jueves, 31 de diciembre de 2020

Sombras

 

Mis hijos hacen deberes con todo el pelo caído sobre su frente, por más que se lo apartan a cada segundo, siguen con el pelo enmarañado encima de sus ojos. Todo mi afán es recogérselo y despejarles la visión. Igual que hacía mi abuela conmigo :

 - “Patarrona meva” me decía ¿com pots veure amb tots els cabells a la cara?-. Y yo ni me inmutaba, porque no me molestaba supongo, no como ahora que odio llevar el pelo en la cara. Hoy me encuentro en la misma situación pero en el rol contrario. Me pasa lo mismo con las pelis, antes siempre me posicionaba en el papel de la chica joven que llega a la vida de él con inesperada frescura. Ahora tiendo a ponerme en el papel de la madre y esposa, que para más inri, últimamente en todas las películas que vemos, está siempre fallecida. Por más que intento acoplarme al papel de la nueva amiguita del papá devoto y dulce, que llega a sus vidas para hacerles recuperar la ilusión y el sentimiento de familia, no hay modo. No consigo desvincularme de la figura de madre criando malvas, eso sí guapísima en la foto de familia (quisiera yo saber cuánto tardará la angelical nueva mamá en retirar esa foto del marco del salón, …:( ).

El tema es que para mi no es fácil aceptar el cambio de rol porque sigo sintiéndome la protagonista de mi historia. Es como si Jennifer Aniston pasara de ser la encantadora vecinita a ser la madre de la amiga de la protagonista pero con las mismas ganas de todo,como cuando yo era adolescente y veía desde mi ventana cómo hacían la fiesta de inauguración los participantes de los campos de trabajo en el extranjero, aquellos a los que tanto ansiaba ir y a los que nunca fui. Lo curioso del tema es que no fui por decisión propia, porque cuando me llegó el momento de poder ir, entonces ya no lo quería y ahora que quisiera ir, ya no es mi momento. Y así con muchas cosas, tanto que siempre he tenido la sensación de que el tiempo se me escapa de las manos,como si nunca fuera a llegar a anciana y es por eso que siempre tengo como la necesidad de vivir mucho de todo y además vivirlo deprisa. Y tanto que a veces parece que transmito esa inquietud a los que conviven conmigo sin darme cuenta que ellos van a ritmos radicalmente distintos. Un ejemplo de esto ha sucedido hoy mismo cuando mi hijo de 10 años me decía que no tenía claro a qué quería dedicarse laboralmente cuando fuera mayor. A él le he dicho que no tuviera prisa, que tenía todo el tiempo del mundo pero en mis adentros he pensado que ese todo el  tiempo del mundo en realidad se reducía a unos años, porqué siento que ciertas cosas, por más que diga la gente, si no las haces en su momento, ya no las haces. Ese tener toda la vida por delante se convierte en lo siento amiguita, ese tren ya pasó, en tu próxima vida si eso, lo reintentas. A raíz de darle vueltas a todo este tema, hace unos días retomé el diseño de mi próximo tattoo (que será la palabra en sánscrito “Samsara”) y caí en la cuenta de que hay ciertas cosas que rodean ese concepto que no acabo de tener claras.

Samsara, como yo lo entiendo, es el proceso de llegar a ser, pasar por diferentes estados, vagabundear. Es el ciclo del nacimiento, la vida, la muerte y el renacimiento pasando de cuerpo en cuerpo hasta llegar a limpiar todo el Karma que llevas acumulado existencia tras existencia. Una vez tu alma ha purgado (y permitidme decir que no me gusta para nada esta palabra) todas sus sombras, llega al Nirvana y por tanto se libera y no necesita reencarnarse más porque ya no hay Karma en ella sinó Dharma (o sea, luz) al 100%. 

Esta es mi particular visión del Samsara, tal vez no sea certera pero siempre que he leído sobre el tema he entendido el concepto de esta manera, así que tal vez podemos decir que es una explicación para dummies, pero como ya sabéis que a menudo me considero simplona, ya me está bien.

Tradicionalmente, parece ser que los budistas, ven este ciclo como un estado de sufrimiento del que hay que escapar porque el Samsara viene determinado por el deseo del alma a disfrutar, dejando aparte su parte divina y ciñéndose más a su parte terrenal.

Es ahí justamente donde quedé prendada de este concepto, por la disparatada y tal vez egoísta idea de ceñirme a mi parte más terrenal y siendo que en nuestro Yo tenemos luces y sombras,  en ese preciso momento decidí aceptar mis sombras y por tanto no luchar por salir de mi Samsara.

Es por eso que este próximo tatuaje resultará el polo opuesto del tatuaje anterior, la flecha de una brújula que me indica el camino a seguir. Así pues mientras mi brújula no me dejaría perder el norte, mi Samsara por el contrario me invitaria a ser una nómada errante. Mi YingYang personal e intransferible tuneado a mi modo.

Yo (seguramente como muchos) llevo  años luchando contra mis partes oscuras ,y para no dar lugar a elucubraciones demasiado fantásticas o malintencionadas aclararé que mis sombras no son más que ciertos miedos, muchas inseguridades, algún que otro pecado capital de más y alguna virtud de menos. Así entonces, mi planteamiento sobre la idea de vivir en Samsara radica en ¿qué es más inteligente luchar contra ellas o aceptarlas?

Por poner un ejemplo tonto pero entendedor, si a mi me costara mucho levantarme por las mañanas porque fuera muy dormilona (que no es mi caso) ¿debiera esforzarme cada día por levantarme a una hora adecuada siendo sin duda más infeliz para no llegar tarde o por el contrario debiera buscarme un trabajo de tarde para levantarme cuando me plazca sin prisas?

Yo creo que las complicaciones que se presentan en la vida, nos las hemos preparado nosotros mismos estando desencarnados como objetivos a superar o como autoaprendizaje, pero mi duda ahora es que no sé dónde radica el verdadero aprendizaje o objetivo de esa complicación, es decir, ante un miedo que te limita, un revés, un obstáculo que no consigues vencer, ¿el objetivo sería superarlo o aprender a aceptarlo?

¿Cuándo habría que plantearse desistir y contemplar la conformidad? ¿Cuántos intentos debemos procurar? porque aquello de intentarlo una y otra vez hasta que el miedo te tenga miedo… pega muy bien con el rollo motivador pero a veces ya cansa y no resulta ni pragmático ni real.

Diré más, si nos  obcecamos  en intentar hacer algo que no sale, ¿es perseverancia o es obsesión? Últimamente no consigo vislumbrar la frontera entre estos dos términos y por tanto no logro definir dónde acaba la buena cualidad conductual y donde empieza la mala.

Relativo a esto precisamente, y volviendo al cine (que tantos quebraderos de cabeza me trae a menudo en forma de disertaciones mentales) no soy ya capaz de encontrar un personaje (excluyendo Disney, y quizás tampoco ya) con rasgos 100% buenos o malos (lógico puesto que no sería verdadero). Ni mis idolatrados Jedi alcanzan ya dicho propósito. Si la peor maldad puede volverse bondad en un momento dado y si por el contrario todas las personas supuestamente buenas tenemos maldad en nuestro interior, acabamos abocados sin remedio a  todo aquello que contaba en otra columna sobre si somos vacas blancas con manchas negras o negras con manchas blancas, y es que yo creo que podría enamorarme tal vez del asesino de la peli o entender que el héroe, el padre o el bueno, hayan hecho algo de bajísimo nivel moral. Me parece absolutamente inquietante pensar que si me dan las circunstancias adecuadas yo misma podría matar a alguien (por eso cuando la policía le pregunta a ella si cree capaz a su marido de asesinar a alguien; yo no podría contestar un no rotundo sobre mi). Puedo contestar un NO absoluto a dar 11 puñaladas o a hacer sufrir a alguien deliberadamente pero a un momento de arrebato en según qué coyuntura, con el corazón en la mano y bajo el riesgo de que os cambiéis de acera cuando me veáis por la calle, no puedo asegurarlo.

Por todo esto y mucho más, cuando el otro día, inmersa en toda esta maraña de raciocinio,  decidí abrir el estuche de cartas adivinatorias (las mías basadas en la cultura de los indios nativos americanos) para hacerme una tirada no me defraudó el resultado. Fué una tirada rápida y sin seguir el protocolo completo, me gusta consultar a veces al modo acción reacción. Formulo una pregunta que siempre suele ser la misma en mi caso y cojo una o dos cartas al azar. Mi pregunta estrella es qué debo hacer para ser feliz y las cartas me respondieron con el “Tótem del Caballo” que significa deseo de libertad, de cambio frente a una situación sofocante y con la “Pipa Sagrada” que indica reflexión y cambio de comportamiento con alguien o algo. Decisión mental de hacer las paces, restablecer la relación de paz. 

Inmediatamente pensé que debía reinterpretar el modo de ver a alguien conocido, mi marido, mis padres, algún conocido a quien no veo con buenos ojos, me enfoqué en mi trabajo o en mi relación sentimental en busca de esa situación sofocante de la que me hablaba el tótem del caballo, indagué en mi interior buscando sinceridad ...no sé, no acababa de encontrar el objeto al que podían referirse las cartas, hasta el punto que decidí guardarlas  y continuar con mis tareas, Cris hoy no estás receptiva, pensé. Y en ese momento me vi reflejada en el espejo de mi habitación y lo entendí por fin. La persona sobre la que tenía que cambiar el modo de ver era yo misma. La situación sofocante me la estaba auto imponiendo por la extraña necesidad de superar todas esas anti virtudes que os comentaba antes, debes ser más flaca, más generosa, menos envidiosa, debes superar tu miedo a eso y a lo otro, debes ser más sociable, más simpática con la gente, debes aprender a hacer esto, debes mejorar en aquello, debes destacar en algo…

Y lo vi claro. Decidí hacer las paces conmigo misma y con esas sombras que tanto ansío eliminar de mi vida y entendí que lo único que verdaderamente tenía que eliminar eran precisamente esas ansias y así, sin lugar a dudas abrazar mi Samsara.




jueves, 23 de abril de 2020

El cuento de los zapatos viejos


N
o dejo de pensar en un par de zapatos preciosos que compré hace unos años y que llevé felizmente durante mucho tiempo. De repente hace unos meses se rompieron un poquito y me los dejé de poner, quizás hasta los veía ya pasados de moda y al final se han quedado desterrados en el zapatero para después de una temporada, acabar tirándolos.

Pero ¿y si  en lugar de tirarlos, hubiera puesto un poco de interés en repararlos? si a esos zapatos viejos les hubiera dado una capa de tinte de otro color vistoso, les hubiera cambiado los cordones o  les hubiera pulido las manchas del tacón ¿No creéis que hubiera podido seguir disfrutando de ellos?
Esta misma situación es justo lo que creo que pasa últimamente con las relaciones de pareja, que estamos entrando en una dinámica social en la que cuando algo se rompe o se envejece lo tiramos en lugar de intentar repararlo.

Cuando en una relación falla el entendimiento y la comunicación supongo que lo primero que pensamos es que ya nunca se podrá recuperar ese canal y vemos a mal todo lo que el otro hace hasta el punto que cuando uno dice buenos días, el otro contesta ¿Buenos días? Pues será para ti, porque blablablá, pero ¿y si consiguiéramos cambiar el punto de vista desde el que vemos las cosas? ¿Qué connotaciones diferentes pueden tener las palabras o los hechos para cada persona?
Os voy a poner un ejemplo que es tan tonto como clarificador. Para mí, vaca es un animal mamífero que da leche y la visualizo blanca con manchas negras. Si me llaman vaca, lo recibo como un insulto porque lo relaciono con gordura y para mí, la gordura en mi misma no es bonita.
Pero si les preguntas a mis hijos seguramente te contaran que vaca es un animal tierno y entrañable de color lila como la de Milka y que además es risueño y gracioso porque espanta moscas con el rabo, tolón, tolón.

Así, su percepción dista muchísimo de la mía, ¿no creéis? Si un adulto por tanto, me llama vaca seguramente querré escupirle en la cara pero si me lo llaman mis hijos les abrazaré y me pasearé por el salón a cuatro patas cantando el tolón, tolón y entonando “la vaquita Cristina que viene y va, un vasito de leche os traerá!”

¿Cómo puede ser que la misma palabra pueda generar dos situaciones completamente opuestas? Y ahí es adónde voy, a lo de garantizar que alguien me está diciendo lo que sea con ánimo de ofender o de hacer daño ¿Y si pudiera dar por sentado que cualquier persona en general (excepto 4 amargados de la vida que corren por el mundo) va con la intención de mis hijos al llamarme vaca y no con la intención con la que yo lo tomaría? ¿Y si presuponemos que las cosas no se dicen o se hacen con mala intención? Si así fuera, ¿tantos y tantos posibles malentendidos dejarían de serlo tal vez?
Al fin y al cabo no se puede pretender que todo el mundo se comunique o entone una frase o demuestre sus sentimientos de la misma manera en que uno lo hace y como he dicho en anteriores ocasiones, pienso que pasa lo mismo con el modo de amar individual y por tanto, que tampoco amen a la manera de uno no significa que no lo hagan con todo su ser.

Del mismo modo si alguien me cuenta que su modo de airearse y liberar su mente es metiéndose 2 rayas de cocaína, pues para mi será algo disonante (que no enjuiciado o censurado) en mi modo de vida pero si otra persona me dice que se libera saliendo a bailar, ordenando armarios o empezando un proyecto nuevo, ya lo sentiré más en mi onda vibratoria.

Y es que, Srta. Cristina usted no debe juzgar a la gente sólo porque pecan de una forma diferente a la suya. Y usted, que ya no es señorita sino señora, a sus años debiera saber que pecar pecamos todos y que no está el horno propio tan limpio como para juzgar los bollos ajenos.
Con todo esto quiero decir que ni para considerar el modo de amar, ni el modo de pecar, ni el tono de lo que decimos ninguno de nosotros estamos en disposición de tirar la primera piedra. Primero porque cada uno es libre de hacerlo como le plazca y segundo porque nunca tendremos todos los datos y rellenaremos los huecos inventando o suponiendo, por lo que mi auto consejo del día, incluso podría decir que de mi vida entera es: Por salud mental, CRIS, NO SUPONGAS.

Así que la semana pasada en un momento de reflexión sobre todo esto, empecé a darle vueltas a las relaciones de pareja, cómo es la mía, como me gustaría que fuera, etc.
En anteriores columnas he hablado sobre las parejas abiertas, el amor libre etc. pero en este momento quiero recapacitar sobre la otra cara de la moneda, la de quiero pasar el resto de mis sonrisas contigo, de arreglar, de pertenecer, de escuchar e intentar entender desde el corazón, de saber  de verdad, dónde está tu hogar y de construir juntos nuestro micro mundo.

No sé del todo que despertó ese sentimiento, creo que fue una mezcla de situaciones varias; primero vi una pareja de ancianitos que vinieron a mi consulta. Iban muy elegantes, muy pulidos y tenían una educación y un respeto mutuo y con el mundo absolutamente refinado y encantador. Se miraban entre ellos y se veía en cada arruga de su piel los mil caminos de una vida en común.
Emanaban amor y respeto por todos sus poros y aunque yo soy muy fan desde hace tiempo de este tipo de parejas de ancianos, ese día me encandiló especialmente ese sentimiento.
Añoré entonces este tipo de amor que para mí es a la antigua, de cortejar, de respetar, de bailes lentos mirándose a los ojos, de tener ante todo ganas de cuidar al otro, de sinceridad y complicidad, de ser tu ying y su yang, de saber que no hay otra aventura mejor que la de querer envejecer junto a esa persona.

Y en mitad de toda esta disertación aparece la pandemia y veo la realidad en primera fila y veo familias enteras separadas y destruidas, y  todo cobra sentido y a la vez nada lo cobra; me doy cuenta con renovada virulencia de la fugacidad de nuestra vida a la vez que del tiempo que tenemos y no aprovechamos y se me revuelve cuerpo y mente, y me vuelven viejas sensaciones de no querer perderme nuevas emociones y tampoco nada de lo que tengo por mi vida cotidiana, pero como os decía en la anterior columna, del covid19 y de lo que está significando para mí, supongo que hablaré en otra ocasión, cuando me surja, cuando consiga digerirlo y plasmarlo en papel; por lo que seguiré con  mi pareja de ancianitos enamorados y continuaré con una historia de la serie “Citas” que he retomado recientemente; Una pareja decide contratar a un hombre para hacer un trio. Todo bien, nuevo, sugerente y de ahí los acontecimientos que se generan entre ellos. Uno de esos acontecimientos fue la magnifica conversación que se  generó con Josu, mi marido: la pregunta clave que él propuso recaería en la dichosa manía que tenemos algunas personas (mayoritariamente mujeres según él) de plantearnos la idoneidad de esos zapatos de marras siendo que ni te rozan, ni te molestan. ¿Por qué entonces proyectar que pudieran no ser los adecuados?; el debate continuó con cuestiones de pareja del ámbito de si el motivo de meter a una tercera persona en la relación sería por morbo y hacer cosas nuevas ¿o podría ser porque esas parejas pudieran no bastarse  el uno con el otro que necesitarían introducir elementos externos desvirtuando en cierto modo la íntima complicidad de dos personas? El hecho de no amar como la otra persona necesita nos debería condicionar para intentar modificar en un pequeño o mediano porcentaje nuestro modo de expresar para asegurar que le llegue al otro? O ¿sería el otro que debe adaptarse a nuestro modo de exteriorizar lo que sentimos? No debería ser demasiado lumbreras para suponer que a mi modo de entender, ésta sería una transformación promovida desde ambas partes, ¿no? Aunque en nuestra charla surgiera también la opción de no necesitar enmendar ni el  modo propio de plasmar ni el de percibir así que en este tema, como siempre, seguimos quedando en tablas siendo incapaces de llegar a un consenso 100% satisfactorio como fin de conversación y, por otro lado, después de esto encadené con  la leyenda del hilo rojo del destino y todo aquello de ser el uno para el otro y de todos los años de convivencia, de historias, de mirarme y saber leer dentro de mi mente de un modo mágico, de luchas conjuntas, de superar trabas y de tirar para adelante en el mismo barco, de los que ya no están pero estuvieron y vimos partir juntos y de las dos perfectas personitas creadas desde la perspectiva de formar una familia que avance unida y me nacieron sólo ganas de construir y reconstruir y fue como un mensaje que le mandaba yo misma a mi idea del amor romántico, ese amor que se aleja de vez en cuando a vidas paralelas imaginarias pensando que tal vez allí podría ser más feliz o más libre, y era un mensaje desesperado a la par que silencioso y tranquilo que le decía : quédate, este es el camino: ya se nos ocurrirá algo.

Y ese algo es tan sencillo como expresa Murakami, cuando observamos al cabo de un tiempo o desde una perspectiva un poco diferente, algo que creíamos absurdamente esplendoroso y absoluto, algo por lo que renunciaríamos a todo para conseguirlo y de repente se vuelve sorprendentemente desvaído. Y entonces te preguntas que demonios veían tus ojos.
Y decidí entonces que cuando unos zapatos se rompen acontece muchísima diferencia entre “vamos a ver si funciona” y “vamos a hacer que funcione” y es solo cuestión de ganas muchas veces que pueda volver a funcionar. Yo no estoy en esta situación física real pero ya sabéis que mi cerebro está en continua efervescencia sobre estos temas y para mí, tomar esta decisión hipotética denota una dirección inequívoca sobre hacia dónde enfocar mis pasos mentales.

En algún lugar leí que si realmente quieres comprender a la persona que amas debes mirarla como si fuera la primera vez, sin el peso de la memoria pero estoy profundamente en desacuerdo con eso  y la clave está precisamente, en todo el peso de la memoria, esa memoria que sabe cómo se hizo cada herida o cada cicatriz y también cada sonrisa; situaciones que se convierten inequívocamente en capítulos de toda esa historia en común.

Sólo espero, para finalizar, poder seguir escribiendo páginas de este nuestro libro, a sabiendas que habrá tachones, esquinas dobladas, anotaciones en lápiz, párrafos subrayados y alguna que otra hoja arrugada o arrancada y es que así es como debe ser la vida para mí, con capítulos de todas las temáticas, como bien marca un buen libro de aventuras, pero (ansío y deseo) que el posible cuento de los zapatos viejos, tenga un final de cuento de hadas.


viernes, 3 de abril de 2020

Valkirias de milésima generación


Hoy me he metido en la ducha sólo para ducharme, es decir me he lavado el pelo y el cuerpo. Y ya está. No me he exfoliado el cuerpo, ni me he aplicado leche limpiadora en la cara, ni me he depilado. Tampoco me he fijado en qué champú he utilizado ni en si lleva parabenos o si es para pelo rizado o liso. Una simple y tradicional ducha.
Me he quitado el esmalte de uñas y no me las he vuelto a pintar. Me he desenredado el pelo y lo he dejado secar al aire, sin secadores, sin planchas.
Y oye me ha gustado.
Me he sentido libre y cómoda, como cuando hice el camino de Santiago y descubrí que no necesitaba ni la mitad de cosas que usaba diariamente en mi vida. Verifiqué que se puede ir por la vida en mallas, camiseta de pijama que no tapa el culo, calcetines gordos de nieve y chanclas de piscina. Vamos, un horror de estilismo y sentirse tan a gusto.
Sin artificios, sin preocuparme por el que dirán. Y mostrarme así frente a todo el mundo y darme absolutamente igual lo que piensen los demás.
Después he ido al osteópata por primera vez y me ha indicado que me ponga en la camilla con la mínima ropa posible sin que me sienta incomoda, y  me he quedado en ropa interior porque sinceramente no me he sentido incomoda en ningún momento por mostrar mis lorzas serranas. Básicamente porque me ha dado igual lo que pudiera pensar de ellas.
Y después, casualmente he iniciado un capitulo nuevo del libro que me estoy leyendo de Bel Olid, en el que se habla de los estereotipos y expectativas respecto a la belleza corporal y lo curioso (o no) del tema es que me he sentido muy identificada con todo lo que he leído.
De ahí he meditado un poco más sobre el tema y resulta que mi cuñado Emilio, por ejemplo, tiene canas y está fantástico y no se ha planteado teñirse en ningún momento;  en cambio yo no me he planteado la posibilidad de ir con canas por la vida. ¿Hay ahí una muestra clara e inequívoca de lo que en mi grupo de amigos llaman Injusta naturaleza de las mujeres? Y hasta hoy creía que no era tanto por presión social sino por auto presión mía, pero después de releer el capítulo que os comentaba ya no estoy tan segura; es decir la presión es mía pero ¿de donde se ha originado la idea de que para ser aceptable corporalmente tengo que ir depilada, sin canas etc.? ¿Quién ha decidido que un hombre con canas gana en atractivo y seguridad pero una mujer con pelos en las piernas o en las axilas pierde encanto?
El tema es que a épocas estoy siendo feliz saliendo de casa con la melena al viento sin secarme el pelo, sin gota de maquillaje, sin teñirme y poco más, pero no os penséis que voy por la vida como un oso pardo, que cumplo los mínimos de salubridad, y ahí precisamente es donde radica mi problema, que mis mínimos, como soy una histérica de la perfección son como los máximos de otras personas. El tema es que yendo así a lo seminatural por la vida me siento  igual que Mérida, de la película Brave cuando sale al ritmo de correré, volaré….y sale a cabalgar y trepa por la montaña  y se siente feliz y después además ni lo publico en Facebook, ni en instagram, ni en mi estado de wasup, ni en stories, ni me hago un snapchat porqué además he eliminado mis cuentas de todas esas redes sociales. Y tal vez esté haciendo una demagogia barata porque lo que si hago es publicar esto en este blog; pero como suelo decir, eso ya lo hablaremos en otra columna distinta porqué quiero volver al tema que me ocupa hoy que es el de mis necesidades de figuración corporal.

Y es que a mi Mérida me encanta, y aun me gusta muchísimo más Lagertha, pero es que la que me gusta es la Lagertha de la serie Vikingos, que seguramente dista muchísimo de la verdadera.
Así que no vengan a contarnos a nosotras historias de ciencia ficción porque seguro que nuestra guerrera vikinga no iba depilada y con esas trenzas fantásticas en su cabellera dorada sin canas, porque después de salpicar sangre y barro durante una batalla, quién va a creerse que pueda desenredarse  el  pelo  si  yo un día me lo ato en un moño y me quedo dormida en el sofá media hora y para desenredarlo necesito a un cirujano de la NASA.  ¿Queremos ser entonces la Lagherza verdadera o la que nos ha mostrado la industria del cine? Es un poco todo junto como en aquel capítulo del Príncipe de Bel Air cuando sale con una chica y al llegar a casa ella empieza a quitarse las pestañas postizas, las lentillas, el postizo del pelo, los tacones, el push up del culo, el wonderbra, la faja….madre mía, está clarísimo que lo que ha enamorado al chico ha sido su belleza natural, sin duda.
A modo de conclusión entonces, pienso en mis opciones:  uno, o algo ha pasado en mi línea sucesoria de reencarnación desde que yo pudiera haber sido una Valkiria en alguna vida anterior, como me gusta fantasear…;)  y mi naturaleza valiente, pasional y guerrera de entonces iba de la mano con un cuerpo acorde sin pelos, sin canas, sin arrugas, con push up incorporado en todos mis músculos o dos,  es que mi progreso a través de las vidas está involucionando o tres, es que quizás la pura  realidad de mi belleza es la que es y veo cada día en el espejo sin más.
Y unos de los quid de la cuestión sería… ¿lo veo yo o como decía Olid nos la hacen ver? Seguramente ayudó a decantar la balanza hacia el lado de Olid cuando una vez busqué “estilo boho chic mujer 40 años” en pinterest y me sugería fotos de mujeres que para mí eran de 50 para arriba y en cambio si escribía en el buscador “estilo boho chic mujer 39 años”  me ofrecían fotos de chicas monísimas en la flor de la vida. ¿De verdad un año marca esa diferencia? Buscadlo, sólo por probar. Alucinareis.
Y en todo esta disertación mental de rebeldía frente a la auto y hetero opresión por unos cánones de belleza impuestos, yo, hoy que había salido a la calle decidida a no teñirme más porque me pica la cabeza cuando lo hago y muchos otros blablablás, yo, que al salir del trabajo para ir a casa ,he cruzado por mitad de la calzada y he caminado por el mercadillo semanal entre los puestos de fruta y verduras, yo, que iba caminando al ritmo de Cheerleader versionada por Pentatonix y  pensando qué bella es la vida y qué sencilla si decido caminar con mi melena al viento, mi cara lavada y con algún pelo que otro en mis piernas, yo que había reencontrado a mi Valkiria perdida, me miro de reojo en un escaparate ,me paro tan en seco que  hasta se me desafina la canción y me veo súper desfavorecida y poco menos que como una zarrapastrosa y decido que no va conmigo lo de despreocuparme por mi  aspecto físico.
Y al llegar a casa, en un intento de desempate,  le pregunto a mi marido, cariño, ¿hoy me ves mala cara? A lo que me responde, no, ¿por qué? Te veo igual que siempre.
Así que sin más ni menos, decido olvidar este tema por qué no me llegan las ganas para clarificar esta tontería de debate y decido hacer caso a este fragmento que encontré hace un tiempo en mi recién odiado Facebook…
Qué guapa estas cuando no te das por vencida. Cuando te quitas los miedos y te dejas llevar. Qué guapa estas cuando dejas atrás lo que pasó, para centrarte en lo que está pasando. Cuando te haces valer y no dejas que te quieran menos de lo que mereces. Qué guapa estas cuando sueñas y sales ahí fuera a cumplir tus sueños. Cuando sabes que no existe nada imposible. Qué guapa estas cuando eres fuerte. Cuando te levantas después de cada caída, cuando cambias de piedra porque esa ya está harta de ti y tú de ella. Qué guapa estas cuando aprendes, cuando sabes lo que vales, lo que mereces. Y cuando me quieres también estas guapa. Pero es que cuando te quieres a ti, estas que lo flipas.
Y curiosamente no habla ni de canas, ni pelos, ni de gordura, ni de nada relacionado con el aspecto físico y ese es el verdadero concepto que quiero inculcar a mis hijos…… y de repente, cuando sólo me falta el titulo para publicar la columna, aparece un virus muy  maligno y la gente empieza a enfermar y a morirse, nos confinan y se reorganiza toda nuestro estilo de vida y todas nuestras prioridades. Y en una milésima de segundo entiendo que ahora no importa nada más que sobrevivir y ayudar  al máximo de personas a que también puedan hacerlo.
No sé cómo va a influir toda esta pandemia en mi modo de ver las cosas, no sé si me reencontraré o me perderá más, si aprenderé algo, mucho o nada y ni siquiera sé si volveremos a ser las mismas personas internamente. Del covid19 supongo que hablaré largo y tendido en otra ocasión, por el momento quiero cerrar esta columna y he decidido cerrarla con la misma conclusión que escribí antes del inicio de esta pandemia, así que ahí va…
No te detengas hasta que te sientas orgullosa de ti misma, sea eligiendo el físico de una top model o el de una desaliñada. Sea como sea, haz que el espejo te devuelva la imagen que tú quieres y siéntete la Valkiria que en realidad, sin duda eres.