jueves, 23 de abril de 2020

El cuento de los zapatos viejos


N
o dejo de pensar en un par de zapatos preciosos que compré hace unos años y que llevé felizmente durante mucho tiempo. De repente hace unos meses se rompieron un poquito y me los dejé de poner, quizás hasta los veía ya pasados de moda y al final se han quedado desterrados en el zapatero para después de una temporada, acabar tirándolos.

Pero ¿y si  en lugar de tirarlos, hubiera puesto un poco de interés en repararlos? si a esos zapatos viejos les hubiera dado una capa de tinte de otro color vistoso, les hubiera cambiado los cordones o  les hubiera pulido las manchas del tacón ¿No creéis que hubiera podido seguir disfrutando de ellos?
Esta misma situación es justo lo que creo que pasa últimamente con las relaciones de pareja, que estamos entrando en una dinámica social en la que cuando algo se rompe o se envejece lo tiramos en lugar de intentar repararlo.

Cuando en una relación falla el entendimiento y la comunicación supongo que lo primero que pensamos es que ya nunca se podrá recuperar ese canal y vemos a mal todo lo que el otro hace hasta el punto que cuando uno dice buenos días, el otro contesta ¿Buenos días? Pues será para ti, porque blablablá, pero ¿y si consiguiéramos cambiar el punto de vista desde el que vemos las cosas? ¿Qué connotaciones diferentes pueden tener las palabras o los hechos para cada persona?
Os voy a poner un ejemplo que es tan tonto como clarificador. Para mí, vaca es un animal mamífero que da leche y la visualizo blanca con manchas negras. Si me llaman vaca, lo recibo como un insulto porque lo relaciono con gordura y para mí, la gordura en mi misma no es bonita.
Pero si les preguntas a mis hijos seguramente te contaran que vaca es un animal tierno y entrañable de color lila como la de Milka y que además es risueño y gracioso porque espanta moscas con el rabo, tolón, tolón.

Así, su percepción dista muchísimo de la mía, ¿no creéis? Si un adulto por tanto, me llama vaca seguramente querré escupirle en la cara pero si me lo llaman mis hijos les abrazaré y me pasearé por el salón a cuatro patas cantando el tolón, tolón y entonando “la vaquita Cristina que viene y va, un vasito de leche os traerá!”

¿Cómo puede ser que la misma palabra pueda generar dos situaciones completamente opuestas? Y ahí es adónde voy, a lo de garantizar que alguien me está diciendo lo que sea con ánimo de ofender o de hacer daño ¿Y si pudiera dar por sentado que cualquier persona en general (excepto 4 amargados de la vida que corren por el mundo) va con la intención de mis hijos al llamarme vaca y no con la intención con la que yo lo tomaría? ¿Y si presuponemos que las cosas no se dicen o se hacen con mala intención? Si así fuera, ¿tantos y tantos posibles malentendidos dejarían de serlo tal vez?
Al fin y al cabo no se puede pretender que todo el mundo se comunique o entone una frase o demuestre sus sentimientos de la misma manera en que uno lo hace y como he dicho en anteriores ocasiones, pienso que pasa lo mismo con el modo de amar individual y por tanto, que tampoco amen a la manera de uno no significa que no lo hagan con todo su ser.

Del mismo modo si alguien me cuenta que su modo de airearse y liberar su mente es metiéndose 2 rayas de cocaína, pues para mi será algo disonante (que no enjuiciado o censurado) en mi modo de vida pero si otra persona me dice que se libera saliendo a bailar, ordenando armarios o empezando un proyecto nuevo, ya lo sentiré más en mi onda vibratoria.

Y es que, Srta. Cristina usted no debe juzgar a la gente sólo porque pecan de una forma diferente a la suya. Y usted, que ya no es señorita sino señora, a sus años debiera saber que pecar pecamos todos y que no está el horno propio tan limpio como para juzgar los bollos ajenos.
Con todo esto quiero decir que ni para considerar el modo de amar, ni el modo de pecar, ni el tono de lo que decimos ninguno de nosotros estamos en disposición de tirar la primera piedra. Primero porque cada uno es libre de hacerlo como le plazca y segundo porque nunca tendremos todos los datos y rellenaremos los huecos inventando o suponiendo, por lo que mi auto consejo del día, incluso podría decir que de mi vida entera es: Por salud mental, CRIS, NO SUPONGAS.

Así que la semana pasada en un momento de reflexión sobre todo esto, empecé a darle vueltas a las relaciones de pareja, cómo es la mía, como me gustaría que fuera, etc.
En anteriores columnas he hablado sobre las parejas abiertas, el amor libre etc. pero en este momento quiero recapacitar sobre la otra cara de la moneda, la de quiero pasar el resto de mis sonrisas contigo, de arreglar, de pertenecer, de escuchar e intentar entender desde el corazón, de saber  de verdad, dónde está tu hogar y de construir juntos nuestro micro mundo.

No sé del todo que despertó ese sentimiento, creo que fue una mezcla de situaciones varias; primero vi una pareja de ancianitos que vinieron a mi consulta. Iban muy elegantes, muy pulidos y tenían una educación y un respeto mutuo y con el mundo absolutamente refinado y encantador. Se miraban entre ellos y se veía en cada arruga de su piel los mil caminos de una vida en común.
Emanaban amor y respeto por todos sus poros y aunque yo soy muy fan desde hace tiempo de este tipo de parejas de ancianos, ese día me encandiló especialmente ese sentimiento.
Añoré entonces este tipo de amor que para mí es a la antigua, de cortejar, de respetar, de bailes lentos mirándose a los ojos, de tener ante todo ganas de cuidar al otro, de sinceridad y complicidad, de ser tu ying y su yang, de saber que no hay otra aventura mejor que la de querer envejecer junto a esa persona.

Y en mitad de toda esta disertación aparece la pandemia y veo la realidad en primera fila y veo familias enteras separadas y destruidas, y  todo cobra sentido y a la vez nada lo cobra; me doy cuenta con renovada virulencia de la fugacidad de nuestra vida a la vez que del tiempo que tenemos y no aprovechamos y se me revuelve cuerpo y mente, y me vuelven viejas sensaciones de no querer perderme nuevas emociones y tampoco nada de lo que tengo por mi vida cotidiana, pero como os decía en la anterior columna, del covid19 y de lo que está significando para mí, supongo que hablaré en otra ocasión, cuando me surja, cuando consiga digerirlo y plasmarlo en papel; por lo que seguiré con  mi pareja de ancianitos enamorados y continuaré con una historia de la serie “Citas” que he retomado recientemente; Una pareja decide contratar a un hombre para hacer un trio. Todo bien, nuevo, sugerente y de ahí los acontecimientos que se generan entre ellos. Uno de esos acontecimientos fue la magnifica conversación que se  generó con Josu, mi marido: la pregunta clave que él propuso recaería en la dichosa manía que tenemos algunas personas (mayoritariamente mujeres según él) de plantearnos la idoneidad de esos zapatos de marras siendo que ni te rozan, ni te molestan. ¿Por qué entonces proyectar que pudieran no ser los adecuados?; el debate continuó con cuestiones de pareja del ámbito de si el motivo de meter a una tercera persona en la relación sería por morbo y hacer cosas nuevas ¿o podría ser porque esas parejas pudieran no bastarse  el uno con el otro que necesitarían introducir elementos externos desvirtuando en cierto modo la íntima complicidad de dos personas? El hecho de no amar como la otra persona necesita nos debería condicionar para intentar modificar en un pequeño o mediano porcentaje nuestro modo de expresar para asegurar que le llegue al otro? O ¿sería el otro que debe adaptarse a nuestro modo de exteriorizar lo que sentimos? No debería ser demasiado lumbreras para suponer que a mi modo de entender, ésta sería una transformación promovida desde ambas partes, ¿no? Aunque en nuestra charla surgiera también la opción de no necesitar enmendar ni el  modo propio de plasmar ni el de percibir así que en este tema, como siempre, seguimos quedando en tablas siendo incapaces de llegar a un consenso 100% satisfactorio como fin de conversación y, por otro lado, después de esto encadené con  la leyenda del hilo rojo del destino y todo aquello de ser el uno para el otro y de todos los años de convivencia, de historias, de mirarme y saber leer dentro de mi mente de un modo mágico, de luchas conjuntas, de superar trabas y de tirar para adelante en el mismo barco, de los que ya no están pero estuvieron y vimos partir juntos y de las dos perfectas personitas creadas desde la perspectiva de formar una familia que avance unida y me nacieron sólo ganas de construir y reconstruir y fue como un mensaje que le mandaba yo misma a mi idea del amor romántico, ese amor que se aleja de vez en cuando a vidas paralelas imaginarias pensando que tal vez allí podría ser más feliz o más libre, y era un mensaje desesperado a la par que silencioso y tranquilo que le decía : quédate, este es el camino: ya se nos ocurrirá algo.

Y ese algo es tan sencillo como expresa Murakami, cuando observamos al cabo de un tiempo o desde una perspectiva un poco diferente, algo que creíamos absurdamente esplendoroso y absoluto, algo por lo que renunciaríamos a todo para conseguirlo y de repente se vuelve sorprendentemente desvaído. Y entonces te preguntas que demonios veían tus ojos.
Y decidí entonces que cuando unos zapatos se rompen acontece muchísima diferencia entre “vamos a ver si funciona” y “vamos a hacer que funcione” y es solo cuestión de ganas muchas veces que pueda volver a funcionar. Yo no estoy en esta situación física real pero ya sabéis que mi cerebro está en continua efervescencia sobre estos temas y para mí, tomar esta decisión hipotética denota una dirección inequívoca sobre hacia dónde enfocar mis pasos mentales.

En algún lugar leí que si realmente quieres comprender a la persona que amas debes mirarla como si fuera la primera vez, sin el peso de la memoria pero estoy profundamente en desacuerdo con eso  y la clave está precisamente, en todo el peso de la memoria, esa memoria que sabe cómo se hizo cada herida o cada cicatriz y también cada sonrisa; situaciones que se convierten inequívocamente en capítulos de toda esa historia en común.

Sólo espero, para finalizar, poder seguir escribiendo páginas de este nuestro libro, a sabiendas que habrá tachones, esquinas dobladas, anotaciones en lápiz, párrafos subrayados y alguna que otra hoja arrugada o arrancada y es que así es como debe ser la vida para mí, con capítulos de todas las temáticas, como bien marca un buen libro de aventuras, pero (ansío y deseo) que el posible cuento de los zapatos viejos, tenga un final de cuento de hadas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario