Me encantan los posts de mamás y papás adorables que promulgan
la posibilidad de una vida diferente. Esos gurús del bienestar mental que
aseguran una rutina diaria sin prisas ni gritos, en la que siempre mantienen la
calma y viven con una sonrisa permanente en la cara y donde a menudo sus hijos
son ángeles personificados.
Ciertamente cuando pienso en eso me vienen a la mente
anuncios de compresas donde las mujeres durante la menstruación viven en una
nube vistiendo pantalones blancos y se pasan el día bailando, sonriendo y
oliendo a flores, en definitiva, una mentira. Maravillosa pero mentira al fin y
al cabo.
Pues lo mismo me pasa con el mundo idílico al que todos
queremos llegar cuando tenemos hijos.
Desde el segundo cero de la existencia de
mi hijo mayor me di cuenta que en lo que respecta a hijos y a educar, no
hacemos ni lo que debemos ni lo que queremos, hacemos lo que podemos.
Mi hijo cada día por las mañanas para ir al colegio me dice
que no tiene 50 manos, que una cosa detrás de otra y que no lo atosigue con mil
ordenes a la vez. Lo de – “Jon cariño, cara, dientes, mochila y desayuno “no le
va. Mi hija también me refunfuña cuando le pongo los zapatos aprovechando que
está sentada en la taza del wáter o le desenredo el pelo al mismo tiempo que se
lava los dientes. Y eso que tengo la gran suerte de tener unos hijos muy
autosuficientes; no considero que me pueda quejar en nada de lo que conlleva mi
maternidad porqué ciertamente tengo mucha ayuda por parte de mi familia y por
parte de mis propios hijos. No hablo ya del padre de mis hijos que no me ayuda en
nada, porque como todos sabemos los padres no ayudan sino que son el otro pilar
fundamental junto con las madres y ser dos, implicados al 100% es un alto nivel de calidad de vida. Así pues tengo la suerte
de tener niños sanos (que es fundamental) y autónomos en los roles que les toca
por edad, pero a su ritmo, ese es el quid de la cuestión; yo soy más de mi
propio ritmo, estilo militar, rutina en mano, silbato a lo poli de guardería y no
tanto de flower power acariciando nubes de camino al colegio. Pero ojo cuidado
que yo no soy precisamente de las de primero el deber, no soy histérica de la
limpieza y tranquilamente me voy a sentar en el sofá a descansar lo que haga falta,
pero con un cierto orden. Después de repente me dan los cinco minutos y monto
en cólera porque quiero que todo este ordenado o que todos los integrantes de
mi casa vayan a mi mismo ritmo. Y eso es lo que siento que tengo que cambiar
Y es que claro que podría levantarme dos horas antes para ir
con mucha calma pero entonces tendría sueño y mis hijos también tendrían más
sueño y llorarían y volveríamos al mismo punto. Y claro que puedo jugar con
ellos en lugar de limpiar pero eso lo hago un día o tal vez dos y al final
tengo que acabar limpiando mas y acostándome más tarde para hacer lo que no he
podido hacer mientras jugaba, con lo que sigo teniendo sueño al día siguiente y
como estoy cansada les grito más y tengo menos paciencia y eso señores, es
muerte por mal rollo.
Y podría dejarlo todo e irme a Costa Rica a pasear por la
playa, prescindir del materialismo y vivir de lo que pesquemos, beber agua de
coco, dejar que crezcan con otros valores y prioridades y vivir la vida. Esa
opción me gusta, Diossss cómo me gusta. Esa opción me ronda por la cabeza cada
año, unas dos o tres veces mínimo, y siento que podría funcionar de verdad,
pero esa pajarraca es muy gorda y se merece una columna propia, así que en otra
ocasión.
El tema es que estoy aquí y tengo mi vida, de momento, aquí
montada. Me gusta el sitio y me gusta nuestro estilo de vida en general. Y
entonces es cuando viene mi compañera de trabajo y amiga Sonia (amiga de esas que te dice las
cosas a bocajarro y te pega un zarandeo de no te menees y te pone en perspectiva
tu tontería, tu problema y tu vida
entera) y me cuenta cómo lloraba al hablar con una amiga suya sobre un libro
que pone en entredicho la manera de educar a nuestros hijos. Y me cuenta su
manera y veo que es muy similar a mi manera y entonces me cuenta la manera del libro y las dos
lloramos y caemos en la cuenta que (por no cambiar de palabra) hay o debería
haber otras maneras posibles. Y yo me la sé, yo me sé la teoría al pie de la
letra y sé todo eso del tiempo de calidad, eso de que cuando sean mayores no
recordarán la ropa limpia sino los ratos juntos en familia y ahí es donde
vuelve a surgirme el eterno dilema del hasta dónde tirar, porque claro que hoy
puedo cocinar o limpiar menos y sentarme a jugar con ellos pero es lo mismo que
cuando uno está a dieta y dice que por un bomboncito hoy no pasa nada que es el
cumpleaños de Núria, pero es que mañana se cambia Sandra de trabajo y trae
pastas y pasado Gabi nos agradece una conversación tipo terapia grupal y nos
invita a croissants y al otro Clara decide traer una carrot cake de su termomix
y oye yo no sé qué pasa que cada día se celebra algo en mi trabajo. ¿Entendéis
a lo que voy? Si vamos sumando muchos “por un poquito que me salte la dieta no
pasa nada” al final acabamos en “todito al culito y tengo que venir a trabajar
con los calzoncillos de mi marido porque no tengo ni unas bragas limpias “;
pero oye que no tengo bragas limpias porque he disfrutado cada día del mundo de
un tiempo de supercalidad con mis hijos. ¿Qué haya una montaña de ropa por doblar
pero sea a causa de pasar tiempo con los peques y no sea por estar tumbada en
el sofá relajada me exime de la responsabilidad? Diré más, ¿estar tumbada en el
sofá relajada yo sola cuenta como mal y
estar tumbada en el sofá mientras mi hija me peina porque estamos
jugando a salón de belleza cuenta como bien? ¿Si añado a mi hijo a masajearme los
pies porque obviamente él también quiere participar del salón de belleza cuenta
como explotación infantil? Y si cuando llega mi marido de trabajar no tengo la
cena hecha y le toca ponerse un tanga mío porque no hay ropa interior suya
limpia pero el motivo ha sido estar con nuestros hijos disfrutando del momento
¿cuenta como buenamadre aunque malaesposa?
Y ahí tenemos el eterno comodín para todos los conflictos
del planeta. El truco y lo importante es buscar el equilibrio. Ese dichoso
equilibrio que a mí me cuesta tanto encontrar porque nunca se definir sus límites
ni nunca se fijar la frontera entre mantenerme en él o cruzarlo tres pueblos.
Así que tengo claro cuál es el camino a seguir. Lo correcto para
mí y lo que quiero hacer es pasar el máximo tiempo con mis niños, sea jugando en el
parque, sea haciéndonos carantoñas en el sofá, haciendo deberes o invitándoles a participar en las tareas
caseras diarias. No puedo sectorizar mi vida de tal manera que tenga
exclusividad de momentos por temáticas así que en la medida de lo posible voy a
incluirlos en todo lo que crea va a generarles calidez familiar, sin que por
ello tengamos que vivir en una juerga constante o en una desidia organizativa
total.
Quiero mostrarles la realidad y la cotidianidad como es, con el único
anhelo que en sus recuerdos prevalezca que su hogar fue un hogar de verdad
tanto para lo divertido como para lo necesario y para que aprendan que la cena no se hace sola, que la
ropa no va caminando al armario y que la nevera no se llena por arte de magia,
pero sobretodo lo que más quiero que aprendan es que el amor, la complicidad, el
estar ahí para lo que sea y el sentimiento de pertenencia se forjan a fuego
lento y que ese es el único y verdadero significado de lo que para nuestra
familia, significa familia. En "Love story" decían que amor significa
no tener que decir nunca lo siento; siempre he estado muy en desacuerdo con esa
definición. Para mí el amor significa ESTAR y como coletilla añadiré que es también
poder decir y expresar cómo somos realmente por dentro y aun pudiendo no estar de acuerdo con el
otro, seguir ESTANDO.
Con todo esto sólo espero que cuando tenga que ponerme ropa
interior de mi marido, no sea porque no queden bragas limpias en casa, sino sólo
y especialmente cuando a mí me apetezca.
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