miércoles, 13 de febrero de 2019

Reir y Reñir


Me encantan los posts de mamás y papás adorables que promulgan la posibilidad de una vida diferente. Esos gurús del bienestar mental que aseguran una rutina diaria sin prisas ni gritos, en la que siempre mantienen la calma y viven con una sonrisa permanente en la cara y donde a menudo sus hijos son ángeles personificados.

Ciertamente cuando pienso en eso me vienen a la mente anuncios de compresas donde las mujeres durante la menstruación viven en una nube vistiendo pantalones blancos y se pasan el día bailando, sonriendo y oliendo a flores, en definitiva, una mentira. Maravillosa pero mentira al fin y al cabo.
Pues lo mismo me pasa con el mundo idílico al que todos queremos llegar cuando tenemos hijos. 

Desde el segundo cero de la existencia de mi hijo mayor me di cuenta que en lo que respecta a hijos y a educar, no hacemos ni lo que debemos ni lo que queremos, hacemos lo que podemos.
Mi hijo cada día por las mañanas para ir al colegio me dice que no tiene 50 manos, que una cosa detrás de otra y que no lo atosigue con mil ordenes a la vez. Lo de – “Jon cariño, cara, dientes, mochila y desayuno “no le va. Mi hija también me refunfuña cuando le pongo los zapatos aprovechando que está sentada en la taza del wáter o le desenredo el pelo al mismo tiempo que se lava los dientes. Y eso que tengo la gran suerte de tener unos hijos muy autosuficientes; no considero que me pueda quejar en nada de lo que conlleva mi maternidad porqué ciertamente tengo mucha ayuda por parte de mi familia y por parte de mis propios hijos. No hablo ya del padre de mis hijos que no me ayuda en nada, porque como todos sabemos los padres no ayudan sino que son el otro pilar fundamental junto con las madres y ser dos, implicados  al 100% es un alto nivel  de calidad de vida. Así pues tengo la suerte de tener niños sanos (que es fundamental) y autónomos en los roles que les toca por edad, pero a su ritmo, ese es el quid de la cuestión; yo soy más de mi propio ritmo, estilo militar, rutina en mano, silbato a lo poli de guardería y no tanto de flower power acariciando nubes de camino al colegio. Pero ojo cuidado que yo no soy precisamente de las de primero el deber, no soy histérica de la limpieza y tranquilamente me voy a sentar en el sofá a descansar lo que haga falta, pero con un cierto orden. Después de repente me dan los cinco minutos y monto en cólera porque quiero que todo este ordenado o que todos los integrantes de mi casa vayan a mi mismo ritmo. Y eso es lo que siento que tengo que cambiar

Y es que claro que podría levantarme dos horas antes para ir con mucha calma pero entonces tendría sueño y mis hijos también tendrían más sueño y llorarían y volveríamos al mismo punto. Y claro que puedo jugar con ellos en lugar de limpiar pero eso lo hago un día o tal vez dos y al final tengo que acabar limpiando mas y acostándome más tarde para hacer lo que no he podido hacer mientras jugaba, con lo que sigo teniendo sueño al día siguiente y como estoy cansada les grito más y tengo menos paciencia y eso señores, es muerte por mal rollo.
Y podría dejarlo todo e irme a Costa Rica a pasear por la playa, prescindir del materialismo y vivir de lo que pesquemos, beber agua de coco, dejar que crezcan con otros valores y prioridades y vivir la vida. Esa opción me gusta, Diossss cómo me gusta. Esa opción me ronda por la cabeza cada año, unas dos o tres veces mínimo, y siento que podría funcionar de verdad, pero esa pajarraca es muy gorda y se merece una columna propia, así que en otra ocasión.

El tema es que estoy aquí y tengo mi vida, de momento, aquí montada. Me gusta el sitio y me gusta nuestro estilo de vida en general. Y entonces es cuando viene mi compañera de trabajo y  amiga Sonia (amiga de esas que te dice las cosas a bocajarro y te pega un zarandeo de no te menees y te pone en perspectiva tu tontería, tu problema  y tu vida entera) y me cuenta cómo lloraba al hablar con una amiga suya sobre un libro que pone en entredicho la manera de educar a nuestros hijos. Y me cuenta su manera y veo que es muy similar a mi manera y entonces  me cuenta la manera del libro y las dos lloramos y caemos en la cuenta que (por no cambiar de palabra) hay o debería haber otras maneras posibles. Y yo me la sé, yo me sé la teoría al pie de la letra y sé todo eso del tiempo de calidad, eso de que cuando sean mayores no recordarán la ropa limpia sino los ratos juntos en familia y ahí es donde vuelve a surgirme el eterno dilema del hasta dónde tirar, porque claro que hoy puedo cocinar o limpiar menos y sentarme a jugar con ellos pero es lo mismo que cuando uno está a dieta y dice que por un bomboncito hoy no pasa nada que es el cumpleaños de Núria, pero es que mañana se cambia Sandra de trabajo y trae pastas y pasado Gabi nos agradece una conversación tipo terapia grupal y nos invita a croissants y al otro Clara decide traer una carrot cake de su termomix y oye yo no sé qué pasa que cada día se celebra algo en mi trabajo. ¿Entendéis a lo que voy? Si vamos sumando muchos “por un poquito que me salte la dieta no pasa nada” al final acabamos en “todito al culito y tengo que venir a trabajar con los calzoncillos de mi marido porque no tengo ni unas bragas limpias “; pero oye que no tengo bragas limpias porque he disfrutado cada día del mundo de un tiempo de supercalidad con mis hijos. ¿Qué haya una montaña de ropa por doblar pero sea a causa de pasar tiempo con los peques y no sea por estar tumbada en el sofá relajada me exime de la responsabilidad? Diré más, ¿estar tumbada en el sofá relajada yo sola cuenta como mal y  estar tumbada en el sofá mientras mi hija me peina porque estamos jugando a salón de belleza cuenta como bien? ¿Si añado a mi hijo a masajearme los pies porque obviamente él también quiere participar del salón de belleza cuenta como explotación infantil? Y si cuando llega mi marido de trabajar no tengo la cena hecha y le toca ponerse un tanga mío porque no hay ropa interior suya limpia pero el motivo ha sido estar con nuestros hijos disfrutando del momento ¿cuenta como buenamadre aunque malaesposa?

Y ahí tenemos el eterno comodín para todos los conflictos del planeta. El truco y lo importante es buscar el equilibrio. Ese dichoso equilibrio que a mí me cuesta tanto encontrar porque nunca se definir sus límites ni nunca se fijar la frontera entre mantenerme en él o cruzarlo tres pueblos.
Así que tengo claro cuál es el camino a seguir. Lo correcto para mí y lo que quiero hacer es pasar el máximo  tiempo con mis niños, sea jugando en el parque, sea haciéndonos carantoñas en el sofá, haciendo deberes o  invitándoles a participar en las tareas caseras diarias. No puedo sectorizar mi vida de tal manera que tenga exclusividad de momentos por temáticas así que en la medida de lo posible voy a incluirlos en todo lo que crea va a generarles calidez familiar, sin que por ello tengamos que vivir en una juerga constante o en una desidia organizativa total. 
Quiero mostrarles la realidad y la cotidianidad como es, con el único anhelo que en sus recuerdos prevalezca que su hogar fue un hogar de verdad tanto para lo divertido como para lo necesario y para que  aprendan que la cena no se hace sola, que la ropa no va caminando al armario y que la nevera no se llena por arte de magia, pero sobretodo lo que más quiero que aprendan es que el amor, la complicidad, el estar ahí para lo que sea y el sentimiento de pertenencia se forjan a fuego lento y que ese es el único y verdadero significado de lo que para nuestra familia, significa familia. En "Love story" decían que amor significa no tener que decir nunca lo siento; siempre he estado muy en desacuerdo con esa definición. Para mí el amor significa ESTAR y como coletilla añadiré que es también poder decir y expresar cómo somos realmente por dentro  y aun pudiendo no estar de acuerdo con el otro, seguir ESTANDO.

Con todo esto sólo espero que cuando tenga que ponerme ropa interior de mi marido, no sea porque no queden bragas limpias en casa, sino sólo y especialmente cuando a mí me apetezca.




No hay comentarios:

Publicar un comentario