domingo, 27 de noviembre de 2022

44

  


Ahora que han llegado mis 44 y como es habitual en mis últimas vueltas al Sol, me gusta hacer reflexión de lo acontecido en estos últimos 365 días y oye, este año ha sido de lo más revelador.

Todos sabéis que después de una catarsis absoluta, a través de diferentes puntos de apoyo conseguí darme cuenta que hacía demasiado tiempo que vivía sumida en un gris crónico que me aportaba una infelicidad e insatisfacción interna constante sin motivo.

Lo que es más importante es que conseguí salir de ese gris, sintiéndome hoy mismo incapaz de expresar en palabras la inmensa sensación de felicidad general que me envuelve en mi día a día actual.

¿Qué ha cambiado? Mismo trabajo, misma familia, mismos amigos, mismo lugar de residencia, mismo cuerpo.

No puedo decir que haya cambiado ni yo misma como persona, soy la misma, con mis lorzas de más, mi cálculo mental de menos, mi impaciencia de mucho y mi constancia de bajo cero.

Nada ha cambiado excepto mi punto de vista. Tan fácil como eso. 

Simplemente ahora pongo el foco en lo bueno que tengo, que para mi sorpresa, es mucho.

Simplemente ahora me siento agradecida por todas esas toneladas de favorabilidad que tengo a diario, y simplemente ahora, discierno con claridad qué cosas pueden amargarme mi tiempo y cuáles no ¿Y sabéis qué? hay bien pocas que cumplan las características necesarias para ello porqué si os fijais como dice Amapolas:  “Erase una vez una puerta cerrada, una ventana abierta y una mujer valiente. Fin.”

Ese quiero que sea mi libro de cabecera todas las noches, no necesitar nada más que eso en mi pensamiento porqué sé que con eso y millones de ventanas, lo tengo todo.

Y le doy vueltas a eso …una puerta cerrada, una ventana abierta y una mujer valiente….

una mujer valiente…

mujer…

valiente…

Desde siempre me gusta la valentía, así en general, sin género, no como cuando es femenina que entonces no me gusta, me fascina.

Soy muy fan de ciertas mujeres que para mi son o fueron valientes, Karen Blixen, Frida Kahlo, Ana Fisher y muchas más. Y tal vez lo que para mi es valentía para vosotros es una caca pinchada en un palo, pero qué más me da. Valentía es precisamente que te de lo mismo que tu opinión sea diferente a la del resto de la gente.

He buscado la diferencia entre coraje y valentía y resulta que esta última es hacer algo peligroso sin pensar, mientras que en el coraje caminamos hacia el peligro a sabiendas de los riesgos.

En este caso debo decir que, para mi, valentía se equipararía a inconsciencia y por lo tanto no me parece demasiado aplaudible.

Me quedo pues, con el coraje. Empecemos de nuevo.

Me gusta el coraje, así en general, sin género, no como cuando es femenino que entonces no me gusta, me fascina.

Y no creo que para ser corajosa sea necesario luchar contra un león o saltar de un rascacielos en salto base, a mi las muestras de coraje que me maravillan son las cotidianas.


Y de sobras sé que mis muestras cotidianas en este terreno, y doy mil gracias por ello, no recaen en tener que buscar comida o pasar penurias para pagar la hipoteca, tampoco en luchar contra una enfermedad, ni sufrir por algún familiar o amigo. Mis complicaciones sólo tienen que ver conmigo y mis propias trabas emocionales y ya solamente por eso son infinidad de veces más triviales que las de cualquier otra persona con problemas graves.

Yo veo coraje en mi vida cuando estás hecha polvo y aun así te arreglas y te pones tu vestido más colorido para salir a la calle y también lo es cuando te pasas todo por el forro y decides salir sin peinar, con el pantalón de tu pijama negro y con la ralla del rímel corrida porque no te apetece lavarte ni la cara.

Precisamente ese cambio de paradigma en mi mente, el no autoimponerme ciertas normas, para mi, es sinónimo de coraje.

Coraje por querer romper cadenas mentales, tapujos y prejuicios. Me entusiasman las personas que superan sus límites y deciden de qué manera exacta quieren vivir su vida y quieren dirigir su cuerpo y su mente. Cuando esa decisión proviene de una misma y además de pensarlo, lo llevas a cabo, la sensación que se genera es como un terremoto bajo tus pies que te sacude cuerpo y alma y te hace literalmente, volar.

Y no me cabe duda que la humanidad siempre ha tenido miedo a las personas, en este caso, a las mujeres que vuelan, ya sea por ser Amelia Earhart , ser brujas o por ser libres. 

Y eso es precisamente lo que yo quiero ser, libre. Bruja puede que ya lo sea.

El punto clave de esta disertación es que he aprendido que no puede haber libertad sin coraje y ahí es donde yo quería llegar.

En mi caso he necesitado coraje para superar dos fobias concretas que me limitaban enormemente y por consiguiente me restaban libertad. Una creo que la tengo superada, la otra estoy en ello.

Necesité coraje para parar, bajarme del mundo laboral por unos meses y resetearme para volver a conectar.

Tuve que emplear también coraje para replantear ciertos aspectos en mi relación de pareja y exponerme ante esta con mis verdaderas necesidades y deseos.

Coraje para enfrentarme a pacientes descontentos con el sistema, que tienen la razón la mayoría de las veces, a los que no puedo solventar sus dificultades pero si puedo transmitirles que aunque sea desde la base asistencial hay profesionales que nos preocupamos por su bienestar y creedme, ese acompañamiento ha repercutido en más satisfacción al final del día para mi que esfuerzo.

Coraje para aceptar que mis partes oscuras no lo son, y como dice Drexler, darles asilo. Abrir mis brazos y cerrarlos con ellas dentro. Llevar mis nubes a otros cielos de nubes pasajeras y sin duda, preferir lamer después mis heridas a que mi valentía (esta vez sí) pierda filo.

Coraje para llevar a la práctica algo que alguien me dijo una vez sobre que si no puedes, al menos, intentarlo por ti misma, es que no es para ti.

Coraje para aprender a mirarme al espejo y anteponer felicidad a castigo (aunque si os soy sincera ese tema es una veleta viviente, puedo estar a full con el Body Positive y simultáneamente comprarme una faja más fuerte que el acorazado Potemkin)

Y por encima de todo, coraje para reconocer que estaba caminando por el sendero equivocado, que teniéndolo todo sentía que no disponía de nada y decretar un golpe de estado conmigo misma para empezar de cero y agradecer todo lo bueno que tengo.

Agradecer diariamente desde la salud general de toda mi familia hasta la siesta que puedo echarme los días que trabajo de mañana, desde la maravillosa red social de amigos que tengo hasta mis espacios de mindfulness desayunando en la mesa de la cocina con mi velita con aroma a bosque de invierno encendida.

Desde nuestra gran y modesta casa en el pueblo, sus gentes, sus actividades y ese “je ne sais quoi ” que tiene Alborge en esencia, que te atrapa y me aporta tanta felicidad hasta mi diminuto taller de creación de pintura, escritura y costura que he podido robar de un rinconcito de mi salón.

Por aquellos que me han enseñado a hacer el amor (y no la guerra).

Por mi IncrediBunch, mis padres, mis amigos y mis compis de trabajo, que siempre están.

Por todo esto y muchísimo más me siento tan bendecida en este último año, y me doy cuenta lo importante que ha resultado ese coraje del que os hablaba para llegar a este momento de claridad emocional. Tanto es así que creo que mi piropo favorito a partir de ahora debería ser ese por qué cuando esta columna era sólo un boceto inconexo (que es como se inician todas mis columnas de hecho) pensé de título algo así como “mi tipo de mujer ideal” y como siempre, la descripción era una mujer con más de esto, menos de aquello, sin demasiado de lo otro, y vi que las modificaciones necesarias para llegar a mi ideal recaían en un alto porcentaje en cualidades de belleza exterior. Cierto es que esa belleza es hermosa para la vista y confiere una gracia especial a quien la posee y yo precisamente le doy mucha importancia, pero con mi nuevo arquetipo, yo quisiera sobre todo, centrarme en tener más de la otra, ese tipo de belleza que tambalea los cimientos del suelo con su paso firme, que refresca el espacio como una brisa del Ártico, que dirige su rumbo con su propio faro interior, esa belleza que tiene la fuerza para hacer que los planetas giren.

Justo para eso me viene como anillo al dedo una frase de Rupi Kaur que dice: “quiero disculparme con todas las mujeres a las que he llamado guapas antes de haberlas llamado inteligentes o valientes, siento haberlo hecho sonar como si algo tan simple como es con lo que has nacido, es lo máximo de lo que tienes que estar orgullosa cuando tu espíritu ha aplastado montañas. De ahora en adelante diré cosas como eres resiliente o eres extraordinaria no porque no piense que eres guapa sino porque eres mucho más que eso.”

A la vista de todos estos pensamientos, diría que mi mujer ideal no existe, es un poco de esto y algo de aquello pero sobre todo estoy segura que no nace, se hace. 

Mucho tiempo ha pasado desde que Josu me dijo , que era calcada a la Jane Porter de Tarzán de Disney, en su momento no lo tomé como algo a resaltar pero hoy al releer una descripción que encontré hace años y me gustó mucho pero con la que no conseguí verme identificada, de repente, me he reflejado en ella como aquella Jane. Y me ha hecho sentir bien.

“Ella , que es más de personas que de cosas, más de momentos que de regalos y que nunca se rinde mientras busca lo que la hace feliz” y yo no soy nadie para decir lo que el mundo necesita, pero si soy alguien para decir lo que yo necesito y por tanto quiero que haya más de eso. Quiero más de esa Jane y quiero más de ese coraje, de esa libertad y sin duda, de esa felicidad que percibo como recién estrenada.

Permitidme pues, que me ponga manos a la obra para mantenerla, mínimo, en mis nuevos 44.