Ante mi insistencia de que aquella brújula me la había
tatuado para no perder nunca el norte y tras debatir si en verdad el norte
estaba hacia donde marcaba mi flecha, a modo de conclusión recalqué satisfecha:
- Vamos, que de hecho, no he perdido nunca el norte. A lo que me contestó: - No
te equivoques, no es que no lo hayas perdido, es que no lo has encontrado todavía.
Tremendísima afirmación, de las de buffff con 1000 efes.
Tocada y hundida, a la vez que maravillada por ese gran poder para leer en mi
interior. Inusual sentimiento de agitación máxima combinado con alivio instantáneo
que me hizo pensar, como me hacen pensar casi todas las cosas que se dicen
apenas sin querer, y que son a menudo las que declaran las verdades más
absolutas.
¿Y si no consigo nunca localizar el norte? ¿No sería lícito
vivir en el sur, el este o el oeste? ¿Está obligatoriamente mi felicidad en esa
gélida dirección? Todo lo que me atrae suele estar ahí, mis viajes, mis
anhelos, mi calidez invernal, mis preferencias siempre se localizan en el norte
geográfico pero no lo tengo tan claro en el terreno emocional, vaya, no lo
tengo claro es decir poco, sinceramente no tengo ni la menor idea de si ese
lugar irreal sería la respuesta a todas mis dudas.
Siempre he creído que mi felicidad recae en todo lo que hago
precisamente para encontrar ese ansiado norte, sin darme cuenta que ni lo he
perdido, ni lo he encontrado, ni lo encontraré. Mi norte es una veleta que
cambia al compás de mis arritmias, que gira de un lado al otro al ritmo de un
viento revoltoso, como la marea que a veces sube y otras baja o como un volcán
dormido que de repente entra en erupción.
¿Y si decido que no quiero vivir en un punto estático, que
quiero ser (como en verdad me siento por dentro) una nómada emocional, en
constante cambio, en un caos mental absoluto?
¿Me van a llevar a un psiquiátrico (no lo diré muy alto) por
necesitar reinventarme cada cierto tiempo? ¿Qué me falta que no soy capaz de
mantenerme quieta? Mis padres hace muchos años
pronosticaron que yo tenía una
especie de vacío virtual dentro de mí y por eso andaba siempre buscando nuevas
experiencias y retos con que llenarlo, y hoy, a mis 38 años no he conseguido todavía
delimitar ese vacío, conocerlo y hacerme su amiga. Y por causalidades de la
vida (que no casualidades)en mitad de este vacío que dicen que tengo, pero que
yo no siento, visito hoy la obra de Duane Michals y me impacta hasta muy hondo.
Su declaración sobre René Magritte me ha apasionado; según Michals, René le liberó de las trabas de la lógica.... (nota
mental: interesarme por este tal Magritte)
Qué grandeza esconden esas palabras, tan fáciles de
pronunciar y tan complicadas de poner en práctica y qué bienaventurado,
Michals, si realmente es conocedor de esta extrañísima y fabulosa habilidad. De
momento en mí ha provocado gran variedad de sentimientos hasta tal punto que mi
tarde de sólo yo se ha convertido en una terapia de silencio absoluto,
introspección autocritica , de paseo sin
prisas, reparándome desde bien adentro igual que me reparó aquel día, sin
quererlo, aquel “no lo has encontrado todavía”.
Porque, ¿sabéis qué pasa? Que perder se me antoja
infinitamente peor (en este caso y no siempre) que no haber encontrado todavía;
siendo la palabra clave, el todavía. Y no porque ansíe encontrar algo sino
porque ese término denota movimiento, acción y lleva implícito un ajetreo, de
esos que a mí, me dan la vida.
Ahondando un poco más en otra de sus secuencias, Michals refleja
la condición humana como una nebulosa de estrellas vagando por el firmamento. Y
así me siento yo a veces, y lo digo desde el mejor y buenísimo de los sentidos;
por fuera tengo una forma compacta (a pesar de algún michelín que otro) pero
por dentro estoy hecha de polvo de estrellas, de infinitas microparticulas. Y
por más que sea preciosa esta definición de polvo de estrellas y blablablá, ahí
es donde radica (o no) el problema, que cada una de ellas van en una dirección.
En algunos momentos eso se traduce en caos, en otros en belleza. Para algunas
personas eso significa locura, para otras, tal vez perfección.
Constatareis que mi discurso no conduce a nada, no lleva a
ninguna conclusión metafísica efectiva, no hay moraleja, no existe fin de la
historia y lo curioso del caso es que tampoco e
mpecé a escribirlo con ese fin.
No creo que exista una solución y tampoco la busco.
Así que sin más, voy a poner aquí
mi punto y seguido.
Me bajo de la disertación, me
cobijo en la búsqueda de mi no encontrado norte regodeándome en mis inquietudes
y disfrutando de mi caos. Aquí me quedo, sumida en mi magnifica y perfecta
imperfección.