viernes, 31 de enero de 2014

El tiempo de la felicidad

Unos ricos melocotones de viña de las payesas del mercadillo de Palafrugell , un ramillete de  flores frescas, una diminuta margarita adornando desenfadadamente mi pelo suelto y mi vestido vaporoso de tirante fino a conjunto con mis abarcas de color azul cielo. Un enorme capazo de paja colgando de mi hombro y el tarareo en mis labios del Shiny Happy People. Llego a mi bici y coloco el capazo en su cestito delantero y vuelvo a La Siesta a prepararme para una bonita mañana de playa. Qué felicidad, qué paz. El martes pasado visité a una paciente en su domicilio y encima de la mesa del comedor tenía un jarrón con flores frescas, la luz del sol entraba libre por sus ventanales iluminando toda la habitación. Esa claridad me inundó el alma y tuve de repente necesidad de revivir la sensación de cuando compraba melocotones en aquel mercadillo. Y pensé entonces ¿por qué demonios no cojo mi capazo de paja los sábados cuando me acerco al mercado a comprar y meto flores frescas en él? Y, ¿Sabéis? se perfectamente porqué no lo hago: porque tengo la maldita manía de etiquetar. Establezco tipos de situaciones y cuando relaciono una determinada situación con unas instrucciones de uso concretas luego no consigo desvincularlas ni meter elementos nuevos. El capazo, para el verano de Palafrugell, los vestidos bonitos para las ocasiones especiales, como no te conozco lo suficiente no puedo lanzarme a darte un abrazo y entre semana no posible quedar para una cerveza con amigos porque toca compra, orden, baños y cena.   Hace poco mi amiga Neus me relató las andanzas de una compañera nuestra que según ella misma, sufría de libertad. ¿Qué mejor enfermedad en la vida que esa? Sufrir de libertad implica tanto y tan precioso que todo mi cuerpo reaccionó con una brutal sacudida. A Neus y a mí nos encantó ese concepto, nos emocionó.  No hay celdas para una mente libre y yo, que en esta vida se poquito, de eso, os aseguro, quiero aprender más. Como dedicatoria al inicio de algo nuevo o de algo que se cierra, suelo escribir unas frases que me escribieron a mí hace años… "Algún día tendrás que escoger entre celda o libertad, aquello que siempre fuiste o todo lo que te queda por descubrir…"   Sin duda esta frase es de aquellas que me calan hondo y en esta ocasión no me refiero a celdas físicas. Todos tenemos nuestras obligaciones, nuestra vida y no es fácil dejarlo todo e irse con toda la tropa a Costa Rica a vivir la pura vida (ya me gustaría claro), pero si sufro de libertad mental, nada se me resistirá. ¿Revivir mis mañanas veraniegas de capazo de paja en pleno invierno y con bufanda? ¿Y Por qué no? Sólo yo mando sobre eso.   ¿Por qué no ser capaz de empaparme de libertad? Libertad para desetiquetar, poner y desponer  ingredientes en situaciones donde nunca antes estuvieron, crear nuevas direcciones y evitar que se conviertan en rutinas, desterrar el hábito hace al monje. ¿Por qué no puedo vestir al monje de farales, darme un baño a media noche en lugar de dormir o decidir subir aunque la tradición diga bajar? Meter una rumba o una diapo explosiva de color en la sesión clínica del mes, escaparnos a la piscina entre semana, adornarme el pelo con una preciosa flor para ir al trabajo y permitirme no parar a comer hoy porque estoy enfrascada en un proyecto fantástico. Siendo entonces que  tampoco tengo tantas ocasiones especiales en la vida, ¿para qué desaprovechar oportunidades fantásticas cotidianas para lucir lindísimos vestidos que de otro modo se quedarían apesadumbrados dentro de mi armario esperando el acontecimiento adecuado? Lo bonito, lo divertido, lo especial para cada día ¡que no sabemos lo que pasará mañana! Así que si me veis con un vestido de gala, en zapatillas de deporte y mi capazo con flores del hombro cantando como una loca, no os extrañe, no me he vuelto loca, me he vuelto feliz!    

1 comentario:

  1. no cuela, todos sabemos que en tu precioso interior estás como un cencerro. ¿te atreverás a exteriorizarlo? por intentarlo, no vas a perder nada.

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