viernes, 10 de mayo de 2019

Bajarse de la vida

El camino de Santiago me maravilló por diferentes motivos pero  puedo decir que la causa estrella fue que es una de las experiencias más relajantes y enriquecedoras que he vivido; y más teniendo en cuenta que la primera noche al llegar al albergue de Ponferrada me eché a llorar como una tonta pensando que iban a ser las peores vacaciones de mi vida. Pero después de eso resultó fantástico a pesar del frio, el dolor absoluto de huesos y el cansancio. Hoy, 10 años después sigo preguntándome el porqué de ese sentimiento de perfección en relación a esos días siendo que lo único que hice, fue caminar.
Y creo que he encontrado la respuesta a mi pregunta. Hace casi un año mi marido y yo hicimos una mini escapada de dos noches a un pequeño hotelito rural en Lliçà d’Amunt. El sitio se llama Can Caponet y me lo recomendó mi amiga Sandra, que me conoce bien y a menudo sabe exactamente lo que necesito incluso mucho mejor que yo misma. Rectifico: no lo sabe a menudo. Lo sabe siempre.
Pues bien Can Caponet fue un remanso de paz y calma mental como no recordaba otro igual de intenso desde aquella caminata leoneso-gallega. ¿Y cuál es la clave? Pues que no tuve que tomar ninguna decisión, es decir, en el camino simplemente tenía que seguir la flecha amarilla y caminar. No debía pensar ni qué, ni donde, ni cuando, sólo seguir el camino y pararme al llegar; y al día siguiente lo mismo. En Can Caponet estaba incluida la cena y es un sitio donde no hay menú. Al llegar te preguntan alergias y preferencias y nosotros dijimos que ninguna alergia y que ninguna preferencia. Libertad  absoluta de lo que nos quisieran ofrecer. Así que la cena fue sorpresa por completo, no tuve que decidir nada; tanto es que para el postre me dieron dos opciones a elegir y me molestó tener que hacerlo porqué le había cogido el gusto a lo de no decidir.
Estoy en un momento en el que estoy muy del rollo “me bajo de la vida”. Estoy muy saturada de mi entorno laboral por diversas razones (que no vienen ahora a cuento del todo pero que ya iré desgranando poco a poco) y una es precisamente por  la necesidad de tomar decisiones, de unos 20 pacientes que veo al día de media, se generan mínimo el mismo número de  decisiones. Aparte las decisiones de mi vida privada y las que incumben a mi familia más cercana. Lo sé, lo sé, lo sé, así es la vida y eso significa ser adulto. Lo sé.
Y es que estoy en un plan que verdaderamente la mejor vida que se me antoja sería meterme a monja. ¿Sabéis? Aquello de no pensar qué ropa ponerme, no preocuparme del pelo porque lo llevo tapado, no preocuparme de mi aspecto físico porque estoy semi recluida del mundo y no estoy para ligar ni para que me vean guapa, dedicarme a hacer pastelitos (y a comérmelos), tener las obligaciones definidas y vivir en un remanso de paz y calma, a ratos hasta hacer voto de silencio (porque a menudo me pasa que me canso hasta de oírme a mí misma y a mis historias). Un poco como desaparecer del mapa, o por lo menos desaparecer de la portada de la revista durante una temporada. Quedarme detrás de las cámaras, en un despacho cerrado sin interactuar excesivamente con el mundo exterior.
Ahora que esta tan de moda todo este tema de los blogs, de las mini historietas en video de instagram, Facebook, los influencers etc….y yo, al revés, siento que necesito huir de todo esto. Me canso sólo de pensar en lo guay que tiene que ser toda esta gente cada día y la tensión de mantener el nivel de fascinación en ellos mismos a lo largo del tiempo (que por contrapartida soy consciente que estoy haciendo una demagògia barata puesto que precisamente yo publico las columnas de este blog en esos formatos). El tema es que me abruma mentalmente este afán por demostrar ser mejor que los demás. Supongo que este sentimiento viene también porque he tenido que hacer en los últimos años diversos exámenes, reacreditaciones  y pruebas a nivel físico e intelectual que han hecho que me rebose el vaso de esto mismo que os digo, de tener que demostrar, ponderar o validar lo buena que soy o debería ser en esto o aquello. Me agota. No quiero examinarme más (léase de heteroexamen y tampoco de autoexamen que son casi peores que los otros) y os lo dice una que en dos días, literalmente, tiene el examen de oposiciones para el que obviamente a raíz de esta apatía que me acompaña, no ha estudiado.
Con el momento de las redes sociales me viene a la mente un domingo de barbacoa en el campo celebrando el cumpleaños de unos amigos. Entre los asistentes hubo una pareja de conocidos que vinieron también con sus peques.En general fue un día muy agradable, excepto para ellos. Estuvieron todo el día apartados del resto del grupo, sus niños no interaccionaron en ningún momento con el resto, ni participaron de las actividades que se iban generando; por decir más, durante la comida estábamos todos juntos en 2 mesas largas, excepto ellos 4, que se sentaron en una tercera mesa aparte. Hasta ahí bien, cada uno que se divierta a su modo. Mi sorpresa fue al llegar a casa, miro en Instagram y veo que han publicado un collage de fotos (que ni se en que momento hicieron) que muestran un día absolutamente contrario al real. En esas fotos parecía que para ellos había sido la bomba de diversión, integrados completamente en el grupo, cosa que era falsa.
Ese día, y es triste reconocerlo, aprendí que un alto porcentaje de lo que se publica en las redes sociales está apañando, manipulado o mejorado. Que ya sabía que así era pero no me imaginaba que así fuera también para gente de verdad, cercana a mí y de mi entorno habitual.
Podría ser también, cosa que me he planteado, que su idea de diversión difiera tanto de la mía que lo que para mí es separatismo e introspección para ellos sea la juerga padre. Podría ser, lo admito.
Así que en este afán de paz he descubierto el concepto del minimalismo y estoy intentando ponerlo en práctica a nivel mental y físico. No voy a dejar de comprar las cosas que necesite o me gusten, no estoy hablando de un minimalismo consumista porque me gusta gastar y tener cosas; sino más bien una limpieza de espacios y emociones que me aporten la ansiada calma.
Automatizar algunas decisiones para no tener que pensar tanto, que dicho así suena fatal pero es que verdaderamente estoy desbordada por hiperdecisionar. Como cuando vas a comprar un champú. ¿Habéis visto cuantos hay??? Millones. Uno para pelo graso, otro con vitaminas, otro para rizos, con sulfatos, sin siliconas. Me abruma tener tantas opciones. Leyendo sobre educación vi que a los niños a ciertas edades no conviene darles a elegir entre muchas alternativas porque se aturullan; pues conmigo lo mismo. Dos como mucho. Blanco o negro. Va por Dios, un simple champú que lave y punto. La vida en estos aspectos vánales debería, para mi gusto, ser más simple.
He notado que me pasa también lo mismo últimamente con elegir casas rurales o restaurante, me da igual el que sea, me adapto al gusto de la mayoría, cosa que tampoco es recomendable porque a mi precisamente me gustan la gente con decisión y yo no quiero convertirme en una persona desdibujada o indefinida. Me daré por tanto unas vacaciones mentales donde reine la neutralidad que supongo me cargarán las pilas para encarrilarme de nuevo y quitarme de encima este desasosiego que arrastro que seguro que está muy determinado por la falta de proyectos laborales que me motiven.
A día de hoy mi mayor satisfacción cotidiana en cuanto a quehaceres personales radica en cocinar, coser, desapelotonar espacios de mi casa para hacerla más agradable a mi recién estrenada vista minimalista y dibujar. Tampoco está tan mal diría yo.
Así pues, hermanas de la caridad, siervas del espíritu santo, aunque debo reconocer que vuestro plan de vida se me antoja lleno de paz, estoy segura que no sería una buena candidata para mantenerlo a lo largo de los años y quizás tengo una opinión de las congregaciones religiosas femeninas un tanto sesgada a causa del magnífico convento en el que cayó Deloris Van Cartier y me huele a mí que no andan por ahí los tiros en la realidad.
¿Veis?  Ya me estoy curando; he conseguido decidir, sin agobiarme, que monja va a ser que no de momento.