El otro día en uno de mis trabajos tuvimos que colgar una pizarra de 3 metros en la pared. Era grande y pesaba bastante. Eran las 8 de la mañana y disponíamos de un taladro, brocas, tacos y todo lo necesario para la obra. Teníamos dos opciones: llamar a mantenimiento, cosa que retrasaría la colocación 2 o 3 semanas como mínimo o ponerla nosotras mismas. Está claro cuál fue la opción elegida.
Éramos tres chicas para marcar, taladrar, sujetar y atornillar. Quedó perfecto. Hicimos un gran trabajo en equipo (y debo aclarar que no suele gustarme trabajar en equipo; soy más de yo me lo guiso yo me lo como y aunque me encanta el proverbio “si lo haces solo irás más rápido; pero si lo haces en equipo llegarás más lejos” reconozco que lo dejo más para las películas, esas donde se ponen todos a una a fabricar barricadas para luchar contra los señores del mal y yo, en la vida real, me quedo rollo hormiguita más a mi bola)
Pero volviendo al tema, después de aquello me sentí orgullosa (con agujetas en los brazos por taladrar, ya que no caí en poner el percutor; pero orgullosa al fin y al cabo) puesto que nos habíamos compaginado a la perfección y además habíamos conseguido nuestro objetivo sin ayuda externa (y los que me conocéis sabéis de sobra que a mí el necesitar ayuda ni me traumatiza ni me avergüenza).
Y a ese punto quería yo llegar, al por qué de la leyenda urbana sobre los grupos de mujeres y sus malos rollos. Yo trabajo en un equipo donde mayoritariamente somos mujeres y aunque es cierto que hay grupitos y más amiguismo con unas que con otras, en general nos llevamos muy bien y hacemos buena piña. ¿Entonces porqué de esta teoría? Creo que hay demasiada rumorología popular y afirmaciones del tipo que las mujeres somos nuestras peores enemigas entre nosotras o que los hombres son más sencillos, que nosotras nos halagamos a la cara y a las espaldas nos criticamos y en cambio los chicos se saludan, se insultan, se ríen, se dan un abrazo y siguen tan amigos.
Yo suelo estar muy a gusto rodeándome de hombres porque congenio con ellos, tal vez por coquetería o tal vez porqué en el fondo soy una machorra; pero también con las mujeres. Soy amiga de mis amigas; no de esas amigas de llamaditas cada 24 horas, nosotras nos damos espacio. No necesito charlar cada día con una amiga o hacerlo todo juntas para saber que daríamos un riñón la una por la otra. Reconozco que ser amiga de tus amigas es fácil, por eso nos elegimos mutuamente para ese rol, ¿pero qué pasa con las desconocidas? ¿Tal vez les entramos peor a las chicas que a los chicos a primera vista? Indagándome sobre esto creo que tal vez al principio puedo ser un poco seca o algo reacia. Sé que no soy simpática a primera vista y supongo que no caigo bien de entrada, pero me pasa lo mismo sea mi interlocutor chico o chica, por norma general mi ranciedad inicial no dura más de unos minutos seguramente y después reboso camaradería en estado puro.
Y entonces yo me pregunto si no habremos caído en una misoginia fácil y superficial. No soy feminista, rotundamente, pero tampoco voy a poner la otra mejilla. ¿Os habéis fijado en el lenguaje sexista que usamos diariamente sin darnos cuenta?
Cojonudo es algo bueno, coñazo algo malo. Hombrezuelo es un chavalín que va creciendo, pero ¿y mujerzuela? ¿Y la típica frase de “mujer al volante peligro constante” o la de “mujer tenía que ser”? Paralelamente a esto, debo reconocer que justamente hablando de ello con un amigo, me hizo notar que también existe una visión sexista hacia el género masculino en la que los tachamos de simplones entre otras cosas. Cierto, Mario (dejo que esa reflexión la escribas tú).
Pero a lo que iba, ¿qué pasa con toda esta palabrería inferiorizante? Pues que al final nos lo creemos y nos incapacitamos nosotras mismas y no nos damos cuenta que podemos hacer todo lo que nos propongamos. ¿Qué demonios significa entonces la expresión “hacer tal cosa como una chica”? ¿Llorar como una niña? ¿Pelear como una chica? Me suele fastidiar bastante el tema del doble rasero y no tengo claro que nuestras cualidades genéticas de base, bien entrenadas, no pudieran compararse e igualarse o ganar a las de los hombres. En alguna ocasión creo que ya he mencionado que soy muy fan de la baronesa Karen Blixen, de memorias de África; de ella y de cómo la trata Denys Finch Hatton en numerosas escenas. Esa es la actitud que debe prevalecer.
Así que lanzo dos breves mensajes a quien los quiera leer: compañeras, si Finch Hatton ya lo sabía entonces (y hablo de 1931) es ahora nuestro turno de decirlo a gritos: No somos malas, no somos misóginas, no somos inferiores a nadie, querámonos y cuidémonos entre nosotras. Al resto del mundo: Las mujeres podemos hacer TODO lo que nos propongamos; lo que no hacemos, no lo dudéis, es sencillamente porque no nos da la gana.
lunes, 23 de febrero de 2015
Girl power
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