domingo, 27 de noviembre de 2022

44

  


Ahora que han llegado mis 44 y como es habitual en mis últimas vueltas al Sol, me gusta hacer reflexión de lo acontecido en estos últimos 365 días y oye, este año ha sido de lo más revelador.

Todos sabéis que después de una catarsis absoluta, a través de diferentes puntos de apoyo conseguí darme cuenta que hacía demasiado tiempo que vivía sumida en un gris crónico que me aportaba una infelicidad e insatisfacción interna constante sin motivo.

Lo que es más importante es que conseguí salir de ese gris, sintiéndome hoy mismo incapaz de expresar en palabras la inmensa sensación de felicidad general que me envuelve en mi día a día actual.

¿Qué ha cambiado? Mismo trabajo, misma familia, mismos amigos, mismo lugar de residencia, mismo cuerpo.

No puedo decir que haya cambiado ni yo misma como persona, soy la misma, con mis lorzas de más, mi cálculo mental de menos, mi impaciencia de mucho y mi constancia de bajo cero.

Nada ha cambiado excepto mi punto de vista. Tan fácil como eso. 

Simplemente ahora pongo el foco en lo bueno que tengo, que para mi sorpresa, es mucho.

Simplemente ahora me siento agradecida por todas esas toneladas de favorabilidad que tengo a diario, y simplemente ahora, discierno con claridad qué cosas pueden amargarme mi tiempo y cuáles no ¿Y sabéis qué? hay bien pocas que cumplan las características necesarias para ello porqué si os fijais como dice Amapolas:  “Erase una vez una puerta cerrada, una ventana abierta y una mujer valiente. Fin.”

Ese quiero que sea mi libro de cabecera todas las noches, no necesitar nada más que eso en mi pensamiento porqué sé que con eso y millones de ventanas, lo tengo todo.

Y le doy vueltas a eso …una puerta cerrada, una ventana abierta y una mujer valiente….

una mujer valiente…

mujer…

valiente…

Desde siempre me gusta la valentía, así en general, sin género, no como cuando es femenina que entonces no me gusta, me fascina.

Soy muy fan de ciertas mujeres que para mi son o fueron valientes, Karen Blixen, Frida Kahlo, Ana Fisher y muchas más. Y tal vez lo que para mi es valentía para vosotros es una caca pinchada en un palo, pero qué más me da. Valentía es precisamente que te de lo mismo que tu opinión sea diferente a la del resto de la gente.

He buscado la diferencia entre coraje y valentía y resulta que esta última es hacer algo peligroso sin pensar, mientras que en el coraje caminamos hacia el peligro a sabiendas de los riesgos.

En este caso debo decir que, para mi, valentía se equipararía a inconsciencia y por lo tanto no me parece demasiado aplaudible.

Me quedo pues, con el coraje. Empecemos de nuevo.

Me gusta el coraje, así en general, sin género, no como cuando es femenino que entonces no me gusta, me fascina.

Y no creo que para ser corajosa sea necesario luchar contra un león o saltar de un rascacielos en salto base, a mi las muestras de coraje que me maravillan son las cotidianas.


Y de sobras sé que mis muestras cotidianas en este terreno, y doy mil gracias por ello, no recaen en tener que buscar comida o pasar penurias para pagar la hipoteca, tampoco en luchar contra una enfermedad, ni sufrir por algún familiar o amigo. Mis complicaciones sólo tienen que ver conmigo y mis propias trabas emocionales y ya solamente por eso son infinidad de veces más triviales que las de cualquier otra persona con problemas graves.

Yo veo coraje en mi vida cuando estás hecha polvo y aun así te arreglas y te pones tu vestido más colorido para salir a la calle y también lo es cuando te pasas todo por el forro y decides salir sin peinar, con el pantalón de tu pijama negro y con la ralla del rímel corrida porque no te apetece lavarte ni la cara.

Precisamente ese cambio de paradigma en mi mente, el no autoimponerme ciertas normas, para mi, es sinónimo de coraje.

Coraje por querer romper cadenas mentales, tapujos y prejuicios. Me entusiasman las personas que superan sus límites y deciden de qué manera exacta quieren vivir su vida y quieren dirigir su cuerpo y su mente. Cuando esa decisión proviene de una misma y además de pensarlo, lo llevas a cabo, la sensación que se genera es como un terremoto bajo tus pies que te sacude cuerpo y alma y te hace literalmente, volar.

Y no me cabe duda que la humanidad siempre ha tenido miedo a las personas, en este caso, a las mujeres que vuelan, ya sea por ser Amelia Earhart , ser brujas o por ser libres. 

Y eso es precisamente lo que yo quiero ser, libre. Bruja puede que ya lo sea.

El punto clave de esta disertación es que he aprendido que no puede haber libertad sin coraje y ahí es donde yo quería llegar.

En mi caso he necesitado coraje para superar dos fobias concretas que me limitaban enormemente y por consiguiente me restaban libertad. Una creo que la tengo superada, la otra estoy en ello.

Necesité coraje para parar, bajarme del mundo laboral por unos meses y resetearme para volver a conectar.

Tuve que emplear también coraje para replantear ciertos aspectos en mi relación de pareja y exponerme ante esta con mis verdaderas necesidades y deseos.

Coraje para enfrentarme a pacientes descontentos con el sistema, que tienen la razón la mayoría de las veces, a los que no puedo solventar sus dificultades pero si puedo transmitirles que aunque sea desde la base asistencial hay profesionales que nos preocupamos por su bienestar y creedme, ese acompañamiento ha repercutido en más satisfacción al final del día para mi que esfuerzo.

Coraje para aceptar que mis partes oscuras no lo son, y como dice Drexler, darles asilo. Abrir mis brazos y cerrarlos con ellas dentro. Llevar mis nubes a otros cielos de nubes pasajeras y sin duda, preferir lamer después mis heridas a que mi valentía (esta vez sí) pierda filo.

Coraje para llevar a la práctica algo que alguien me dijo una vez sobre que si no puedes, al menos, intentarlo por ti misma, es que no es para ti.

Coraje para aprender a mirarme al espejo y anteponer felicidad a castigo (aunque si os soy sincera ese tema es una veleta viviente, puedo estar a full con el Body Positive y simultáneamente comprarme una faja más fuerte que el acorazado Potemkin)

Y por encima de todo, coraje para reconocer que estaba caminando por el sendero equivocado, que teniéndolo todo sentía que no disponía de nada y decretar un golpe de estado conmigo misma para empezar de cero y agradecer todo lo bueno que tengo.

Agradecer diariamente desde la salud general de toda mi familia hasta la siesta que puedo echarme los días que trabajo de mañana, desde la maravillosa red social de amigos que tengo hasta mis espacios de mindfulness desayunando en la mesa de la cocina con mi velita con aroma a bosque de invierno encendida.

Desde nuestra gran y modesta casa en el pueblo, sus gentes, sus actividades y ese “je ne sais quoi ” que tiene Alborge en esencia, que te atrapa y me aporta tanta felicidad hasta mi diminuto taller de creación de pintura, escritura y costura que he podido robar de un rinconcito de mi salón.

Por aquellos que me han enseñado a hacer el amor (y no la guerra).

Por mi IncrediBunch, mis padres, mis amigos y mis compis de trabajo, que siempre están.

Por todo esto y muchísimo más me siento tan bendecida en este último año, y me doy cuenta lo importante que ha resultado ese coraje del que os hablaba para llegar a este momento de claridad emocional. Tanto es así que creo que mi piropo favorito a partir de ahora debería ser ese por qué cuando esta columna era sólo un boceto inconexo (que es como se inician todas mis columnas de hecho) pensé de título algo así como “mi tipo de mujer ideal” y como siempre, la descripción era una mujer con más de esto, menos de aquello, sin demasiado de lo otro, y vi que las modificaciones necesarias para llegar a mi ideal recaían en un alto porcentaje en cualidades de belleza exterior. Cierto es que esa belleza es hermosa para la vista y confiere una gracia especial a quien la posee y yo precisamente le doy mucha importancia, pero con mi nuevo arquetipo, yo quisiera sobre todo, centrarme en tener más de la otra, ese tipo de belleza que tambalea los cimientos del suelo con su paso firme, que refresca el espacio como una brisa del Ártico, que dirige su rumbo con su propio faro interior, esa belleza que tiene la fuerza para hacer que los planetas giren.

Justo para eso me viene como anillo al dedo una frase de Rupi Kaur que dice: “quiero disculparme con todas las mujeres a las que he llamado guapas antes de haberlas llamado inteligentes o valientes, siento haberlo hecho sonar como si algo tan simple como es con lo que has nacido, es lo máximo de lo que tienes que estar orgullosa cuando tu espíritu ha aplastado montañas. De ahora en adelante diré cosas como eres resiliente o eres extraordinaria no porque no piense que eres guapa sino porque eres mucho más que eso.”

A la vista de todos estos pensamientos, diría que mi mujer ideal no existe, es un poco de esto y algo de aquello pero sobre todo estoy segura que no nace, se hace. 

Mucho tiempo ha pasado desde que Josu me dijo , que era calcada a la Jane Porter de Tarzán de Disney, en su momento no lo tomé como algo a resaltar pero hoy al releer una descripción que encontré hace años y me gustó mucho pero con la que no conseguí verme identificada, de repente, me he reflejado en ella como aquella Jane. Y me ha hecho sentir bien.

“Ella , que es más de personas que de cosas, más de momentos que de regalos y que nunca se rinde mientras busca lo que la hace feliz” y yo no soy nadie para decir lo que el mundo necesita, pero si soy alguien para decir lo que yo necesito y por tanto quiero que haya más de eso. Quiero más de esa Jane y quiero más de ese coraje, de esa libertad y sin duda, de esa felicidad que percibo como recién estrenada.

Permitidme pues, que me ponga manos a la obra para mantenerla, mínimo, en mis nuevos 44.




martes, 7 de junio de 2022

Chill

 



Hace poco un buen amigo, Kiko, me contó que Laia, una de sus hijas, a menudo le dice : - “ papa, Chill; sobre la marcha”; que vendría a ser  lo mismo que “relaja la raja “ que dirían en mi pueblo pero con un poco más de glamour.

A raíz de eso, llevo pensando un tiempo, ¿y si resulta que el modo de ver la vida de esta muchachita de 17 años es la solución?

He buscado el significado exacto de chill y literalmente es enfriarse y teóricamente proviene de los años 80 de las fiestas ibicencas donde había una pista con música relajante y suave para enfriarse y calmarse de las otras pistas de baile donde se supone el ritmo era más frenético. De ahí, el término chill out, relajarse.

Hacerlo todo más fácil y dejar que lo que tenga que ser fluya. Recuerdo haber hablado en anteriores ocasiones de aquello de dejarse mecer por la brisa y ser como el bambú, aquello de aquel libro de “a donde el corazón te lleve” y en el fondo ciertamente eso es lo que hago, me dejo llevar por mis emociones. Lo que pasa es que estas son tan vehementes que más que mecerme por la brisa, me dejo arrollar como una veleta en un vendaval. Pero si yo aprendo a dejarme fluir en calma… la vida, las emociones, las circunstancias y a través de todo eso, que emane también el camino a seguir.

En medio de estos pensamientos, me llamó un amigo del pueblo para consultarme sobre una herida que se había hecho su hijo, un tio mio me ha confirmado que aquella lesión en la piel que le vi y le aconsejé encarecidamente que fuera valorada por un dermatólogo ha sido finalmente maligna y se la han extirpado y el otro día me  encontré a un antiguo paciente mientras mi marido se compraba ropa y me preguntó por mi ausencia laboral, al explicarle mis motivos me dijo que mi profesión no podía permitirse perder una enfermera que recibiera a los pacientes con una sonrisa como yo solía hacerlo, justo el 12 de mayo,precisamente día de la enfermera. 

El 12 de mayo, siendo que a pesar de haber estado pasando por la mayor crisis existencial de mi vida laboral, cuando me felicitaron  por mi santo laboral, una sonrisa me nació de dentro, una sonrisa silenciosa y tenue pero también sincera y profunda y me sentí orgullosa, por primera vez en mucho tiempo de ser enfermera.

Después me he permitido recordar como el otro día empecé a fantasear espontáneamente como revertiría un paro cardiaco y si cogería la vía por aquí o por allá y como me sentí emocionada y nerviosa a la vez al imaginarlo.

Hace un tiempo, en relación al suicidio de Verónica Forqué, leí en un articulo la siguiente reflexión : “vivimos en una sociedad caníbal, necesitada de canalizar sus frustraciones, ansiosa de despellejar a alguien a diario, con una ausencia de escrúpulos preocupante. Y así es, y no hay modo de cambiarlo ¿vamos a seguir teniendo la necesidad de buscar  diariamente culpables de lo que nos pasa?”

Qué gran verdad siento en esas palabras, estoy totalmente de acuerdo con el concepto de sociedad caníbal, que además me encanta porqué lo veo super gráfico y también me cuestiono, cómo hace el autor, Évole, sobre si vamos a estar siempre necesitando buscar culpables de todo lo que nos pase.

El 99% de mis motivos para coger la baja, según creía en ese momento, era lo mal que se estaba portando la sociedad con los sanitarios (y lo sigo afirmando en según qué circunstancias)

Pero después de 9 meses sin trabajar y replanteándome mi futuro durante cada segundo del día y de la noche, puedo decir con total seguridad que este tiempo me ha enseñado que: 1º-  también hay muchas otras personas buenas por las que vale la pena sonreir y esforzarme y 2º-  que no debo juzgar ni intentar cambiar a los otros, eso no está en mi poder porqué lo que hagan ellos con su vida y con su actitudes es cosa de ellos pero lo que sí puedo elegir es el modo en cómo yo encaro mi vida y cómo interactúo con esas personas.

Y ya lo decía Sócrates que el secreto del cambio es enfocar toda tu energía , no en la lucha contra lo viejo, sino en la construcción de lo nuevo, por tanto, he aprendido que juzgar a una persona no define quien es ella, define quien eres tu y cuando tú te dedicas no a regodearte en la destrucción existente sino en la construcción de todo lo que puedes mejorar te sientes bien y comienzas a ver como todo lo que te rodea también mejora. Como muestra os pondré una preocupación banal, no laboral pero muy mía y muy arraigada a mi. Llamé a mi amiga Laura que vive en Leioa para felicitarla por su santo y charlando, ella que me conoce, me preguntó como iba con mi peso. Y le contesté, pués Laura estoy como una albóndiga, pero la verdad es que estoy guapa y me siento bien. Por la noche mientras lo acostaba, se lo mencioné a mi hijo y le dije, para ti mejor croqueta, que ya se que las albóndigas no te gustan y me contestó: - Sí mama, eres una croqueta, pero una croqueta no de pollo, eres una croqueta rellena de amor.

No os imagináis la paz interior que me generó a mi el poderme aceptar estando no flaca (por no decir gorda que sinó mi psicóloga dice que me maltrato a mi misma verbalmente) y sentirme más bien que mal. 


Por eso, me pregunto si tal vez mi vocación, al igual que todas mis demás pajarracas, sólo necesitaba un descanso, un reseteo. No asentarse en lo malo sino construir lo bueno.

Quizás mi alma necesitaba hacer las paces con el mundo y yo misma obviamente, necesitaba aprender a gestionarme emocionalmente de un modo distinto.

Desde esta nueva perspectiva me siento un poco avergonzada de mis decisiones absolutistas, aquellas en las que me rasgo las vestiduras y afirmo tajantemente que no quiero más de esto o de aquello y que nunca más quiero sentirme esclava de eso o lo de más allá. Y se me llena la boca con términos extremistas como “nunca o siempre”, aunque eso no me resulte nuevo porque ya sabéis que siempre he sido de extremos. ¿Y veis? la palabra “siempre”. Ya lo hice de nuevo. :)

A mi favor voy a declarar que yo como ser, esencialmente pasional, llevo en mi ADN ese modo de verbalizar y por ende, decido del mismo modo también.


Por otro lado, mi última visita con Francina, mi psicóloga fue especialmente reveladora. Me contó que una de las máximas de la psicología según Carl Jung dice : “ lo que aceptas se transforma , lo que reprimes se refuerza” y yo, super orgullosa de mi misma le digo que ya aprendí a aceptarme y que justamente el “Samsara” que llevo tatuado significa aceptar mis sombras, mi parte oscura, que obviamente es contra la que lucho cada día para que desaparezca (y me autoadjudico un mini punto por ser una alumna tan aplicada),...y he ahí la gran revelación.

No,Cristina, bonita, el problema es que estás asumiendo que todas esas partes oscuras tuyas son malas y deben ser reprimidas y por tanto, todavía las estás reforzando más y más. Es decir el negro, como metafora, es un color igual de digno, puro y bueno como lo puede ser el amarillo. Nada de partes oscuras turbulentas ni ocho cuartos, son partes de mi misma y como tal debo aprender a abrazarlas y sólo de ese modo podré florecer como mi verdadero ser. Sinó voy siempre como coja, en plan mi parte derecha la uso porqué es bonita y bien, mi parte izquierda es más turbia por lo que no la puedo usar y voy funcionando por la vida como una hemipléjica mental crónica.

¿Y es que os habéis fijado alguna vez que de cosas aparentemente más feas o sin tanta pureza, salen cosas bonitas? No sé, las llamadas malas hierbas como la podagraria o la hierba gallinera por ejemplo, me consta que tienen flores preciosas si las dejas florecer. 

Algo así como un error convertido en acierto (y lo que me gusta a mi este concepto). Hablando de este tema mi hijo Jon me dió hace un tiempo una gran lección de vida (como tantas otras que cada día me dan mis hijos); Estábamos en Cuenca, lugar de nacimiento de mi padre, paseando por el puente de San Pablo que está repleto de candados cerrados a modo de ofrenda ceremoniosa. Jon me preguntó qué pasaría si cogieramos uno y yo le dije que no, que aquello eran ofrendas de alguien y no se debían tocar y como siempre para añadir un poco más de emoción a la história proseguí : - ¿Te imaginas que en estos candados están encerradas las almas de personas malas y al abrirlo las liberamos? ; a lo que él me contestó : ¿o te imaginas que lo que hay són almas buenas y liberándolas las estamos ayudando? Y me encantó que la perspectiva desde la que ve la vida, sea desde la bondad. Me decidí entonces a investigar sobre el significado del bien y el mal en relación a la esencia del ser humano y encontré una definición que me motivó : ¿qué es bueno y malo en la naturaleza humana ? La solución establece que lo bueno será lo congruente con esa naturaleza y lo malo, lo incongruente. Qué simple en el fondo…lo bueno va a ser cualquier cosa que sea coherente conmigo misma y punto.

Sé que tiendo a pensar en exceso y a menudo mis disertaciones se convierten en una tormenta de ideas sin ninguna línea argumental lógica aparente, pero de estas disertaciones suelo sacar yo después resoluciones que a mi me sirven y en estos días he concluido 2 importantes estudios : el de la zanahoria y el de nadar con gafas.

Empecemos por la zanahoria: 

¿Vosotros por donde empezáis a comer la zanahoria? Yo por la parte fina. Y me di cuenta que cuando llegaba a la parte más gruesa del final, no me parecía tan dulce el sabor y como a mi me gusta dejarme lo bueno para el final, pensé en empezar a comerla por la parte gruesa para que me quedará como último sabor, la dulzura de la parte fina.

Mi sorpresa fue que al primer mordisco noté el sabor dulce y al último volví a no sentirlo a pesar de haberle dado la vuelta. Ayer, antes de publicar la columna se lo conté a mi cuadrilla de amigos y hubo risas para todo, desde el doble sentido de comerse la zanahoria (que no lo hay, lo juro) hasta nuevas aportaciones que, como mi amiga Belén, asegura que debo comerme primero la parte externa porque lo dulce está en el palito de enmedio.

¿Y que he podido yo sacar en claro de este experimento sin sentido? Pues que no es cuestión de cambiar de dirección, sinó es cuestión de bocados de novedad. La dulzura, los buenos sabores me los aporta la novedad y cuando algo lo tengo ya muy masticado pierde su sabor y como buena Sagitario, que se lleva bien con las rutinas pero jamás con la monotonía he aprendido que lo que necesito es meter bocados de novedad de vez en cuando en todo lo que haga a partir de ahora. Cuando confirme la versión de Belén, podré reafirmar también (porqué eso ya me lo imaginaba yo ;) que la dulzura, la belleza y la bondad se encuentran en el interior de las personas o cosas y que la fachada miente a menudo y no debemos tenerla tan en cuenta.

El segundo estudio me sirvió para medir la distancia de confort, es decir, a mi la inmensidad me aturulla. Cuando me puse unas gafas de bucear por primera vez y metí la cabeza en medio del mar me sobrevino una explosión de grandeza bajo mis ojos que me desbordó. La imagen era preciosa, fue en Menorca, aguas cristalinas, peces, una profundidad infinita, hasta pude ver buceadores debajo de mi. Precioso pero demasiado exuberante, sentí algo así como una agorafobia submarina. En la piscina, aunque parezca mentira, me pasa algo similar. Hoy he bajado a nadar, lo hago con la máscara tipo escafandra del Decathlon, y si miro todo el tiempo hacia el otro borde de la piscina donde tengo que llegar, me aturulla la grandeza, veo hasta como unos pequeños remolinos en el suelo en lo más profundo y me crea cierta ansiedad.

En la décima y última piscina (lo sé soy un poco lenta de reacción) he decidido mirar justo debajo de mi casi intentando centrarme en mi propia sombra en lugar de hacia adelante y la sensación ha sido muchísimo más placentera y totalmente distinta.

¿Qué he aprendido de esta clase magistral de perspectiva? Pues que no necesito mirar tan palante hacia el futuro, que no necesito tanto saber hacía donde voy, que puedo centrarme en mi futuro inmediato o todavía mejor, en mi presente. En la sombra que reflejo hoy, que la de mañana tal vez sea diferente.


Asi que...ahi voy yo, a sentirme bondadosa en todo mi ser, a dejarme florecer, a no avanzarme y a darme bocados de novedad y después de tanta introspección, autoanálisis y libros de gestión emocional, de intentar medir los niveles óptimos de todas las hormonas de mi cuerpo porque señores, yo la teoría me la sé de memoria, el estrés y los nervios generan cortisol, la gratitud, los abrazos y la generosidad generan oxitocina. Y en medio de tanta teoría y tantos valores de más y niveles de menos decido dejarme llevar y aplicar el Chill de Laia, sencillamente dejar mecer mi barca y que la marea me lleve un poco donde quiera. Y así empecé a hacerlo ayer literalmente,bajé a chapotear a la piscina y me puse a hacer el muerto, dejándome flotar. I cerré los ojos y me abandoné y los abrí después de unos minutos porqué sentí algo en mi mano,la brisa había posado una flor preciosa y brillante en ella y en ese momento me sentí como la Ofelia de Millais y sinceramente, dejando aparte que en ese cuadro está representada en su lecho de muerte, la escena me resultó de lo más poética.

Ya para terminar este relato de experimentos sin sentido os contaré que mi amigo Enrique, me dijo hace poco que mi mente es demasiado inquieta para vivir en una ciudad pequeña. Tremendo piropazo, me encantó esa definición sobre mí, la verdad. ¿Y sabéis qué? Qué tiene razón, que ya no estoy en edad de quedarme con las ganas y que hace tiempo leí que siempre debes intentar volver al lugar donde te sentiste más viva.

Ese lugar, amigos, es la vida entera. De ella voy a seguir mordisqueando todo aquello que siempre fui y nunca dejé, voy a hincar el diente a todo aquello que me queda por descubrir y voy a saborear sin duda, eso que por circunstancias dejé de querer durante un rato pero que por suerte, pude reencontrar su dulzura a tiempo.

Hoy estoy muy contenta, hoy vuelvo a trabajar, con mi equipo, mis jefes y mis pacientes. Por fin, vuelvo a casa.



jueves, 3 de marzo de 2022

Ikigai

 Hace unos meses fui a constelar, es decir, hice una sesión de constelaciones familiares. Era mi primera vez y me apetecía mucho (ahora llevo ya 3 sesiones y me apetece todavía más) Para los que no estéis metidos en esta materia, constelar como yo lo entiendo,  es una técnica terapéutica para desbloquear traumas heredados.

Bien, cuando se lo intenté explicar a mis hijos, lo banalicé en cierto modo y lo simplifiqué diciendo que iba a intentar que me arreglaran el cerebro, a lo que mi hija de 9 años respondió : - ¿Por qué iban a tener que arreglarte el cerebro, es que lo tienes cuadrado y no no redondo como todo el mundo?


Tanta sabiduría en un cuerpecillo tan pequeño…, me alucino yo misma de la cantidad de cosas que aprendo de mis niños cada día, así que tiré del hilo que había empezado mi hija.

¿Por qué vivo con la sensación constante de que necesito ser arreglada? ¿Por qué me siento siempre como una muñeca rota a la que le hace falta renovar sus piezas? Y es que desde que me levanto hasta que me acuesto, incluso mientras duermo diría yo, vivo maquinando el modo de instalar un software más adecuado a mi según yo, desactualizado sistema.

Que contenga más prestaciones, más seguridad para responder a las amenazas externas, mejor tarjeta de memoria, mejores gráficos, etc. Y no sabéis lo agotador que es sentir a todas horas que mi actual versión ya no sirve.

Hasta cierto día en el que por deseo del azar (o no) me tocó encontrarme con un señor muy maleducado y furioso que entró en mi trabajo por la puerta de atrás estando todavía el centro cerrado. La situación no pasó de una increpación verbal hacía mi persona, un sentimiento de acorralamiento contra una pared y un sacar mi conocido carácter de macarra barriobajera para echarlo a la calle de la manera más educada posible mientras enseguida acudía un compañero mío a ayudarme.

¿Sinceramente? una más de tantas y tantas que nos comemos los sanitarios cada día. Y no voy a entrar si con razón o sin ella, si con causa justificada en un 100% ,en un 50 o en un cero. No quiero plantearme si este odio y culpabilización de todo lo mal que funciona nuestro sistema que está recayendo en mi colectivo precisamente, por aquellos que tanto nos aplaudían cada noche a las 20h es lícito o no. El tema es que desde el fin de la primera o segunda ola de esta puta pandemia covid siento que no cabe en mí tanta decepción, pena y desvocación absoluta. Y no me asustaron los cambios de protocolo cada 4 horas, ni las duras jornadas vestidos de astronautas desinfectandonos unos a otros con sprays de lejía que penetraba a través de los trajes, las marcas en la cara por las mascarillas, las pantallas y protecciones, el ir a visitar a sus casas a todos los pacientes que requerían de atención urgente o curas diarias ineludibles, el sudor que nos caía a chorretones sin poder beber agua para no romper la barrera de protección, ni la incertidumbre, ni el miedo a lo que pudiera pasarnos a nosotros o nuestros familiares, no me importó el volver a casa cada día y dormir aislada de mis hijos y mi marido e interactuar de lejos y con mascarilla, no me amedrentaron las decenas de muertes de pacientes muy conocidos y los pocos recursos de un sistema sanitario que estaba colapsado; por qué allí estábamos nosotros para lo que hiciera falta y buenamente pudiéramos ofrecer porque ese es nuestro trabajo y nos pagan para esto por qué es lo que elegimos por decisión propia en su día, ni más ni menos. No somos ni fuimos héroes, tan solo seguimos haciendo nuestro trabajo;  y no entiendo como se nos acusa en ciertos ámbitos de estar con la puerta cerrada desatendiendo a los pacientes siendo que mi equipo desde el momento uno nos lanzamos a la calle a realizar jornadas maratonianas para dar atención en sus casas a todos los que antes acudían al centro para así pudieran mantener su confinamiento sin que sus necesidades de curas se vieran alteradas. A mi lo que me ha devastado el alma es este doctor Jekyll y Mister Hyde que he vivido de muchos conciudadanos, no con el sistema de salud, que obviamente no funciona sino con los que estamos desde el principio en primera línea para intentar ayudar. No nos merecemos esto. Nadie se merece ir a su puesto de trabajo cada día con miedo por las agresiones verbales y físicas a las que se va a tener que enfrentar por una situación que no está en nuestra mano porqué somos peones igual que todos. Movilicemos masas, manifestemonos, hagamos lo que se nos pueda ocurrir para reclamar un sistema que solvente nuestras necesidades como dignatarios de una atención sanitaria de calidad, pero por el amor de Dios, a los de arriba de todo, a los mandatarios del país, no a los que estamos trabajando con la mejor voluntad y del mejor modo que podemos o nos dejan.

Yo estaba segura que la pandemia nos convertiría en personas mejores, yo veía los balcones con arco iris pintados y la gente aplaudiendo y me sentía abrumada , como cuando en las películas se organizan todos a una para la batalla y unos cosen redes, los otros afilan lanzas, aquellos preparan alimentos y estos construyen trincheras. Así me sentía yo y que engañada estaba. A mi, personalmente, la pandemia me hizo recapacitar muchísimo. Entiendo que cada uno la vivió a su modo, y yo que la viví (después de la jornada diaria de trabajo) en la protección de mi hogar con todos los miembros de la familia a salvo y con nuestros sueldos asegurados, esa desgracia mundial de muerte y destrucción masiva a mí me generó un punto de inflexión que no había conseguido descifrar hasta ahora pasados ya 2 años.

Lo que empezó con un bienestar físico por haber frenado la actividad fuera de horario laboral, sin extraescolares, sin eventos sociales y todo lo que se genera en nuestra cotidianidad, fue precedido por una gran sensación de calma emocional. Era como si mi cerebro se hubiera ralentizado también, no debía preocuparme por nada más que por lo básico.Entiendo que muchas personas han vivido, desgraciadamente, una pandemia muy diferente con muchas preocupaciones tal vez de salud, con pérdidas de familiares o amigos, con problemas económicos y laborales. No fue mi caso y por eso pude concentrarme en esa sensación de bienestar que os cuento. 

Fue pasando el tiempo y volvimos a nuestra cotidianidad post confinamiento y así iba tirando yo en las circunstancias de sociedad modo Mr. Hyde hasta ese día en mi trabajo cuando me interpeló ese señor que os explicaba al principio.

Y ya no pude más. En ese momento me dieron la baja laboral porqué sufrí una especie de crisis de ansiedad después de haberme zafado de aquel señor.

Y aquí me encuentro, metida de lleno en una introspección profunda ayudada por Francina, mi psicóloga y Laura, mi consteladora como nuevos agentes externos y por mis familiares, amigos, mis compañeros de trabajo y mi jefatura que han estado apoyándome en todo desde el minuto cero.Sin olvidar las que yo llamo pastillas de la felicidad que son unos antidepresivos prescritos por mi médico que a pesar de mi reticencia inicial han resultado ser un apoyo magnífico.

El resultado de esta disertación emocional ha tenido una conclusión muy clara y muy sencilla: 

Llevo años intentando ser alguien que no soy y me he cansado. Y ya está. 

No soy valiente, tengo mil miedos, me aturullo rápidamente, me ofendo aún más rápido, no me gusta el deporte ni comer sano, no me sé las tablas de multiplicar y sumo con los dedos,me abandono fácilmente al vicio de ir todo el dia en pijama, no soy simpática por naturaleza y disfruto muchísimo estando yo sola con mi mundo interior, sea para bien o para mal, me siento muy intimidada por las mujeres muy guapas o interesantes y me fastidia un montón que además sean bonitas también por dentro.

Mi vida se había convertido en un tira y afloja de odio y aceptación hacía mi misma que era  siempre más de  tira que de afloja. Y en mitad de todo esto de repente empecé a visualizarme con una luz azul que me iba subiendo desde los pies y la sentía ya por los tobillos camino a los gemelos y llegando a las rodillas. Y me dejé invadir por ella.

Y empecé a quererme, retomé la lectura y leí libros que tenía aparcados desde hacía años, recuperé libros que me habían regalado y había despreciado por no sentir que iban conmigo e incluso sentirlos malintencionados.Me permití verme con nuevos ojos y quitarme las cadenas que me ataban a la dieta crónica, al verme fatal, al pensar que pierdo valor como persona por el simple hecho de estar gorda, a sentir que no merezco ser feliz o deseada por no tener un cuerpo de revista y descubrí el concepto del positivismo corporal y lo abracé en todo su esplendor.

Aprendí que en las relaciones uno puede estar hablando en ruso y el otro en chino y en el fondo estar diciendo lo mismo y que el ritmo que realmente funciona es el propio de cada uno. En el momento en que he decidido ir a mi ritmo y no intentar acoplarme al ritmo de nadie ni intentar que otros se acoplen al mio,he conseguido sentirme en paz. Estoy disfrutando de tener mi mente ocupada tejiendo y haciendo croché, cosiendo y haciendo bolsos, dibujando, escribiendo, creando a mi antojo y dejando libre mi imaginación.

Estoy sintiendo que no hay casi nada que no pueda relativizarse y que nada vale una bronca o un sentimiento de tristeza, que para disfrutar del amor verdadero has de saber dejarlo libre y tengo sentimientos muy firmes sobre cómo quiero que sea mi vida a partir de ahora. No quiero sentirme esclavizada por nada y desgraciadamente he descubierto que 

me siento intranquila, insegura y angustiada un alto porcentaje del tiempo que dedico a mi profesión y no quiero sentirme así.

Contra mejor me siento conmigo misma más me doy cuenta que no quiero trabajar de enfermera asistencial y me surgen infinidad de ideas utópicas e irreales como montar un hogar para refugiados, vender cupcakes o macramé, montar una sociedad paralela en la que vibremos todos en la misma onda (lástima, no funcionó cuando lo intentaron nuestros predecesores setenteros y tampoco tengo fe en que funcionara ahora).

Y pasadas todas estas ideas no pragmáticas para la economía que necesito, por fin entiendo que tengo derecho a cambiar de trabajo, cosa que  a bote pronto me supone un problemón enorme porque es mi profesión desde hace 15 años y además me quedan otros veintitantos de vida laboral por delante.Y decido que a pesar de la gran cárcel logística en la que me encuentro laboralmente, tengo fe en la idea de que es lícito cambiar de ikigai tantas veces como yo quiera. Puesto que en  ningún sitio especifica que el ikigai deba ser estático y eterno, tal vez la clave sea que mi estabilidad reside en cambiar de ikigai cada cierto tiempo.

Y no me siento para nada en mitad de un duelo por pérdida de identidad profesional, ni me siento que haya perdido 15 años ni una carrera universitaria.Nada más lejos de la realidad. Me siento como que he terminado un capítulo de un libro de relatos cortos (o no tan cortos, que 15 años no son moco de pavo) y ahora iré a por el siguiente episodio.

No se como acabará este nuevo episodio y de hecho creo que aun no he terminado de pasar la página final del anterior porqué siento que todavía me queda dentro una importante vocación de enfermera asistencial que está volviendo a asomar la
cabecita a medida que va transcurriendo mi tiempo de recuperación, lo que sí sé es que de un tiempo a esta parte me siento bien, feliz y en calma, me quiero con mis lorzas de más y con mis esclavitudes de menos. Estoy contenta con el sendero por el que está transcurriendo mi vida y muy agradecida por todos mis compañeros de viaje que caminan junto a mi, así que  estoy convencida que la flecha de mi brújula, me dirija hacia donde me dirija, seguirá marcando el camino hacia la felicidad.