Mis hijos hacen deberes con todo el pelo caído sobre su frente, por más que se lo apartan a cada segundo, siguen con el pelo enmarañado encima de sus ojos. Todo mi afán es recogérselo y despejarles la visión. Igual que hacía mi abuela conmigo :
- “Patarrona meva” me decía ¿com pots veure amb tots els cabells a la cara?-. Y yo ni me inmutaba, porque no me molestaba supongo, no como ahora que odio llevar el pelo en la cara. Hoy me encuentro en la misma situación pero en el rol contrario. Me pasa lo mismo con las pelis, antes siempre me posicionaba en el papel de la chica joven que llega a la vida de él con inesperada frescura. Ahora tiendo a ponerme en el papel de la madre y esposa, que para más inri, últimamente en todas las películas que vemos, está siempre fallecida. Por más que intento acoplarme al papel de la nueva amiguita del papá devoto y dulce, que llega a sus vidas para hacerles recuperar la ilusión y el sentimiento de familia, no hay modo. No consigo desvincularme de la figura de madre criando malvas, eso sí guapísima en la foto de familia (quisiera yo saber cuánto tardará la angelical nueva mamá en retirar esa foto del marco del salón, …:( ).
El tema es que para mi no es fácil aceptar el cambio de rol porque sigo sintiéndome la protagonista de mi historia. Es como si Jennifer Aniston pasara de ser la encantadora vecinita a ser la madre de la amiga de la protagonista pero con las mismas ganas de todo,como cuando yo era adolescente y veía desde mi ventana cómo hacían la fiesta de inauguración los participantes de los campos de trabajo en el extranjero, aquellos a los que tanto ansiaba ir y a los que nunca fui. Lo curioso del tema es que no fui por decisión propia, porque cuando me llegó el momento de poder ir, entonces ya no lo quería y ahora que quisiera ir, ya no es mi momento. Y así con muchas cosas, tanto que siempre he tenido la sensación de que el tiempo se me escapa de las manos,como si nunca fuera a llegar a anciana y es por eso que siempre tengo como la necesidad de vivir mucho de todo y además vivirlo deprisa. Y tanto que a veces parece que transmito esa inquietud a los que conviven conmigo sin darme cuenta que ellos van a ritmos radicalmente distintos. Un ejemplo de esto ha sucedido hoy mismo cuando mi hijo de 10 años me decía que no tenía claro a qué quería dedicarse laboralmente cuando fuera mayor. A él le he dicho que no tuviera prisa, que tenía todo el tiempo del mundo pero en mis adentros he pensado que ese todo el tiempo del mundo en realidad se reducía a unos años, porqué siento que ciertas cosas, por más que diga la gente, si no las haces en su momento, ya no las haces. Ese tener toda la vida por delante se convierte en lo siento amiguita, ese tren ya pasó, en tu próxima vida si eso, lo reintentas. A raíz de darle vueltas a todo este tema, hace unos días retomé el diseño de mi próximo tattoo (que será la palabra en sánscrito “Samsara”) y caí en la cuenta de que hay ciertas cosas que rodean ese concepto que no acabo de tener claras.
Samsara, como yo lo entiendo, es el proceso de llegar a ser, pasar por diferentes estados, vagabundear. Es el ciclo del nacimiento, la vida, la muerte y el renacimiento pasando de cuerpo en cuerpo hasta llegar a limpiar todo el Karma que llevas acumulado existencia tras existencia. Una vez tu alma ha purgado (y permitidme decir que no me gusta para nada esta palabra) todas sus sombras, llega al Nirvana y por tanto se libera y no necesita reencarnarse más porque ya no hay Karma en ella sinó Dharma (o sea, luz) al 100%.
Esta es mi particular visión del Samsara, tal vez no sea certera pero siempre que he leído sobre el tema he entendido el concepto de esta manera, así que tal vez podemos decir que es una explicación para dummies, pero como ya sabéis que a menudo me considero simplona, ya me está bien.
Tradicionalmente, parece ser que los budistas, ven este ciclo como un estado de sufrimiento del que hay que escapar porque el Samsara viene determinado por el deseo del alma a disfrutar, dejando aparte su parte divina y ciñéndose más a su parte terrenal.
Es ahí justamente donde quedé prendada de este concepto, por la disparatada y tal vez egoísta idea de ceñirme a mi parte más terrenal y siendo que en nuestro Yo tenemos luces y sombras, en ese preciso momento decidí aceptar mis sombras y por tanto no luchar por salir de mi Samsara.
Es por eso que este próximo tatuaje resultará el polo opuesto del tatuaje anterior, la flecha de una brújula que me indica el camino a seguir. Así pues mientras mi brújula no me dejaría perder el norte, mi Samsara por el contrario me invitaria a ser una nómada errante. Mi YingYang personal e intransferible tuneado a mi modo.
Yo (seguramente como muchos) llevo años luchando contra mis partes oscuras ,y para no dar lugar a elucubraciones demasiado fantásticas o malintencionadas aclararé que mis sombras no son más que ciertos miedos, muchas inseguridades, algún que otro pecado capital de más y alguna virtud de menos. Así entonces, mi planteamiento sobre la idea de vivir en Samsara radica en ¿qué es más inteligente luchar contra ellas o aceptarlas?
Por poner un ejemplo tonto pero entendedor, si a mi me costara mucho levantarme por las mañanas porque fuera muy dormilona (que no es mi caso) ¿debiera esforzarme cada día por levantarme a una hora adecuada siendo sin duda más infeliz para no llegar tarde o por el contrario debiera buscarme un trabajo de tarde para levantarme cuando me plazca sin prisas?
Yo creo que las complicaciones que se presentan en la vida, nos las hemos preparado nosotros mismos estando desencarnados como objetivos a superar o como autoaprendizaje, pero mi duda ahora es que no sé dónde radica el verdadero aprendizaje o objetivo de esa complicación, es decir, ante un miedo que te limita, un revés, un obstáculo que no consigues vencer, ¿el objetivo sería superarlo o aprender a aceptarlo?
¿Cuándo habría que plantearse desistir y contemplar la conformidad? ¿Cuántos intentos debemos procurar? porque aquello de intentarlo una y otra vez hasta que el miedo te tenga miedo… pega muy bien con el rollo motivador pero a veces ya cansa y no resulta ni pragmático ni real.
Diré más, si nos obcecamos en intentar hacer algo que no sale, ¿es perseverancia o es obsesión? Últimamente no consigo vislumbrar la frontera entre estos dos términos y por tanto no logro definir dónde acaba la buena cualidad conductual y donde empieza la mala.
Relativo a esto precisamente, y volviendo al cine (que tantos quebraderos de cabeza me trae a menudo en forma de disertaciones mentales) no soy ya capaz de encontrar un personaje (excluyendo Disney, y quizás tampoco ya) con rasgos 100% buenos o malos (lógico puesto que no sería verdadero). Ni mis idolatrados Jedi alcanzan ya dicho propósito. Si la peor maldad puede volverse bondad en un momento dado y si por el contrario todas las personas supuestamente buenas tenemos maldad en nuestro interior, acabamos abocados sin remedio a todo aquello que contaba en otra columna sobre si somos vacas blancas con manchas negras o negras con manchas blancas, y es que yo creo que podría enamorarme tal vez del asesino de la peli o entender que el héroe, el padre o el bueno, hayan hecho algo de bajísimo nivel moral. Me parece absolutamente inquietante pensar que si me dan las circunstancias adecuadas yo misma podría matar a alguien (por eso cuando la policía le pregunta a ella si cree capaz a su marido de asesinar a alguien; yo no podría contestar un no rotundo sobre mi). Puedo contestar un NO absoluto a dar 11 puñaladas o a hacer sufrir a alguien deliberadamente pero a un momento de arrebato en según qué coyuntura, con el corazón en la mano y bajo el riesgo de que os cambiéis de acera cuando me veáis por la calle, no puedo asegurarlo.
Por todo esto y mucho más, cuando el otro día, inmersa en toda esta maraña de raciocinio, decidí abrir el estuche de cartas adivinatorias (las mías basadas en la cultura de los indios nativos americanos) para hacerme una tirada no me defraudó el resultado. Fué una tirada rápida y sin seguir el protocolo completo, me gusta consultar a veces al modo acción reacción. Formulo una pregunta que siempre suele ser la misma en mi caso y cojo una o dos cartas al azar. Mi pregunta estrella es qué debo hacer para ser feliz y las cartas me respondieron con el “Tótem del Caballo” que significa deseo de libertad, de cambio frente a una situación sofocante y con la “Pipa Sagrada” que indica reflexión y cambio de comportamiento con alguien o algo. Decisión mental de hacer las paces, restablecer la relación de paz.
Inmediatamente pensé que debía reinterpretar el modo de ver a alguien conocido, mi marido, mis padres, algún conocido a quien no veo con buenos ojos, me enfoqué en mi trabajo o en mi relación sentimental en busca de esa situación sofocante de la que me hablaba el tótem del caballo, indagué en mi interior buscando sinceridad ...no sé, no acababa de encontrar el objeto al que podían referirse las cartas, hasta el punto que decidí guardarlas y continuar con mis tareas, Cris hoy no estás receptiva, pensé. Y en ese momento me vi reflejada en el espejo de mi habitación y lo entendí por fin. La persona sobre la que tenía que cambiar el modo de ver era yo misma. La situación sofocante me la estaba auto imponiendo por la extraña necesidad de superar todas esas anti virtudes que os comentaba antes, debes ser más flaca, más generosa, menos envidiosa, debes superar tu miedo a eso y a lo otro, debes ser más sociable, más simpática con la gente, debes aprender a hacer esto, debes mejorar en aquello, debes destacar en algo…
Y lo vi claro. Decidí hacer las paces conmigo misma y con esas sombras que tanto ansío eliminar de mi vida y entendí que lo único que verdaderamente tenía que eliminar eran precisamente esas ansias y así, sin lugar a dudas abrazar mi Samsara.