lunes, 28 de octubre de 2013

Fosforito lindo

Alguien que conocí hace tiempo me llamaba, muy sabiamente, fosforito. Tenía razón, me enciendo en medio segundo, estallo y luego se me pasa rapidito. No parece que me vaya muy bien en la vida con esta cualidad, aunque tampoco puedo decir que me haya ido fatal.
El problema de esto es que cuando yo estallo, lo hago de verdad. Tengo mala leche, mucho carácter, como suele decirse para adornar el término, y cuando me enfado la explosión es fuerte. La parte buena, creo, es que no suelo decir lo primero que se me pasa por la cabeza; la parte mala es que lo que digo, lo digo con una vehemencia tal que mi interlocutor tiende a asustarse y llorar con el consiguiente mal  de conciencia mío o a defenderse y atacar con la consecuencia de calentarme más y subir el tono.

En resumen, en el 90% de los casos, fondo sí; forma no.
Lo fastidioso de esta fórmula es que el resultado  es claro: cuando perdemos la forma, perdemos también la razón.

Hace tiempo vi un programa en la tele donde los socios de un negocio basaban su convivencia en insultos y discusiones. El conductor del programa los situó en un ring de boxeo y les propuso decirse solamente aquellas cosas buenas sobre el otro que todavía quedaban (aunque enterradas) en su interior. Si no funcionaba no habría mucho problema puesto que estaban en el escenario adecuado.
Pero funcionó… ¡vaya si lo hizo!  Empezaron a detallar las cosas por las que unos admiraban a los otros y a relatar las buenas cualidades que habían hecho que aquella relación llegara precisamente a relación. El que decía, se emocionaba al recordar los buenos momentos y se sinceraba de tal modo que sentía hasta sana envidia de los puntos fuertes que destacaba en el otro y el que escuchaba, se empapaba de los cumplidos y se llenaba de confianza, agradecimiento y sorpresa al ver sus aptitudes reconocidas por el primero. Y así, en esta catarsis inesperada, se generó o regeneró (como queráis verlo) el amor.

AMOR, en mayúsculas, sincero y de hecho tan fácil de crear. Ese cariño estaba ahí sólo que ninguna de las dos partes lo veía, el odio, los problemas, la rutina, la vida, en esencia lo habían disfrazado de gritos y despecho y el simple hecho de rescatarlo había hecho que los socios desmontaran sus corazas y descubrieran que el amor es más poderoso que el odio.

Esta teoría es fácil, ideal y muy de slogan de película, pero ¿Cómo hago yo ahora para no discutir sino debatir y quitarme a la vez,  la etiqueta de malhumorada y mala, malísima de encima? ¿Cómo me vuelvo tranquila, tolerante y dulce argumentadora? No sé hacerlo y quizás si quitara eso de mi persona dejaría de ser precisamente mi persona. La dinamita coexiste dentro de mí, bien cargada con pólvora a punto de explotar. El único truco que se me ocurre es que no se encienda la mecha. En un mundo donde hay chispas por todas partes, el dejar de verlas como detonantes y definirlas como preciosos fuegos artificiales me cuesta mucho. Tal vez debiera alargar la mecha, tal vez sencillamente debiera entender que discutir no me aporta nada y pasar un poco más de todo, relativizar, ¿empatizar?, ¿pensar de base que el otro no lo hace con mala fe?, ¿dar por hecho que todo el mundo es bueno y que el otro tiene tantas ganas como yo de entenderme y ser entendido?
Llegados a este punto, con la situación comprendida y la solución en la recamara, la mitad del camino ya está andado, ahora sólo tengo que encontrar la manera de caminar la otra mitad sin que el fosforito se encienda.

lunes, 21 de octubre de 2013

El sonido del silencio

Me encanta estar afónica. Lo sé, es rarísimo, pero a mi voz nasal le sienta de fábula un tono más grave, la hace muy sexy (a mí entender)  y me gusta usarla para hablar como susurrando, aproximándome al oído del otro o simplemente como si todo lo que estoy contado fuera un secreto incontable. Me acerco sobre la mesa que nos separa y encojo mis hombros, agarro mi mano una con otra, bajo mi mirada y explico lo que tenga que decir, y aunque sea sólo la lista de la compra, la atmosfera, con mi voz afónica ¡se torna muchísimo más interesante sin duda!
Alguien dijo alguna vez que hay pocas chicas que sepan cantar, decía que suelen gritar; no estoy de acuerdo con eso pero yo desgraciadamente no soy la excepción que “desconfirma”  la regla; no se cantar ni gritando ni susurrando. A pesar de haber formado parte de un grupo góspel durante 2 o 3 sesiones, mi voz y sobre todo mi afinación dejan mucho que desear. Eso, por supuesto, no me desanimó de haber  escrito mi propia canción ni de, sobre todo, cantar a gritos en casa, momento en el cual, agradezco enormemente no estar afónica porque el tono a lo Bonnie Tyler me cansa un poco si lo uso en exceso. Por todo el resto, me resulta muy placentero cantar a gritos, viviendo cada palabra e interpretando cada sonido como si del concierto de mi vida se tratase.
¿Será que tengo mucho por decir? Tal vez. No aspiro a ser escuchada por multitudes y ni mucho menos que mi discurso pueda parecer interesante, de hecho, oralmente me defiendo mucho peor que por escrito. Las palabras se agolpan en mis cuerdas vocales y surgen a menudo sin sentido, sin poder controlarlas apenas. La vehemencia suele apoderarse de mí dando una visión de enfado o de exaltación que puede ser que no se identifique con la realidad. Prefiero escribir; hacerlo me calma, me hace reflexionar, me pacifica y se convierte en un potente y adictivo ansiolítico de mi persona.
Pero los sonidos, sean gritos, susurros o canciones, son potentes en sí mismos, ¿os habéis parado alguna vez a pensar cuál es vuestro sonido favorito? Podría decir que el mío es el sonido de la lluvia, del bosque, del fuego quemando en una chimenea, del pisotear de las hojas de otoño, el sonido de la risa de mis hijos; pero aparte de estos que son obvios para mí, me he sorprendido gozando de sonidos muy banales, muy cotidianos y cómo inesperadamente esos ruidos (como definiríais muchos) me encantan, sin más.
El abrir de una cremallera de tienda de camping, el subir de una persiana, el sonido de los porticones de madera al abrirse y rebotar levemente contra la pared, el repiqueteo de los cubiertos al tocar el plato, el riego automático que se enciende….todo son sonidos de inicio de día, de despertar, de arriba muchacha qué hay vida a tu alrededor, del mundo poniéndose en marcha y esos simples ruidos por lo que evocan en mi, ¡hacen que me sienta extrañamente feliz!
Pero no todos los sonidos me son agradables, contrariamente a lo que pudiera parecer, los sonidos estridentes me molestan muchísimo, una multitud efervescente me retumba y los gritos y el bullicio de fondo sin objetivo claro me ensordecen. ¿Habéis probado alguna vez a silenciar el silencio? Entrad en una habitación, encended la luz y permanecer solos allí durante un rato. Sin hablar, sin nadie, sin música, sólo vosotros y el silencio. Apagad el fluorescente y sentidlo. Es muy tonto, pero me apasiona hacerme consciente del verdadero silencio.
Y lo bonito del caso es que uno no puede subsistir sin el otro, son contrarios pero se necesitan irremediablemente, es la perfecta relación amor-odio…..así que subid el volumen, cantad, gritad, alzad vuestras voces y encended todos los altavoces del mundo, para luego, tan solo, shhhhhh… disfrutar del encanto del silencio.

viernes, 18 de octubre de 2013

Albedrío

Me gustan los músicos del metro, cuando paso por delante suyo bajo el volumen de mi Ipod para escucharlos tocar, aunque ellos no se den cuenta porque sigo llevando mis auriculares puestos. El otro día casualmente mi Ipod se quedó sin batería e iba yo absorta en mis cosas sin auriculares y oí una voz nueva cantando una preciosa canción que me encanta desde que la escuche por primera vez (”Si et quedes amb mi”, de Sopa de Cabra). Pasé cantando y sonriendo, supongo, aunque no fui consciente de ello hasta que el músico desde su micrófono exclamó: -Gracias por tu sonrisa!, me giré hacia él y sonreí de nuevo y entonces al verme agregó – No me has dado ni un euro, pero, gracias igualmente, tu sonrisa me ha alegrado el día.
Ese comentario me asombró y me gustó tanto como me avergonzó. No le había dado dinero, cierto. Nunca suelo darlo en estas situaciones. Estuve a punto de echar marcha atrás y donarle 2 euros pero me pareció falso, fuera de tiempo ya.
Me sentí mal y pensé en si las buenas obras no hechas nos pasarán factura en algún otro momento de nuestra existencia. Hace tiempo solía ir a un grupo de estudio sobre Allan Kardec y sus libros, tema espiritual, muy serio para mí pero difícil de ser entendido en mi circulo habitual (por lo que yo me guiso y yo me como esta tendencia mía) pero me gusta reflexionar de vez en cuando si esa factura pendiente me la cobrarán en una posible otra vida.
En este grupo, un compañero una vez me dijo algo que me resultó muy gracioso a la vez que un poco inquietante. Le conté una anécdota sobre una vecina de mediana edad pasada que vivía en el 7º piso (sin ascensor, claro) y que cuando me encontraba por la escalera y ella llevaba bolsas de la compra me miraba con una cara de ayúdame jovenzuela, que me diseccionaba viva. Un día en un acto de rebeldía interna no la ayudé y el tema es que me quedé con mala conciencia y mi amigo me decía…..no sufras, en tu próxima vida serás repartidor a domicilio de Mercadona.
Yo que creo en la ley de causa y efecto, en otras vidas, en cuentas pendientes y demás… a menudo me pregunto: ¿hacer algo sólo porque es lo correcto y no por decisión propia es mejor que ser fiel a ti mismo aunque no obres bien? Pienso que los favores y las buenas obras se han de hacer porque te nacen de dentro; si son por obligación moral no cuentan lo mismo, de hecho a mi me cuentan como una mentira, a mi misma, pero mentira al fin y al cabo por lo que se convierte en mala obra, ¿no?
Como el día del metro, si ese día hubiera vuelto atrás no hubiera sido fiel a mis actos pero al día siguiente, sí me sentía ilusionada por ver de nuevo al músico y darle algo de dinero. Lo tenía todo pensado. Me plantaría delante de él y le diría: - soy la de la sonrisa de ayer. Este euro es por hoy y este otro es por ayer. Gracias por tu música.
Pero el músico no estaba, en su lugar estaba el mismo señor  malísimo de siempre con pañuelo a lo Mark Knopfler, y eso hace que me plantee otra cuestión cósmica. ¿De verdad a veces pasa un tren y si lo perdemos ya nunca podremos cogerlo de nuevo? Las cosas que no hemos hecho, ¿ya han caducado? Y, esas cosas, ¿las hemos perdido por decisión propia o es que no estaban destinadas a suceder? Yo creo en el destino a ratos, soy de las que salen a encontrar, no me gusta esperar a ser encontrada por lo que mi destino, entiendo, que me lo guio yo. Creo en el  libre albedrío pero, a veces, cuando los acontecimientos me desbordan no encuentro otro consuelo que pensar que estaba escrito y que la vida debe tener un plan magnifico para mí y esto o aquello que a priori parece una desavenencia, tal vez es el preludio necesario de algo fantástico que está por venir.
Desde aquel día del metro, en mi bolso hay un escondite secreto que alberga dos euros, destinados por que yo lo he querido así, al músico desaparecido y cuando aparezca de nuevo, yo estaré ahí para darle lo que le pertenece, cerrándose así el circulo y si al final, no aparece, será que el destino, así lo habrá querido!





lunes, 14 de octubre de 2013

El valor del durante.

La otra noche cenando en una terraza no pude evitar oír una conversación entre dos amigos. Uno le decía al otro que se había estado escribiendo mensajitos con una amiga suya. La conversación iba sobre una amiga que le preguntaba al chico como iban las obras de su nuevo piso y que cuándo iba a hacer la inauguración. Él le hablaba sobre cenar en el suelo con cajas de cartón y ella le decía que le podía regalar una mesa pequeñita y él le dijo que a cambio tendrían que estrenar esa mesa.
A lo que ella le contestó: Ah, claro! Entonces tendremos que buscar a una chica que quiera ir a cenar a tu casa…
El chico, cambio su tono por completo y le objetó a su amigo algo como…- ¿ves?, ella no está interesada en mí-  y  por eso dejó de escribirle.
Os juro que mi acompañante tuvo que agarrarme del brazo para evitar que me acercara a charlar con el chico; hombre de poca fe, ¿No sabes las reglas del coqueteo? Ella te estaba dando una de cal y otra de arena, estaba alargando el juego, el flirteo, ella estaba buscando que tu le dijeras…- ¿Ah sí? Pues busquemos,….qué te parece alguien con ojos negros, pelo largo, simpática (describiendo algunas de sus características)… a lo que ella respondería...- pues muy interesante, pero no conozco a nadie así. ¿Conoces tú a alguien?
…y así durante unos cuantos mensajes, y después tal vez alguna llamada y algún café espontaneo a media tarde, hasta llegar a la cena, sin mesa, con cajas de cartón por supuesto (para asegurarse repetir  cuando llegara por fin el dichoso mueble).

En lugar de eso, el chico se cerró en banda y se perdió lo que podría haber sido una bonita historia de amor, o tal vez no, tal vez se perdió sólo un polvo de una noche, pero bonito, al fin y al cabo. O Quizás no se perdió nada de eso porque después de tanto mensajito  la cosa no cuajaría pero….ahí está el quid de la cuestión ¿es tan importante llegar al fin? ¿Es que lo que hay antes del fin no tiene valor propio? ¿Nos llena más el destino que el trayecto?

Obviamente yo soy más de las del trayecto, lo paso muchísimo mejor organizando, imaginando y planeando el viaje. Después, una vez allí continúa la diversión pero el concepto es claro, continúa, no empieza. La diversión empezó al principio de los preparativos, de hecho empezó cuando una idea fugaz y descabellada cruzó por mi mente en una noche de borrachera, durante la etapa previa a la de exaltación de la amistad (que ya os contaré en alguna ocasión). ¿Y es que si el pastel no tiene cereza ya no vale la pena comerlo? Escudándose en esta premisa mucha gente se pierde momentos fantásticos. Sé que los inicios suelen ser mágicos, los finales pueden ser buenos o malos pero ¿por qué siempre nos olvidamos del durante, siendo, como es, que el verdadero peso de las historias sucede en ese tramo?

Una gran filósofa conocida de la familia, acuñó una gran frase que le ocasionó millones de seguidores. En su inmensa sabiduría un día dijo: “Calentar para no meter, es echar la picha a perder”. Está bien claro, que ella no es de las del trayecto y yo le diría que el truco está en empezar a disfrutar del paisaje durante el ascenso, no sólo en la cima. Degustar desde el aperitivo, y el postre tal vez lo coma o tal vez no. No me malinterpretéis, yo adoro el postre, de hecho, mi estomago siempre tiene un huequito reservado para el postre y adoro llegar al final del camino, como todos. ¿Pero qué hacéis cuando llegáis a la meta? Miráis hacia atrás y os recreáis en todo lo que habéis recorrido; esa es la verdadera diversión. Y a usted, gran mente pensante, me parece muy bonito que no le gusten los preliminares, ni los preparativos y que le guste ir directamente al grano o lo que es peor, que si no hay guinda prefiera no comerse el pastel…pero no sabe, señora, lo que se está perdiendo.  A los demás, disfrutad del camino!



lunes, 7 de octubre de 2013

Entre bastoncillos de algodón...

Estoy absolutamente enganchada a los palitos de algodón para limpiar los oídos. Se de sobras que no son recomendables pero me proporcionan un placer infinito y no quiero prescindir de ellos. Esos apenas 3 cm de largo en un diámetro milimétrico, y sus dos bolitas de algodón, suaves y limpias…Después de la ducha es la parte que nunca me olvido y van siempre conmigo en la maleta cuando salgo de viaje. Nunca me quedo sin y si algún día por cuestiones ajenas a mi no dispongo de ellos, os prometo que me fastidia.

¿Y ese gusto…? Meter algo en el oído para…. ¿No oír? No oír para…. ¿No saber?
¿Es preferible vivir en la ignorancia? Solía pensar que yo era de las que prefieren saber, pero últimamente tengo claro que si algo no me va a aportar nada, ¿para qué saberlo? Si hay algo de lo que no debo decidir, no me trae nada bonito y además me turbará….pues prefiero no saberlo. El Ojos que no ven, corazón que no siente se inventó por algo.
A veces no me gusta ni ver películas dramáticas, con las que sé que voy a pasarlo fatal y a llorar a lágrima viva. Me he vuelto superficial en estos temas, lo reconozco, pero de momento no le acabo de encontrar el gusto a sufrir. Todavía no he conseguido ver “Lo imposible” y dudo que pueda verla dando la casualidad que uno de los protagonistas es un niñito precioso y rubio, como mi pequeño Jon. No puedo, me meto tanto en el papel que tardo horas en olvidar que es cine y saber que pasó de verdad, saber que esa personita vivió todo ese horror me supera. No es muy ortodoxo, lo sé pero no me gusta atender a las noticias del telediario sobre muertes, matanzas, desastres climatológicos, secuestros  y este tipo de sucesos. Me duelen mucho, muchísimo.
Diréis que eso es evadir la realidad, vivir en un mundo falso, ser egoísta, dar la espalda a los problemas….puede ser, lo acepto, pero mi versión de los hechos es que yo no puedo hacer nada por esa gente y el hecho que lo sepa o no, no va a cambiar el curso de sus acontecimientos, por tanto, no tengo duda, prefiero no saber.

Alguien dijo una vez que, en medicina alternativa, los oídos son el órgano que de alguna manera regulan el miedo y el frio. En mi caso, cuando siento alguna de esas sensaciones, me tapo las orejas, así que he podido corroborar subjetivamente esa afirmación. Siempre duermo de lado con el oído tapado por la sabana y cuando veo pelis de terror no me tapo los ojos, me tapo las orejas! Es curiosa esta interrelación entre oír-temer-tapar…Como no quiero oír algo que me da miedo saber o ver, me tapo los oídos y así esquivo el miedo y de paso, la audición.

Aparte de esto, si profundizamos en el ojos que no ven, obtenemos ciertos matices.
Si algo no se sabe no se puede juzgar y si algo no se sabe tampoco te puedes juzgar a ti misma por decidir o no permitirlo, afrontarlo, olvidarlo, castigarlo y muchos más  “–arlo”
Esta tendencia a veces, puede resultar peligrosa. Una mentira, si no se sabe, ¿deja de ser mentira? ¿Existen las mentiras piadosas? ¿Se consideran verdades a medias? Creo que todo el mundo miente, en cosas más banales o más importantes, pero en algún momento todos lo hacemos, por no herir, por miedo, por no fastidiarla, porque no sabemos salir de la gran bola de nieve, por lo que sea, pero es un hecho, mentir mentimos, así que no entraré en si está bien o mal; eso se lo dejo a cada uno. Sólo argumentaré una cosa, la mentira más importante, a mi entender, es la que nos hacemos a nosotros mismos. El “nadie se va a enterar” no me sirve. Me voy a enterar yo misma y yo soy mi juez más estricto. Nunca consigo esconderme de mi por más que lo haya intentado alguna vez…. así que mi consejo ,sin que sirva de precedente (porque no me considero en absoluto en posición de aconsejar a nadie) es que si mentís, mentid bien y al menos, mintáis a quien mintáis, aseguraos de no mentiros a vosotros mismos!