lunes, 25 de julio de 2016

Titi Clan

Es tremendo como los años y las circunstancias cambian nuestro punto de vista respecto a muchas cosas. En mí, que solía ser blanco o negro, bueno o malo me era muy sencillo decidir y discernir hacía que camino quería tirar.
Ciertas cosas tenía muy claras, cosas como el aborto, el cuidado de ancianos en residencias, las órdenes de no reanimar y otros pormenores que a medida que crezco, evoluciono o envejezco según como lo queráis definir,  están resultando no ser tan menores.
Sin ir más lejos hoy mismo he leído una carta al director en el periódico donde una señora de 82 años relataba sin ninguna vehemencia lo que tiene y lo que no.  Aquí os la paso para que podáis opinar vosotros mismos.
“Lo que tengo y lo que no: Esta carta representa el balance de mi vida. Tengo 82 años, 4 hijos, 11 nietos, 2 bisnietos y una habitación de 12m2. Ya no tengo mi casa ni mis cosas queridas, pero si quien me arregla la habitación, me hace la comida y la cama, me toma la tensión y me pesa. Ya no tengo las risas de mis nietos, el verlos crecer, abrazarse y pelearse; algunos vienen a verme cada 15 días; otros cada tres o cuatro meses; otros, nunca. Ya no hago croquetas o huevos rellenos ni rulos de carne picada ni punto ni crochet. Aun tengo pasatiempos por hacer y sudokus que entretienen algo. No sé cuánto me quedará pero debo acostumbrarme a esta soledad; voy a terapia ocupacional y ayudo en lo que puedo a quienes están peor que yo, aunque no quiero intimar demasiado: desaparecen con frecuencia. Dicen que la vida se alarga cada vez más. ¿Para qué? Cuando estoy sola puedo mirar las fotos de mi familia y algunos recuerdos de casa que me he traído. Y eso es todo. Espero que las próximas generaciones vean que la familia se forma para tener un mañana (con los hijos) y pagar a nuestros padres con el tiempo que nos regalaron al criarnos” Pilar Fernández Sánchez. Granada.

Ahora es mi turno para opinar: Ante estas afirmaciones, me pregunto yo, ¿cuál es el objetivo de formar una familia? Pues así a bote pronto podría ser el compartir un proyecto de vida común, evolucionar juntos y pasar por las diferentes fases de la existencia formando un equipo, no? Lo que me lleva a reflexionar sobre mi idea de las residencias de ancianos. Soy gran defensora de estos centros, he trabajado durante muchos años en ellos, mis abuelas pasaron sus últimos años viviendo en una residencia, la abuela de mi marido está en una y afirmo que no podrían estar o haber estado mejor cuidadas. Es cierto, de eso no hay duda; los medios y tecnologías que disponen estos centros no son comparables a la buena voluntad de un cuidador informal en una casa. Lo que pasa es que ahí me estaba centrando  únicamente en las necesidades físicas: higiene, medicación, eliminación, alimentación, etc. Y después de leer la carta de repente me ha venido a la mente la cena de Nochebuena, mira por donde. Parece que haya perdido el hilo de mi alegato pero ahora me entenderéis. Yo siempre he promulgado que mi mayor deseo familiar era que mi mesa en la cena de Nochebuena estuviera repleta de gente. Siempre he querido formar una familia numerosa por todo lo que para mi implica. Yo he sido hija única y reconozco que no cambiaria mi infancia por la de ningún niño del mundo porque para mí ha sido la más perfecta que pueda existir pero como soy un poco perfeccionista, siempre he deseado que la infancia de mis hijos  fuera todavía un poquito más perfecta que la mía, y eso sólo se podía conseguir dándoles hermanos. Ya me he ocupado de ese tema y ya tengo mi mesa más llena…..mi marido y yo, mis hijos, mis padres, mis suegros, mis tíos, mis cuñados, las parejas de mis hijos algún día, mis nietos…..me encanta. Mi sueño hecho realidad. Una gran familia. Me imagino de viejecita con mi pelo blanco impoluto, mis gafitas, mi blusa recién planchadita y mis bragas faja a lo Bridget Jones; toda una vida de historias, de compartir, de luchar, de tirar la familia para adelante y ZAS de repente me encuentro en una residencia y todo eso cambia. Ya nadie corre por los pasillos, ni hay gritos, ni tele ni música ni cómo ha ido el día y no es que espere vivir con mis hijos cuando sea anciana, ni mucho menos pero si esperaba que los años que estuviera viva, seguir sintiéndome así, viva. Seguir sintiéndome que formo parte del grupo social al que he pertenecido siempre. Lo gracioso es que al leer esta carta no he pensado en mi misma, sino en mis padres. Ellos, que siempre han defendido que cuando llegue el momento se irán a una residencia y estarán encantados con eso y yo lo he apoyado fervientemente, los imagino ahora como la anciana de la carta y me da mucha tristeza. Porque realmente la cena de Nochebuena es fácil de tener, pero ¿y las otras 364 cenas? ¿Toda una vida familiar para acabar con 3 cenas al año, un fin de semana al mes, una hora extra el día de tu cumpleaños? ¿A eso aspiraremos al convertirnos en ancianos?
No me he planteado aún como quiero gestionar mi vejez y hasta ahora tenía muy claro cómo iba a gestionar la de mis padres, por eso me extraña que  de repente me venga una imagen mental de todos en una casa viviendo en común. Sé que requeriría ayudas técnicas, personal de apoyo, una economía y una logística muy bien hiladas pero, ¿por qué no? Y ya sé que yo me lo imagino como el catalogo de Ikea, con una casa grande, con habitaciones enormes y un comedor gigantesco y luminoso en el que el abuelo lee el periódico mientras la abuela, la madre y la hija hacen galletitas en la isla de la cocina y el marido y el hijo vuelven de jugar con el perro. Lo sé; Se que la versión real más bien seria todos apelotonados, hasta el moño del Sálvame de mi madre en la tele, sin perro porque nada más nos faltaba eso, el crio con auriculares encerrado en su habitación, la niña gritando que no la entendemos y mi padre restregando su pañal por la pared de la cocina. Y Madre mía, madre mía, madre mía…… ¿Y si mi marido piensa igual y quiere traer a sus padres???? Pues pongo a mi suegro con  mi padre a restregar sus pañales conjuntamente y a mi suegra le adjudico el hacer las galletas…;)
Ciertamente no sé cómo voy a gestionar mis deseos, los deseos de los familiares a mi cargo y las necesidades reales según las circunstancias junto con los recursos que tengamos, y por suerte me queda mucho camino para plantearme soluciones y alternativas pero está claro que quiero tener una familia inclusiva y no excluyente; participativa y  con un gran sentimiento de pertenencia. Quiero transmitir esos valores a mis hijos y que ellos a su vez los pasen a los suyos. Defender a capa y espada una actitud de respeto por nuestros mayores y por su cuidado. Echar la vista atrás y fijarme en que toda la vida han convivido las distintas generaciones bajo un mismo techo nutriéndose de experiencias propias de su edad los unos a los otros. Tal vez no ser tan súper mega modernos y aprender de las tribus ancestrales en las que hacían eso mismo y cada uno con su rol formaban un largo linaje de convivientes, porque al fin y al cabo somos quien somos por un conjunto de muchas razones (una de ellas nuestra estirpe) y tal vez no podemos saber a dónde vamos o hacía donde nos llevará el destino pero de lo que si estamos seguros es de dónde venimos, y yo eso lo tengo muy claro, vengo de una FAMILIA, en letra y significado, mayúsculos.

martes, 19 de julio de 2016

Love, actually

La otra noche tomando una copa con la Patrulla, coincidimos con unas amigas de mi cuñado y una de ellas que no nos conocía nos señalo a lo lejos y proclamó que a mi marido y a mi (que estábamos sentados en una mesa charlando) se nos veía muy enamorados. A mí me extrañó en verdad porque la versión que tengo últimamente de nosotros mismos y de nuestra relación dista enormemente de la definición de enamorados precisamente. Pero me intrigó profundamente. ¿Qué había visto esa chica que no era capaz de ver yo misma de mi propia relación?
¿Se me está escapando algo? ¿Me he perdido en algún recoveco del camino, me falta alguna frase del cuento que no consigo hilar del todo el argumento? Yo después de 15 años de relación no hubiera usado la palabra enamorados para definirnos. Y es una pena porque en verdad ese término debería  ser el inicio y la trama de cualquier relación sentimental de cierta antigüedad, no? Pero es que a mí, a pesar de lo soñadora  y devoradora de comedias románticas que soy, ya no me cuadra que el amor sea el motor de todas las cosas. Y me gustaría, me ilusionaría  pensar en una vida el uno para el otro, en la que él me da todo lo que necesito en una pareja y viceversa. Envejecer juntos de la mano  sintiendo que ha sido el amor de mi vida. Tal vez los años o la cotidianidad, las prisas o el dejar de creer en unicornios alados me ha hecho replantearme mi  ideal de amor incondicional. Buscar un diez, sin serlo yo misma y sabiendo que los 10 no existen. ¿Alguien habrá que nos considere un diez? Pues parece que si puesto que últimamente a mi marido le salen fans hasta debajo de las piedras. Antiguas amigas, compañeras de trabajo, la vecina del 5º, las mamás del cole,….. Mujeres a priori atrayentes y  que se interesan por él y me dicen lo guapo y simpático que es. Lo bien que trabaja y las dotes de liderazgo que tiene. Me hablan de lo buen padre que es y de la suerte que tengo. Un diamante vaya. Y parece ser que yo, sin enterarme.
Y yo me pregunto ¿por qué los de fuera son capaces de ver lo que no se ve desde dentro? Y  añadiría ¿acaso verán también todo lo que hay dentro pero que no se percibe desde fuera?
Él podría quejarse de multitud de cosas mías, pero como mi blog lo escribo yo, empezaré primero. Así que podría quejarme de que él no me da el cuento de hadas que yo veo en las pelis y cuando vamos a Menorca en barco no me abraza en cubierta o cuando vemos ponerse el sol y pedimos un deseo sus ojos no me miran de reojo para sincronizar un anhelo común. Podría disgustarme porque no se curra mis regalos de cumpleaños como antes (entiendo que puso el listón muy alto el primer año con unos patines de hielo o en nuestro 4º aniversario de novios con un viaje sorpresa a Mallorca…pero de eso a un libro de cocina o a nada en la última ocasión, sin comentarios).
Podría odiarlo cuando le pido que me susurre algo con amor y me dice amorfa  o cuando cada vez que subo al coche se olvida de abrir el seguro de mi puerta y tengo que repicar en la ventanilla para que me abra. Podría enfadarme también porque no conoce  el significado práctico de la palabra complicidad y porque cuando le pregunto si llevo bien el pelo me dice que si sin levantar la vista de lo que está haciendo. Podría repatearme enormemente que su sentido del peligro difiera tanto del mío que me haga parecer una histérica cobarde y podría enfurecerme tener que darle la razón al comprobar que las escenas de las pelis nunca salen igual en la vida real, léase sexo en la ducha, paseo en descapotable o lágrimas de San Lorenzo desde el frontón. Podría enervarme por  no poder compartir ciertos aspectos de mi mentalidad/intimidad con él porque lo que yo veo factible él lo ve insalvable y nuestro sentido de la pertenencia y de la expresión sentimental es como el chino y el croata. Y podría indignarme muchísimo por no poder compartir una bachata pegaditos o no conseguir abstraerlo en medio de una multitud, en cualquier lugar, para estar los dos el uno con el otro como si estuviéramos solos. Podría contrariarme por ser capaz de leer en sus ojos cuanto valora desorbitadamente ciertas cualidades en otras personas (entiéndase mujeres) y en cambio no ser capaz de reconocerlas en mi. Y podría seguir largo y tendido, una lista sin fin que seguro iría creciendo con cada año de convivencia.
¿Pero sabéis que? he decidido no quejarme por nada de eso y centrarme en buscar qué es lo que vio aquella chica en el bar para llamarnos enamorados. Y no me ha costado demasiado  emocionarme cuando sabe lo que pienso sin decirle nada, cuando me sorprende con un donut un día cualquiera o cuando le convenzo sin tener que persuadirle para apuntarme a la convocatoria de bomberos y encima me da esperanzas de poder conseguirlo.
Cuando me regala la cereza que ha caído en su trozo de tarta, me comparte un post que sabe me va a interesar o se acuerda de mi al escuchar una canción de la que después no recuerda el titulo. Cuando desde lejos ya sabe que lo que estoy haciendo no me gusta, cuando me compara con la Jane del Tarzán de Walt Disney, cuando veo el magnífico equipo que hacemos los 4 o cuando seguimos compartiendo los mismos proyectos  y sobre todo cuando a pesar de su torpeza para verbalizar sentimientos, me dice contundente y sin pestañear que no tiene ningún interés en cambiar a otra vida sin mí.
Cuando consigue asombrarme resolviendo en un instante un rompecabezas logístico que a mí me ha tenido obcecada durante una hora y como con qué claridad discierne el bien del mal y su fascinante nulo sentido de la venganza y del rencor. Adoro la capacidad que tiene para ver la bondad en todo el mundo, obviar  las malas intenciones, buscar  siempre el lado positivo de las cosas o si no lo tienen, como acepta esas circunstancias sin rechistar (aunque esto último yo  lo pondría también en la columna de lo malo). Me encanta como se encienden sus ojos azules al mirarlos en la playa y lo tremendamente guapo que está con sombrero o vestido con ropa de montaña, lo que me impone montado en la moto, ese huequillo de su clavícula y su labio inferior apeteciblemente mordible. Lo de padre ejemplar no voy ni a mencionarlo porqué la puntuación se saldría de los límites, al igual que su buena voluntad para ayudar siempre a todo el mundo sin darle la más mínima pereza.  También podría alabar su predisposición para seguirme en todas mis locuras artísticas de carnaval, bricolaje o edición de videos. Pero en definitiva, creo que tal vez la cualidad que más debería valorar en él sea simplemente estar. Estar ahí siempre, hasta cuando parece que no esté o cuando todo me indica que no quiere estar, incluso cuando yo no quiero que esté; pero SI está y a pesar de ser como un ogrillo refunfuñón a veces, me reconforta que aunque sea sólo muy de vez en cuando logre hacerme sentir, todavía y para siempre, su chinita. Eso tal vez no sea complicidad o no sea de película en su sentido más literal, quizás tampoco sea puro amor, pero sabed una cosa, si no lo es, os aseguro que se le parece.


martes, 12 de julio de 2016

Mini momentos

¿Habéis sentido alguna vez un momento de felicidad completa? De esos que duran sólo unos instantes pero miras a tu alrededor y ves a todo el mundo sonreír y buscas en tu interior y estas  relajada y feliz y te invade una exultante alegría al ver la perfección hecha realidad.
Os pondré en situación….
Una isla, el sol recién puesto con el cielo todavía en aquel tono naranja precioso justo en el horizonte tocando  el mar, gorros de paja, un coche con las plazas al completo, ventanillas bajadas y techo solar abierto y esa luz tenue y anaranjada inundando el interior del coche y de repente a todo volumen un vallenato desesperado… y justo en ese momento surge la magia. La magia de todos cantando al unísono y la felicidad en nuestras miradas, la risa en nuestros labios y esa sensación de exaltación de la amistad en nuestros corazones.
El momento exaltación de la amistad, para los que no estáis puestos en el tema sobreviene de dos modos clave, o en mitad de una borrachera descomunal justo después del ataque de sinceridad y antes de los cantos y bailes regionales con la posterior degradación del idioma y el tuteo a la autoridad o el otro modo sería uno como el que os he descrito que de hecho para mi gusto es más verdadero puesto que tus facultades están en perfecto estado y eres consciente al completo de todo lo que acontece.
Ya veis que quien decía que soy difícil de contentar se equivoca de largo. Soy muy fácil y la prueba es que con una buena canción y un coche lleno de gente cantando al compás ya se me saltan las lágrimas y luego para colmo salimos de cenar y nos acercamos a una multitud de gente que mira por un puente. Algo ha pasado, pensamos todos….y de repente empieza a sonar una habanera, cantada por dos músicos desde una barquita diminuta bajo ese puente. “El meu avi” ni más ni menos, que para los que no lo sepáis a mi esa canción me toca muchísimos por todos los recuerdos que implica.
Y ahí es cuando veo lo bello que es vivir y decido descomplicarme, … reír, comer, bailar, amar y empaparme de todos esos micro momentos que no pasan tan a menudo como yo quisiera pero que  si echo la vista atrás los encuentro en infinidad de ocasiones.
Como aquel día que íbamos en moto todos juntos y paramos a ver una presa en mitad de las montañas o durante el descanso de otra ruta en moto a los pies del Llac de Banyoles, al anochecer con unos refrescos, unas velitas y una buena conversación; la visión desde atrás de toda nuestra caravana de motos y sentirse libre.
Como cuando el ferry a la isla empieza a coger velocidad y tu pelo vuela en cubierta y tus hijos se emocionan por ir en barco abrazados a ti y ves alejarse Barcelona para adentrarte en unas mini vacaciones relámpago, igual que como cuando empieza la noche y te imaginas toda la diversión que tienes por delante y rezas para que nunca se acabe. O cuando te prestan unas gafas de buceo, metes la cabeza y Boom  te encuentras un mundo magnifico a la par que inquietante, profundo, interminable, con buceadores por debajo nuestro y  pececitos nadando a nuestro alrededor (aunque a mí me parecieran  tiburones).
Las noches de selfies con las chicas en la plaza de Alborge, haciendo mil y una caras a cada cual más disparatada y creyendo que vas a morirte de la risa.
O simplemente un arrocito caldoso en la terraza de mi casa, con mis peques, una sábado al mediodía después de sesión de piscina y con una siesta sin reloj. También me sirve un tormenta con todos en casa a cubierto y observar por la ventana como cae la lluvia mientras oigo los truenos, escuchando el “sin tu latido” de Aute.
Y es que no hay más. La vida se compone de estos pedacitos de felicidad efímera que a mí me sirven para rellenar el resto de huecos cotidianos más insulsos. Y me divierto horrores recordándolos, y haciendo variaciones de la historia a mi antojo.

Así que en estos momentos de lucidez mental máxima, de clarividencia, cuando por un instante soy capaz de ver qué es lo realmente importante en la vida y constatar que la felicidad está hecha de lo más simple, me doy cuenta de lo afortunada que soy y me siento la más sabia del universo y aunque me gustaría contarlo a gritos y lanzarlo a los cuatro vientos optaré  por guardármelo  muy dentro, despacito ,en silencio y viviré, reiré y amaré recordando esos mágicos instantes para que sólo quien mejor me conozca, quien sepa mirar a través de mis ojos, me vea sonreír y sepa que en ese preciso segundo estoy viviendo uno de ellos.