Ni las noches sin dormir, ni las cacas, ni el no volver a
ver una peli del tirón, ni que las comidas sean una batalla campal, ni que tu
casa se convierta en una carrera de obstáculos, ni que ir a comprar a la
carnicería sea tu momento de relax total, ni los consejos de la gente que
parece saberlo todo sobre tus hijos, ni las siestas que no existen….
Lo peor y más
estresante de mi maternidad es la incapacidad para controlar el sufrimiento de ver
sufrir a mis retoños.
No hablo de un sufrimiento físico, no me refiero a cuando se
caen del columpio o se dan un golpe contra el suelo (que también), me refiero
más bien a sus aflicciones emocionales, a cuando les llaman tontos y ellos se
lo creen, a cuando no saben gestionar una negativa o a cuando te preguntan como
hizo mi hijo la otra noche…mamá, ¿qué pasa cuando una persona se muere? Yo me
quedé literalmente con la mente en blanco porque aunque sí es cierto que me
había planteado que algún día llegaría esa pregunta, no pensé que iba a llegar
tan pronto. Y le conté a mi manera y a un nivel que él pudiera entender lo que
yo creía acerca de este tema y vi que en ese preciso momento una de los
millones de luces de sus ojitos se acaba de apagar para siempre porqué se había
hecho ya un poco más mayor de lo que era antes de mi explicación y no me quedó
otra que llorar por dentro y por fuera al saber que mi pequeño Jon ya entró en la vida real y por ende él iba a
ser un poquito más triste y yo iba a ser
un poquito menos risueña, porque no nos engañemos, para un niño enterarse que
los que traen regalos el día 6 de enero en casa no son los que vemos desfilar
el día 5 o darse cuenta que en la vida real el que se muere no se levanta del
suelo cuando acaba la película o que el telediario es un pelín diferente al
cuento de cada noche tiene que ser un trago amargo de pasar.
No creáis por ello que quiero meterlos en una burbuja y
cobijarlos del mundo. Mi red social y yo vivimos en una cotidianidad irreal en
cierto modo, pero es nuestra realidad al fin y al cabo y no me apetecía hacerlos
conscientes de la cruda y verdadera realidad tan pronto. Así que soy consciente
que podemos sentirnos agradecidos puesto que vivimos felices y sin excesivas
complicaciones, y sí, tenéis razón, todo este sufrimiento teniendo en cuenta
que a mis hijos les traen regalos el día 6 de enero y otras mil afirmaciones
que para nosotros podrían parecer básicas pero que en realidad son privilegios.
¿Y cómo hago entonces para explicarles cómo funciona el
mundo real sin deprimirme en el intento? ¿Cómo les enseño todas las caras de la
verdad sin sumirlos en la desesperanza?
Pues a mi modo, y a su ritmo. Según vayan apareciendo sus
preguntas iré escudriñándome para darles mi mejor respuesta, adornada hasta el
límite de la ficción para irle quitando florituras a medida que ellos crezcan y
vayan abriendo sus ojos al propio entendimiento para ser capaces de ver la vida
tal cual es; cosa que llevo mal, no lo negaré, pero es que cuando se trata de
menores, desde que soy madre, es como si mi corazón ya no fuera mío, como si
pudiera soportar cualquier sufrimiento excepto el relacionado con niños y mucho
menos con los míos, como si a pesar de tener mil alicientes en la vida, del
único del que no podría prescindir nunca fueran mis peques.
Parece como si morirme ya no fuera una putada tan gorda sólo por el
mero hecho de dejar esta vida, sino que la cosa se agrava exponencialmente al
pensar lo que vayan a apenarse mis peques por la incertidumbre de cómo será su
vida sin mí y para qué ni contaros el desasosiego que me produce la expectativa
de no poder abrazarlos de nuevo nunca jamás. Y he pasado de su sufrimiento al mío
propio y lo he enmarañado todo haciendo de sus penas las mías y de las mías las
suyas y en ocasiones no consigo distinguir donde acaban unas y empiezan las otras. En definitiva me he
chutado de hipersensibilidad emocional materno-filial y eso me ha hecho una
pava sentimental de medalla de oro.
En consecuencia me he vuelto de esas personas que lloran
viendo el telediario y que no ven películas dramáticas. Soy de esas que, ahora
que soy madre, entiendo mejor a mis padres y a los padres de mis padres y a
menudo y muy a mi pesar a los padres de la protagonista de la comedia romántica
de turno. Me he convertido en una amante de las letras que se queda sin
palabras para expresar mi amor por ellos, y es que hasta el infinito y más allá
se queda corto cuando les doy el beso de buenas noches y no importa la
distancia más larga que se les ocurra porqué mi sentimiento siempre la supera y cuando me acerco a su oído y les digo ¿sabéis
una cosa? Y ellos, con sus manos cogiendo mis mejillas, me preguntan
¿Qué?…..Que os quiero con locura, dudo que lleguen a entender el alcance de esa
locura y ya imaginareis, por todo esto y mucho más que estoy segura que mi
último latido, mi último pensamiento, mi último suspiro será sin duda para mi
Jontxiki y mi Naiuski con la certeza de llevarme el más espectacular,
inconmensurable y puro amor que nunca jamás haya existido en la faz de la
tierra, del espacio, del infinito y del más allá.