Han llegado mis 46 y un año más, me siento agradecida por cumplirlos pero como en mis últimos cumpleaños me llegan envueltos en un sentimiento de sí pero no, en una revuelta orgánica y emocional interna que los desluce un poco. Y no entiendo bien qué ha pasado porque yo era una persona a la que le gustaba mucho cumplir años…. y digo era; era muchas cosas que ya no soy pero que siento que sigo siendo en mi interior. Será la evolución personal que me va aportando visiones nuevas, será la edad, será esta bomba hormonal que me hace sentir frágil en casi todos los aspectos de mi vida, que me provoca cierta preocupación y desilusión crónica a épocas. Quien sabe.
El tema es que este año mi cumpleaños me ha pillado con mi hijo Jon, de 14 años, de intercambio en Alemania. Se va a quedar con una familia y en mayo, vendrá un chico alemán a convivir con nosotros una semana.
El chico alemán y Jon se mandaron fotos familiares respectivamente antes de su viaje y yo como buena detective, lo primero que hice fue escudriñar con el zoom el más mínimo detalle de la foto fijándome en la expresión de todos los componentes, como si pudiera determinar el grado de bondad o al menos de amabilidad de esas personas sólo por su aspecto externo. La verdad es que me parecieron gente maja, normal, vamos, los típicos desconocidos que te gustaría que cuidaran de tu hijo durante una semana en un país extranjero, con un idioma que no domina. Como no podía ser diferente en mi, me fijé mucho en todos pero sobretodo en la madre y ocurrió algo que para mi fue muy bonito, me sentí conectada con ella a distancia, como si mis células femeninas maternales pudieran hacer crecer unos filamentos que se alargaran los 1632 km que nos separan para unirse con los de ella, de madre a madre. Como si sólo ella pudiera entender ese sentimiento de entraña pura que genera la maternidad y a través de esa conexión extrasensorial pudiéramos pactar que la una cuidaría del hijo de la otra como si fuera el suyo propio.
En ese instante se me generó a mi misma una sensación de sororidad que me inundó por completo y me reconfortó enormemente, ya que además acompañé el momento premeditadamente con música de Rigoberta Bandini que me aporta camaradería femenina en vena sin saber porque.
Puede resultar extraña esa conexión repentina, lo admito. En realidad parece ser que yo soy muy de inventar conexiones que luego resulta que no existen.
El ejemplo más cercano fue este verano cuando nos pidieron el favor de llevar una furgoneta desde Barcelona al pueblo donde veraneamos en Aragón. El tema era que teníamos que ir con dos furgonetas, la nuestra con la que volveríamos (que la conduciría yo) y esta otra que dejaríamos allí (que la llevaría mi marido).
Sé que eso la gente lo hace diariamente sin ningún problema pero se da el caso que no me considero muy hábil en conducción y me suele crear cierta ansiedad anticipatoria, de hecho esa iba a ser la primera vez que condujera sin copiloto durante 3 horas, pero cuando nuestro amigo David nos pidió el favor tuve claro, desde la primera milésima de segundo, que iba a hacerlo.
El viaje fue muy bien, no tuve ningún problema y fui tranquila y a gusto. Tan a gusto que al ir sola completamente en el vehículo iba hablando conmigo misma, e incluso adelanté una furgoneta haciéndole burla pensando que era mi marido y resultó que no lo era, fui cantando mis temas preferidos, cambiando de canción a mi antojo, vamos un viaje corriente al uso.
Lo que no fue tan corriente es esa conexión de la que os hablaba antes que yo sentí.
Mi marido iba delante y yo noté que cuando él quería adelantar un coche ponía el intermitente sin cambiarse aún de carril. Entonces yo lo ponía también a modo de respuesta como en plan veo tu intención y cuando yo podía me cambiaba de carril y bloqueaba el paso para dejarle incorporarse y entonces adelantamos los dos.
Y así todo el viaje.
Fue un circuito del que no habíamos hablado pero que yo lo sentí completamente pactado por nuestro subconsciente desde el tercer adelantamiento.
Pues casi 3 horas nos tiramos así y cuando llegamos y hablamos, le digo buahh cariño que super conexión, me ha encantado como nos hemos comunicado sin siquiera mediar palabra, tremendo equipazo que somos. Y es que yo me sentía pletórica, con una complicidad extrema que, para mi sorpresa sólo había sentido yo por qué él no había hecho nada de ese circuito conscientemente, es más no se había percatado ni de que habíamos instaurado un circuito. Cero patatero. Realidad 1- Cristina 0
Y aunque mi mayor satisfacción radicaba en haber superado una limitación propia, un alto porcentaje también se basaba en esa conexión mutua que habíamos sentido por lo que al ver que sólo habían sido imaginaciones mías me decepcione un poco y me dio por pensar en lo mucho que había podido errar mi mente en mis apreciaciones durante estos 45 años de vida, porque si esta situación con mi marido había distado tanto de la realidad, imaginaos qué grande podría ser el sesgo de error en otras muchas ocasiones.
Así que, volviendo al tema de Alemania y visto lo visto decidí mandarle a la madre una nota muy bonita y sentida junto con un detalle de agradecimiento, por si mi telepatía fotográfica no funcionaba y asegurar así que mi mensaje de sororidad maternal llegaba correctamente.
Y es extraño porqué yo no me considero una persona con un alto grado de sororidad.
Cuando las mujeres me son conocidas, cuando les siento afecto sí que se me despierta ese sentimiento, normalmente en forma de admiración, ternura, compañerismo, pero si me son desconocidas las suelo sentir a priori como con cierta distancia, como que no les voy a caer bien, en cambio como os decía antes, la canción de Rigoberta Bandini “ Ay Mamá” y sobre todo “Así bailaba” me parecen un himno a la sororidad en todo su exponente. El subidón que siento cuando la letra hace hincapié “ en la niña no pudo lavar porque es que tenía que bailar “ me inunda todos los poros del cuerpo y cada vez que la escucho me reafirmo en que me encanta ese giro que ha hecho del mensaje originario de la canción, cambiando el deber por el placer; es más como si en realidad nuestro deber verdadero fuera hacernos sentir bien a nosotras mismas, cuidar de nuestros sentimientos y de nuestras necesidades que ella lo define como bailar, por encima de nuestras obligaciones, como lavar.
Precisa y casualmente, lo sentí con todas sus letras y todo su esplendor en otro momento mágico que sucedió el mismo día de mi cumpleaños, el 23 de noviembre.
Mi marido, mi hija Naia y yo nos fuimos de casa rural con nuestra cuadrilla de Alborge. Yo estaba un poco desanimada porque la noche anterior había sido la primera de Jon en Wunstorf y lo había notado un poco triste, su primer contacto no fue como él se había imaginado y se le vino todo un poco encima y yo estaba preocupada y pendiente de él.
La mañana de casa rural transcurrió entre paseos y charlas y cuando llegó la hora empezamos con los preparativos de la comida. Los hombres se posicionaron en la brasa y nosotras nos quedamos cortando las verduras, poniendo la mesa etc. y cuando terminamos nos acercamos a la zona donde estaba el sector masculino pero separadas de ellos. Surgió entonces una conversación en la que Virginia me decía que me veía triste y yo le contaba que estaba con el pensamiento puesto en Jon y de ahí le decía que últimamente me pesaban un poco los días por otros temas y ella me respondía que a ella se le hacía cuesta arriba algún asunto también. De repente se unieron Ana y Marina a contarnos cómo se sentían a veces y en un instante Irene nos explicaba sus sentimientos mientras Noelia, Mª José, Pili y Luci la escuchaban atentamente y daban su opinión y apoyo y poco a poco nos fuimos acercando unas a otras en círculo para terminar abrazándonos, saltando y bailando, casi secándonos las lágrimas unas a otras y brindando con una copa de vino en la mano por sentirnos tan comprendidas mutuamente. Y me vi a mi misma, con una corona de flores (literalmente) que me había regalado Virginia por mi cumpleaños durante nuestro paseo por el campo, una rosa roja en el pelo que me había puesto Pili como complemento, con mi nuevo nombre “Midsommar la ninfa de los bosques”, con el que me había rebautizado Mª José al verme con la corona y sentí que todo iba bien.
Debió ser la unión de nuestros corazones que se acompasaron al unísono durante unos minutos, o mi corona de solsticio o con casi mayor seguridad el vino, pero se agolparon un montón de conceptos en mi mente en apenas unos segundos y fue como ver la luz al final del túnel.
Fui capaz, entonces, de entender que si ancestralmente somos nosotras las que cuidamos, las que sabemos leer entre líneas, las que le bailamos a la luna, las que hechizamos, las que preparamos el Sol, las estaciones y también el desayuno y la comida, como no voy a ser capaz de prepararme a mi misma para lo que yo quiera que venga.
Entendí que todo se puede relativizar (de lo que ya hablé al principio de mi blog hace muchos años y siempre se me olvida), porqué si lo que para mi es la principal contrariedad en mi vida, resulta que pasa a importarme cero cuando acontece un problema mayor (como esta vez que estaba preocupada por Jon) entonces es que esa contrariedad no es tan importante porque si además soy capaz de pactar con el destino pidiéndole que me deje con mi contrariedad inicial de por vida a cambio de que se solucione el tema actual es que puedo perfectamente convivir con ello y por tanto no es tan importante, ni devastador, ni preocupante ni me limita tanto.
Comprendí que sólo yo puedo y debo decidir si en lo que he caído es un bache o una tumba, y sólo yo por ende, debo resolver la situación siguiendo echándome tierra encima o levantándome. Estoy más que harta de sentirme emocionalmente frágil como una flor y además creo sinceramente que esa no es mi esencia verdadera y a causa de percepciones erróneas internas y alguna que otra apreciación externa, se me ha colgado esa etiqueta que a pesar de no ser real, yo, me la he creído. Opino que la niña que fui se sentiría avergonzada en ciertos aspectos de ver en la mujer en la que me he convertido así que he decidido recuperar mi naturaleza y seguir siendo frágil, pero no como una flor sino como una bomba.
Y para todo ello mi mente, a la que le gusta tirar de recursos místicos como si de afirmaciones omniscientes se trataran y pudieran marcar mi hoja de ruta, me trajo a la memoria la anécdota que viví con motivo del sueño que tuvo conmigo una conocida (a la que considero altamente sensitiva) en el que me encontraba yo sola cruzando un puente donde el camino se mostraba libre por completo sin ningún obstáculo. Era un buen augurio sin duda. Días más tarde surgió por casualidad y contra todo pronóstico una situación en que llevé a mi hija y unas amigas a casa sobre la una de la madrugada más o menos y después yo me volví al pueblo de al lado donde estábamos tomando algo. Cuál fue mi sorpresa cuando me di cuenta que yo sola, conduciendo mi furgoneta, estaba cruzando un puente, completamente vacío, sin obstáculos, en medio del silencio más profundo en una noche oscura todavía más profunda. Me pareció una causalidad tan bonita y premonitoria que incluso paré unos segundos para dilucidar el momento y enraizarlo en mi consciente.
Y por último me gustó reflexionar sobre cómo me acomodo a veces en mi cotidianidad sin darme cuenta de que podría mejorarla y pensé en aquella vez hace poco en que era de día y yo iba conduciendo con toda mi familia en la Tourneo, hacía un resol incomodo que me cegaba y me impedía ver bien, por lo que mi marido me prestó sus gafas de sol. Yo nunca llevo gafas de sol y al ponérmelas, además de permitirme ver con claridad obviamente, me tiñeron la mirada convirtiendo la realidad del cielo blanquecino e insulso del horizonte en un azul profundo precioso que me fascinó. Ante esa explosión de belleza instantáneamente pensé lo bonita que se veía la vida desde esa óptica. No me había dado cuenta de lo mal que veía ni de lo feo que estaba el cielo hasta que no lo miré desde otra perspectiva. Y es que a veces no notamos que estamos mal, como cuando me levantado de madrugada a escribir precisamente este blog y estoy tan a gusto en el salón frente a mi portátil y no siento frío en ningún momento pero cuando vuelvo a la cama antes de que suene el despertador, me envuelve una sensación de calidez impresionante y compruebo que en verdad sí tenía frío o como cuando estoy con poca luz en una sala pero mis pupilas se han acomodado y adaptado a esa visión reducida y deslucida y de repente alguien llega y enciende la luz y es como woww, que claridad tan refrescante y te percatas de lo incómoda que estabas en realidad sumida en esa semioscuridad sin ni siquiera saberlo.
Estoy segura que cualquiera de estos conceptos que he desarrollado yo en estas líneas os los habéis podido plantear vosotros millones de veces, lo que pasa es que tal vez no habéis llegado a hacer esa conexión azarosa e irreal que me mola tanto a mi. Lo sé, no todos podemos disfrutar de este don de poner intencionalidad donde sólo hay fortuidad; tendréis que seguir trabajando en ello.
Mis queridos amigos, llegados a este punto y sin nada más que decir por ahora me vais a tener que perdonar porque me tengo que marchar. Así que voy a ponerme las gafas azules de vida bonita y os aviso que no podré lavar hoy porque tengo que bailar.