jueves, 30 de noviembre de 2023

45



H
an llegado mis 45, y parece que lo han hecho así un poco como sigilosos, como si fuera un año cualquiera, aunque para mí, las medias décadas y los cambios de dígito suelen ser un poco más contundentes.

En la columna que escribí cuando cumplí 40 años ponía : …”Y ya estoy viendo que esto va de mal en peor, pidiendo menos revoluciones, no me extrañaría que mañana dijera ….pues yo prefiero salir al mediodía a tomar unos vinitos con la calma en lugar de salir a bailar y ahí ya, adiós, muerte por vejez infinita”

Pues me siento orgullosa en cierto modo y para nada apenada de descubrir que ese momento de vejez infinita ha llegado porqué lo mejor del caso es que me gusta. Me sigue divirtiendo bailar y salir de fiesta, pero no como norma habitual, en lugar de eso, aunque salir al mediodía de vinos no sería la definición exacta porque en concreto, los vinos no son lo mío, sigo siendo de trina, agua, batido de chocolate o cualquier bebida del menú infantil, admito que lo de salir a comer o cenar y pasar una larga sobremesa de charla me encanta y admito que es cierto, a la tercera noche de fiestas de mi pueblo, si llueve y se anula la orquesta (excepto si es la Magia Negra) hasta me alegro un poco y todo.

En ese aspecto mis actividades diarias de entretenimiento se centran en leer libros, coser o tejer, dibujar, escribir, cocinar o sencillamente acurrucarme en el sofá a echar una mini siesta o ver una serie. Si todo eso sucede frente a una chimenea envuelta en un clima de frío el placer se multiplica exponencialmente. Si esa chimenea y ese frío estuvieran además enfrente o en el interior de un faro ya ni os imagináis cuanto placer infinito me reportaría.

¿Es eso hacerse mayor? Siento que me he hecho mayor por las arrugas y las canas; por necesitar ya gafas para ver algunos números o retirar suturas de una herida; también por hacerme un poco de lío con algunas cosas informáticas o por no entender del todo el modo de vida de otras generaciones menores. Pero el síntoma, inequívoco, que me ha dado la certeza de que realmente me estoy haciendo mayor ha sido que me siento, por primera vez en mucho tiempo, bien conmigo misma y muy segura de mis decisiones y eso me hace sentir adulta. Como justo he leído en la “La magia de ser Sofía”, he abandonado por completo aquella sensación de desasosiego que me acompañaba desde que había decidido (años atrás) que mis 45 debían significar un cambio. Los 45 no tienen porque significar ninguna metamorfosis trascendental más allá de abrazar firmemente el argumento que una entra en la mejor etapa de su vida en el momento en que aprende a querer sus virtudes y sus defectos, independientemente de cuantos años tenga y considero, sin duda que estoy metida de lleno en este proceso exacto.

Con todo ello, he conseguido ser por fin una mujer que se siente a gusto dentro de sí misma y lo mejor de todo es que no me está causando ningún esfuerzo. A raíz de todo esto, he buscado la definición exacta de madurez y la respuesta me ha maravillado. Me apasiona descubrir que algo que estoy sintiendo internamente se reafirma mediante conceptos aceptados empíricamente (mini punto para mi misma).

“Madurez : estado de una cosa que ha alcanzado su pleno desarrollo o de una  persona que ha alcanzado su mejor momento en algún aspecto.”

Y así es, de hecho este último año me han pasado cosas, como a todo el mundo, pero han sido cosas un poco más determinantes para mí que en años anteriores. Como sabéis durante algún tiempo estuve descartando la posibilidad de estar sufriendo un trastorno bipolar, idea que se desechó precisamente por concluir que las idas y venidas que padecía no eran a causa de impulsos sin control sino por decisiones conscientes. Y tras ese veredicto del psiquiatra estuve meditando respecto a eso y decidí poner en práctica ciertos cambios en mi conducta. Ya que sé que suelo moverme en los extremos de las cosas y que me dejo arrastrar en cierto modo demasiado hacia arriba o demasiado hacia abajo (cosa que en realidad no me compensa ni me gratifica a largo plazo) decidí atraerme a mi misma hacia la zona más central de mi conducta y obligarme a velar por mi bienestar emocional más allá de dejarme auto complacer viviendo en los límites fronterizos de mi psique y de mis actos.

Como ejemplo os contaré que en un auditorio enorme, durante la presentación de un póster que habían realizado mis compañeros de trabajo pero que defendía yo, en la ponencia de cierre la oradora lanzó una pregunta al público:

“Pensad una frase y decidla en alto”. Yo misma pensé en mi interior “me gustan las fresas”. Y cuál fue mi sorpresa que en el mismo instante, 20 filas más arriba una voz masculina gritó “me gustan las fresas”.

Wow, wow, wowwww, mi parte impulsiva al instante decidió que quería conocer a ese chico, era una señal sin duda, el destino intentaba decirme algo.

Pero por aquello que os decía de promediar mis emociones, mi parte terrenal salió al rescate y pensé qué iba a aportarme en realidad hacer gestiones para conocer a esa persona. Fue un poco como buff, qué pereza, para qué intentar liar mi cabeza con hipotéticas fantasías siendo que me siento afortunada con la vida que tengo? ¿Para qué atribuir causalidades a lo que sólo fue una casualidad? Hoy justamente me he dado cuenta que me pasa lo mismo cuando conduzco, otro mini ejemplo de lo que para mi es centralismo, en este caso, más literal; si hay 3 carriles me siento super cómoda en el carril central a pesar de que permanecer en ese carril no es la forma correcta de conducir. Por suerte en la vida, cierta imparcialidad conductual, no es ilegal.

Y con eso no quiero decir que haya dejado de tomar decisiones o que me encuentre en un abstractismo emocional sin definición, dirección, objetivos o conclusiones. Sólo digo que no os podéis llegar a imaginar cómo esa pequeña dosis de neutralidad ha desenmarañado todo mi ser.

Pero no todo puede ser tan fácil, ¿no? dejadme que os cuente que en medio de todo ese banquete de ecuanimidad, resulta que empiezo a notar que algo rige mis emociones aparte de mi cerebro y de mi corazón, algo que no controlo; un poder extraño que me maneja a su antojo y a menudo me hace muy fácil permanecer en modo aséptico pero por el contrario, de repente y sin aviso me envuelve en un vendaval de instintos primitivos que me empujan demasiado a esos confines extremos de los que precisamente huyo. Ese poder ajeno a mi pero que a la vez tengo en mi interior son mis hormonas.

Bienvenidas señoras, al magnífico mundo de las catarsis hormonales. A pesar de que todavía no he notificado ningún desequilibrio hormonal objetivable, puedo afirmar en mayúsculas que nunca había sentido en mis carnes su gran poder perturbador como lo he hecho en el último año; por lo que no he podido más que rendirme a ellas.

Así que si ellas hacen ruido para que las oiga, ¿Quién soy yo para no escucharlas?

Es por eso que voy a hacerles caso, a prestarle atención a mi cuerpo desde el interior y si me pide ir palante con creatividad e imaginación se lo daré y si me pide calma, se la aportaré también. Como dicen unos amigos míos: “todo si “ ; como dice la Cris de 45: ” en su justa medida”. Acepto hormonas como pseudo timón, pero, para no terminar en el triángulo de las Bermudas, le voy a meter al ancla una buena dosis de centro (sólo por si las moscas).

Para ya terminar quiero haceros partícipes de una pequeña reflexión que tal vez no sigue ninguna lógica argumental con lo que os estoy contando hoy pero me ronda la cabeza desde hace días y quiero plasmarla en esta columna. Como he dicho infinidad de veces, a menudo las ideas más verdaderas vienen de detalles sin importancia. 

Hay un corto, que iba incluido en un curso online que he hecho sobre contención verbal. En él sale un mendigo ciego pidiendo limosna en la calle con un cartel que pone : “Soy ciego, ayúdenme por favor”

Las personas que pasan por la calle le van dando alguna moneda pero sin demasiada suerte.

Una ejecutiva se para frente al pobre, coge el cartel y lo reescribe. Las monedas empiezan a llegar en muchísima mayor medida que antes por lo que el señor se pregunta que ha puesto esa ejecutiva en el cartel.

“ Hace un bonito día y no puedo verlo”

No he conseguido transmitir con mi descripción la emoción que sentí al descubrir el letrero modificado, me emocionó porque pensé que un mismo mensaje expresado de un modo u otro puede despertar unas sensaciones u otras y así pasó, efectivamente, en la presentación del póster del congreso del que os hablaba antes, le pedí a mi amiga Silvia (porqué es una pasada lo mona que va esta chica siempre) una americana negra para ir elegante y adecuada a las circunstancias y ella me la prestó en una bolsa de cartón.

La bolsa era de una tienda de puzles, Puzle Manía, y en el logo ponía: “Todo encaja en el momento que tu elijes”

Mi marido y yo habíamos pasado una época de ciertas desavenencias conyugales que nos estaban distanciando en exceso, cosas del día a día, desgaste, desmotivación, ya sabéis, cosas que pasan a todas las parejas, pero que no estábamos consiguiendo redirigir. Como plasmó en un libro Elisabeth Benavent, era un poco como que había un problema, que era suyo y era mío, pero no era nuestro. 

Y creo que en esa desunión radicaba el mayor conflicto, porqué aquello que nos une es mayor que aquello que nos separa, no obstante la naturaleza humana nos conduce a enfocarnos siempre en aquello que falla.

Al leer frase de la bolsa entendí que estaba en mi mano hacer que la pieza en cuestión encajara y yo por encima de todo, elegía hacerlo y así se lo hice saber a mi marido, que por su parte lo ensambló también y pudimos continuar formando el puzle en común. Sólo tuve que cambiar el mensaje y en lugar de decirle : “ a ver si funciona”, sentencié : “vamos a hacer que funcione”. Y funcionó.

Así que yo, a mis 45 años recién estrenados quiero que todos los pilares de mi vida sigan siendo los mismos y  que nada cambie, tan sólo el mensaje, que voy a reescribirlo de modo que encaje a la perfección en mi nueva vida de madurez, consciente, instintiva y neutral, conocedora que estoy estrenando, sin duda los mejores años de mi vida.


martes, 17 de octubre de 2023

Regamos?


V
oy tomar el camino equivocado

Voy a salirme de la trayectoria

Voy a meterme en líos, jugar con fuego

Incumplir las normas…

Son los versos de la canción que he escuchado hoy al abrir Spotify al ir a trabajar, que no sería nada especial porque la he escuchado mil veces antes de hoy.

Lo que quizás no sabéis es que yo pongo mi lista de reproducción en modo aleatorio y siento que la primera canción que sale lo hace para darme algún mensaje del que debo sacar algún aprendizaje.

Ayer me salió Asilo de Jorge Drexler con su quiero que te desnudes como si fuera algo corriente, como si verte desnuda, no me aturdiera tan sistemáticamente… ; que me deja sin palabras, tremenda, inmensa, inigualable.

Hoy mira tú por donde me ha salido esta que habla de saltarse las normas. Y es que casualmente ayer decidí cumplir una norma laboral en tema de vestuario que no cumplía.

No se puede llevar el uniforme de trabajo a casa para lavarlo,es ilegal. Como a mi me gusta llevar un uniforme azul o verde en lugar del típico blanco pues debía llevarmelo porque si lo mando a lavandería del centro, al no ser el estándar, no vuelve.

Y el otro día pensé, oye mira, voy a hacerlo fácil. Qué se ha de llevar uniforme blanco pues se lleva; qué se tiene que lavar en la lavandería del centro pues se lava. Y así sin más, todos más tranquilos.

Parece mentira pero el asumir que voy a cumplir esta norma tan tonta, no sabéis la tranquilidad que me aporta. Hablando con mi jefe le contaba que a mi en realidad me gusta mucho cumplir las normas porqué siento que estoy haciendo bien mis obligaciones y me ayuda además a no descarriarme; También me eximen de pensar un poco y de tener que tomar ciertas decisiones y a mi eso, me resta un porcentaje de ansiedad.

Pero, si os soy completamente sincera (y sabéis que en mis escritos, lo soy) el trabajo es uno de los pocos sitios en el que cumplo 100% las normas.

Fuera de allí soy tan flexible conmigo misma y tan poco estricta que reescribo mi propio cuento a mi modo las veces que me plazca. Un poco así como diría Groucho Marx “estos son mis principios; si no le gustan tengo otros” pero cambiandolos a placer cuando a la que no le gustan es a mi misma.

Si además llegan a mis oídos historias de muertes inesperadas, accidentes, enfermedades y desavenencias varias de la vida, todavía me reafirmo más en esa flexibilidad y mis emociones adquieren un slogan de “ todo sí”, de no convertirme en una de esas personas que fallecen a los 80 pero que llevan muertos desde los 30. Así que tengo claro que hay que ser feliz, ser agradecida y vivir con alegría el máximo de momentos posibles, como hoy, que precisamente he ido a curar a una señora a su casa que tiene una neoplasia muy avanzada que le ha ocasionado unas heridas verdaderamente feas. Tendriais que ver la buena actitud que tiene frente a la (poca) vida que le queda. Es impresionante y como tal, se lo he dicho. La he felicitado por esa energía tan fantástica que desprende que te da una lección de esas que a mi me hacen tanta falta. Y su respuesta ha sido: - “no importa, ponte a malas con las cosas si te surge; las tendrás que hacer igual y encima estarás de mal humor”. Y he pensado cuánta razón en esas palabras y me he entretenido un buen rato en reflexionar sobre ello: 

Me gusta cuidar a mis pacientes. En anteriores columnas he verbalizado que no quería ser ya enfermera, que estaba desilusionada y decepcionada con ciertas actitudes de la gente pero desde que volví al ruedo hace ya más de un año, ciertamente me siento muy a gusto y agradecida por las constantes muestras de cariño que recibo de ellos cada día.

Y tal vez sea porqué como leí hace poco: “ los últimos cincuenta años nos centramos menos en el yo y más en el nosotros. Menos en el egoísmo y más en servir a los demás. Dejamos de añadir cosas nuevas a nuestras vidas y empezamos a quitar y a simplificar. Aprendemos a saborear la belleza sencilla, nos sentimos agradecidos por los pequeños milagros, apreciamos el valor inapreciable de la paz mental, pasamos más tiempo cultivando las conexiones humanas y llegamos a entender que quien gana es el que más da. Y lo que queda de tu vida entonces se convierte en la sola dedicación a amar la vida como tal, y tu única ocupación es ser amable con los demás. Y esto tiene el potencial de convertirse en tu puerta de entrada a la inmortalidad “.

Y es que precisamente he comprobado en mis carnes lo bien que resulta cuando eres amable y destilas ganas de ayudar y cuidar. Precisamente ahí es donde veo lo necesario que es no centrarse en la actitud del otro; es decir, el otro viene a malas, tú a buenas; el otro viene con ganas de bronca, tú sigue a buenas; el otro viene con malas palabras, tú a más buenas aún. Y aunque me suena todo eso a poner la otra mejilla cuando yo precisamente no soy de esas, veo claramente que si intento que el otro cambie de actitud no lo consigo nunca, en cambio si yo sigo en mi línea de intentar dar bondad, todo revierte a bien por su propio peso.

A colación de eso hay un cuento oriental que habla de un maestro en artes marciales que instruía a diversos alumnos. Uno de ellos no conseguía ser mejor que el resto y se quejaba al maestro sobre cuán mejores eran los demás con respecto a él y qué podía hacer para superarlos.

El maestro dibujó una línea en el suelo. Acércate, le dijo al alumno desaventajado, y haz que esta línea sea más corta.

El alumno lo intentó todo, cortarla en trocitos, enroscarla y mil cosas que se le ocurrieron, pero la longitud total siempre era la misma.

El maestro finalmente se acercó y dibujó otra línea más larga al lado. No puedes hacer nada para cambiar la longitud de esa línea, pero sí puedes cambiar la longitud de la tuya propia.

Con esto quiero decir que muchas veces nos enfocamos en querer modificar a las personas de nuestro alrededor pero en el fondo sólo debería incumbirnos nuestra propia modificación.

El sábado pasado estando en el pueblo, pillamos en una mentira a mi hijo de 13 años. La primera gorda, nada demasiado importante pero mentira al fin y al cabo. Cuando volvió a casa, no le echamos bronca ni le hablamos enfadados. Con tranquilidad y buen tono, le expusimos la situación. -” es que, mama, si te lo hubiera dicho, no me habrías dejado”, decía él. A lo que yo le contesté que su padre y yo siempre intentaremos que pueda hacer las cosas que nos pide, con las modificaciones y las prevenciones necesarias acordes a su edad, pero con la voluntad de que  pueda realizar el plan que nos pide. Sin no’s gratuitos, siguiendo la dinámica que os comentaba antes de “todo sí” pero con cabeza. Le expliqué lo mucho que nos importaba su seguridad y bienestar y que era normal que él no lo viera del mismo modo que nosotros porqué en la naturaleza de su cerebro de chico de 13 años no habita todavía la capacidad de ver los peligros de la vida como los ven los cerebros adultos.

Curiosamente en lo que más hice hincapié fue en no mentir. En la familia no nos mentimos. Hay que decirnos las cosas con sinceridad, sin mentiras, tal como las sentimos desde el fondo de nuestro corazón y sin miedo. No se puede construir ni regar una relación si está cimentada en mentiras. Y en ese preciso momento se me revolvió cuerpo y alma y yo, que tanto enfatizaba aquello de que en nuestra familia no se miente, caí en la cuenta de que no estaba siendo totalmente sincera con mi marido en ciertos aspectos de nuestra relación.

Boommm !!!, había tenido que venir mi hijo adolescente para darme una lección. No dejaré de asombrarme cuánto aprendo cada día de mis hijos. A la mañana siguiente (domingo) y después de toda la noche dándole vueltas al tema, ya no aguanté más y desperté a mi marido a las 7 de la mañana para contarle todo este arrebato de sinceridad, que desde ayer me corría por las venas. La conversación fue confortable y propicia y nos dejó un regusto plácido y de bienestar muy agradable que voy a intentar regar cada día para que no se estropee y siga creciendo con fuerza.

Que crezca esta semilla recién replantada en nuestra relación, que crezcan mi pequeños con libertad, autonomía, seguridad y sobretodo verdad, con la garantía de que a menudo dolerá y escocerá pero sin duda el dolor de este crecimiento será mucho menor que los costes devastadores del arrepentimiento por no haberlo intentado, por ello, nunca dejemos de regar.


martes, 18 de julio de 2023

Divergencia

 



S
oy muy fan de la peli divergente, desde que la vi me parece muy inspiradora. Desde los protagonistas y sus nombre  pasando por su relación, por como la trata él y por como es ella sobre todo, me gusta todo, me hace sentir poderosa, con ganas de luchar, de ser miembro de la facción osadía a pesar de que el 98% de mis células me indiquen que donde debo estar realmente es en la facción de cordialidad o en la de abnegación.

Qué disparidad de opciones, ¿no creéis?, de osadía a abnegación va un mundo. Es como si un poeta decidiera trabajar en un banco (como decía la canción) o como si un nómada se recluye en una cárcel voluntariamente. No hay quien lo entienda, ¿verdad? pues ahí vivo yo, inmersa en los extremos.

Tanto es así que recientemente mi médico de cabecera , a raíz de un comentario mío que a su vez provenía de un comentario de mi marido, me hizo plantear la posibilidad de padecer un trastorno bipolar tipo 2. Por si alguien no lo sabe el trastorno bipolar tipo 2 se caracteriza por fases de euforia, movimiento, impulsividad en contraposición de otras fases de depresión, tristeza y decaimiento.

El psiquiatra que me vio en primera instancia con el que tuve una visita de pasillo me dijo que quería verme en otra visita más larga con mas calma pero que pensaba que cumplía todos los requisitos para colgarme el diagnóstico de bipolar (eso, con 4 preguntas y 4 respuestas sobre cómo manejo mi vida habitualmente).

A muchos amigos míos les cuadró  la idea, a mi misma me cuadró. Muchos me decían cosas del tipo que ellos ya lo habían pensado alguna vez o que no les venía muy de sorpresa el posible diagnóstico. A mi, en parte, me ofreció una especie de excusa a todos los vaivenes mentales que tengo de continuo y me aportó de primeras cierto alivio. Era como poner razón a todo lo que me pasaba y sentía que podía decirme a mí misma que no estoy loca, que es una enfermedad que me causa esto. El tema es que esa enfermedad está incluida dentro de los trastornos psiquiátricos , es decir, mal dicho, locura. Y lo digo así con todas las letras porque es lo que sentí a las apenas 12 horas de esa primera visita.

Ese día, tras esa mini visita yo seguí trabajando normal pero esa noche estuve dando vueltas todo el rato a qué podía implicar ese diagnóstico : medicación de por vida, controles, no ser dueña de mis propias decisiones, ¿cierta estigmatización? , así que me levanté a las 4 de la madrugada e hice lo que mejor me funciona para aclararme, ordenar mis ideas en papel.

En ese papel yo explicaba que no quería tomar medicación y que quería tener la oportunidad , ahora que sabía que existía un problema, de auto encarrilarme y no funcionar en los extremos. Hubo personas a las que esas letras no les parecieron adecuadas  y en sólo una noche había pasado de ser  una persona con voz, voto y capacidad de decisión a una persona sin credibilidad alguna en lo que respecta a tomar cualquier decisión sobre su propia vida. Wowwwwww. ¿ Así van a ser las cosas de ahora en adelante? Pues va a ser que sí que las enfermedades mentales están un poco muy estigmatizadas, pensé.

Con estas expectativas decidí esperar al único que tenía potestad verdadera para valorarme , que era el psiquiatra. Acudí a una nueva visita, esta vez larguísima, junto a mi marido.

Yo aporté un escrito eterno sobre como es mi vida y él lo leyó punto por punto. La cosa estaba en intentar discernir si mis subidas y bajadas emocionales venían por impulsos incontrolables o por simples cambios de opinión, vamos, por ser caprichosa como dirían algunos.

Llegué a plantearme que si la alternativa a ser bipolar era ser una niña caprichosa en el significado estricto de la palabra, casi que prefería ser lo primero. Tuve ralladura mental con este tema, lo reconozco, porque a mi lo de ser caprichosa me suena feo, me suena a tontuna, de esas chicas con risita fácil y poco que aportar y es que cuando quiero algo no es por capricho literalmente , es porque en ese momento he decidido que esa cosa la quiero en mi vida y los impedimentos que puedan surgir para obtenerlo suelen ser salvables. ¿Eso es capricho o determinación?. Cierto es que tal vez pasado un tiempo si no lo he conseguido decido que ya no quiero esa cosa, ¿pero eso es capricho o aceptación? o, rizando más el rizo puede ocurrir que aun habiendo conseguido aquello que buscaba, seguidamente me apetece ir a por otra cosa, así que una vez más, ¿eso es capricho o pluralidad?

El hecho es que mi psiquiatra no vio claro que fuera 100% bipolar y me tuvo un mes en estudio, sin ninguna medicación. Me retiró mi escitalopram querido y me dejó a pelo, con mis emociones vírgenes y salvajes, como Dios las trajo al mundo.

¿Y sabéis qué? Pues que ni tan mal. Que ni crucé la frontera hacia arriba ni hacia abajo, que me situé en una franja muy central, que recanalicé el modo de expresar mis emociones, de no ser tan vehemente ni en la alegría ni en la tristeza y así pasó que en la nueva visita tras ese mes de seguimiento, el médico dictaminó que no había criterio ni de diagnóstico ni de medicación.

El capricho había ganado a la locura. O quisiera decirlo de diferente modo, la hipotética locura se esfumó y dejó ver mi naturaleza real: la caprichosa, arbitraria, fantasiosa, inspiradora, ocurrente, extravagante, desvariada y cuántos más sinónimos de caprichosa podáis encontrar. A mi el que más me gusta de todos es, por aquello que os contaba al principio sobre la película, divergente, que es aquel pensamiento encontrado entre las personas con rasgos de personalidad tales como: inconformismo, curiosidad, persistencia y voluntad de asumir riesgos.

Y por más que busqué ninguna de esas palabras estaba clasificada como una enfermedad, ni mental ni de ningún otro tipo. Así que decidí auto prescribirme el mejor y más útil tratamiento que existe una vez escuchado el veredicto del psiquiatra: El dejar de sentir que estoy enferma.

Porqué cuando uno está enfermo, lo está y hay que hacer lo que marca el profesional y punto y sea cual sea el diagnóstico, tirar para adelante y lidiar con lo que nos traiga la vida.

Pero cuando uno no está enfermo, a menudo el querer indagar tanto en sí mismo, profundizar, auto preguntarse tantas cosas y buscar el porqué de todo y el cómo, el quién, el hasta cuando y hasta el de qué está hecho, buff, resulta agotador. Y sesiones de psicología por aquí y por allá, que he tenido que dejar en pausa y que retomaré cuando mi logística vehicular me lo permita, pero es que ha resultado que mi terapia más resolutiva siempre ha sido y sigue siendo cena con amigas, desayuno con mis padres, charlas en la terraza con mi marido, tarde de chicas con mi hija, mis grecas, mis Destiny’s, mis brujitas, un abrazo de buenas noches de mi hijo, los birras terapéuticas de vez en cuando, mis Alborginos, sobremesas interminables familiares, cenas post pádel y post básquet sin que haya habido ni pádel ni básquet y en mitad de todo eso, la firme seguridad que no me pasa nada más allá que la vida en sí misma.


Qué gran sabio Nietzsche al decir que “aquellos que eran vistos bailando eran considerados locos por quienes no podían oír la música”, y qué agradecida estoy a la vida por dejarme escucharla a mi.

 Por todo ello, sin más que decir, os comunico con gran alegría que estoy encantada de seguir siendo sólo la misma loca del coño de siempre.


sábado, 25 de febrero de 2023

Conforama

 

Hace unos días mi marido me envió un enlace para ver un documental sobre la vida después de la muerte (me fascina el tema) y de allí llegué a una plataforma web que no conocía que se llama “Wake up”. Muchos temas interesantes allí encontré ,como diría el maestro Yoda y de entre ellos una frase .¿El discernimiento se hace desde el descubrimiento del despertar o del sufrimiento?

La respuesta me vino inmediata, a mi, el boom del discernimiento me llega de manera más brutal cuando tengo que ir a Sant Joan de Dé
u que es uno de los hospitales pediátricos más importantes de mi ciudad. Nosotros solemos ir por controles sin importancia y no puedo evitar sentirme bendecida y agradecida por la salud de nuestros hijos, puesto que no hay traba más dura que lidiar con la enfermedad grave de un hijo. Durante el tiempo de sala de espera o de trayecto por los pasillos y plantas del hospital me imagino el día a día de esas familias e incluso me sorprendo al verlos sonreír. Me inunda entonces una mezcla de vergüenza y alivio al constatar lo maravillosa que es mi vida y las auténticas tonterías por las que me quejo diariamente.

Después reflexioné un rato más sobre el tema y caí en la cuenta de que mis despertares suelen venir también de detalles absolutamente triviales y cotidianos, por ejemplo: 

Tengo una forma de hombro diseñada para que me resbale todo, me resbala la tira del sujetador, los tirantes, la correa del bolso. En cambio tengo una forma de caminar diseñada para que cada día del mundo, sin importar el terreno que piso o el tipo de zapato que llevo, me entre arenilla o alguna piedra en el pie.

¿Quiere decir eso que la vida me pone obstáculos en los pies pero que me los echo a la espalda y me resbalan? No estoy segura si me gusta que me resbale todo, algunas cosas sí, pero no absolutamente todo, siento que si así fuera, estaría perdiendo mi parte humana, sería como un robot o peor aún como un psicópata.

Pero ¿qué obstáculos son esos que me entran en el zapato? Tal vez podríamos decir que la arena entra en momentos de cambio de rasante o cambio de terreno; como si mis pies se hubieran acostumbrado a un tipo de suelo y se aturullaran al salir de su zona de confort, vaya, mi zona de confort.

Yo sinceramente, y me pongo gorda como un pavo cuando lo digo (esperando que no sea autoengaño) creo que no tengo ningún problema en salir de mi zona de confort. Creo que soy adaptable en mayor o menor medida a las situaciones que voy viviendo o quizás debería decir adaptable con mayor o menor dificultad. Diría que me gusta romper barreras mentales autoimpuestas y que no me da miedo ni ningún reparo realizar actividades diferentes en las que conocer gente nueva, como aquello de lo que os hablaba sobre que me encanta estrenar emociones nuevas cada dos por tres, pero también creo y lo afirmo tajantemente, que con todo esto de las zonas de seguridad nos hacemos las cosas más difíciles de lo que son. Es decir, que hoy en día está muy mal visto quedarse en la zona de refugio de uno y parece que seas de repente un parásito viviente si decides quedarte en terreno conocido.

Hay un libro de Murakami;  había leído fragmentos de este escritor que me parecían maravillas pero nunca había leído un libro entero suyo hasta que cayó en mis manos La chica del cumpleaños. Me sentí atraída por la ilustración de portada y por el color del encuadernado desde el principio y lo empecé a leer con afán, tanto que lo terminé de una sentada (es muy cortito).

El libro habla (y cuidado, hay spoiler) sobre una chica a la que por su cumpleaños un anciano le concede un deseo. Ella se lo pide y el anciano le contesta : “- O sea que éste es tu deseo? Es un deseo muy raro para una chica de tu edad . Lo cierto es que me esperaba otro.” Años después, y siendo el lector un testigo más de la conversación, queda la incertidumbre de cuál fue el deseo y si fue concedido o no.

Yo, obviamente hubiera pedido felicidad, salud, bienestar, paz…

Pero Murakami, no lo dice. Y te pasas 80 páginas esperando a encontrar algo que al final no te dan y en cambio sin conseguir el objetivo final resulta que el libro deja un sabor de boca fantástico.

¿Entonces porque toda la vida esperando algún objetivo? un final de tal o cual manera y no solamente disfrutar del camino (ya escribí sobre este tema, me hago mayor, me redundo)

Para mí, el leer simplemente por el placer de leer sin averiguar el final de la historia era impensable. Es decir conducir sin un lugar al que llegar, caminar sin un punto final en mi ruta hubiera sido una situación que yo misma hubiera tachado de absurda hace no demasiado tiempo, siempre con la necesidad de explorar más allá, de transgredir fronteras; de salir en definitiva de mi zona de confort.

En cambio ahora siento que el calor de mi círculo me aporta tantísimo bienestar y paz que no necesito cruzar ningún límite para sentirme plena. Y ahí es donde la chica del cumpleaños me da otra lección, cuando un amigo suyo le pregunta si el deseo finalmente se cumplió, ella sólo contesta:  “Una persona, llegue hasta donde llegue, jamás puede dejar de ser ella misma”.

Reconozco que en su momento no entendí esta frase pero justo ahora al meditarla para incluirla en la columna me he dado cuenta que realmente significa que da igual estar dentro o fuera de la zona de comodidad, porqué tanto si decido escalar el Everest como si prefiero hacer crochet en el sofá de mi casa la que lo está decidiendo y haciéndolo es la misma persona, yo misma. 

Por otra parte, he leído hoy en “el club de las 5 de la mañana” de Robin Sharma que la mayor parte de la gente no se soporta a sí misma, por eso nunca pueden estar a solas ni en silencio (qué sería lo que para mi corresponde a su íntima zona de tranquilidad). Necesitan estar constantemente con otras personas para escapar de sus sentimientos de odio a sí mismos por todo su potencial perdido, y se pierden las maravillas y la sabiduría que la soledad y la calma aportan. Yo he constatado eso en ciertos momentos con la necesidad de escuchar música incesantemente yendo por la calle o en casa y además estar pasando de canción todo el rato. En cambio en momentos en que me siento sosegada conmigo misma a menudo no me acuerdo de poner música y me quedo absorta en mi propio mundo interior tan ricamente. Es como aquella frase de Mario Andretti : “ si todo parece estar bajo control significa que vas muy despacio”. Es perfecta, evidentemente,  para resumir la velocidad de carrera de un piloto de fórmula uno pero, sin duda, no es para mi. No necesito (o tal vez sí) que todo esté bajo control o mejor dicho, el hecho que esté todo bajo control no me hace pensar que esté yendo demasiado despacio, al revés, siento que si avanzo y encima está todo en paz, estoy circulando a la velocidad justa y perfecta. Es mi velocidad de crucero ; y es que es cierto que como dijo Tolstoi “todos quieren cambiar el mundo pero pocos piensan en cambiarse a sí mismos” y obviamente lo primero que se nos ocurre para quitar el pie del acelerador es intentar modificar nuestro círculo exterior y no vemos que lo realmente fácil es cambiar nuestras propias revoluciones quedándonos por el tiempo necesario dentro de nuestro albergue con la gente que nos quiere y a la que queremos , con aquellos con los que queremos envejecer, a buen recaudo y al calor del hogar, al refugio de los sentimientos que no necesitan ser dichos porque ya se saben (aunque no vaya mal expresarlos con palabras de vez en cuando) y al recuerdo de mil momentos juntos, recuerdos plasmados en las fantásticas fotografías que empapelan mi hogar y recuerdos escritos en nuestras propias células, al cobijo de las miradas que lo dicen todo y los silencios que todo lo entienden porqué llevamos años comunicándonos de este modo. Para mí, este sentimiento de pertenencia y de protección sin límites es mi zona de confort, de la que no quiero moverme. 

Así que voy a seguir haciéndolo fácil porque el más vale malo conocido, que bueno por conocer (durante ciertas etapas de la vida) debió de venir, sin duda, de la cálida y maravillosa zona de bienestar de alguien. Yo lo voy a modificar a mi antojo y lo voy a bautizar gastronómicamente como más vale vaca vieja conocida que vaca nueva por conocer, porque todo el mundo sabe que las vacas viejas, al igual que las gallinas tienen mejor sabor y ternura en sus carnes. A fin de cuentas para eso nos quedamos donde estamos, para saborear y deleitarse con lo que ya sabemos que nos encanta. Bienvenidos a mi vieja zona conocida, a mi zona de confort.



viernes, 13 de enero de 2023

Srta Seny

 



E
n mi anterior columna os hablaba de lo genial que me parece la valentía o el coraje como cualidad en una persona, pues acabo de descubrir un superpoder todavía mejor: la constancia.

Si lo paras a pensar el coraje que tanto me maravilla es más rollo pim pam fuego, un arrebato de valentía que se hace en un momento dado, pero lo de la constancia es más gota a gota, por eso en mi opinión cuesta más. Por eso tenemos el caso de la hormiga y la cigarra o el caso de la gota malaya, por qué esa constancia es lo que realmente erosiona la piedra, en el caso malayo, la cabeza.

Pero esperad, ¿es constancia o perseverancia?

Lo que he encontrado ha sido que la constancia implicaría llevar a cabo todo lo que necesitamos para lograr nuestras metas, por ejemplo: ser constantes en correr 30 minutos al día para lograr correr una maratón o escribir una columna de este blog cada mes para que tenga una periodicidad adecuada (y no cuando a mi me de la gana)

La perseverancia incluye hacer todo lo que sea posible para no desfallecer en la misión de cumplir nuestros objetivos aunque incluya adaptaciones en el proceder del plan inicial. Como por ejemplo sentarse a escribir aunque no se me ocurra nada o salir a correr aunque esté lloviendo.


Pero, si salgo a correr pete quien pete o me pongo a escribir tanto si me apetece como si no, ¿no sería precisamente no modificar mi plan inicial? No lo acabo de entender así que me quedo con mi propia adaptación : constancia va a ser llevar a cabo lo que necesito para lograr mi meta y perseverancia será hacer todo lo que me sea posible en no desfallecer en ser constante.

Así que ni corta ni perezosa a mi 2023 le he pedido PERSETANCIA.


Yo necesito persetancia para todo, para educar a mis hijos lo primero, porque dar una indicación es muy fácil, pero dar la misma indicación 40284 veces es más complicado, persetancia  para crear momentos de hygge en mi casa, porque que tu hogar esté bonito y con una vela perfumada y con una luz agradable no se hace solo, también necesito ser persetante para asentar unos hábitos de vida saludables, unas rutinas de orden y limpieza adecuadas y sobretodo para darme cuenta lo bonita que es mi vida cuando me paro a mirarla de lejos.

Y puede sonar raro porqué lo primero que me ha surgido escribir ha sido mirarla de cerca pero es que yo creo que se ve mejor cuando pones cierta distancia , como dice siempre Agustí, el director del máster en emergencias que hice: “ que el árbol no te impida ver el bosque”. Yo veo a diario en mi vida algún árbol caído, otro grande y frondoso, otro moribundo, otro con raíces traicioneras y otro con ramas formando bonitas formas. Si hoy veo un árbol viejo y desnutrido no significa que el bosque entero sea así y lo mismo si veo un árbol precioso y brillante, no significa que todo el bosque sea de cuento de hadas (por eso me quité de instagram y facebook, porque soy de las que se cree que los bosques ajenos son de purpurina y unicornios). Yo me he dado cuenta de esto viendo mis álbumes de fotos. Desde que nació Jon, en 2010 hago un álbum de fotos familiares en papel por año. Cuando veo los 12 meses de recuerdos juntos, me maravillo de qué pedazo de bosque tengo en mi vida, es como todos los bosques de todas las películas bonitas juntos.

Y ahí es cuando decido, Cristina, se persetante en fortalecer esto que tienes, que no es fácil.


Así que allá voy a ponerme al tema: una de las cosas que desbaratan un poco mi vida son mis idas y venidas mentales, mis ideas, mis sueños…que yo pensaba que no hacían daño a nadie, hasta que mi marido me comentó que se sentía bastante saturado de que hoy quisiera comprarme un chalet en Cuarte de Huerva, mañana quisiera estudiar criminología para entrar en el FBI, pasado abrir un refugio para sin techo, el mes que viene querer ser la más fit del mundo y al de 2 meses pensar que ser fat tampoco está tan mal.

 Cuando me lo comentó un día en medio de una discusión pensé que no tenía ni idea de la diversión asegurada diaria con la que convive, pero cuando luego nuestro amigo David me insinuó que empatizaba con él y mi madre ha asentido con la cabeza cuando se lo he contado hoy he pensado, calla, calla, vaya a ser que la que va en contra dirección sea yo.

Por suerte, he pensado, mi padre nunca me aconsejará que deje de soñar y no me he equivocado, así, tal cual : Nunca dejes de soñar hija mía (sabía que no me defraudaría).


Os pondré un ejemplo : el espejo de mi baño justo el 20 de febrero de 2021 me regaló una premonición triste pero preciosa a la vez; por aquel entonces teníamos una amiga que por circunstancias de la vida estaba muy enferma a la que tuvieron que sedar. Llevaba sedada unos días y esperábamos el desenlace final. Ese día no hacía frío y no puse el calefactor para ducharme, al salir de la ducha se había empañado todo el espejo y pasé la mano para limpiarlo. La forma como lo hice me recordó un arcoiris y de pronto gotas de agua empezaron a caer desde él, la sucesión de ideas que me sobrevinieron fue instantánea…..un arcoiris, que bonito - gotas, un arcoiris que llora - es Paqui - Paqui ha muerto. Fui corriendo a contárselo a mi marido que todavía dormía y nos pusimos a desayunar. En medio del zumo y la tostada recibimos una llamada de Andrés, Paqui había fallecido.

A partir de ese día ese mismo espejo me recibe con una sonrisa de vaho plasmada en él cuando salgo de la ducha y yo se que no es más que el rastro que deja el aire del calefactor que justo al caer en esa dirección hace esa forma. Lo más normal sería tomarlo de ese modo, pero a mi me hace más ilusión tomarlo como que el espejo y Paqui me sonríen para que tenga un buen día cada mañana. 

¿Y qué culpa tengo yo de alegrarme con estas sugestiones? Que culpa tengo yo si resulta que  vivir en Cristina en el país de las maravillas es inherente a mi naturaleza?


Así que a pesar de los ánimos de mi padre y de mis impulsos naturales, decido convertirme en la srta seny. En mi lengua materna hay un refrán que dice “menys rauxa i més seny”, que sería algo así como menos arrebato y más cordura (que no es sólo el tejido de la ropa de moto), que me va como anillo al dedo.

El arrebato está genial pero no puede regir mi vida porque sólo se me ocurren dos opciones para explicar ese camino, o me he equivocado estrepitosamente al escoger el modelo social en el que estoy viviendo o estoy más loca que unas maracas.

Vale, dame persetancia oh señor, para ser cuerda. No quiero ser una maraca andante.


Y aquí estoy yo con super cordura, a tope de seny, y buscando desesperadamente pastillas para no soñar, con toneladas de persetancia teórica, con mis propósitos firmes y segura de mi misma y enmedio de tanto fulgor de año nuevo me siento  envuelta en una especie de tristeza que no me explico.


¿Será porqué estoy post vacacional? ¿será que los peques llevan una racha de ponermelo difícil? ¿Será porqué he empezado una alimentación saludable y mi mente lo nota? ¿ Será que me siento prisionera de mi misma con tanto encorsetamiento mental? ¿Será que me ha apenado mucho darme cuenta que mi compañero de vida se sentía mal a costa de mis mundos de Yupi? ¿ Pudiera ser, quizás que echo en falta algo? Y yo no se que es ni qué será que hasta le he pedido al médico que me suba la dosis de mi escitalopram querido.

¿No será pues que, yo que tanto he criticado los encefalogramas planos estoy en vías de convertirme en uno de ellos? ¿No será que debo incluir la persetancia precisamente para no dejar nunca de soñar? Y recuerdo aquella canción de Sabina ... .si lo que quieres es vivir cien años, haz músculos de cinco a seis y ponte gomina que no te despeine el vientecillo de la libertad … vacúnate contra el azar, deja pasar la tentación…


¿A qué va a ser eso? demasiada cordura hace la vida de un desalado que aporta calma al corazón pero tal vez hace que pierda la razón (apúntate esa Sabina) y es que de hecho ¿aquel refrán era más cordura y menos arrebato o al revés? ¿Igual es más arrebato y menos cordura? Os parecerá que me lo hago venir bien para hilar esta columna  pero os juro con el corazón en la mano que no soy capaz de recordar en qué sentido iba.


Pues qué le vamos a hacer,no me queda otra. 

Qué le den al refrán. 

Yo voy a seguir con mi persetancia y mis sueños eso sí, sin perder la cordura (en exceso) y sin abrumar a los que me acompañan con mis ensoñaciones fantásticas, pero no por obligación sino porqué yo quiero y porqué mi vida tal cual está y los que me rodean se merecen que los cuide.

No tengo duda que no hay mejor modo de cuidarlos que no perdiendo ni mi esencia, ni mi persetancia, ni mis sueños. Os aseguro que no seré yo quien le dé la espalda a la sonrisa diaria de mi espejo.