Han llegado mis 45, y parece que lo han hecho así un poco como sigilosos, como si fuera un año cualquiera, aunque para mí, las medias décadas y los cambios de dígito suelen ser un poco más contundentes.
En la columna que escribí cuando cumplí 40 años ponía : …”Y ya estoy viendo que esto va de mal en peor, pidiendo menos revoluciones, no me extrañaría que mañana dijera ….pues yo prefiero salir al mediodía a tomar unos vinitos con la calma en lugar de salir a bailar y ahí ya, adiós, muerte por vejez infinita”
Pues me siento orgullosa en cierto modo y para nada apenada de descubrir que ese momento de vejez infinita ha llegado porqué lo mejor del caso es que me gusta. Me sigue divirtiendo bailar y salir de fiesta, pero no como norma habitual, en lugar de eso, aunque salir al mediodía de vinos no sería la definición exacta porque en concreto, los vinos no son lo mío, sigo siendo de trina, agua, batido de chocolate o cualquier bebida del menú infantil, admito que lo de salir a comer o cenar y pasar una larga sobremesa de charla me encanta y admito que es cierto, a la tercera noche de fiestas de mi pueblo, si llueve y se anula la orquesta (excepto si es la Magia Negra) hasta me alegro un poco y todo.
En ese aspecto mis actividades diarias de entretenimiento se centran en leer libros, coser o tejer, dibujar, escribir, cocinar o sencillamente acurrucarme en el sofá a echar una mini siesta o ver una serie. Si todo eso sucede frente a una chimenea envuelta en un clima de frío el placer se multiplica exponencialmente. Si esa chimenea y ese frío estuvieran además enfrente o en el interior de un faro ya ni os imagináis cuanto placer infinito me reportaría.
¿Es eso hacerse mayor? Siento que me he hecho mayor por las arrugas y las canas; por necesitar ya gafas para ver algunos números o retirar suturas de una herida; también por hacerme un poco de lío con algunas cosas informáticas o por no entender del todo el modo de vida de otras generaciones menores. Pero el síntoma, inequívoco, que me ha dado la certeza de que realmente me estoy haciendo mayor ha sido que me siento, por primera vez en mucho tiempo, bien conmigo misma y muy segura de mis decisiones y eso me hace sentir adulta. Como justo he leído en la “La magia de ser Sofía”, he abandonado por completo aquella sensación de desasosiego que me acompañaba desde que había decidido (años atrás) que mis 45 debían significar un cambio. Los 45 no tienen porque significar ninguna metamorfosis trascendental más allá de abrazar firmemente el argumento que una entra en la mejor etapa de su vida en el momento en que aprende a querer sus virtudes y sus defectos, independientemente de cuantos años tenga y considero, sin duda que estoy metida de lleno en este proceso exacto.
Con todo ello, he conseguido ser por fin una mujer que se siente a gusto dentro de sí misma y lo mejor de todo es que no me está causando ningún esfuerzo. A raíz de todo esto, he buscado la definición exacta de madurez y la respuesta me ha maravillado. Me apasiona descubrir que algo que estoy sintiendo internamente se reafirma mediante conceptos aceptados empíricamente (mini punto para mi misma).
“Madurez : estado de una cosa que ha alcanzado su pleno desarrollo o de una persona que ha alcanzado su mejor momento en algún aspecto.”
Y así es, de hecho este último año me han pasado cosas, como a todo el mundo, pero han sido cosas un poco más determinantes para mí que en años anteriores. Como sabéis durante algún tiempo estuve descartando la posibilidad de estar sufriendo un trastorno bipolar, idea que se desechó precisamente por concluir que las idas y venidas que padecía no eran a causa de impulsos sin control sino por decisiones conscientes. Y tras ese veredicto del psiquiatra estuve meditando respecto a eso y decidí poner en práctica ciertos cambios en mi conducta. Ya que sé que suelo moverme en los extremos de las cosas y que me dejo arrastrar en cierto modo demasiado hacia arriba o demasiado hacia abajo (cosa que en realidad no me compensa ni me gratifica a largo plazo) decidí atraerme a mi misma hacia la zona más central de mi conducta y obligarme a velar por mi bienestar emocional más allá de dejarme auto complacer viviendo en los límites fronterizos de mi psique y de mis actos.
Como ejemplo os contaré que en un auditorio enorme, durante la presentación de un póster que habían realizado mis compañeros de trabajo pero que defendía yo, en la ponencia de cierre la oradora lanzó una pregunta al público:
“Pensad una frase y decidla en alto”. Yo misma pensé en mi interior “me gustan las fresas”. Y cuál fue mi sorpresa que en el mismo instante, 20 filas más arriba una voz masculina gritó “me gustan las fresas”.
Wow, wow, wowwww, mi parte impulsiva al instante decidió que quería conocer a ese chico, era una señal sin duda, el destino intentaba decirme algo.
Pero por aquello que os decía de promediar mis emociones, mi parte terrenal salió al rescate y pensé qué iba a aportarme en realidad hacer gestiones para conocer a esa persona. Fue un poco como buff, qué pereza, para qué intentar liar mi cabeza con hipotéticas fantasías siendo que me siento afortunada con la vida que tengo? ¿Para qué atribuir causalidades a lo que sólo fue una casualidad? Hoy justamente me he dado cuenta que me pasa lo mismo cuando conduzco, otro mini ejemplo de lo que para mi es centralismo, en este caso, más literal; si hay 3 carriles me siento super cómoda en el carril central a pesar de que permanecer en ese carril no es la forma correcta de conducir. Por suerte en la vida, cierta imparcialidad conductual, no es ilegal.
Y con eso no quiero decir que haya dejado de tomar decisiones o que me encuentre en un abstractismo emocional sin definición, dirección, objetivos o conclusiones. Sólo digo que no os podéis llegar a imaginar cómo esa pequeña dosis de neutralidad ha desenmarañado todo mi ser.
Pero no todo puede ser tan fácil, ¿no? dejadme que os cuente que en medio de todo ese banquete de ecuanimidad, resulta que empiezo a notar que algo rige mis emociones aparte de mi cerebro y de mi corazón, algo que no controlo; un poder extraño que me maneja a su antojo y a menudo me hace muy fácil permanecer en modo aséptico pero por el contrario, de repente y sin aviso me envuelve en un vendaval de instintos primitivos que me empujan demasiado a esos confines extremos de los que precisamente huyo. Ese poder ajeno a mi pero que a la vez tengo en mi interior son mis hormonas.
Bienvenidas señoras, al magnífico mundo de las catarsis hormonales. A pesar de que todavía no he notificado ningún desequilibrio hormonal objetivable, puedo afirmar en mayúsculas que nunca había sentido en mis carnes su gran poder perturbador como lo he hecho en el último año; por lo que no he podido más que rendirme a ellas.
Así que si ellas hacen ruido para que las oiga, ¿Quién soy yo para no escucharlas?
Es por eso que voy a hacerles caso, a prestarle atención a mi cuerpo desde el interior y si me pide ir palante con creatividad e imaginación se lo daré y si me pide calma, se la aportaré también. Como dicen unos amigos míos: “todo si “ ; como dice la Cris de 45: ” en su justa medida”. Acepto hormonas como pseudo timón, pero, para no terminar en el triángulo de las Bermudas, le voy a meter al ancla una buena dosis de centro (sólo por si las moscas).
Para ya terminar quiero haceros partícipes de una pequeña reflexión que tal vez no sigue ninguna lógica argumental con lo que os estoy contando hoy pero me ronda la cabeza desde hace días y quiero plasmarla en esta columna. Como he dicho infinidad de veces, a menudo las ideas más verdaderas vienen de detalles sin importancia.
Hay un corto, que iba incluido en un curso online que he hecho sobre contención verbal. En él sale un mendigo ciego pidiendo limosna en la calle con un cartel que pone : “Soy ciego, ayúdenme por favor”
Las personas que pasan por la calle le van dando alguna moneda pero sin demasiada suerte.
Una ejecutiva se para frente al pobre, coge el cartel y lo reescribe. Las monedas empiezan a llegar en muchísima mayor medida que antes por lo que el señor se pregunta que ha puesto esa ejecutiva en el cartel.
“ Hace un bonito día y no puedo verlo”
No he conseguido transmitir con mi descripción la emoción que sentí al descubrir el letrero modificado, me emocionó porque pensé que un mismo mensaje expresado de un modo u otro puede despertar unas sensaciones u otras y así pasó, efectivamente, en la presentación del póster del congreso del que os hablaba antes, le pedí a mi amiga Silvia (porqué es una pasada lo mona que va esta chica siempre) una americana negra para ir elegante y adecuada a las circunstancias y ella me la prestó en una bolsa de cartón.
La bolsa era de una tienda de puzles, Puzle Manía, y en el logo ponía: “Todo encaja en el momento que tu elijes”
Mi marido y yo habíamos pasado una época de ciertas desavenencias conyugales que nos estaban distanciando en exceso, cosas del día a día, desgaste, desmotivación, ya sabéis, cosas que pasan a todas las parejas, pero que no estábamos consiguiendo redirigir. Como plasmó en un libro Elisabeth Benavent, era un poco como que había un problema, que era suyo y era mío, pero no era nuestro.
Y creo que en esa desunión radicaba el mayor conflicto, porqué aquello que nos une es mayor que aquello que nos separa, no obstante la naturaleza humana nos conduce a enfocarnos siempre en aquello que falla.
Al leer frase de la bolsa entendí que estaba en mi mano hacer que la pieza en cuestión encajara y yo por encima de todo, elegía hacerlo y así se lo hice saber a mi marido, que por su parte lo ensambló también y pudimos continuar formando el puzle en común. Sólo tuve que cambiar el mensaje y en lugar de decirle : “ a ver si funciona”, sentencié : “vamos a hacer que funcione”. Y funcionó.
Así que yo, a mis 45 años recién estrenados quiero que todos los pilares de mi vida sigan siendo los mismos y que nada cambie, tan sólo el mensaje, que voy a reescribirlo de modo que encaje a la perfección en mi nueva vida de madurez, consciente, instintiva y neutral, conocedora que estoy estrenando, sin duda los mejores años de mi vida.