sábado, 25 de febrero de 2023

Conforama

 

Hace unos días mi marido me envió un enlace para ver un documental sobre la vida después de la muerte (me fascina el tema) y de allí llegué a una plataforma web que no conocía que se llama “Wake up”. Muchos temas interesantes allí encontré ,como diría el maestro Yoda y de entre ellos una frase .¿El discernimiento se hace desde el descubrimiento del despertar o del sufrimiento?

La respuesta me vino inmediata, a mi, el boom del discernimiento me llega de manera más brutal cuando tengo que ir a Sant Joan de Dé
u que es uno de los hospitales pediátricos más importantes de mi ciudad. Nosotros solemos ir por controles sin importancia y no puedo evitar sentirme bendecida y agradecida por la salud de nuestros hijos, puesto que no hay traba más dura que lidiar con la enfermedad grave de un hijo. Durante el tiempo de sala de espera o de trayecto por los pasillos y plantas del hospital me imagino el día a día de esas familias e incluso me sorprendo al verlos sonreír. Me inunda entonces una mezcla de vergüenza y alivio al constatar lo maravillosa que es mi vida y las auténticas tonterías por las que me quejo diariamente.

Después reflexioné un rato más sobre el tema y caí en la cuenta de que mis despertares suelen venir también de detalles absolutamente triviales y cotidianos, por ejemplo: 

Tengo una forma de hombro diseñada para que me resbale todo, me resbala la tira del sujetador, los tirantes, la correa del bolso. En cambio tengo una forma de caminar diseñada para que cada día del mundo, sin importar el terreno que piso o el tipo de zapato que llevo, me entre arenilla o alguna piedra en el pie.

¿Quiere decir eso que la vida me pone obstáculos en los pies pero que me los echo a la espalda y me resbalan? No estoy segura si me gusta que me resbale todo, algunas cosas sí, pero no absolutamente todo, siento que si así fuera, estaría perdiendo mi parte humana, sería como un robot o peor aún como un psicópata.

Pero ¿qué obstáculos son esos que me entran en el zapato? Tal vez podríamos decir que la arena entra en momentos de cambio de rasante o cambio de terreno; como si mis pies se hubieran acostumbrado a un tipo de suelo y se aturullaran al salir de su zona de confort, vaya, mi zona de confort.

Yo sinceramente, y me pongo gorda como un pavo cuando lo digo (esperando que no sea autoengaño) creo que no tengo ningún problema en salir de mi zona de confort. Creo que soy adaptable en mayor o menor medida a las situaciones que voy viviendo o quizás debería decir adaptable con mayor o menor dificultad. Diría que me gusta romper barreras mentales autoimpuestas y que no me da miedo ni ningún reparo realizar actividades diferentes en las que conocer gente nueva, como aquello de lo que os hablaba sobre que me encanta estrenar emociones nuevas cada dos por tres, pero también creo y lo afirmo tajantemente, que con todo esto de las zonas de seguridad nos hacemos las cosas más difíciles de lo que son. Es decir, que hoy en día está muy mal visto quedarse en la zona de refugio de uno y parece que seas de repente un parásito viviente si decides quedarte en terreno conocido.

Hay un libro de Murakami;  había leído fragmentos de este escritor que me parecían maravillas pero nunca había leído un libro entero suyo hasta que cayó en mis manos La chica del cumpleaños. Me sentí atraída por la ilustración de portada y por el color del encuadernado desde el principio y lo empecé a leer con afán, tanto que lo terminé de una sentada (es muy cortito).

El libro habla (y cuidado, hay spoiler) sobre una chica a la que por su cumpleaños un anciano le concede un deseo. Ella se lo pide y el anciano le contesta : “- O sea que éste es tu deseo? Es un deseo muy raro para una chica de tu edad . Lo cierto es que me esperaba otro.” Años después, y siendo el lector un testigo más de la conversación, queda la incertidumbre de cuál fue el deseo y si fue concedido o no.

Yo, obviamente hubiera pedido felicidad, salud, bienestar, paz…

Pero Murakami, no lo dice. Y te pasas 80 páginas esperando a encontrar algo que al final no te dan y en cambio sin conseguir el objetivo final resulta que el libro deja un sabor de boca fantástico.

¿Entonces porque toda la vida esperando algún objetivo? un final de tal o cual manera y no solamente disfrutar del camino (ya escribí sobre este tema, me hago mayor, me redundo)

Para mí, el leer simplemente por el placer de leer sin averiguar el final de la historia era impensable. Es decir conducir sin un lugar al que llegar, caminar sin un punto final en mi ruta hubiera sido una situación que yo misma hubiera tachado de absurda hace no demasiado tiempo, siempre con la necesidad de explorar más allá, de transgredir fronteras; de salir en definitiva de mi zona de confort.

En cambio ahora siento que el calor de mi círculo me aporta tantísimo bienestar y paz que no necesito cruzar ningún límite para sentirme plena. Y ahí es donde la chica del cumpleaños me da otra lección, cuando un amigo suyo le pregunta si el deseo finalmente se cumplió, ella sólo contesta:  “Una persona, llegue hasta donde llegue, jamás puede dejar de ser ella misma”.

Reconozco que en su momento no entendí esta frase pero justo ahora al meditarla para incluirla en la columna me he dado cuenta que realmente significa que da igual estar dentro o fuera de la zona de comodidad, porqué tanto si decido escalar el Everest como si prefiero hacer crochet en el sofá de mi casa la que lo está decidiendo y haciéndolo es la misma persona, yo misma. 

Por otra parte, he leído hoy en “el club de las 5 de la mañana” de Robin Sharma que la mayor parte de la gente no se soporta a sí misma, por eso nunca pueden estar a solas ni en silencio (qué sería lo que para mi corresponde a su íntima zona de tranquilidad). Necesitan estar constantemente con otras personas para escapar de sus sentimientos de odio a sí mismos por todo su potencial perdido, y se pierden las maravillas y la sabiduría que la soledad y la calma aportan. Yo he constatado eso en ciertos momentos con la necesidad de escuchar música incesantemente yendo por la calle o en casa y además estar pasando de canción todo el rato. En cambio en momentos en que me siento sosegada conmigo misma a menudo no me acuerdo de poner música y me quedo absorta en mi propio mundo interior tan ricamente. Es como aquella frase de Mario Andretti : “ si todo parece estar bajo control significa que vas muy despacio”. Es perfecta, evidentemente,  para resumir la velocidad de carrera de un piloto de fórmula uno pero, sin duda, no es para mi. No necesito (o tal vez sí) que todo esté bajo control o mejor dicho, el hecho que esté todo bajo control no me hace pensar que esté yendo demasiado despacio, al revés, siento que si avanzo y encima está todo en paz, estoy circulando a la velocidad justa y perfecta. Es mi velocidad de crucero ; y es que es cierto que como dijo Tolstoi “todos quieren cambiar el mundo pero pocos piensan en cambiarse a sí mismos” y obviamente lo primero que se nos ocurre para quitar el pie del acelerador es intentar modificar nuestro círculo exterior y no vemos que lo realmente fácil es cambiar nuestras propias revoluciones quedándonos por el tiempo necesario dentro de nuestro albergue con la gente que nos quiere y a la que queremos , con aquellos con los que queremos envejecer, a buen recaudo y al calor del hogar, al refugio de los sentimientos que no necesitan ser dichos porque ya se saben (aunque no vaya mal expresarlos con palabras de vez en cuando) y al recuerdo de mil momentos juntos, recuerdos plasmados en las fantásticas fotografías que empapelan mi hogar y recuerdos escritos en nuestras propias células, al cobijo de las miradas que lo dicen todo y los silencios que todo lo entienden porqué llevamos años comunicándonos de este modo. Para mí, este sentimiento de pertenencia y de protección sin límites es mi zona de confort, de la que no quiero moverme. 

Así que voy a seguir haciéndolo fácil porque el más vale malo conocido, que bueno por conocer (durante ciertas etapas de la vida) debió de venir, sin duda, de la cálida y maravillosa zona de bienestar de alguien. Yo lo voy a modificar a mi antojo y lo voy a bautizar gastronómicamente como más vale vaca vieja conocida que vaca nueva por conocer, porque todo el mundo sabe que las vacas viejas, al igual que las gallinas tienen mejor sabor y ternura en sus carnes. A fin de cuentas para eso nos quedamos donde estamos, para saborear y deleitarse con lo que ya sabemos que nos encanta. Bienvenidos a mi vieja zona conocida, a mi zona de confort.



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