció una causalidad tan bonita y premonitoria que incluso paré unos segundos para dilucidar el momento y enraizarlo en mi consciente.


Y por último me gustó reflexionar sobre cómo me acomodo a veces en mi cotidianidad sin darme cuenta de que podría mejorarla y pensé en aquella vez hace poco en que era de día y yo iba conduciendo con toda mi familia en la Tourneo, hacía un resol incomodo que me cegaba y me impedía ver bien, por lo que mi marido me prestó sus gafas de sol. Yo nunca llevo gafas de sol y al ponérmelas, además de permitirme ver con claridad obviamente, me tiñeron la mirada convirtiendo la realidad del cielo blanquecino e insulso del horizonte en un azul profundo precioso que me fascinó. Ante esa explosión de belleza instantáneamente pensé lo bonita que se veía la vida desde esa óptica. No me había dado cuenta de lo mal que veía ni de lo feo que estaba el cielo hasta que no lo miré desde otra perspectiva. Y es que a veces no notamos que estamos mal, como cuando me levantado de madrugada a escribir precisamente este blog y estoy tan a gusto en el salón frente a mi portátil y no siento frío en ningún momento pero cuando vuelvo a la cama antes de que suene el despertador, me envuelve una sensación de calidez impresionante y compruebo que en verdad sí tenía frío o como cuando estoy con poca luz en una sala pero mis pupilas se han acomodado y adaptado a esa visión reducida y deslucida y de repente alguien llega y enciende la luz y es como woww, que claridad tan refrescante y te percatas de lo incómoda que estabas en realidad sumida en esa semioscuridad sin ni siquiera saberlo.


Estoy segura que cualquiera de estos conceptos que he desarrollado yo en estas líneas os los habéis podido plantear vosotros millones de veces, lo que pasa es que tal vez no habéis llegado a hacer esa conexión azarosa e irreal que me mola tanto a mi. Lo sé, no todos podemos disfrutar de este don de poner intencionalidad donde sólo hay fortuidad;  tendréis que seguir trabajando en ello. 

Mis queridos amigos, llegados a este punto y sin nada más que decir por ahora me vais a tener que perdonar porque me tengo que marchar. Así que voy a ponerme las gafas azules de vida bonita y os aviso que no podré lavar hoy porque tengo que bailar.


miércoles, 2 de octubre de 2024

Con bombo y a lo loco



Hace días que mi tripa ha vuelto a hacer BOOM y de qué manera!

Para los que no lo sepáis, tengo un problema digestivo que me provoca inflamación abdominal. Esa inflamación me pone la barriga como si estuviera embarazada de 7 meses; entiendo que a priori podáis pensar que exagero, pero lamentablemente no lo hago. Mi falsa gestación repentina ha sido constatada por infinidad de personas y profesionales de la sanidad. Estoy haciendo todo lo que me han recomendado: dieta sin gluten y baja en FODMAP (cosa que me ha venido muy bien para la vida en general y aunque es una jodienda importante, reconozco que me ha costado menos de lo que hubiera apostado); estoy en plan mindfulness y tomo consciencia de las cosas, me fijo en los detalles y me recreo en ellos, disminuyo el cortisol y ofrezco gestos de amor y empatía sobre todo a mis pacientes en mi trabajo y fuera de él (cuando me los encuentro en mi día a día en el mercado), me tomo mi tiempo en leer el periódico cada mañana, hago meditaciones cortas guiadas, intento mantener mi casa ordenada y quitar el ruido visual de los espacios y achucho todo lo que puedo a mis hijos (siendo que conseguir que se dejen es casi más difícil que todo lo anterior junto)

Nada de esto funciona al 100% y mi tripa sin previo aviso y sin un desencadenante claro, se hincha como un globo aerostático y en cuestión de segundos literalmente, de nuevo me encuentro en un estado de buena esperanza repentino que no hace otra cosa que hacerme perder la esperanza precisamente. Y es que podríais pensar que ese hinchazón no me afecta en exceso pero nada más lejos de la realidad ya que aparte de provocarme un malestar infinito, me impide continuar con cualquier actividad que esté realizando en ese momento. Si me pilla en casa o de vacaciones tira que te va, me tumbo y en 2-3 horas consigo que desaparezca pero si me pilla trabajando, a pesar de haber intentado seguir, me resulta imposible. Y eso afecta de un modo u otro a mis compañeros y a mis pacientes. 

Convivo laboralmente cada día con 50 profesionales de la salud, muchos de los cuales son aparte de compañeros, amigos. Se estrujan el cerebro para intentar dar con una causa y por ende en una posible solución y no hay modo. Ni ellos ni los 20.000 profesionales de distintas disciplinas, ni los cientos de terapias o fármacos naturales o químicos que he tomado ya, y porqué no decirlo ni los miles de euros que llevo gastados en este tema.


Lo último que estamos barajando, es la posibilidad que haya un componente extra en todo este berenjenal de variables que sea la somatización. Sé desde el primer día que el estómago es nuestro segundo cerebro y está muy ligado a temas emocionales, ansiedad etc. pero ¿si no soy capaz de detectar un detonante claro, si en este momento de mi vida no tengo ningún agente estresor importante, si no hay malos rollos ni broncas ni nervios más allá de lo normal en la cotidianidad de cualquier persona, qué cojones (y perdonad la expresión pero es que estoy ya desesperada) me está intentando decir mi estómago ?!


En este punto no me queda otra que volver a la teoría de la dopamina de marras. Es cierto que cíclicamente tengo necesidad de cambios, que no hace falta que sean vitales; con modificar el orden de la ropa en mi armario suele valer pero de un tiempo a esta parte, yo, que nunca me he salido de la norma de las convenciones sociales en lo que a estilo de vida se refiere, me planto ahora con 45 años con anhelos fantasiosos sobre vivir ayudando en un orfanato en la india, participar en el cuidado de elefantes en un refugio de África o congelarme de frío en una estación de retransmisión de auroras boreales en el sur de Groenlandia, lo último (ayer mismo) es ayudar en el reparto aéreo de provisiones entre las islas de Australia. Todo esto aparte de mi sueño estrella de montar un retiro de bienestar o simplemente seguir trabajando de lo mismo que ahora en Alborge, el pueblo donde pasamos la mayoría del tiempo libre del año y que tanto bienestar me aporta siempre.


Comprenderéis en parte mi desesperanza ante tales ideas de bombera (para no perder la costumbre) de mi mente. Me viene al recuerdo algo que escuché hace tiempo no sé donde sobre un judío al que le preguntan como se siente tras llevar 20 años rezando en el muro de las lamentaciones a diario. A lo que él responde : “como si le estuviera hablando a una pared”.

Pues así me siento yo mismamente, mi mente divaga planes contra un muro y no hago otra cosa que lamentarme internamente por cosas que son imposibles. ¿Pero, de hecho…. por qué son imposibles? Y precisamente ahí, en ese punto exacto, radica mi mayor pesar. Que no estoy acostumbrada a tener un no por respuesta. Y no, no lo he tenido todo en la vida y he tenido que lidiar con muchas decepciones y asumir que no se puede conseguir todo lo que una desea, pero nunca sin haberlo intentado antes.

Y ese es el problema, que en este momento a causa de mis obligaciones y responsabilidades de persona teóricamente adulta no se me permite hacer ningún cambio de vida y eso, damas y caballeros, me tiene encorsetada y lo sé porqué lo noté en mi interior en el mismo instante en que firmaba mi ansiada plaza de funcionaria del estado hará un año o dos. Lo que para todo el mundo era un sueño hecho realidad, para mi también lo era, pero venía acompañado de cierto sentimiento de aprisionamiento, de inmovilización y perpetuidad, un algo de por siempre jamás y de a partir de ahora voy a hacer esto el resto de mis días que a mi me oprimió bastante (llegué a verbalizar que me sentía más encadenada con ese contrato que con la hipoteca o el matrimonio). Y ufff a mi esa sensación me da un porcentaje de seguridad porque me gusta la estabilidad pero me aporta por igual un porcentaje de claustrofobia porque como ya sabéis y me han reconocido los expertos en comportamiento a los que he consultado, soy adicta a la dopamina que genera el cambio. A mi ser le vienen muy bien las rutinas pero no la monotonía.


Yo soy mucho de divulgadores como Victor Kuppers o Mario Alonso Puig y recientemente he descubierto al Mago More que se ha colocado entre mis top 5 con apenas una charla que vi en YouTube. Él cuenta (nada nuevo por otra parte) que la vida es cuestión de actitud y que la mayoría de veces no podemos cambiar los acontecimientos pero si nuestra actitud y que reír, por ejemplo, aunque sea una risa forzada también cura. Explica que no se canta porque uno esté feliz sino que se está feliz porque se ha decidido cantar y habla también de un libro de Brownie Ware en el que habla de los 5 arrepentimientos de las personas antes de morir.

El primero es no haber intentado conseguir sus metas o sueños.


Yo estoy orgullosa de haberlo intentado siempre hasta ahora, aunque no haya conseguido todo lo que me había propuesto y me hayan quedado cosas en el tintero que ya no podré realizar. Pero la palabra clave es intentarlo, como aquel dueño de un bar que siempre quiso vivir en Australia. le vendió el negocio a un camarero suyo y se marchó. A los 6 meses se lo encontraron trabajando de nuevo en el que había sido su propio bar, siendo empleado del que había sido su asalariado. Y estaba feliz, porqué lo había intentado y había decidido que no era lo que esperaba y decidió volver. Y oye, aquí no ha pasado nada! Y esa es la mentalidad que he tenido yo siempre respecto al cambio y que ahora mi propia vida de adulta responsable, no me permite poner en práctica. Son tantas las cargas económicas que arrastramos junto con la voluntad de mantener mi familia unida (tengo dos hijos adolescentes que necesitan recursos de escolarización y tienen una buena red social aquí) que no puedo darme ni siquiera la oportunidad de intentar hacer cambios de vida drásticos. Y lo mejor del caso es que estoy atrapada en una jaula de oro porqué verdaderamente la calidad de vida de la que disfrutamos los 4 es maravillosa. 


El único problema es que aunque mi mente lo entienda, interiormente no lo asumo y mi estómago se rebela.

Vaya por Dios y sin quererlo resulta que he descubierto mi detonante.


El hecho es que estoy muy harta de ese rol que he cogido de flojita emocional y física, de sentir que tengo la piel muy fina o que no soy capaz de afrontar lo que se me ponga por delante.  No soy frágil ni se me caen los anillos (básicamente porqué no llevo nunca) , nunca he sido cobarde y no voy a empezar ahora; Si la solución está en cambiar, cambiaré encantada; si está en asumir que no procede el cambio, lo aceptaré. Voy a  dejar de enfocarme en el “porqué” de las cosas y focalizarme en el “para qué”, es decir pasar de la causa o culpable al objetivo o meta. 


Vamos bien encaminados Cris, estamos ya a las puertas del éxito (si no fuera porqué no tengo ni idea de cómo hacerlo)…;)


Me seguiré dejando guiar por tanto una y mil veces más por quien me pueda ayudar porqué como decía también el mago More, ¿os habéis dado cuenta que siempre acertamos en el último intento? si me quedo en el penúltimo, me quedaré en el fallo. Sin nada más que decir me despido citando a Narosky : “Mi mayor ilusión es seguir teniendo ilusiones”, así que allá voy estómago de marras, esperando en cuerpo y alma que este sea mi último intento para poder celebrarlo con mucho platillo pero por fin sin bombo.




miércoles, 24 de abril de 2024

De luciérnagas y dragones

 


H
ace un año que se barajó en mi vida la posibilidad de ser bipolar, la cual cosa quedó descartada por el psiquiatra. De trastorno bipolar hay dos tipos que están en la esfera de lo patológico (el tipo 1 y tipo 2) y otros dos tipos que no están definidos como enfermedad (ciclotimia y personalidad hipertímica).

Esta última, la personalidad hipertímica soy yo casi en un 90%; dicen que la vida es eso que pasa mientras haces planes, en mi caso muy cierto; vivo en una ensoñación constante de planes futuros, aventuras imaginarias en mil y una vidas dentro de mi propia vida. 

Vivo en una creación de dopamina constante, que lo sé no porque yo sea muy lista sinó porqué precisamente alguien mucho más preparado que yo, así me lo hizo comprender recientemente.


Tengo muchos problemas digestivos desde hace años; tantos que he aprendido a normalizar la situación aunque mi tripa, en los últimos meses, hubiera decidido que esa situación podía ser de todo menos normal. Después de ir a infinidad de médicos y de hacerme mil pruebas conocí la existencia de Xevi Verdaguer con su medicina integrativa y su psiconeuroinmunología y decidí pedir consulta en su clínica. Me visitó una terapeuta de su equipo y realizó una serie de modificaciones en mis hábitos de vida, teniendo como piedra angular los cambios en mi alimentación. El cambio ha sido abismal; el problema no está solucionado al 100% pero para apenas dos meses de tratamiento estoy más contenta que unas castañuelas (por descontado) de jota aragonesa.


Esta terapeuta, Martha, indagó un poco en mi salud emocional y me orientó hacia la posibilidad de ser dopamino-dependiente como os contaba antes, que es el rasgo principal de las personas con personalidad hipertímica.

Ya os expliqué en alguna columna anterior el gran efecto que producían últimamente las hormonas en mi cuerpo y justo ahora que ella me ha puesto más en la pista, todavía lo reconozco más.

Algunos libros y artículos después siento cada vez más que ha dado en el clavo y que lo que yo necesito (entre otras cosas) es dopamina en vena. 

Soy adicta a las cosas dopaminérgicas, es decir, a las cosas que generan dopamina. Esas cosas son los dulces, las drogas, los halagos, un flirteo, el deporte y muchas más.

Fácil. Sólo tengo que engancharme a algo de eso, algo saludable a poder ser.

Como transcripción literal sacada de un libro sobre el tema, os contaré que las personas hipertímicas son alegres, entusiastas, divertidas, demasiado optimistas, muy confiadas, jactanciosas, llenas de energía y de planes, polifacéticas con amplios intereses, se involucran en exceso y son entrometidas, desinhibidas, asumen riesgos y no suelen dormir mucho. Muestran un entusiasmo excesivo por los nuevos rumbos de su vida, como las dietas, las parejas románticas, las oportunidades empresariales y la religión pero luego pierden enseguida el interés.

Acostumbran a conseguir muchas cosas pero puede ser difícil vivir con ellas. No presentan ningún síntoma patológico y disfrutan de cosas como una mayor motivación, la creatividad, una tendencia a tomar medidas audaces, así como otras características que reflejan niveles de actividad dopaminérgica por encima de la media. Obtienen las ventajas de personas bipolares sin padecer la enfermedad.

Ahora si, pasar la vida en el mundo abstracto, irreal y dopaminérgico de las posibilidades futuras tiene un precio y ese precio es la infelicidad. (cuidado Cris, que no era oro todo lo que relucía)


Los estudios científicos demuestran que la gente es menos feliz cuando su mente divaga. Da igual que actividad están haciendo, tanto si están descansando, trabajando, viendo televisión o socializando; se es más feliz si se presta atención a lo que haces. Los investigadores concluyen que la mente humana es una mente errante y una mente errante es una mente infeliz. Una verdadera pena, siendo lo mucho que me gusta a mi el concepto de errante.


He aquí (quizás) el quid de la cuestión, la posible causa de porqué  sin motivo ni razón a menudo vivo inmersa en una mal humor crónico, siendo que, como he confesado en muchísimas ocasiones, tengo todo lo que necesito para ser feliz y no podría estar más agradecida al cosmos por la situación general de vida que me ha tocado.


A raíz de esto he decidido introducir unos cambios en mi vida, una de las cosas que quiero modificar de inmediato son los malos pensamientos en torno a que otras personas hacen cosas a mala voluntad. Es decir, como cuando se te acaban los folios de la impresora y te cabreas por lo desconsiderada que es tu compañera del turno anterior que no los ha cargado sin darte cuenta que, desde fuera, no se ve la cantidad de folios que quedan disponibles para imprimir. Podríamos extrapolarlo a las grapas que también se acaban, a alguien que se cuela en el supermercado o a una mala contestación de algún paciente.

Y así con cualquier cosilla sin importancia, que hace que mi día se vaya llenando de micro enfurruñamientos y tenga una sensación de infelicidad constante.


La parte buena de esto es que por suerte siempre hay algo, en medio de todas estas micro rabietas, que me da una sacudida y me pone los tornillos en su sitio. Normalmente suele ser el conocimiento de alguna desgracia que le ha pasado a alguien de mi entorno, ir al hospital de niños y ver a los peques que allí esperan a ser atendidos o ver el telediario (hoy sin ir más lejos ha sido la foto ganadora del World Press Photo de este año), pero muchas veces son cosas tan cotidianas como una canción. Así pasó que hace un tiempo, escuchando música tuve una revelación instantánea y decidí hacer lo que hiciera falta para estar de buen humor y convertirme en la persona que quiero ser realmente; y es que tengo una facilidad brutal para olvidarme de quién soy yo en esencia y a menudo me encuentro preguntándome a mi misma ¿qué ha sido de todo aquello de convertirme en una luciérnaga con luz propia, lo de bajarme la luna yo misma si la quiero, de mi Karen Blixen querida, de Triss Prior, Anna Fisher y todas esas mujeres potentes a las que tanto admiro?.

¿Dónde quedan todas estas intenciones de construcción de mi ser, una vez la dopamina se queda en mínimos?

Recordé también un comentario en mi blog: “ El cambio en los títulos de las últimas columnas es evidente, de Cordura ,Srta seny y Conforama a Divergente. ¿El próximo qué será? me alegro por el cambio y por el poder que conlleva”.

Subidón automático con las palabras ”el poder que conlleva”; Me gusta y dejo fluir esa emoción, me empapo de ese empoderamiento mientras tarareo cada vez con más fuerza los versos de aquella preciosa canción que ha marcado este punto de inflexión en mi interior.


“ Seràs aquella que vas voler ser

Seràs la tres voltes rebel

Seràs un puny alçat al vent

I tu, sols tu

Faràs vibrar cinc continents “


Preciosa canción de “el Diluvi”, que para mis amigos de habla castellana sonaría así como:


 “ Serás aquella que quisiste ser, 

Serás la tres veces rebelde, 

Serás un puño alzado al viento, 

y tú, sólo tú 

Harás vibrar cinco continentes”.


La protagonista de esta canción no se pasa la vida enfurruñada, me juego el cuello.

En una peli hoy uno ha insultado a otro diciéndole que es un cojo avinagrado. Partiendo de la base que la cojera no es un insulto, me ha ofendido mucho el concepto de avinagrado y nadie quiere pasar su tiempo con alguien que se pasa el día avinagrada como una bufeta  (como me dicen en casa). 


¿Entonces por qué constantemente actúo como si tuviera el hipocampo secuestrado? Para los que no lo sepáis (yo no lo sabía y me dio a conocer el concepto el otro día mi jefe), un secuestro del hipocampo también conocido como secuestro amigdalar o emocional es un término usado para describir las respuestas súbitas, abrumadoras y desmedidas frente a estímulos reales, provocados por una percepción de amenaza emocional subjetivamente mucho más significativa.

Vamos, que se me acerca un gatito y yo veo un león, alguien me hace un comentario y yo lo que oigo es una provocación, me apuntan con un boli y yo veo cañones de guerra. Y no, me niego a pensar que yo sea desconfiada por naturaleza, más bien diría al revés.


Así que mi segunda modificación ha sido empezar a cambiar pequeñas conductas relacionadas con ser tolerante con las actitudes de los demás e intentar darles una magnitud acorde con la realidad. No sé si os ha pasado alguna vez que algo que hacen o dicen ciertas personas lo tomamos a malas y nos parece fatal.

Lo que estoy intentando hacer es poner esa misma actitud o esas palabras como si procedieran de personas a las que quiero, o por lo menos personas que no me caen mal y resulta, que no me parece tan fea la cosa en cuestión. He comprobado de este modo que en general, mi respuesta desmedida es por la persona y no por lo que haya hecho o dicho y eso es lo que quiero corregir.

Quiero ser más imparcial, más justa en las cosas que me molestan y en las qué no porque esto mismo que os cuento me está empezando a pasar con hipotéticas ofensas que siento incluso de miembros de mi familia; estoy segura que muchas veces si me lo explicara una amiga a la que se lo ha hecho alguien de su núcleo cercano hasta defendería a ese alguien y sacaría hierro al tema.


A lo que no he podido sacar hierro ha sido al mensaje de esta mañana; mi marido me ha escrito un whatsapp en el que me decía. “ Parece que tu vida está llegando al límite, ten cuidado” he pensado wowww esto es demasiado fuerte, tengo que promover el cambio enseguida. Millones de hipótesis han aparecido en mi mente, conjeturas sobre el bienestar, sobre la vida y la muerte, sobre mi familia, sobre el bien y el mal, Dios y los planetas, el universo, las mareas, los monjes del Himalaya, el cielo y el infierno y el cambio climático. Y blablablá, pero tanto blablablá que ni me he dado cuenta que en un nuevo whatsapp él especificaba: “ Maldito corrector, quería decir Visa, con s; No vida. Quizás habría que ampliar el crédito de la tarjeta; a ver si puedes hablar con el banco después”.


Cuando se lo he contado, sin verlo y a distancia,he oído como cabeceaba al ritmo de -” aixxx, esa cabecita loca que tienes, qué faena lleva” (ahora ponedlo con la palabra “faeníca” y entonación maña, que es como él me lo dice siempre)

Que seguramente él lo dice a modo de crítica y aunque yo lo tomo como un halago y me resulta hasta entrañable, la moraleja a todo esto debería ser algo así como que acepto que nunca seré una persona plana emocionalmente ni sencilla de llevar, que esa dificultad radica en parte en el alcance interior que causan las hormonas en mi y la onda expansiva que eso genera fuera de mi.

Admito que soy enfadica por naturaleza y reconozco que no me gusta.

Confieso que a menudo intento corregir mis idas y venidas mentales dando palos de ciego como pollo sin cabeza, pero de algo hay que morir señores, no puede una ser perfecta siendo tan imperfecta. El dicho de entenderás a las mujeres cuando entiendas porqué la pizza se hace redonda, se mete en una caja cuadrada y se corta en triángulos a mi me va como anillo al dedo. Yo poseo este tipo de discrepancias mentales y conductuales a priori pero es que cuando lo miras con perspectiva resulta fácil.

Se hace redonda porque el movimiento centrífugo es el mejor modo para conseguir una masa fina, se mete en una caja cuadrada porque seguro es más fácil y más barato moldear el cartón en esa forma y se corta en triángulos porque es la manera más lógica de partirla en trozos de igual tamaño. ¿Dónde está el problema?


El único problema que yo veo reside precisamente en la teoría de aquellos estudios que os he comentado antes sobre la infelicidad que causa el vivir en un auge de dopamina constante. Por suerte en este libro a parte de exponer el problema, marca un camino hacia las posibles soluciones, que son ejercitar la maestría y la creatividad. Moldear la madera, tejer, pintar, decorar, coser, cuidar el jardín, cocinar o hacer deporte son algunas de las actividades que plantea para conseguir que nuestro cerebro dopaminérgicamente (y maravillosamente añadiría yo) disperso se una con los neurotransmisores del aquí y ahora necesarios para realizar estas tareas manuales con el fin de obtener un equilibrio emocional duradero.


No aspiro a ser como todas esas mujeres a las que siempre halago, que cada una a su modo hicieron grandes hazañas.

Yo no quiero cambiar el mundo ni necesito hacer vibrar cinco continentes, ni dos ni uno, mi deseo de cumpleaños cada año es ser feliz y hacer felices a los que me rodean, pero indiscutiblemente el único modo de conseguirlo, pasa por sentirme primero  feliz conmigo misma, en mi propio cuerpo, en mis zapatos, en mis pensamientos y actitudes.


Como conclusión a toda esta disertación sólo deciros: OLVIDAD todo lo que habéis leído hasta ahora. Me encantan los estudios científicos, sobre todo los que aportan datos sobre la conducta humana porque es un tema que me fascina, pero ¿sabéis qué? que paso de dopamina y hormonas, paso de escudarme en la química, en los porqués, en las causalidades y en quien o en qué recae la responsabilidad de lo que me pasa. La infelicidad no tiene libro de reclamaciones y la vida tampoco y yo ya estoy un poco harta de reclamar al viento cosas que me puedo solucionar yo misma, tal como hubieran hecho ellas, mis chicas.


Mi punto final a esta columna no podía haber coincidido en mejor fecha, ayer, casualmente fue Sant Jordi y en Cataluña se celebra la leyenda de cómo el caballero salvó a la princesa del dragón.

Me siento muy honrada de poder decir que la princesa que aquí escribe, señoras y señores, ha decidido salvarse sola.


jueves, 30 de noviembre de 2023

45



H
an llegado mis 45, y parece que lo han hecho así un poco como sigilosos, como si fuera un año cualquiera, aunque para mí, las medias décadas y los cambios de dígito suelen ser un poco más contundentes.

En la columna que escribí cuando cumplí 40 años ponía : …”Y ya estoy viendo que esto va de mal en peor, pidiendo menos revoluciones, no me extrañaría que mañana dijera ….pues yo prefiero salir al mediodía a tomar unos vinitos con la calma en lugar de salir a bailar y ahí ya, adiós, muerte por vejez infinita”

Pues me siento orgullosa en cierto modo y para nada apenada de descubrir que ese momento de vejez infinita ha llegado porqué lo mejor del caso es que me gusta. Me sigue divirtiendo bailar y salir de fiesta, pero no como norma habitual, en lugar de eso, aunque salir al mediodía de vinos no sería la definición exacta porque en concreto, los vinos no son lo mío, sigo siendo de trina, agua, batido de chocolate o cualquier bebida del menú infantil, admito que lo de salir a comer o cenar y pasar una larga sobremesa de charla me encanta y admito que es cierto, a la tercera noche de fiestas de mi pueblo, si llueve y se anula la orquesta (excepto si es la Magia Negra) hasta me alegro un poco y todo.

En ese aspecto mis actividades diarias de entretenimiento se centran en leer libros, coser o tejer, dibujar, escribir, cocinar o sencillamente acurrucarme en el sofá a echar una mini siesta o ver una serie. Si todo eso sucede frente a una chimenea envuelta en un clima de frío el placer se multiplica exponencialmente. Si esa chimenea y ese frío estuvieran además enfrente o en el interior de un faro ya ni os imagináis cuanto placer infinito me reportaría.

¿Es eso hacerse mayor? Siento que me he hecho mayor por las arrugas y las canas; por necesitar ya gafas para ver algunos números o retirar suturas de una herida; también por hacerme un poco de lío con algunas cosas informáticas o por no entender del todo el modo de vida de otras generaciones menores. Pero el síntoma, inequívoco, que me ha dado la certeza de que realmente me estoy haciendo mayor ha sido que me siento, por primera vez en mucho tiempo, bien conmigo misma y muy segura de mis decisiones y eso me hace sentir adulta. Como justo he leído en la “La magia de ser Sofía”, he abandonado por completo aquella sensación de desasosiego que me acompañaba desde que había decidido (años atrás) que mis 45 debían significar un cambio. Los 45 no tienen porque significar ninguna metamorfosis trascendental más allá de abrazar firmemente el argumento que una entra en la mejor etapa de su vida en el momento en que aprende a querer sus virtudes y sus defectos, independientemente de cuantos años tenga y considero, sin duda que estoy metida de lleno en este proceso exacto.

Con todo ello, he conseguido ser por fin una mujer que se siente a gusto dentro de sí misma y lo mejor de todo es que no me está causando ningún esfuerzo. A raíz de todo esto, he buscado la definición exacta de madurez y la respuesta me ha maravillado. Me apasiona descubrir que algo que estoy sintiendo internamente se reafirma mediante conceptos aceptados empíricamente (mini punto para mi misma).

“Madurez : estado de una cosa que ha alcanzado su pleno desarrollo o de una  persona que ha alcanzado su mejor momento en algún aspecto.”

Y así es, de hecho este último año me han pasado cosas, como a todo el mundo, pero han sido cosas un poco más determinantes para mí que en años anteriores. Como sabéis durante algún tiempo estuve descartando la posibilidad de estar sufriendo un trastorno bipolar, idea que se desechó precisamente por concluir que las idas y venidas que padecía no eran a causa de impulsos sin control sino por decisiones conscientes. Y tras ese veredicto del psiquiatra estuve meditando respecto a eso y decidí poner en práctica ciertos cambios en mi conducta. Ya que sé que suelo moverme en los extremos de las cosas y que me dejo arrastrar en cierto modo demasiado hacia arriba o demasiado hacia abajo (cosa que en realidad no me compensa ni me gratifica a largo plazo) decidí atraerme a mi misma hacia la zona más central de mi conducta y obligarme a velar por mi bienestar emocional más allá de dejarme auto complacer viviendo en los límites fronterizos de mi psique y de mis actos.

Como ejemplo os contaré que en un auditorio enorme, durante la presentación de un póster que habían realizado mis compañeros de trabajo pero que defendía yo, en la ponencia de cierre la oradora lanzó una pregunta al público:

“Pensad una frase y decidla en alto”. Yo misma pensé en mi interior “me gustan las fresas”. Y cuál fue mi sorpresa que en el mismo instante, 20 filas más arriba una voz masculina gritó “me gustan las fresas”.

Wow, wow, wowwww, mi parte impulsiva al instante decidió que quería conocer a ese chico, era una señal sin duda, el destino intentaba decirme algo.

Pero por aquello que os decía de promediar mis emociones, mi parte terrenal salió al rescate y pensé qué iba a aportarme en realidad hacer gestiones para conocer a esa persona. Fue un poco como buff, qué pereza, para qué intentar liar mi cabeza con hipotéticas fantasías siendo que me siento afortunada con la vida que tengo? ¿Para qué atribuir causalidades a lo que sólo fue una casualidad? Hoy justamente me he dado cuenta que me pasa lo mismo cuando conduzco, otro mini ejemplo de lo que para mi es centralismo, en este caso, más literal; si hay 3 carriles me siento super cómoda en el carril central a pesar de que permanecer en ese carril no es la forma correcta de conducir. Por suerte en la vida, cierta imparcialidad conductual, no es ilegal.

Y con eso no quiero decir que haya dejado de tomar decisiones o que me encuentre en un abstractismo emocional sin definición, dirección, objetivos o conclusiones. Sólo digo que no os podéis llegar a imaginar cómo esa pequeña dosis de neutralidad ha desenmarañado todo mi ser.

Pero no todo puede ser tan fácil, ¿no? dejadme que os cuente que en medio de todo ese banquete de ecuanimidad, resulta que empiezo a notar que algo rige mis emociones aparte de mi cerebro y de mi corazón, algo que no controlo; un poder extraño que me maneja a su antojo y a menudo me hace muy fácil permanecer en modo aséptico pero por el contrario, de repente y sin aviso me envuelve en un vendaval de instintos primitivos que me empujan demasiado a esos confines extremos de los que precisamente huyo. Ese poder ajeno a mi pero que a la vez tengo en mi interior son mis hormonas.

Bienvenidas señoras, al magnífico mundo de las catarsis hormonales. A pesar de que todavía no he notificado ningún desequilibrio hormonal objetivable, puedo afirmar en mayúsculas que nunca había sentido en mis carnes su gran poder perturbador como lo he hecho en el último año; por lo que no he podido más que rendirme a ellas.

Así que si ellas hacen ruido para que las oiga, ¿Quién soy yo para no escucharlas?

Es por eso que voy a hacerles caso, a prestarle atención a mi cuerpo desde el interior y si me pide ir palante con creatividad e imaginación se lo daré y si me pide calma, se la aportaré también. Como dicen unos amigos míos: “todo si “ ; como dice la Cris de 45: ” en su justa medida”. Acepto hormonas como pseudo timón, pero, para no terminar en el triángulo de las Bermudas, le voy a meter al ancla una buena dosis de centro (sólo por si las moscas).

Para ya terminar quiero haceros partícipes de una pequeña reflexión que tal vez no sigue ninguna lógica argumental con lo que os estoy contando hoy pero me ronda la cabeza desde hace días y quiero plasmarla en esta columna. Como he dicho infinidad de veces, a menudo las ideas más verdaderas vienen de detalles sin importancia. 

Hay un corto, que iba incluido en un curso online que he hecho sobre contención verbal. En él sale un mendigo ciego pidiendo limosna en la calle con un cartel que pone : “Soy ciego, ayúdenme por favor”

Las personas que pasan por la calle le van dando alguna moneda pero sin demasiada suerte.

Una ejecutiva se para frente al pobre, coge el cartel y lo reescribe. Las monedas empiezan a llegar en muchísima mayor medida que antes por lo que el señor se pregunta que ha puesto esa ejecutiva en el cartel.

“ Hace un bonito día y no puedo verlo”

No he conseguido transmitir con mi descripción la emoción que sentí al descubrir el letrero modificado, me emocionó porque pensé que un mismo mensaje expresado de un modo u otro puede despertar unas sensaciones u otras y así pasó, efectivamente, en la presentación del póster del congreso del que os hablaba antes, le pedí a mi amiga Silvia (porqué es una pasada lo mona que va esta chica siempre) una americana negra para ir elegante y adecuada a las circunstancias y ella me la prestó en una bolsa de cartón.

La bolsa era de una tienda de puzles, Puzle Manía, y en el logo ponía: “Todo encaja en el momento que tu elijes”

Mi marido y yo habíamos pasado una época de ciertas desavenencias conyugales que nos estaban distanciando en exceso, cosas del día a día, desgaste, desmotivación, ya sabéis, cosas que pasan a todas las parejas, pero que no estábamos consiguiendo redirigir. Como plasmó en un libro Elisabeth Benavent, era un poco como que había un problema, que era suyo y era mío, pero no era nuestro. 

Y creo que en esa desunión radicaba el mayor conflicto, porqué aquello que nos une es mayor que aquello que nos separa, no obstante la naturaleza humana nos conduce a enfocarnos siempre en aquello que falla.

Al leer frase de la bolsa entendí que estaba en mi mano hacer que la pieza en cuestión encajara y yo por encima de todo, elegía hacerlo y así se lo hice saber a mi marido, que por su parte lo ensambló también y pudimos continuar formando el puzle en común. Sólo tuve que cambiar el mensaje y en lugar de decirle : “ a ver si funciona”, sentencié : “vamos a hacer que funcione”. Y funcionó.

Así que yo, a mis 45 años recién estrenados quiero que todos los pilares de mi vida sigan siendo los mismos y  que nada cambie, tan sólo el mensaje, que voy a reescribirlo de modo que encaje a la perfección en mi nueva vida de madurez, consciente, instintiva y neutral, conocedora que estoy estrenando, sin duda los mejores años de mi vida.


martes, 17 de octubre de 2023

Regamos?


V
oy tomar el camino equivocado

Voy a salirme de la trayectoria

Voy a meterme en líos, jugar con fuego

Incumplir las normas…

Son los versos de la canción que he escuchado hoy al abrir Spotify al ir a trabajar, que no sería nada especial porque la he escuchado mil veces antes de hoy.

Lo que quizás no sabéis es que yo pongo mi lista de reproducción en modo aleatorio y siento que la primera canción que sale lo hace para darme algún mensaje del que debo sacar algún aprendizaje.

Ayer me salió Asilo de Jorge Drexler con su quiero que te desnudes como si fuera algo corriente, como si verte desnuda, no me aturdiera tan sistemáticamente… ; que me deja sin palabras, tremenda, inmensa, inigualable.

Hoy mira tú por donde me ha salido esta que habla de saltarse las normas. Y es que casualmente ayer decidí cumplir una norma laboral en tema de vestuario que no cumplía.

No se puede llevar el uniforme de trabajo a casa para lavarlo,es ilegal. Como a mi me gusta llevar un uniforme azul o verde en lugar del típico blanco pues debía llevarmelo porque si lo mando a lavandería del centro, al no ser el estándar, no vuelve.

Y el otro día pensé, oye mira, voy a hacerlo fácil. Qué se ha de llevar uniforme blanco pues se lleva; qué se tiene que lavar en la lavandería del centro pues se lava. Y así sin más, todos más tranquilos.

Parece mentira pero el asumir que voy a cumplir esta norma tan tonta, no sabéis la tranquilidad que me aporta. Hablando con mi jefe le contaba que a mi en realidad me gusta mucho cumplir las normas porqué siento que estoy haciendo bien mis obligaciones y me ayuda además a no descarriarme; También me eximen de pensar un poco y de tener que tomar ciertas decisiones y a mi eso, me resta un porcentaje de ansiedad.

Pero, si os soy completamente sincera (y sabéis que en mis escritos, lo soy) el trabajo es uno de los pocos sitios en el que cumplo 100% las normas.

Fuera de allí soy tan flexible conmigo misma y tan poco estricta que reescribo mi propio cuento a mi modo las veces que me plazca. Un poco así como diría Groucho Marx “estos son mis principios; si no le gustan tengo otros” pero cambiandolos a placer cuando a la que no le gustan es a mi misma.

Si además llegan a mis oídos historias de muertes inesperadas, accidentes, enfermedades y desavenencias varias de la vida, todavía me reafirmo más en esa flexibilidad y mis emociones adquieren un slogan de “ todo sí”, de no convertirme en una de esas personas que fallecen a los 80 pero que llevan muertos desde los 30. Así que tengo claro que hay que ser feliz, ser agradecida y vivir con alegría el máximo de momentos posibles, como hoy, que precisamente he ido a curar a una señora a su casa que tiene una neoplasia muy avanzada que le ha ocasionado unas heridas verdaderamente feas. Tendriais que ver la buena actitud que tiene frente a la (poca) vida que le queda. Es impresionante y como tal, se lo he dicho. La he felicitado por esa energía tan fantástica que desprende que te da una lección de esas que a mi me hacen tanta falta. Y su respuesta ha sido: - “no importa, ponte a malas con las cosas si te surge; las tendrás que hacer igual y encima estarás de mal humor”. Y he pensado cuánta razón en esas palabras y me he entretenido un buen rato en reflexionar sobre ello: 

Me gusta cuidar a mis pacientes. En anteriores columnas he verbalizado que no quería ser ya enfermera, que estaba desilusionada y decepcionada con ciertas actitudes de la gente pero desde que volví al ruedo hace ya más de un año, ciertamente me siento muy a gusto y agradecida por las constantes muestras de cariño que recibo de ellos cada día.

Y tal vez sea porqué como leí hace poco: “ los últimos cincuenta años nos centramos menos en el yo y más en el nosotros. Menos en el egoísmo y más en servir a los demás. Dejamos de añadir cosas nuevas a nuestras vidas y empezamos a quitar y a simplificar. Aprendemos a saborear la belleza sencilla, nos sentimos agradecidos por los pequeños milagros, apreciamos el valor inapreciable de la paz mental, pasamos más tiempo cultivando las conexiones humanas y llegamos a entender que quien gana es el que más da. Y lo que queda de tu vida entonces se convierte en la sola dedicación a amar la vida como tal, y tu única ocupación es ser amable con los demás. Y esto tiene el potencial de convertirse en tu puerta de entrada a la inmortalidad “.

Y es que precisamente he comprobado en mis carnes lo bien que resulta cuando eres amable y destilas ganas de ayudar y cuidar. Precisamente ahí es donde veo lo necesario que es no centrarse en la actitud del otro; es decir, el otro viene a malas, tú a buenas; el otro viene con ganas de bronca, tú sigue a buenas; el otro viene con malas palabras, tú a más buenas aún. Y aunque me suena todo eso a poner la otra mejilla cuando yo precisamente no soy de esas, veo claramente que si intento que el otro cambie de actitud no lo consigo nunca, en cambio si yo sigo en mi línea de intentar dar bondad, todo revierte a bien por su propio peso.

A colación de eso hay un cuento oriental que habla de un maestro en artes marciales que instruía a diversos alumnos. Uno de ellos no conseguía ser mejor que el resto y se quejaba al maestro sobre cuán mejores eran los demás con respecto a él y qué podía hacer para superarlos.

El maestro dibujó una línea en el suelo. Acércate, le dijo al alumno desaventajado, y haz que esta línea sea más corta.

El alumno lo intentó todo, cortarla en trocitos, enroscarla y mil cosas que se le ocurrieron, pero la longitud total siempre era la misma.

El maestro finalmente se acercó y dibujó otra línea más larga al lado. No puedes hacer nada para cambiar la longitud de esa línea, pero sí puedes cambiar la longitud de la tuya propia.

Con esto quiero decir que muchas veces nos enfocamos en querer modificar a las personas de nuestro alrededor pero en el fondo sólo debería incumbirnos nuestra propia modificación.

El sábado pasado estando en el pueblo, pillamos en una mentira a mi hijo de 13 años. La primera gorda, nada demasiado importante pero mentira al fin y al cabo. Cuando volvió a casa, no le echamos bronca ni le hablamos enfadados. Con tranquilidad y buen tono, le expusimos la situación. -” es que, mama, si te lo hubiera dicho, no me habrías dejado”, decía él. A lo que yo le contesté que su padre y yo siempre intentaremos que pueda hacer las cosas que nos pide, con las modificaciones y las prevenciones necesarias acordes a su edad, pero con la voluntad de que  pueda realizar el plan que nos pide. Sin no’s gratuitos, siguiendo la dinámica que os comentaba antes de “todo sí” pero con cabeza. Le expliqué lo mucho que nos importaba su seguridad y bienestar y que era normal que él no lo viera del mismo modo que nosotros porqué en la naturaleza de su cerebro de chico de 13 años no habita todavía la capacidad de ver los peligros de la vida como los ven los cerebros adultos.

Curiosamente en lo que más hice hincapié fue en no mentir. En la familia no nos mentimos. Hay que decirnos las cosas con sinceridad, sin mentiras, tal como las sentimos desde el fondo de nuestro corazón y sin miedo. No se puede construir ni regar una relación si está cimentada en mentiras. Y en ese preciso momento se me revolvió cuerpo y alma y yo, que tanto enfatizaba aquello de que en nuestra familia no se miente, caí en la cuenta de que no estaba siendo totalmente sincera con mi marido en ciertos aspectos de nuestra relación.

Boommm !!!, había tenido que venir mi hijo adolescente para darme una lección. No dejaré de asombrarme cuánto aprendo cada día de mis hijos. A la mañana siguiente (domingo) y después de toda la noche dándole vueltas al tema, ya no aguanté más y desperté a mi marido a las 7 de la mañana para contarle todo este arrebato de sinceridad, que desde ayer me corría por las venas. La conversación fue confortable y propicia y nos dejó un regusto plácido y de bienestar muy agradable que voy a intentar regar cada día para que no se estropee y siga creciendo con fuerza.

Que crezca esta semilla recién replantada en nuestra relación, que crezcan mi pequeños con libertad, autonomía, seguridad y sobretodo verdad, con la garantía de que a menudo dolerá y escocerá pero sin duda el dolor de este crecimiento será mucho menor que los costes devastadores del arrepentimiento por no haberlo intentado, por ello, nunca dejemos de regar.