viernes, 18 de octubre de 2013

Albedrío

Me gustan los músicos del metro, cuando paso por delante suyo bajo el volumen de mi Ipod para escucharlos tocar, aunque ellos no se den cuenta porque sigo llevando mis auriculares puestos. El otro día casualmente mi Ipod se quedó sin batería e iba yo absorta en mis cosas sin auriculares y oí una voz nueva cantando una preciosa canción que me encanta desde que la escuche por primera vez (”Si et quedes amb mi”, de Sopa de Cabra). Pasé cantando y sonriendo, supongo, aunque no fui consciente de ello hasta que el músico desde su micrófono exclamó: -Gracias por tu sonrisa!, me giré hacia él y sonreí de nuevo y entonces al verme agregó – No me has dado ni un euro, pero, gracias igualmente, tu sonrisa me ha alegrado el día.
Ese comentario me asombró y me gustó tanto como me avergonzó. No le había dado dinero, cierto. Nunca suelo darlo en estas situaciones. Estuve a punto de echar marcha atrás y donarle 2 euros pero me pareció falso, fuera de tiempo ya.
Me sentí mal y pensé en si las buenas obras no hechas nos pasarán factura en algún otro momento de nuestra existencia. Hace tiempo solía ir a un grupo de estudio sobre Allan Kardec y sus libros, tema espiritual, muy serio para mí pero difícil de ser entendido en mi circulo habitual (por lo que yo me guiso y yo me como esta tendencia mía) pero me gusta reflexionar de vez en cuando si esa factura pendiente me la cobrarán en una posible otra vida.
En este grupo, un compañero una vez me dijo algo que me resultó muy gracioso a la vez que un poco inquietante. Le conté una anécdota sobre una vecina de mediana edad pasada que vivía en el 7º piso (sin ascensor, claro) y que cuando me encontraba por la escalera y ella llevaba bolsas de la compra me miraba con una cara de ayúdame jovenzuela, que me diseccionaba viva. Un día en un acto de rebeldía interna no la ayudé y el tema es que me quedé con mala conciencia y mi amigo me decía…..no sufras, en tu próxima vida serás repartidor a domicilio de Mercadona.
Yo que creo en la ley de causa y efecto, en otras vidas, en cuentas pendientes y demás… a menudo me pregunto: ¿hacer algo sólo porque es lo correcto y no por decisión propia es mejor que ser fiel a ti mismo aunque no obres bien? Pienso que los favores y las buenas obras se han de hacer porque te nacen de dentro; si son por obligación moral no cuentan lo mismo, de hecho a mi me cuentan como una mentira, a mi misma, pero mentira al fin y al cabo por lo que se convierte en mala obra, ¿no?
Como el día del metro, si ese día hubiera vuelto atrás no hubiera sido fiel a mis actos pero al día siguiente, sí me sentía ilusionada por ver de nuevo al músico y darle algo de dinero. Lo tenía todo pensado. Me plantaría delante de él y le diría: - soy la de la sonrisa de ayer. Este euro es por hoy y este otro es por ayer. Gracias por tu música.
Pero el músico no estaba, en su lugar estaba el mismo señor  malísimo de siempre con pañuelo a lo Mark Knopfler, y eso hace que me plantee otra cuestión cósmica. ¿De verdad a veces pasa un tren y si lo perdemos ya nunca podremos cogerlo de nuevo? Las cosas que no hemos hecho, ¿ya han caducado? Y, esas cosas, ¿las hemos perdido por decisión propia o es que no estaban destinadas a suceder? Yo creo en el destino a ratos, soy de las que salen a encontrar, no me gusta esperar a ser encontrada por lo que mi destino, entiendo, que me lo guio yo. Creo en el  libre albedrío pero, a veces, cuando los acontecimientos me desbordan no encuentro otro consuelo que pensar que estaba escrito y que la vida debe tener un plan magnifico para mí y esto o aquello que a priori parece una desavenencia, tal vez es el preludio necesario de algo fantástico que está por venir.
Desde aquel día del metro, en mi bolso hay un escondite secreto que alberga dos euros, destinados por que yo lo he querido así, al músico desaparecido y cuando aparezca de nuevo, yo estaré ahí para darle lo que le pertenece, cerrándose así el circulo y si al final, no aparece, será que el destino, así lo habrá querido!





1 comentario:

  1. Tú, le brindaste lo mejor que tenias, una sonrisa.
    Su respuesta sobró desde mi punto de vista.
    Nadie, poseemos la perfección absoluta.
    En tu nueva vida seas lo que seas da igual.
    De esta, llévate un gran recuerdo siendo feliz.

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