
Y ahí me tenéis, enero de 2017 con un buen número de páginas
ya leídas y cerradas y, lo que es mejor, con infinidad de ellas por escribir
todavía. Ahora bien. ¿De qué ira mi novela esta vez? ¿Cuál va a ser mi próximo
objetivo? Yo funciono básicamente por impulsos, por metas que habitualmente
nunca se cumplen pero me mantienen entretenida por el camino hasta que las
cierro por el motivo que sea y me busco otra finalidad y el tema es que yo no sé
vivir sin un propósito a corto-medio plazo y eso, aunque pueda no parecerlo, es
un problemón de gran envergadura.
Y así es que hoy me he despertado aventurera y me he dicho,
Cris, perdamos la cabeza, lancémonos al vacio y vamos a ser intrépidas…no nos
marquemos ningún objetivo, dediquémonos simplemente a vivir. ¿Cómo se te ha quedado
el cuerpo,eh? Porque es que yo no sé ir pasando la vida o al menos no he sabido
hacerlo hasta ahora y como todo es aprendible tal vez ha llegado el momento.
Estoy un poco cansada de metas, de proyectos, del necesitar ser mejor porque
con lo que soy no me basta. Me siento
agotada de mirar siempre al futuro….cuando ahorre me apuntaré al máster de
emergencias, cuando mis hijos crezcan me presentaré de reservista al ejercito,
cuando salgan convocatorias intentaré coger plaza de enfermera de bomberos,
cuando llegue el lunes empezaré a hacer ejercicio y comeré sano, cuando haga
todas las guardias a las que me he apuntado y con ello gane más dinero me
compraré ropa y ahorraré para viajar más y salir a comer de restaurante más a
menudo….cuando, cuando, cuando….y lo que pasa es que ese cuando se convierte en
obsesión y de rebote en trabajo extra, y eso lleva a estar menos en casa, que
provoca desorganización y nervios por no llegar a todo, que a su vez lleva a
reproches auto y heteroinflingidos, y malas caras, y menos paciencia, lo que
conduce a malas contestaciones y miedo de estar descuidando lo verdaderamente
importante, y ayyy el miedo, todo el mundo sabe dónde conduce el miedo: el
miedo lleva a la ira y la ira lleva al odio; el odio lleva al sufrimiento, y el
sufrimiento lleva al lado oscuro. Y Dios Mío si Anakin Skywalker no pudo salir
del lado oscuro siendo un Jedi imagínate yo, Cristina Escudero del 3º 2ª y la
penúltima de mi promoción.
Así es que en medio de toda esta disertación, va mi marido y
me hace una apreciación de esas suyas, de las que hacen que se te salten las
lágrimas porqué son claras y contundentes, de esas que de primeras por mi
manera de ser me tomo como insulto pero después acaban gustándome: “¿Te crees
que debes subir por una cuerda de bombero o trabajar en una ambulancia con
uniforme para ser guay?
Quizás no es necesario ser tan guay (ahí es cuando me cabreé)….
Tú ya eres guay sin todo eso (ahí es cuando se me cayeron
las bragas al suelo)
Y ahí es cuando empecé a plantearme mi modus vivendi: ¿Qué
es ser guay? ¿Por qué motivos me recordaran mis hijos? ¿Cuál es la razón por la
que mi marido decidió caminar a mi lado y no me cambia por otra? ¿Cuáles son
las cualidades por las que mis padres se sienten orgullosos de mí? ¿Porque mis
amigos son realmente mis amigos?
Porqué soy…. ¿Qué? bombera, ambulanciera, por sacar buenas
notas en un máster… ¿lo que recordaran mis hijos de mi es si era o no capaz de
subir por una cuerda o tal vez se reirán rememorando nuestra aventura en canoa
en el embalse de Eriste cuando no era capaz de avanzar porque sólo conseguía
hacer girar la canoa sobre si misma? ¿Tal
vez les importará si llevo una 38 o una 42? yo creo que les dará igual que
parezca una sirena o una ballena mientras acceda a revolcarme con ellos en la
arena de la playa. Y aunque a mí sí que me importe no quiero dejar de disfrutar
de una comida, una merienda o una cena apetecible sólo para conseguir ese
objetivo porque mal que nos pese a este cuerpo serrano se lo comerán los
gusanos tenga más michelines o menos. Y sé que el anhelo de un cuerpo bonito me
acompañará siempre, por más que intente desviar el tema pero lo importante es
que eso No puede ni debe ser una prioridad en mi vida. ¿Me llevaré acaso el
recuerdo de haberme comprado una falda o dos al mes o de no haber estado aquel
día fantástico de invierno en el que decidimos pasear por la montaña porque
estaba de guardia?
Igual que si, hipotéticamente, fuera a caer por un
precipicio, tengo clarísimo para quienes serían mis últimos pensamientos,
quiero aplicar esa teoría a la razón de mi existencia. Cuando me llegue la
muerte ¿qué querré haber vivido? ¿Qué le aportará a mi existencia en la tierra,
el valor añadido para irme satisfecha?
En base a esto, he llegado a la conclusión, en una profunda
y sincera introspección que el presente no tiene valor para mí. Y eso, me
reitero es muy preocupante. Siento que se me pasa la vida mirando al futuro y
pensando en el pasado. Si cualquier tiempo anterior fue mejor y cualquier
tiempo futuro será más interesante, ¿qué me queda? Pues me queda una búsqueda
incesante y agotadora de auto incentivos que no me dejan ver que tengo el mejor
presente que pueda uno imaginar y es tan magnífico que no sé ni cómo
describirlo. Y a lo que me refiero es que supongo que sí que me apetece
apuntarme a Pilates y hacer un curso de Kizomba, ganar más dinero y convertirme
en la reina de las ambulancias pero tal vez ahora no es el momento. Ahora lo
que me pide el cuerpo es disfrutar del NO hacer nada de todo eso, disfrutar del
no ser tan guay para saborear de verdad lo guay de la vida.
Y así es como irremediablemente me he asignado mi nuevo
objetivo (lo veis, no tengo remedio), se define muy fácil y va a tratar sobre
disfrutar de cada sonrisa, de cada rayo de sol y de cada tormenta, del tono en
que entona un “hola mama” mi hijo cuando voy a recogerlo al cole, lo cuidada
que me siento cuando mi hija me tapa con su mantita para que no tenga frio, de
las noches acurrucada con mi marido en el sofá viendo Homeland, de los
desayunos de conversaciones clarificadoras con mis padres, de las cenas
improvisadas con amigos y de todos los
momentos magníficos que se suceden día tras día que se me pasan desapercibidos
mientras me distraigo haciendo planes para el futuro. Y cogeré todos esos
momentos y los uniré como si fueran una sopa de letras para descubrir, ante mi
sorpresa, que la palabra escondida no es otra que FELICIDAD.
Olé tu cuerpo y tu mente.
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