
Os pondré en situación….
Una isla, el sol recién puesto con el cielo todavía en aquel
tono naranja precioso justo en el horizonte tocando el mar, gorros de paja, un coche con las
plazas al completo, ventanillas bajadas y techo solar abierto y esa luz tenue y
anaranjada inundando el interior del coche y de repente a todo volumen un
vallenato desesperado… y justo en ese momento surge la magia. La magia de todos
cantando al unísono y la felicidad en nuestras miradas, la risa en nuestros labios
y esa sensación de exaltación de la amistad en nuestros corazones.
El momento exaltación de la amistad, para los que no estáis
puestos en el tema sobreviene de dos modos clave, o en mitad de una borrachera
descomunal justo después del ataque de sinceridad y antes de los cantos y
bailes regionales con la posterior degradación del idioma y el tuteo a la
autoridad o el otro modo sería uno como el que os he descrito que de hecho para
mi gusto es más verdadero puesto que tus facultades están en perfecto estado y
eres consciente al completo de todo lo que acontece.
Ya veis que quien decía que soy difícil de contentar se
equivoca de largo. Soy muy fácil y la prueba es que con una buena canción y un
coche lleno de gente cantando al compás ya se me saltan las lágrimas y luego
para colmo salimos de cenar y nos acercamos a una multitud de gente que mira
por un puente. Algo ha pasado, pensamos todos….y de repente empieza a sonar una
habanera, cantada por dos músicos desde una barquita diminuta bajo ese puente.
“El meu avi” ni más ni menos, que para los que no lo sepáis a mi esa canción me
toca muchísimos por todos los recuerdos que implica.
Y ahí es cuando veo lo bello que es vivir y decido
descomplicarme, … reír, comer, bailar, amar y empaparme de todos esos micro momentos
que no pasan tan a menudo como yo quisiera pero que si echo la vista atrás los encuentro en
infinidad de ocasiones.
Como aquel día que íbamos en moto todos juntos y paramos a
ver una presa en mitad de las montañas o durante el descanso de otra ruta en
moto a los pies del Llac de Banyoles, al anochecer con unos refrescos, unas velitas
y una buena conversación; la visión desde atrás de toda nuestra caravana de motos y sentirse libre.
Como cuando el ferry a la isla empieza a coger velocidad y
tu pelo vuela en cubierta y tus hijos se emocionan por ir en barco abrazados a
ti y ves alejarse Barcelona para adentrarte en unas mini vacaciones relámpago, igual
que como cuando empieza la noche y te imaginas toda la diversión que tienes por
delante y rezas para que nunca se acabe. O cuando te prestan unas gafas de buceo,
metes la cabeza y Boom te encuentras un
mundo magnifico a la par que inquietante, profundo, interminable, con
buceadores por debajo nuestro y
pececitos nadando a nuestro alrededor (aunque a mí me parecieran tiburones).
Las noches de selfies con las chicas en la plaza de Alborge,
haciendo mil y una caras a cada cual más disparatada y creyendo que vas a
morirte de la risa.
O simplemente un arrocito caldoso en la terraza de mi casa,
con mis peques, una sábado al mediodía después de sesión de piscina y con una
siesta sin reloj. También me sirve un tormenta con todos en casa a cubierto y
observar por la ventana como cae la lluvia mientras oigo los truenos,
escuchando el “sin tu latido” de Aute.
Y es que no hay más. La vida se compone de estos pedacitos
de felicidad efímera que a mí me sirven para rellenar el resto de huecos
cotidianos más insulsos. Y me divierto horrores recordándolos, y haciendo
variaciones de la historia a mi antojo.
Así que en estos momentos de lucidez mental máxima, de
clarividencia, cuando por un instante soy capaz de ver qué es lo realmente
importante en la vida y constatar que la felicidad está hecha de lo más simple,
me doy cuenta de lo afortunada que soy y me siento la más sabia del universo y
aunque me gustaría contarlo a gritos y lanzarlo a los cuatro vientos
optaré por guardármelo muy dentro, despacito ,en silencio y viviré,
reiré y amaré recordando esos mágicos instantes para que sólo quien mejor me
conozca, quien sepa mirar a través de mis ojos, me vea sonreír y sepa que en
ese preciso segundo estoy viviendo uno de ellos.
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