jueves, 3 de marzo de 2022

Ikigai

 Hace unos meses fui a constelar, es decir, hice una sesión de constelaciones familiares. Era mi primera vez y me apetecía mucho (ahora llevo ya 3 sesiones y me apetece todavía más) Para los que no estéis metidos en esta materia, constelar como yo lo entiendo,  es una técnica terapéutica para desbloquear traumas heredados.

Bien, cuando se lo intenté explicar a mis hijos, lo banalicé en cierto modo y lo simplifiqué diciendo que iba a intentar que me arreglaran el cerebro, a lo que mi hija de 9 años respondió : - ¿Por qué iban a tener que arreglarte el cerebro, es que lo tienes cuadrado y no no redondo como todo el mundo?


Tanta sabiduría en un cuerpecillo tan pequeño…, me alucino yo misma de la cantidad de cosas que aprendo de mis niños cada día, así que tiré del hilo que había empezado mi hija.

¿Por qué vivo con la sensación constante de que necesito ser arreglada? ¿Por qué me siento siempre como una muñeca rota a la que le hace falta renovar sus piezas? Y es que desde que me levanto hasta que me acuesto, incluso mientras duermo diría yo, vivo maquinando el modo de instalar un software más adecuado a mi según yo, desactualizado sistema.

Que contenga más prestaciones, más seguridad para responder a las amenazas externas, mejor tarjeta de memoria, mejores gráficos, etc. Y no sabéis lo agotador que es sentir a todas horas que mi actual versión ya no sirve.

Hasta cierto día en el que por deseo del azar (o no) me tocó encontrarme con un señor muy maleducado y furioso que entró en mi trabajo por la puerta de atrás estando todavía el centro cerrado. La situación no pasó de una increpación verbal hacía mi persona, un sentimiento de acorralamiento contra una pared y un sacar mi conocido carácter de macarra barriobajera para echarlo a la calle de la manera más educada posible mientras enseguida acudía un compañero mío a ayudarme.

¿Sinceramente? una más de tantas y tantas que nos comemos los sanitarios cada día. Y no voy a entrar si con razón o sin ella, si con causa justificada en un 100% ,en un 50 o en un cero. No quiero plantearme si este odio y culpabilización de todo lo mal que funciona nuestro sistema que está recayendo en mi colectivo precisamente, por aquellos que tanto nos aplaudían cada noche a las 20h es lícito o no. El tema es que desde el fin de la primera o segunda ola de esta puta pandemia covid siento que no cabe en mí tanta decepción, pena y desvocación absoluta. Y no me asustaron los cambios de protocolo cada 4 horas, ni las duras jornadas vestidos de astronautas desinfectandonos unos a otros con sprays de lejía que penetraba a través de los trajes, las marcas en la cara por las mascarillas, las pantallas y protecciones, el ir a visitar a sus casas a todos los pacientes que requerían de atención urgente o curas diarias ineludibles, el sudor que nos caía a chorretones sin poder beber agua para no romper la barrera de protección, ni la incertidumbre, ni el miedo a lo que pudiera pasarnos a nosotros o nuestros familiares, no me importó el volver a casa cada día y dormir aislada de mis hijos y mi marido e interactuar de lejos y con mascarilla, no me amedrentaron las decenas de muertes de pacientes muy conocidos y los pocos recursos de un sistema sanitario que estaba colapsado; por qué allí estábamos nosotros para lo que hiciera falta y buenamente pudiéramos ofrecer porque ese es nuestro trabajo y nos pagan para esto por qué es lo que elegimos por decisión propia en su día, ni más ni menos. No somos ni fuimos héroes, tan solo seguimos haciendo nuestro trabajo;  y no entiendo como se nos acusa en ciertos ámbitos de estar con la puerta cerrada desatendiendo a los pacientes siendo que mi equipo desde el momento uno nos lanzamos a la calle a realizar jornadas maratonianas para dar atención en sus casas a todos los que antes acudían al centro para así pudieran mantener su confinamiento sin que sus necesidades de curas se vieran alteradas. A mi lo que me ha devastado el alma es este doctor Jekyll y Mister Hyde que he vivido de muchos conciudadanos, no con el sistema de salud, que obviamente no funciona sino con los que estamos desde el principio en primera línea para intentar ayudar. No nos merecemos esto. Nadie se merece ir a su puesto de trabajo cada día con miedo por las agresiones verbales y físicas a las que se va a tener que enfrentar por una situación que no está en nuestra mano porqué somos peones igual que todos. Movilicemos masas, manifestemonos, hagamos lo que se nos pueda ocurrir para reclamar un sistema que solvente nuestras necesidades como dignatarios de una atención sanitaria de calidad, pero por el amor de Dios, a los de arriba de todo, a los mandatarios del país, no a los que estamos trabajando con la mejor voluntad y del mejor modo que podemos o nos dejan.

Yo estaba segura que la pandemia nos convertiría en personas mejores, yo veía los balcones con arco iris pintados y la gente aplaudiendo y me sentía abrumada , como cuando en las películas se organizan todos a una para la batalla y unos cosen redes, los otros afilan lanzas, aquellos preparan alimentos y estos construyen trincheras. Así me sentía yo y que engañada estaba. A mi, personalmente, la pandemia me hizo recapacitar muchísimo. Entiendo que cada uno la vivió a su modo, y yo que la viví (después de la jornada diaria de trabajo) en la protección de mi hogar con todos los miembros de la familia a salvo y con nuestros sueldos asegurados, esa desgracia mundial de muerte y destrucción masiva a mí me generó un punto de inflexión que no había conseguido descifrar hasta ahora pasados ya 2 años.

Lo que empezó con un bienestar físico por haber frenado la actividad fuera de horario laboral, sin extraescolares, sin eventos sociales y todo lo que se genera en nuestra cotidianidad, fue precedido por una gran sensación de calma emocional. Era como si mi cerebro se hubiera ralentizado también, no debía preocuparme por nada más que por lo básico.Entiendo que muchas personas han vivido, desgraciadamente, una pandemia muy diferente con muchas preocupaciones tal vez de salud, con pérdidas de familiares o amigos, con problemas económicos y laborales. No fue mi caso y por eso pude concentrarme en esa sensación de bienestar que os cuento. 

Fue pasando el tiempo y volvimos a nuestra cotidianidad post confinamiento y así iba tirando yo en las circunstancias de sociedad modo Mr. Hyde hasta ese día en mi trabajo cuando me interpeló ese señor que os explicaba al principio.

Y ya no pude más. En ese momento me dieron la baja laboral porqué sufrí una especie de crisis de ansiedad después de haberme zafado de aquel señor.

Y aquí me encuentro, metida de lleno en una introspección profunda ayudada por Francina, mi psicóloga y Laura, mi consteladora como nuevos agentes externos y por mis familiares, amigos, mis compañeros de trabajo y mi jefatura que han estado apoyándome en todo desde el minuto cero.Sin olvidar las que yo llamo pastillas de la felicidad que son unos antidepresivos prescritos por mi médico que a pesar de mi reticencia inicial han resultado ser un apoyo magnífico.

El resultado de esta disertación emocional ha tenido una conclusión muy clara y muy sencilla: 

Llevo años intentando ser alguien que no soy y me he cansado. Y ya está. 

No soy valiente, tengo mil miedos, me aturullo rápidamente, me ofendo aún más rápido, no me gusta el deporte ni comer sano, no me sé las tablas de multiplicar y sumo con los dedos,me abandono fácilmente al vicio de ir todo el dia en pijama, no soy simpática por naturaleza y disfruto muchísimo estando yo sola con mi mundo interior, sea para bien o para mal, me siento muy intimidada por las mujeres muy guapas o interesantes y me fastidia un montón que además sean bonitas también por dentro.

Mi vida se había convertido en un tira y afloja de odio y aceptación hacía mi misma que era  siempre más de  tira que de afloja. Y en mitad de todo esto de repente empecé a visualizarme con una luz azul que me iba subiendo desde los pies y la sentía ya por los tobillos camino a los gemelos y llegando a las rodillas. Y me dejé invadir por ella.

Y empecé a quererme, retomé la lectura y leí libros que tenía aparcados desde hacía años, recuperé libros que me habían regalado y había despreciado por no sentir que iban conmigo e incluso sentirlos malintencionados.Me permití verme con nuevos ojos y quitarme las cadenas que me ataban a la dieta crónica, al verme fatal, al pensar que pierdo valor como persona por el simple hecho de estar gorda, a sentir que no merezco ser feliz o deseada por no tener un cuerpo de revista y descubrí el concepto del positivismo corporal y lo abracé en todo su esplendor.

Aprendí que en las relaciones uno puede estar hablando en ruso y el otro en chino y en el fondo estar diciendo lo mismo y que el ritmo que realmente funciona es el propio de cada uno. En el momento en que he decidido ir a mi ritmo y no intentar acoplarme al ritmo de nadie ni intentar que otros se acoplen al mio,he conseguido sentirme en paz. Estoy disfrutando de tener mi mente ocupada tejiendo y haciendo croché, cosiendo y haciendo bolsos, dibujando, escribiendo, creando a mi antojo y dejando libre mi imaginación.

Estoy sintiendo que no hay casi nada que no pueda relativizarse y que nada vale una bronca o un sentimiento de tristeza, que para disfrutar del amor verdadero has de saber dejarlo libre y tengo sentimientos muy firmes sobre cómo quiero que sea mi vida a partir de ahora. No quiero sentirme esclavizada por nada y desgraciadamente he descubierto que 

me siento intranquila, insegura y angustiada un alto porcentaje del tiempo que dedico a mi profesión y no quiero sentirme así.

Contra mejor me siento conmigo misma más me doy cuenta que no quiero trabajar de enfermera asistencial y me surgen infinidad de ideas utópicas e irreales como montar un hogar para refugiados, vender cupcakes o macramé, montar una sociedad paralela en la que vibremos todos en la misma onda (lástima, no funcionó cuando lo intentaron nuestros predecesores setenteros y tampoco tengo fe en que funcionara ahora).

Y pasadas todas estas ideas no pragmáticas para la economía que necesito, por fin entiendo que tengo derecho a cambiar de trabajo, cosa que  a bote pronto me supone un problemón enorme porque es mi profesión desde hace 15 años y además me quedan otros veintitantos de vida laboral por delante.Y decido que a pesar de la gran cárcel logística en la que me encuentro laboralmente, tengo fe en la idea de que es lícito cambiar de ikigai tantas veces como yo quiera. Puesto que en  ningún sitio especifica que el ikigai deba ser estático y eterno, tal vez la clave sea que mi estabilidad reside en cambiar de ikigai cada cierto tiempo.

Y no me siento para nada en mitad de un duelo por pérdida de identidad profesional, ni me siento que haya perdido 15 años ni una carrera universitaria.Nada más lejos de la realidad. Me siento como que he terminado un capítulo de un libro de relatos cortos (o no tan cortos, que 15 años no son moco de pavo) y ahora iré a por el siguiente episodio.

No se como acabará este nuevo episodio y de hecho creo que aun no he terminado de pasar la página final del anterior porqué siento que todavía me queda dentro una importante vocación de enfermera asistencial que está volviendo a asomar la
cabecita a medida que va transcurriendo mi tiempo de recuperación, lo que sí sé es que de un tiempo a esta parte me siento bien, feliz y en calma, me quiero con mis lorzas de más y con mis esclavitudes de menos. Estoy contenta con el sendero por el que está transcurriendo mi vida y muy agradecida por todos mis compañeros de viaje que caminan junto a mi, así que  estoy convencida que la flecha de mi brújula, me dirija hacia donde me dirija, seguirá marcando el camino hacia la felicidad.