martes, 17 de octubre de 2023

Regamos?


V
oy tomar el camino equivocado

Voy a salirme de la trayectoria

Voy a meterme en líos, jugar con fuego

Incumplir las normas…

Son los versos de la canción que he escuchado hoy al abrir Spotify al ir a trabajar, que no sería nada especial porque la he escuchado mil veces antes de hoy.

Lo que quizás no sabéis es que yo pongo mi lista de reproducción en modo aleatorio y siento que la primera canción que sale lo hace para darme algún mensaje del que debo sacar algún aprendizaje.

Ayer me salió Asilo de Jorge Drexler con su quiero que te desnudes como si fuera algo corriente, como si verte desnuda, no me aturdiera tan sistemáticamente… ; que me deja sin palabras, tremenda, inmensa, inigualable.

Hoy mira tú por donde me ha salido esta que habla de saltarse las normas. Y es que casualmente ayer decidí cumplir una norma laboral en tema de vestuario que no cumplía.

No se puede llevar el uniforme de trabajo a casa para lavarlo,es ilegal. Como a mi me gusta llevar un uniforme azul o verde en lugar del típico blanco pues debía llevarmelo porque si lo mando a lavandería del centro, al no ser el estándar, no vuelve.

Y el otro día pensé, oye mira, voy a hacerlo fácil. Qué se ha de llevar uniforme blanco pues se lleva; qué se tiene que lavar en la lavandería del centro pues se lava. Y así sin más, todos más tranquilos.

Parece mentira pero el asumir que voy a cumplir esta norma tan tonta, no sabéis la tranquilidad que me aporta. Hablando con mi jefe le contaba que a mi en realidad me gusta mucho cumplir las normas porqué siento que estoy haciendo bien mis obligaciones y me ayuda además a no descarriarme; También me eximen de pensar un poco y de tener que tomar ciertas decisiones y a mi eso, me resta un porcentaje de ansiedad.

Pero, si os soy completamente sincera (y sabéis que en mis escritos, lo soy) el trabajo es uno de los pocos sitios en el que cumplo 100% las normas.

Fuera de allí soy tan flexible conmigo misma y tan poco estricta que reescribo mi propio cuento a mi modo las veces que me plazca. Un poco así como diría Groucho Marx “estos son mis principios; si no le gustan tengo otros” pero cambiandolos a placer cuando a la que no le gustan es a mi misma.

Si además llegan a mis oídos historias de muertes inesperadas, accidentes, enfermedades y desavenencias varias de la vida, todavía me reafirmo más en esa flexibilidad y mis emociones adquieren un slogan de “ todo sí”, de no convertirme en una de esas personas que fallecen a los 80 pero que llevan muertos desde los 30. Así que tengo claro que hay que ser feliz, ser agradecida y vivir con alegría el máximo de momentos posibles, como hoy, que precisamente he ido a curar a una señora a su casa que tiene una neoplasia muy avanzada que le ha ocasionado unas heridas verdaderamente feas. Tendriais que ver la buena actitud que tiene frente a la (poca) vida que le queda. Es impresionante y como tal, se lo he dicho. La he felicitado por esa energía tan fantástica que desprende que te da una lección de esas que a mi me hacen tanta falta. Y su respuesta ha sido: - “no importa, ponte a malas con las cosas si te surge; las tendrás que hacer igual y encima estarás de mal humor”. Y he pensado cuánta razón en esas palabras y me he entretenido un buen rato en reflexionar sobre ello: 

Me gusta cuidar a mis pacientes. En anteriores columnas he verbalizado que no quería ser ya enfermera, que estaba desilusionada y decepcionada con ciertas actitudes de la gente pero desde que volví al ruedo hace ya más de un año, ciertamente me siento muy a gusto y agradecida por las constantes muestras de cariño que recibo de ellos cada día.

Y tal vez sea porqué como leí hace poco: “ los últimos cincuenta años nos centramos menos en el yo y más en el nosotros. Menos en el egoísmo y más en servir a los demás. Dejamos de añadir cosas nuevas a nuestras vidas y empezamos a quitar y a simplificar. Aprendemos a saborear la belleza sencilla, nos sentimos agradecidos por los pequeños milagros, apreciamos el valor inapreciable de la paz mental, pasamos más tiempo cultivando las conexiones humanas y llegamos a entender que quien gana es el que más da. Y lo que queda de tu vida entonces se convierte en la sola dedicación a amar la vida como tal, y tu única ocupación es ser amable con los demás. Y esto tiene el potencial de convertirse en tu puerta de entrada a la inmortalidad “.

Y es que precisamente he comprobado en mis carnes lo bien que resulta cuando eres amable y destilas ganas de ayudar y cuidar. Precisamente ahí es donde veo lo necesario que es no centrarse en la actitud del otro; es decir, el otro viene a malas, tú a buenas; el otro viene con ganas de bronca, tú sigue a buenas; el otro viene con malas palabras, tú a más buenas aún. Y aunque me suena todo eso a poner la otra mejilla cuando yo precisamente no soy de esas, veo claramente que si intento que el otro cambie de actitud no lo consigo nunca, en cambio si yo sigo en mi línea de intentar dar bondad, todo revierte a bien por su propio peso.

A colación de eso hay un cuento oriental que habla de un maestro en artes marciales que instruía a diversos alumnos. Uno de ellos no conseguía ser mejor que el resto y se quejaba al maestro sobre cuán mejores eran los demás con respecto a él y qué podía hacer para superarlos.

El maestro dibujó una línea en el suelo. Acércate, le dijo al alumno desaventajado, y haz que esta línea sea más corta.

El alumno lo intentó todo, cortarla en trocitos, enroscarla y mil cosas que se le ocurrieron, pero la longitud total siempre era la misma.

El maestro finalmente se acercó y dibujó otra línea más larga al lado. No puedes hacer nada para cambiar la longitud de esa línea, pero sí puedes cambiar la longitud de la tuya propia.

Con esto quiero decir que muchas veces nos enfocamos en querer modificar a las personas de nuestro alrededor pero en el fondo sólo debería incumbirnos nuestra propia modificación.

El sábado pasado estando en el pueblo, pillamos en una mentira a mi hijo de 13 años. La primera gorda, nada demasiado importante pero mentira al fin y al cabo. Cuando volvió a casa, no le echamos bronca ni le hablamos enfadados. Con tranquilidad y buen tono, le expusimos la situación. -” es que, mama, si te lo hubiera dicho, no me habrías dejado”, decía él. A lo que yo le contesté que su padre y yo siempre intentaremos que pueda hacer las cosas que nos pide, con las modificaciones y las prevenciones necesarias acordes a su edad, pero con la voluntad de que  pueda realizar el plan que nos pide. Sin no’s gratuitos, siguiendo la dinámica que os comentaba antes de “todo sí” pero con cabeza. Le expliqué lo mucho que nos importaba su seguridad y bienestar y que era normal que él no lo viera del mismo modo que nosotros porqué en la naturaleza de su cerebro de chico de 13 años no habita todavía la capacidad de ver los peligros de la vida como los ven los cerebros adultos.

Curiosamente en lo que más hice hincapié fue en no mentir. En la familia no nos mentimos. Hay que decirnos las cosas con sinceridad, sin mentiras, tal como las sentimos desde el fondo de nuestro corazón y sin miedo. No se puede construir ni regar una relación si está cimentada en mentiras. Y en ese preciso momento se me revolvió cuerpo y alma y yo, que tanto enfatizaba aquello de que en nuestra familia no se miente, caí en la cuenta de que no estaba siendo totalmente sincera con mi marido en ciertos aspectos de nuestra relación.

Boommm !!!, había tenido que venir mi hijo adolescente para darme una lección. No dejaré de asombrarme cuánto aprendo cada día de mis hijos. A la mañana siguiente (domingo) y después de toda la noche dándole vueltas al tema, ya no aguanté más y desperté a mi marido a las 7 de la mañana para contarle todo este arrebato de sinceridad, que desde ayer me corría por las venas. La conversación fue confortable y propicia y nos dejó un regusto plácido y de bienestar muy agradable que voy a intentar regar cada día para que no se estropee y siga creciendo con fuerza.

Que crezca esta semilla recién replantada en nuestra relación, que crezcan mi pequeños con libertad, autonomía, seguridad y sobretodo verdad, con la garantía de que a menudo dolerá y escocerá pero sin duda el dolor de este crecimiento será mucho menor que los costes devastadores del arrepentimiento por no haberlo intentado, por ello, nunca dejemos de regar.