miércoles, 13 de enero de 2016

La cruda realidad

Ni las noches sin dormir, ni las cacas, ni el no volver a ver una peli del tirón, ni que las comidas sean una batalla campal, ni que tu casa se convierta en una carrera de obstáculos, ni que ir a comprar a la carnicería sea tu momento de relax total, ni los consejos de la gente que parece saberlo todo sobre tus hijos, ni las siestas que no existen….
Lo peor  y más estresante de mi maternidad es la incapacidad para controlar el sufrimiento de ver sufrir a mis retoños.
No hablo de un sufrimiento físico, no me refiero a cuando se caen del columpio o se dan un golpe contra el suelo (que también), me refiero más bien a sus aflicciones emocionales, a cuando les llaman tontos y ellos se lo creen, a cuando no saben gestionar una negativa o a cuando te preguntan como hizo mi hijo la otra noche…mamá, ¿qué pasa cuando una persona se muere? Yo me quedé literalmente con la mente en blanco porque aunque sí es cierto que me había planteado que algún día llegaría esa pregunta, no pensé que iba a llegar tan pronto. Y le conté a mi manera y a un nivel que él pudiera entender lo que yo creía acerca de este tema y vi que en ese preciso momento una de los millones de luces de sus ojitos se acaba de apagar para siempre porqué se había hecho ya un poco más mayor de lo que era antes de mi explicación y no me quedó otra que llorar por dentro y por fuera al saber que mi pequeño Jon  ya entró en la vida real y por ende él iba a ser un poquito más triste y yo  iba a ser un poquito menos risueña, porque no nos engañemos, para un niño enterarse que los que traen regalos el día 6 de enero en casa no son los que vemos desfilar el día 5 o darse cuenta que en la vida real el que se muere no se levanta del suelo cuando acaba la película o que el telediario es un pelín diferente al cuento de cada noche tiene que ser un trago amargo de pasar.
No creáis por ello que quiero meterlos en una burbuja y cobijarlos del mundo. Mi red social y yo vivimos en una cotidianidad irreal en cierto modo, pero es nuestra realidad al fin y al cabo y no me apetecía hacerlos conscientes de la cruda y verdadera realidad tan pronto. Así que soy consciente que podemos sentirnos agradecidos puesto que vivimos felices y sin excesivas complicaciones, y sí, tenéis razón, todo este sufrimiento teniendo en cuenta que a mis hijos les traen regalos el día 6 de enero y otras mil afirmaciones que para nosotros podrían parecer básicas pero que en realidad son privilegios.
¿Y cómo hago entonces para explicarles cómo funciona el mundo real sin deprimirme en el intento? ¿Cómo les enseño todas las caras de la verdad sin sumirlos en la desesperanza?
Pues a mi modo, y a su ritmo. Según vayan apareciendo sus preguntas iré escudriñándome para darles mi mejor respuesta, adornada hasta el límite de la ficción para irle quitando florituras a medida que ellos crezcan y vayan abriendo sus ojos al propio entendimiento para ser capaces de ver la vida tal cual es; cosa que llevo mal, no lo negaré, pero es que cuando se trata de menores, desde que soy madre, es como si mi corazón ya no fuera mío, como si pudiera soportar cualquier sufrimiento excepto el relacionado con niños y mucho menos con los míos, como si a pesar de tener mil alicientes en la vida, del único del que no podría prescindir nunca fueran mis peques.
Parece como si morirme  ya no fuera una putada tan gorda sólo por el mero hecho de dejar esta vida, sino que la cosa se agrava exponencialmente al pensar lo que vayan a apenarse mis peques por la incertidumbre de cómo será su vida sin mí y para qué ni contaros el desasosiego que me produce la expectativa de no poder abrazarlos de nuevo nunca jamás. Y he pasado de su sufrimiento al mío propio y lo he enmarañado todo haciendo de sus penas las mías y de las mías las suyas y en ocasiones no consigo distinguir donde acaban unas  y empiezan las otras. En definitiva me he chutado de hipersensibilidad emocional materno-filial y eso me ha hecho una pava sentimental de medalla de oro.
En consecuencia me he vuelto de esas personas que lloran viendo el telediario y que no ven películas dramáticas. Soy de esas que, ahora que soy madre, entiendo mejor a mis padres y a los padres de mis padres y a menudo y muy a mi pesar a los padres de la protagonista de la comedia romántica de turno. Me he convertido en una amante de las letras que se queda sin palabras para expresar mi amor por ellos, y es que hasta el infinito y más allá se queda corto cuando les doy el beso de buenas noches y no importa la distancia más larga que se les ocurra porqué mi sentimiento siempre la supera y  cuando me acerco a su oído y les digo ¿sabéis una cosa? Y ellos, con sus manos cogiendo mis mejillas, me preguntan ¿Qué?…..Que os quiero con locura, dudo que lleguen a entender el alcance de esa locura y ya imaginareis, por todo esto y mucho más que estoy segura que mi último latido, mi último pensamiento, mi último suspiro será sin duda para mi Jontxiki y mi Naiuski con la certeza de llevarme el más espectacular, inconmensurable y puro amor que nunca jamás haya existido en la faz de la tierra, del espacio, del infinito y del más allá.