No dejo de
pensar en un par de zapatos preciosos que compré hace unos años y que llevé felizmente
durante mucho tiempo. De repente hace unos meses se rompieron un poquito y me
los dejé de poner, quizás hasta los veía ya pasados de moda y al final se han
quedado desterrados en el zapatero para después de una temporada, acabar tirándolos.
Pero ¿y
si en lugar de tirarlos, hubiera puesto
un poco de interés en repararlos? si a esos zapatos viejos les hubiera dado una
capa de tinte de otro color vistoso, les hubiera cambiado los cordones o les hubiera pulido las manchas del tacón ¿No creéis
que hubiera podido seguir disfrutando de ellos?
Esta misma
situación es justo lo que creo que pasa últimamente con las relaciones de
pareja, que estamos entrando en una dinámica social en la que cuando algo se
rompe o se envejece lo tiramos en lugar de intentar repararlo.
Cuando en
una relación falla el entendimiento y la comunicación supongo que lo primero
que pensamos es que ya nunca se podrá recuperar ese canal y vemos a mal todo lo
que el otro hace hasta el punto que cuando uno dice buenos días, el otro
contesta ¿Buenos días? Pues será para ti, porque blablablá, pero ¿y si consiguiéramos
cambiar el punto de vista desde el que vemos las cosas? ¿Qué connotaciones diferentes
pueden tener las palabras o los hechos para cada persona?
Os voy a
poner un ejemplo que es tan tonto como clarificador. Para mí, vaca es un animal
mamífero que da leche y la visualizo blanca con manchas negras. Si me llaman
vaca, lo recibo como un insulto porque lo relaciono con gordura y para mí, la
gordura en mi misma no es bonita.
Pero si les
preguntas a mis hijos seguramente te contaran que vaca es un animal tierno y entrañable
de color lila como la de Milka y que además es risueño y gracioso porque espanta
moscas con el rabo, tolón, tolón.
Así, su
percepción dista muchísimo de la mía, ¿no creéis? Si un adulto por tanto, me
llama vaca seguramente querré escupirle en la cara pero si me lo llaman mis
hijos les abrazaré y me pasearé por el salón a cuatro patas cantando el tolón,
tolón y entonando “la vaquita Cristina que viene y va, un vasito de leche os
traerá!”
¿Cómo puede
ser que la misma palabra pueda generar dos situaciones completamente opuestas?
Y ahí es adónde voy, a lo de garantizar que alguien me está diciendo lo que sea
con ánimo de ofender o de hacer daño ¿Y si pudiera dar por sentado que
cualquier persona en general (excepto 4 amargados de la vida que corren por el
mundo) va con la intención de mis hijos al llamarme vaca y no con la intención
con la que yo lo tomaría? ¿Y si presuponemos que las cosas no se dicen o se
hacen con mala intención? Si así fuera, ¿tantos y tantos posibles malentendidos
dejarían de serlo tal vez?
Al fin y al
cabo no se puede pretender que todo el mundo se comunique o entone una frase o demuestre
sus sentimientos de la misma manera en que uno lo hace y como he dicho en
anteriores ocasiones, pienso que pasa lo mismo con el modo de amar individual y
por tanto, que tampoco amen a la manera de uno no significa que no lo hagan con
todo su ser.
Del mismo
modo si alguien me cuenta que su modo de airearse y liberar su mente es metiéndose
2 rayas de cocaína, pues para mi será algo disonante (que no enjuiciado o censurado)
en mi modo de vida pero si otra persona me dice que se libera saliendo a bailar,
ordenando armarios o empezando un proyecto nuevo, ya lo sentiré más en mi onda
vibratoria.
Y es que, Srta.
Cristina usted no debe juzgar a la gente sólo porque pecan de una forma
diferente a la suya. Y usted, que ya no es señorita sino señora, a sus años
debiera saber que pecar pecamos todos y que no está el horno propio tan limpio
como para juzgar los bollos ajenos.
Con todo
esto quiero decir que ni para considerar el modo de amar, ni el modo de pecar,
ni el tono de lo que decimos ninguno de nosotros estamos en disposición de
tirar la primera piedra. Primero porque cada uno es libre de hacerlo como le
plazca y segundo porque nunca tendremos todos los datos y rellenaremos los
huecos inventando o suponiendo, por lo que mi auto consejo del día, incluso podría
decir que de mi vida entera es: Por salud mental, CRIS, NO SUPONGAS.
Así que la
semana pasada en un momento de reflexión sobre todo esto, empecé a darle
vueltas a las relaciones de pareja, cómo es la mía, como me gustaría que fuera,
etc.
En
anteriores columnas he hablado sobre las parejas abiertas, el amor libre etc.
pero en este momento quiero recapacitar sobre la otra cara de la moneda, la de
quiero pasar el resto de mis sonrisas contigo, de arreglar, de pertenecer, de
escuchar e intentar entender desde el corazón, de saber de verdad, dónde está tu hogar y de construir
juntos nuestro micro mundo.
No sé del
todo que despertó ese sentimiento, creo que fue una mezcla de situaciones
varias; primero vi una pareja de ancianitos que vinieron a mi consulta. Iban
muy elegantes, muy pulidos y tenían una educación y un respeto mutuo y con el
mundo absolutamente refinado y encantador. Se miraban entre ellos y se veía en
cada arruga de su piel los mil caminos de una vida en común.
Emanaban
amor y respeto por todos sus poros y aunque yo soy muy fan desde hace tiempo de
este tipo de parejas de ancianos, ese día me encandiló especialmente ese
sentimiento.
Añoré entonces
este tipo de amor que para mí es a la antigua, de cortejar, de respetar, de
bailes lentos mirándose a los ojos, de tener ante todo ganas de cuidar al otro,
de sinceridad y complicidad, de ser tu ying y su yang, de saber que no hay otra
aventura mejor que la de querer envejecer junto a esa persona.
Y en mitad
de toda esta disertación aparece la pandemia y veo la realidad en primera fila
y veo familias enteras separadas y destruidas, y todo cobra sentido y a la vez nada lo cobra;
me doy cuenta con renovada virulencia de la fugacidad de nuestra vida a la vez que
del tiempo que tenemos y no aprovechamos y se me revuelve cuerpo y mente, y me
vuelven viejas sensaciones de no querer perderme nuevas emociones y tampoco
nada de lo que tengo por mi vida cotidiana, pero como os decía en la anterior
columna, del covid19 y de lo que está significando para mí, supongo que hablaré
en otra ocasión, cuando me surja, cuando consiga digerirlo y plasmarlo en
papel; por lo que seguiré con mi pareja
de ancianitos enamorados y continuaré con una historia de la serie “Citas” que
he retomado recientemente; Una pareja decide contratar a un hombre para hacer
un trio. Todo bien, nuevo, sugerente y de ahí los acontecimientos que se
generan entre ellos. Uno de esos acontecimientos fue la magnifica conversación
que se generó con Josu, mi marido: la
pregunta clave que él propuso recaería en la dichosa manía que tenemos algunas
personas (mayoritariamente mujeres según él) de plantearnos la idoneidad de
esos zapatos de marras siendo que ni te rozan, ni te molestan. ¿Por qué
entonces proyectar que pudieran no ser los adecuados?; el debate continuó con
cuestiones de pareja del ámbito de si el motivo de meter a una tercera persona
en la relación sería por morbo y hacer cosas nuevas ¿o podría ser porque esas
parejas pudieran no bastarse el uno con
el otro que necesitarían introducir elementos externos desvirtuando en cierto
modo la íntima complicidad de dos personas? El hecho de no amar como la otra
persona necesita nos debería condicionar para intentar modificar en un pequeño
o mediano porcentaje nuestro modo de expresar para asegurar que le llegue al
otro? O ¿sería el otro que debe adaptarse a nuestro modo de exteriorizar lo que
sentimos? No debería ser demasiado lumbreras para suponer que a mi modo de
entender, ésta sería una transformación promovida desde ambas partes, ¿no?
Aunque en nuestra charla surgiera también la opción de no necesitar enmendar ni
el modo propio de plasmar ni el de
percibir así que en este tema, como siempre, seguimos quedando en tablas siendo
incapaces de llegar a un consenso 100% satisfactorio como fin de conversación
y, por otro lado, después de esto encadené con
la leyenda del hilo rojo del destino y todo aquello de ser el uno para
el otro y de todos los años de convivencia, de historias, de mirarme y saber
leer dentro de mi mente de un modo mágico, de luchas conjuntas, de superar
trabas y de tirar para adelante en el mismo barco, de los que ya no están pero
estuvieron y vimos partir juntos y de las dos perfectas personitas creadas
desde la perspectiva de formar una familia que avance unida y me nacieron sólo
ganas de construir y reconstruir y fue como un mensaje que le mandaba yo misma
a mi idea del amor romántico, ese amor que se aleja de vez en cuando a vidas
paralelas imaginarias pensando que tal vez allí podría ser más feliz o más
libre, y era un mensaje desesperado a la par que silencioso y tranquilo que le decía
: quédate, este es el camino: ya se nos ocurrirá algo.
Y ese algo
es tan sencillo como expresa Murakami, cuando observamos al cabo de un tiempo o
desde una perspectiva un poco diferente, algo que creíamos absurdamente
esplendoroso y absoluto, algo por lo que renunciaríamos a todo para conseguirlo
y de repente se vuelve sorprendentemente desvaído. Y entonces te preguntas que
demonios veían tus ojos.
Y decidí
entonces que cuando unos zapatos se rompen acontece muchísima diferencia entre
“vamos a ver si funciona” y “vamos a hacer que funcione” y es solo cuestión de
ganas muchas veces que pueda volver a funcionar. Yo no estoy en esta situación
física real pero ya sabéis que mi cerebro está en continua efervescencia sobre
estos temas y para mí, tomar esta decisión hipotética denota una dirección
inequívoca sobre hacia dónde enfocar mis pasos mentales.
En algún
lugar leí que si realmente quieres comprender a la persona que amas debes mirarla
como si fuera la primera vez, sin el peso de la memoria pero estoy profundamente
en desacuerdo con eso y la clave está
precisamente, en todo el peso de la memoria, esa memoria que sabe cómo se hizo
cada herida o cada cicatriz y también cada sonrisa; situaciones que se
convierten inequívocamente en capítulos de toda esa historia en común.
Sólo espero,
para finalizar, poder seguir escribiendo páginas de este nuestro libro, a
sabiendas que habrá tachones, esquinas dobladas, anotaciones en lápiz, párrafos
subrayados y alguna que otra hoja arrugada o arrancada y es que así es como
debe ser la vida para mí, con capítulos de todas las temáticas, como bien marca
un buen libro de aventuras, pero (ansío y deseo) que el posible cuento de los zapatos viejos, tenga un final de cuento de
hadas.