lunes, 25 de septiembre de 2017

Ordenando el orden

Volviendo a casa la otra noche un avión cruzó el cielo y mi hijo de 6 años pensando que era una estrella fugaz quiso formular un deseo.
¡Quiero un disfraz de tigre!
Jontxiki, los deseos de estrellas fugaces deberían ser de algo no material, algo importante, profundo como por ejemplo la paz en el mundo, la felicidad, salud etc.
Ahhh vale mama, pues entonces deseo…. ¡Deseo que nuestra casa esté siempre tan ordenada como la de mi amigo Jan!
Muy bien cariño, exclamé yo – ¿de qué talla querías tu disfraz?
Madre mía, madre mía, madre mía, semejante patada a mi ego de mami me propinó ese día Jon con aquel comentario. ¿Creéis posible ser a la vez súper organizada y súper desordenada? Si, es posible y yo soy la prueba viviente. Soy la persona más organizada del mundo. Tengo plannings para todo. Una planilla para los menús, otra rotatoria para las meriendas, una cajonera donde cada domingo preparamos la ropa de mis hijos para cada día de la semana, un lugar para guardar las mochilas de extraescolares ya preparadas, y así hasta el infinito.
Mis cajones están absolutamente ordenados, tengo un sitio para cada cosa y cada cosa está en su sitio. Mis cajones, mis armarios, el interior de los muebles de la cocina. Todos los interiores de mi casa están ordenados y estoy orgullosa de ello. Me gusta ser así. A pesar de todo esto, mi casa está siempre hecha un desastre. No consigo que esté despejada  y lo grave es que no puedo echarle la culpa sólo a los niños. Yo misma soy la principal generadora de desorden y curiosamente no sé cómo lo hago, pero oye, yo que siempre me quejo  que no soy experta en nada y que todo lo hago con cierta mediocridad, mira, para desordenar, me pongo un 10.
A menudo pienso si este desorden físico no es más que una exteriorización de mi desorden vital, de mis divagaciones mentales plasmadas en caos material, otras veces pienso que simplemente es que soy vaga.
Y es que a mí me gusta hacer el zafarrancho a lo grande y los pequeños ordenamientos del día a día, que son los que realmente mantienen el orden, me dan una pereza brutal.
Sabéis que yo soy absolutista en todo, así que esto no iba a ser una excepción, si se limpia se limpia; yo para colocar una gomita del pelo en su sitio no me muevo. Me moveré cuando haya 5 gomitas que colocar. Y ese, claramente es el error.
Una alumna que tuve me contó la teoría del con 5 minutos no me da tiempo a hacer nada, por lo que hasta que no disponga de más tiempo no me muevo. Esa teoría concretamente que no debemos seguir.
Yo soy de las de para 10 minutos que tengo me pongo a escribir o a bailar una canción pero nunca recoger y lo de limpiar lo dejo para cuando tenga más tiempo porque con este rato no me da para nada; pero sí me da, sí, me da para recoger las mantas del sofá, poner el lavavajillas o hacer la cama mientras bailo esa canción.
Últimamente, durante el largo tiempo de 2 semanas ya, estoy consiguiendo lo inconseguible, algo que nunca había hecho en toda mi vida. Algo tan inverosímil para mí como marchar de casa a las 8 de la mañana con todo el piso recogido, las camas hechas, la cocina limpia, y el comedor sin cosas por en medio. Me queda un pequeño reducto de rebeldes: la ropa sacada del tendedero para doblar y planchar. Esa no consigo que desaparezca de mi vista, no encuentro un lugar donde esconderla mientras le llega el turno a ser doblada y guardada y el problema es que cuando ha tenido un escondite adjudicado, está tan escondida que se me olvida y se queda allí impertérrita.
Por todo lo demás estoy muy orgullosa de mi misma y lo mejor del caso es que mis hijos siguen el ejemplo. Porqué claramente ese comentario fue un detonante en mí, un punto y final. Y es que una cosa es lo que yo piense, lo que yo me auto juzgue o lo que me digan los demás y otra muy diferente es la opinión de mis pequeñajos. Esa es la que me cala más hondo. Así que me puse manos a la obra; antes del verano dormían los dos juntos en una habitación, y la otra estaba destinada a los juguetes. El dormitorio se mantenía visible pero la otra  se convirtió en la habitación del pánico, literalmente. Todo iba a parar allí, juguetes, ropa, bolsas, todo. Insostenible el tremendo malestar que me provocaba  ver esa estancia de tal forma. Así que organicé una reunión familiar y acordamos que cada niño tendría su habitación, con su cama, armario, despacho y zona de juguetes; vamos lo que comúnmente hay en las habitaciones. Y si señores, a pesar de las reticencias iniciales de algún miembro de la familia que no desvelaré, pero que no eran ni los niños ni yo (pueden hacer sus apuestas), he ganado la batalla al desorden. Las nuevas habitaciones de niños grandes están muy, pero que muy visibles y eso crea una reacción en cadena de mantenimiento. Cuánto durará es uno de los grandes misterios del universo, tal vez haya conseguido crear un hábito y dure para siempre o tal vez sólo unos meses más y me toque buscar alternativas.

Sea como sea, espero que nunca más, mis peques desaprovechen un deseo en algo tan banal, tan cotidiano y tan material. Ahora que con estos ajustes estamos preparados para nuevos deseos, aquí me quedo pues, mirando al cielo, anhelando, desde ya, mi siguiente estrella fugaz.