martes, 17 de octubre de 2017

Disociando

Me han robado el otoño y estoy enfadadísima por ello.
No me sirve tener un verano más largo o un invierno más corto, no me sirve tener un entretiempo plácido y cómodo. Tampoco poder escaquearme de hacer el cambio de armario (que en mi caso me encanta). Está estipulado que exista primavera, verano, otoño e invierno y así lo quiero yo. Y el motivo no es por el que esté estipulado, sino porque lo quiero todo.
Si señoras y señores, yo lo quiero todo.
Nunca he conseguido prescindir de una emoción que me guste ni sacrificar una experiencia que me motiva porque no sea lo que toca, o porque no se puede. ¿No se puede? ¿No toca? Esas palabras las borré hace días de mi diccionario. Y entiendo que este concepto de quererlo todo puede sonar egoísta, infantil y caprichoso, pero así es. Nunca dije que no fuera nada de eso.
A mis hijos les inculco cada día que no podemos tener todo lo que queremos en el preciso instante en que lo queremos. Y se lo inculco con verdadera convicción pero más como modo de autogestión mental de la frustración posterior a la no consecución y no como premisa previa ni como limitación de sus sueños o metas. Es decir, creo que uno de mis mayores logros como madre será proveerlos de todo lo necesario (actitudinalmente hablando) para que miren muy lejos en sus deseos. Seré  la primera en coserles unas  alas para que vuelen todo lo alto que puedan sin por ello descuidar una buena base de seguridad para que si algún día caen (que lo harán), lo hagan sobre una colchoneta mullida y bien elástica, para que una vez gestionado su desengaño, reboten y despeguen de nuevo.
Y eso mismo me lo aplico a mi misma diariamente. O por lo menos lo intento no  estando dispuesta a privarme de lo que para mí es importante, inquietante o causante de sonrisas. Como he dicho en más de una ocasión no me resigno a dejar de sentir nuevas sensaciones por el simple motivo de tener treinta y muchos y de haber adquirido teóricamente una vida estable en el ámbito de lo laboral, lo familiar y lo emocional. ¿Pero qué pasa cuando la vida no está de acuerdo conmigo? ¿Qué pasa cuando no tengo todo lo que deseo? No soy de las que se recrea en su desgracia y pasadas las 4 primeras lágrimas y la mala leche inicial busco mi plan B, y si no sale llego hasta el plan Z. Ahí creo que radica la base de  un nuevo concepto que descubrí hace poco, durante una noche de insomnio: la disociación cognitiva.
El término como tal no lo había escuchado nunca y cuando busqué su significado me sorprendí porqué me di cuenta que soy un crack en la materia de disociar y ni lo sabía; pero empecemos por el principio, ¿qué es la disociación cognitiva?
Es la incomodidad que percibimos cuando mantenemos dos ideas incompatibles entre sí, o cuando nuestras creencias no están en armonía con lo que hacemos, por lo que nos esforzamos en generar ideas y creencias nuevas que encajen entre sí de manera que nos resulten coherentes. Construimos nuestra propia realidad con la intención de reducir ese malestar.
Visto así parece un poco lio y demasiado metafísico para mi practicidad mental cotidiana, así que os pondré un ejemplo.
Yo estoy entre A y B y decido que quiero A. Y lo quiero mucho, muchísimo, pero por circunstancias de la vida al final sólo puedo tener B, y paso por un periodo de frustración por no haber podido conseguir A, pero enseguidita empiezo a decirme a mi misma que B en realidad era lo que más me convenía, mejor, más adecuado, más bonito y ideal para mí. Vamos que A tampoco era tan perfecto como yo creía y que B no tienen nada que envidiarle.
¿Y qué pasa entonces? Pues que me encandilo de B y vivo feliz de nuevo.
Pues esto es lo que yo entiendo por disociación cognitiva. Algunos le llaman auto engaño, otros ver la parte positiva, yo a menudo lo llamo supervivencia; y es que a mí lo de engañarme a mi misma no me ha gustado nunca pero  es cierto que tengo una capacidad brutal para cambiar mis apreciaciones sobre un punto u otro según lo que me convenga. Si quiero querer algo, lo acabo queriendo. Si me tiene que gustar algo me acaba gustando.
Eso no sé si lo definiría como una buena cualidad o mala, la verdad. No lo tengo claro. A mí me funciona para aceptar las cosas menos deseadas que me da la vida.

¿Es lícito entonces disociar cognitivamente? Quiero decir que podría entenderse como conformarse con un segundo plato y descalificar el primero para que este segundo sea más apetecible. ¿Pero y qué más da? Si el primer plato no lo puedo tener de ningún modo, ¿por qué no cogerle gusto a ese que si puedo tener? Al fin y al cabo yo lo veo más que como un auto engaño o una resignación, como un pues voy a disfrutar lo que se me ha concedido; que si se me ha concedido por algo será. Y voy a seguir empapándome del “si la vida te da limones, aprende a hacer limonada” porque en un mundo donde no podemos detener la lluvia, sólo tenemos dos opciones, esperar a que pase la tormenta o bailar debajo de ella.
Quien bien me conoce, sin duda sabrá que mi opción, siempre, es bailar.