lunes, 26 de enero de 2015

Volver

Sin pensarlo ni un segundo volvería a mi época de niñez, a los veranos eternos de 3 meses, a la época donde estaban los que ya se fueron, sin peros, sin porqués.
Volvería a la sensación de llegar al camping La Siesta, a las charlas post desayuno en la galería con mis padres, al olor a pipa y a Rochas, las reuniones en el baño y aquel magnifico pisito de mi Raval querido donde había espacio para todo.
Volver al mirar desde mi ventana a los adolescentes de les Escolapios y soñar con ir al instituto, a la universidad, a un campo de trabajo en Sud América……, volver a la siesta del Sol de invierno en el Canadá de mi habitación.
Bajar a dormir a casa de l’avia, y salir al bacón y cenar en mi sillita de madera, mi montaña de arroz blanco con tomate y reír y aficionarnos a cotillear de aquella del 14 o de aquel que baja ahora a comprar a la Matilde. Entrar corriendo porque acabaron los anuncios y salir de nuevo al balcón a la fresca en el siguiente bloque de publicidad.
Volver a las tardes enteras jugando en el portal de mi casa con mis amigos de la calle, mis Coquis, mis primeros amigos, mis mejores aventuras. El campechano de Les Planas, la Barceloneta en el 64, las excursiones con los abuelos de la asociación, nuestro local lleno de luz y vida para la revetlla de Sant Joan y el “duro” trabajo de todos los vecinos de bajar escoba en mano a las 12 de la noche con mangueras para preparar la calle para les festes de la Mercè.
Mis gitanos del Peret diciéndome si soy la Cristineta del Carbonell y la Mercè enseñándome a bailar en una boda gitana con mi vestido blanco de corazones brillantes. El Dirty Dancing con el Richard, el Flashdance con las chicas, mi Eva, mi Raquel, nuestro ángel Jeni, mis queridas hermanas Montse y Silvia y los genuinos Carlos, Pepe y Lito. Mi happy Pifa y nuestro ideal idilio platónico.
Las visitas de piso a piso de la Maite y el Carlos en anorak en pleno agosto para inaugurar el aire acondicionado y las cacerolas para abajo y los postres para arriba.
Las noches de revelado interminable con mi padre, llenando toda la bañera de fotos colgadas secándose, cuando lo importante acababa siendo la buena conversación, las buenas canciones y nuestro momento de complicidad juntos en la carismática habitación de la música.
Las flors de mi madre, el péndulo, las limpiezas de cutis en la camilla de casa. Las duchas de domingo y las trenzas que me hacía para rizarme el pelo mientras merendaba un bocadillo de pan de payés con nocilla.
El estirar la hora de irme a dormir hasta que terminara Luz de Luna y los domingos de Dallas a familia completa y  bocadillo de atún en el sofá.
Las reuniones en la escalera porqué la vecina del 1º se dejó la llave dentro de casa y para acompañarla mientras el “manyà” abría la puerta improvisamos unas galletas con leche y chocolate en el tramo desde el 1º hasta el 4º, sentados en los escalones un total de al menos 3 generaciones distintas.
Mi ojito derecho, mi avia…inmensurable, indefinible, absoluta, perfecta en todas sus épocas. Mi avi enseñándome las tablas de multiplicar y su inconfundible caligrafía. Volver a ser la patarrona de la yaya velleta.
Y la música de los sábados en la cocina…. misa campesina, Bob Dylan, Pimpinela, Paloma san Basilio, Rocio Durcal, Nana Mouskoury y Jennifer Rush. Pink Floyd y el expreso de medianoche, My endless love, Bilitis y cualquiera de Ennio Morricone.
Y yo me pregunto, que canciones recordaran mis hijos de su infancia? La banda sonora de la mía es sin duda inigualable y lo espectacular de todos estos recuerdos es el propio concepto de recuerdo precisamente. Si lo recuerdas es que pasó de verdad. Sólo aspiro a que mis pequeños puedan recordar algún día que su infancia, como la mía, fue sinónimo de felicidad.


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