No me sirve tener un verano más largo o un invierno más
corto, no me sirve tener un entretiempo plácido y cómodo. Tampoco poder
escaquearme de hacer el cambio de armario (que en mi caso me encanta). Está
estipulado que exista primavera, verano, otoño e invierno y así lo quiero yo. Y
el motivo no es por el que esté estipulado, sino porque lo quiero todo.
Si señoras y señores, yo lo quiero todo.
Nunca he conseguido prescindir de una emoción que me guste ni
sacrificar una experiencia que me motiva porque no sea lo que toca, o porque no
se puede. ¿No se puede? ¿No toca? Esas palabras las borré hace días de mi
diccionario. Y entiendo que este concepto de quererlo todo puede sonar egoísta,
infantil y caprichoso, pero así es. Nunca dije que no fuera nada de eso.
A mis hijos les inculco cada día que no podemos tener todo
lo que queremos en el preciso instante en que lo queremos. Y se lo inculco con
verdadera convicción pero más como modo de autogestión mental de la frustración
posterior a la no consecución y no como premisa previa ni como limitación de
sus sueños o metas. Es decir, creo que uno de mis mayores logros como madre
será proveerlos de todo lo necesario (actitudinalmente hablando) para que miren
muy lejos en sus deseos. Seré la primera
en coserles unas alas para que vuelen
todo lo alto que puedan sin por ello descuidar una buena base de seguridad para
que si algún día caen (que lo harán), lo hagan sobre una colchoneta mullida y
bien elástica, para que una vez gestionado su desengaño, reboten y despeguen de
nuevo.
Y eso mismo me lo aplico a mi misma diariamente. O por lo
menos lo intento no estando dispuesta a privarme
de lo que para mí es importante, inquietante o causante de sonrisas. Como he
dicho en más de una ocasión no me resigno a dejar de sentir nuevas sensaciones
por el simple motivo de tener treinta y muchos y de haber adquirido teóricamente
una vida estable en el ámbito de lo laboral, lo familiar y lo emocional. ¿Pero
qué pasa cuando la vida no está de acuerdo conmigo? ¿Qué pasa cuando no tengo
todo lo que deseo? No soy de las que se recrea en su desgracia y pasadas las 4
primeras lágrimas y la mala leche inicial busco mi plan B, y si no sale llego
hasta el plan Z. Ahí creo que radica la base de un nuevo concepto que descubrí hace poco,
durante una noche de insomnio: la disociación cognitiva.
El término como tal no lo había escuchado nunca y cuando
busqué su significado me sorprendí porqué me di cuenta que soy un crack en la
materia de disociar y ni lo sabía; pero empecemos por el principio, ¿qué es la
disociación cognitiva?
Es la incomodidad que percibimos cuando mantenemos dos ideas
incompatibles entre sí, o cuando nuestras creencias no están en armonía con lo
que hacemos, por lo que nos esforzamos en generar ideas y creencias nuevas que
encajen entre sí de manera que nos resulten coherentes. Construimos nuestra
propia realidad con la intención de reducir ese malestar.
Visto así parece un poco lio y demasiado metafísico para mi
practicidad mental cotidiana, así que os pondré un ejemplo.
Yo estoy entre A y B y decido que quiero A. Y lo quiero mucho, muchísimo,
pero por circunstancias de la vida al final sólo puedo tener B, y paso por un
periodo de frustración por no haber podido conseguir A, pero enseguidita empiezo
a decirme a mi misma que B en realidad era lo que más me convenía, mejor, más
adecuado, más bonito y ideal para mí. Vamos que A tampoco era tan perfecto como
yo creía y que B no tienen nada que envidiarle.
¿Y qué pasa entonces? Pues que me encandilo de B y vivo feliz de
nuevo.
Pues esto es lo que yo entiendo por disociación cognitiva. Algunos
le llaman auto engaño, otros ver la parte positiva, yo a menudo lo llamo supervivencia;
y es que a mí lo de engañarme a mi misma no me ha gustado nunca pero es cierto que tengo una capacidad brutal para
cambiar mis apreciaciones sobre un punto u otro según lo que me convenga. Si
quiero querer algo, lo acabo queriendo. Si me tiene que gustar algo me acaba
gustando.
Eso no sé si lo definiría como una buena cualidad o mala, la
verdad. No lo tengo claro. A mí me funciona para aceptar las cosas menos
deseadas que me da la vida.
¿Es lícito entonces disociar cognitivamente? Quiero decir que
podría entenderse como conformarse con un segundo plato y descalificar el
primero para que este segundo sea más apetecible. ¿Pero y qué más da? Si el
primer plato no lo puedo tener de ningún modo, ¿por qué no cogerle gusto a ese
que si puedo tener? Al fin y al cabo yo lo veo más que como un auto engaño o una
resignación, como un pues voy a disfrutar lo que se me ha concedido; que si se
me ha concedido por algo será. Y voy a seguir empapándome del “si la vida te da
limones, aprende a hacer limonada” porque en un mundo donde no podemos detener
la lluvia, sólo tenemos dos opciones, esperar a que pase la tormenta o bailar
debajo de ella.
Quien bien me conoce, sin duda sabrá que mi opción, siempre, es
bailar.