lunes, 16 de diciembre de 2013

Buffff

Mi amiga Noelia y yo nos mandamos frases impactantes, de esas medio poéticas que te sacan un Buf al instante de leerlas. Contra más efes lleva el buf al final, más nos ha gustado la frase. Partiendo de la base que me emociono con cualquier tontería y me ilusiono con nada y menos, imaginaos la cantidad de bufs por los que suspiro a diario.
La de esta mañana fue: “prométeme que en otra vida haremos todo lo que en esta nos faltó hacer juntos”
Y…! Para qué contaros! El debate empezó a fluir sin pausa; tantas cosas por hacer todavía… amanecer en la playa, atardecer desde la chimenea, llegar a la cima y volver a bajar, que me falte el aire de emoción, ataques de risa, no parar ni para recuperar el aliento…y entonces ella ha dicho: …”o llegamos tarde o algún día llegará”….y, la magia, en ese preciso momento, se quedó en pausa.
¿Y si en verdad ya llegué tarde? ¿Me resulta realmente concebible pensar que pudiera llegar al fin de mis días con la cantidad de sueños ya cumplidos que tengo hasta ahora en mi haber? ¿Tuve ya suficientes carcajadas? Acariciar, descubrir, temblar de emoción, sentir el ritmo, besar bajo la lluvia, zambullirse en las olas… ¿llegó ya mi cupo a su tope de esas emociones?
¿Y si quiero más, qué? Más de hundir la mano en la arena, de apoyar el trasero en el radiador en pleno invierno, más de hipertensión sexual, de apartarme el pelo de la cara y sonreír de reojo ingenuamente, de saltar, de correr, de bailar, más de guerras de besos con mis peques , de dibujar estrellas en el vaho del cristal, …
A priori, no hay motivo por el que no pueda tener más de todo eso que quiero, de hecho, si lo paro a pensar son cosas tan simples que seguro que sin buscarlas se presentan en mi vida a diario, entonces ¿porqué pensar que hayamos podido llegar tarde? Por la edad, por las obligaciones, por la velocidad a la que nos lleva la vida por la vida, por la cotidianidad… ¿por qué ya nunca me paro bajo la lluvia a disfrutar del placer de mojarme? ¿Por qué lo primero que hago al llegar a casa ya no es poner música?
Alguna vez oí que deberíamos poner un signo de interrogación detrás de todas esas cosas que tenemos por seguras. Gran consejo, y digo más, ¿porqué no poner un signo de exclamación a todas esas cosas que damos por rutina? Es decir, radiadores tengo a porrillo en casa, y el ritmo puedo sentirlo hasta con el repicar de mis tacones al caminar, amaneceres  tengo cada día y también anocheceres, está bien, no desde la playa ni desde la calidez de una chimenea pero, que sean más o menos especiales sólo depende de mi  y de la óptica a través de la que los mire.
Por mi parte, lo tengo claro, dicen que no hay días malos, sino momentos malos y somos nosotros los que decidimos llevar esos momentos con nosotros el resto del día; yo, hoy me propongo hacer lo contrario, me adjudicaré la mejor óptica que encuentre (en honor a mi padre diré que, Carl Zeiss para fotografía…;)y para todo lo demás tendrá que ser una dosis de optimismo) y me dedicaré a recolectar buenos y cotidianos momentos para llevarlos conmigo durante todo el día. Y así el siguiente día, y el otro, y el otro, de modo que cuando llegue mi último aliento haya sumado millones de efes a mis millones de bufffs!

viernes, 22 de noviembre de 2013

Queridos 35...


Queridos 35
Ahora que habéis llegado quisiera daros una cálida bienvenida. No voy a engañaros, no me hacía mucha gracia este momento, os imaginaba… no sé, diferentes, ni mejor ni peor, tan solo es que os  veía un glamour especial que no tenéis  en vosotros mismos; sinceramente, sin ánimo de ofender, pensé que tardaríais mucho más en llegar. Me pasó el tiempo rápido, pero estáis aquí  y dado que la alternativa es mala malísima, prefiero que os quedéis.
Tal vez es que idealicé demasiado  cómo debería haber sido mi vida llegados a este punto y no todo se ha cumplido como organizó mi mente. Algunas cosas siguen en mi tintero, consciente de que no se cumplirán, pasó su tren, prescribieron…se me quedó por el camino un Erasmus, un cruzar el desierto en una trail, viví sola y después en pareja, pero me salté el vivir con amigos, estudié lo que me apetecía pero no del todo lo que siempre había soñado, no empecé de cero en ningún país nórdico y tampoco me casé con un extranjero como fantaseaba durante mis veranos en “La Siesta”. No llegué a mis 35 con un cuerpo de revista, ni sabiendo hacer un axel sobre el hielo, no me sobra el dinero para comprarme todo lo que quiero tener, no conseguí amar el deporte por sí mismo y sigo pensando que a pesar de mis ansías por ser bombera, Dios sólo me ha dado las ideas y se ha olvidado del cuerpo y del valor, pero también sé que no se me han ido esos dichosos pájaros de la cabeza, ni las ganas, ni el desparpajo, ni el no poder sujetarme el ritmo cuando escucho una canción, ni la intención de hacer mil proyectos que tal vez caducaron en su día pero que re-adaptados a mi situación actual pueden dar mucho de sí.
Pero, curiosamente, además de todos los “no he hecho” hay una larga lista de SI he hecho, una lista magnifica, en construcción constante.
Hasta que habéis llegado he aprendido que no todo es blanco o negro, que hay una gama extensísima de gris (que yo aún ando buscando) y que de hecho, el gris en si mismo ya es un color precioso.
Me he fascinado descubriendo en mi misma ideas que eran totalmente opuestas hace 10 años, y me fascina todavía más descubrir ideas, que eran totalmente opuestas hace 1 mes…
He apostado y he perdido unas pocas veces pero sin duda, he ganado muchas más.
He conocido los 1000 sentimientos que puede sentir un alma pero no me canso de explorar los otros 1000 (como poco) que le quedan por sentir a la mía.
A mis 35…
Veo todo lo que me falta por aprender y aprendo que el tiempo vuela y que debo volar con él.
Sé qué es lo importante en la vida pero no por ello dejo de disfrutar de lo superficial.
He hecho siempre lo que debía hasta que decidí hacer lo que quería
He dado demasiadas explicaciones, me he escondido detrás de excusas falsas, me he autolimitado con mis miedos y prejuicios; ¿Y de que ha servido? Sólo para gastar palabras y energías, para rizar el rizo…siendo que a mí, siempre me ha gustado el pelo muy liso.
Me permito placeres, me dejo llevar y cuando me salto el guión no me importa demasiado porque decidí que el guión lo escribiría yo misma.
He aprendido que la flexibilidad es un arma de poder mental ilimitado y a pesar de ello, cuando descoloco de vez en cuando los botes del armario de la cocina, me sigue fastidiando no tardar ni medio segundo en volver atrás y reordenarlos de nuevo.
A  mis 35…
He descubierto que la adrenalina me nutre en todo momento, que odio los encefalogramas planos y que el día que no se agolpen millones de ideas y proyectos en mis listas de cosas por hacer, habré dejado de ser yo.
He conocido el deseo, el odio, la rabia, la dulzura, la amistad y el amor más puro e incondicional que se pueda imaginar nunca y reconozco, que en un arrebato de egoísmo, he decidido rodearme sólo de aquellas personas que me aporten bienestar.
He descubierto que es más importante ser bella por dentro, pero que intentar serlo también por fuera da seguridad, poder y actitud para construir un buen interior.
He estrenado muchas Cristinas nuevas…la madre, la amiga, la esposa, la hija, la enfermera, la nieta, la cuñada, la con h, la buena, la mala.
He entendido que hay cosas que son intocables y no habría planeta en el universo para que el osado que se atreviera a hacer algo a mis ángeles pudiera esconderse de mí. Lo sé, acabo de dar mucho miedo, y lo admito. En el punto anterior os permito añadir, la macarra.
A mis 35…
Sigue apasionándome el momento en que a pesar de estar enfadada y de intentar resistirme, una carcajada irrumpe con fuerza arrolladora y acabo sin remedio riéndome sin parar.
Me sigo emocionando  cuando me dicen que bailo como una colombiana, con un donut, con un piropo espontaneo de algún que otro canalla salao, con una mirada, con una película, con un bien hilado Haiku, con el tacto suave de una manta.
Me sorprende cómo para mi hace apenas 15 años una mujer de 35 era una vieja y me sonrío al pensar que esta vieja que hoy los cumple es tal vez en su interior sólo una muchacha de 15.
Me perdono algunos de mis errores y me reprocho algunos otros, culpándome menos por lo que hice y muchísimo más por lo que dejé de hacer.
Y si, a mis 35…
Tal vez no haya vivido lo que tenía programado, y tal vez, sólo tal vez, lo que haya vivido haya sido mucho mejor pero el hecho es que VIVIR, he vivido. Y lo digo así, en mayúsculas, a bocajarro y mi valoración de estos años no puede ser mejor porqué aunque suene a tópico, lo bueno me ha hecho feliz y lo malo, no me ha hecho más fuerte pero al menos, pues ya pasó.
Y como decía al principio, queridos 35, ahora que ya os tengo, estoy segura que vosotros no me aportareis ni confianza, ni encanto, ni felicidad. Todo eso, amigos, ¡os lo aportaré yo!

lunes, 28 de octubre de 2013

Fosforito lindo

Alguien que conocí hace tiempo me llamaba, muy sabiamente, fosforito. Tenía razón, me enciendo en medio segundo, estallo y luego se me pasa rapidito. No parece que me vaya muy bien en la vida con esta cualidad, aunque tampoco puedo decir que me haya ido fatal.
El problema de esto es que cuando yo estallo, lo hago de verdad. Tengo mala leche, mucho carácter, como suele decirse para adornar el término, y cuando me enfado la explosión es fuerte. La parte buena, creo, es que no suelo decir lo primero que se me pasa por la cabeza; la parte mala es que lo que digo, lo digo con una vehemencia tal que mi interlocutor tiende a asustarse y llorar con el consiguiente mal  de conciencia mío o a defenderse y atacar con la consecuencia de calentarme más y subir el tono.

En resumen, en el 90% de los casos, fondo sí; forma no.
Lo fastidioso de esta fórmula es que el resultado  es claro: cuando perdemos la forma, perdemos también la razón.

Hace tiempo vi un programa en la tele donde los socios de un negocio basaban su convivencia en insultos y discusiones. El conductor del programa los situó en un ring de boxeo y les propuso decirse solamente aquellas cosas buenas sobre el otro que todavía quedaban (aunque enterradas) en su interior. Si no funcionaba no habría mucho problema puesto que estaban en el escenario adecuado.
Pero funcionó… ¡vaya si lo hizo!  Empezaron a detallar las cosas por las que unos admiraban a los otros y a relatar las buenas cualidades que habían hecho que aquella relación llegara precisamente a relación. El que decía, se emocionaba al recordar los buenos momentos y se sinceraba de tal modo que sentía hasta sana envidia de los puntos fuertes que destacaba en el otro y el que escuchaba, se empapaba de los cumplidos y se llenaba de confianza, agradecimiento y sorpresa al ver sus aptitudes reconocidas por el primero. Y así, en esta catarsis inesperada, se generó o regeneró (como queráis verlo) el amor.

AMOR, en mayúsculas, sincero y de hecho tan fácil de crear. Ese cariño estaba ahí sólo que ninguna de las dos partes lo veía, el odio, los problemas, la rutina, la vida, en esencia lo habían disfrazado de gritos y despecho y el simple hecho de rescatarlo había hecho que los socios desmontaran sus corazas y descubrieran que el amor es más poderoso que el odio.

Esta teoría es fácil, ideal y muy de slogan de película, pero ¿Cómo hago yo ahora para no discutir sino debatir y quitarme a la vez,  la etiqueta de malhumorada y mala, malísima de encima? ¿Cómo me vuelvo tranquila, tolerante y dulce argumentadora? No sé hacerlo y quizás si quitara eso de mi persona dejaría de ser precisamente mi persona. La dinamita coexiste dentro de mí, bien cargada con pólvora a punto de explotar. El único truco que se me ocurre es que no se encienda la mecha. En un mundo donde hay chispas por todas partes, el dejar de verlas como detonantes y definirlas como preciosos fuegos artificiales me cuesta mucho. Tal vez debiera alargar la mecha, tal vez sencillamente debiera entender que discutir no me aporta nada y pasar un poco más de todo, relativizar, ¿empatizar?, ¿pensar de base que el otro no lo hace con mala fe?, ¿dar por hecho que todo el mundo es bueno y que el otro tiene tantas ganas como yo de entenderme y ser entendido?
Llegados a este punto, con la situación comprendida y la solución en la recamara, la mitad del camino ya está andado, ahora sólo tengo que encontrar la manera de caminar la otra mitad sin que el fosforito se encienda.

lunes, 21 de octubre de 2013

El sonido del silencio

Me encanta estar afónica. Lo sé, es rarísimo, pero a mi voz nasal le sienta de fábula un tono más grave, la hace muy sexy (a mí entender)  y me gusta usarla para hablar como susurrando, aproximándome al oído del otro o simplemente como si todo lo que estoy contado fuera un secreto incontable. Me acerco sobre la mesa que nos separa y encojo mis hombros, agarro mi mano una con otra, bajo mi mirada y explico lo que tenga que decir, y aunque sea sólo la lista de la compra, la atmosfera, con mi voz afónica ¡se torna muchísimo más interesante sin duda!
Alguien dijo alguna vez que hay pocas chicas que sepan cantar, decía que suelen gritar; no estoy de acuerdo con eso pero yo desgraciadamente no soy la excepción que “desconfirma”  la regla; no se cantar ni gritando ni susurrando. A pesar de haber formado parte de un grupo góspel durante 2 o 3 sesiones, mi voz y sobre todo mi afinación dejan mucho que desear. Eso, por supuesto, no me desanimó de haber  escrito mi propia canción ni de, sobre todo, cantar a gritos en casa, momento en el cual, agradezco enormemente no estar afónica porque el tono a lo Bonnie Tyler me cansa un poco si lo uso en exceso. Por todo el resto, me resulta muy placentero cantar a gritos, viviendo cada palabra e interpretando cada sonido como si del concierto de mi vida se tratase.
¿Será que tengo mucho por decir? Tal vez. No aspiro a ser escuchada por multitudes y ni mucho menos que mi discurso pueda parecer interesante, de hecho, oralmente me defiendo mucho peor que por escrito. Las palabras se agolpan en mis cuerdas vocales y surgen a menudo sin sentido, sin poder controlarlas apenas. La vehemencia suele apoderarse de mí dando una visión de enfado o de exaltación que puede ser que no se identifique con la realidad. Prefiero escribir; hacerlo me calma, me hace reflexionar, me pacifica y se convierte en un potente y adictivo ansiolítico de mi persona.
Pero los sonidos, sean gritos, susurros o canciones, son potentes en sí mismos, ¿os habéis parado alguna vez a pensar cuál es vuestro sonido favorito? Podría decir que el mío es el sonido de la lluvia, del bosque, del fuego quemando en una chimenea, del pisotear de las hojas de otoño, el sonido de la risa de mis hijos; pero aparte de estos que son obvios para mí, me he sorprendido gozando de sonidos muy banales, muy cotidianos y cómo inesperadamente esos ruidos (como definiríais muchos) me encantan, sin más.
El abrir de una cremallera de tienda de camping, el subir de una persiana, el sonido de los porticones de madera al abrirse y rebotar levemente contra la pared, el repiqueteo de los cubiertos al tocar el plato, el riego automático que se enciende….todo son sonidos de inicio de día, de despertar, de arriba muchacha qué hay vida a tu alrededor, del mundo poniéndose en marcha y esos simples ruidos por lo que evocan en mi, ¡hacen que me sienta extrañamente feliz!
Pero no todos los sonidos me son agradables, contrariamente a lo que pudiera parecer, los sonidos estridentes me molestan muchísimo, una multitud efervescente me retumba y los gritos y el bullicio de fondo sin objetivo claro me ensordecen. ¿Habéis probado alguna vez a silenciar el silencio? Entrad en una habitación, encended la luz y permanecer solos allí durante un rato. Sin hablar, sin nadie, sin música, sólo vosotros y el silencio. Apagad el fluorescente y sentidlo. Es muy tonto, pero me apasiona hacerme consciente del verdadero silencio.
Y lo bonito del caso es que uno no puede subsistir sin el otro, son contrarios pero se necesitan irremediablemente, es la perfecta relación amor-odio…..así que subid el volumen, cantad, gritad, alzad vuestras voces y encended todos los altavoces del mundo, para luego, tan solo, shhhhhh… disfrutar del encanto del silencio.

viernes, 18 de octubre de 2013

Albedrío

Me gustan los músicos del metro, cuando paso por delante suyo bajo el volumen de mi Ipod para escucharlos tocar, aunque ellos no se den cuenta porque sigo llevando mis auriculares puestos. El otro día casualmente mi Ipod se quedó sin batería e iba yo absorta en mis cosas sin auriculares y oí una voz nueva cantando una preciosa canción que me encanta desde que la escuche por primera vez (”Si et quedes amb mi”, de Sopa de Cabra). Pasé cantando y sonriendo, supongo, aunque no fui consciente de ello hasta que el músico desde su micrófono exclamó: -Gracias por tu sonrisa!, me giré hacia él y sonreí de nuevo y entonces al verme agregó – No me has dado ni un euro, pero, gracias igualmente, tu sonrisa me ha alegrado el día.
Ese comentario me asombró y me gustó tanto como me avergonzó. No le había dado dinero, cierto. Nunca suelo darlo en estas situaciones. Estuve a punto de echar marcha atrás y donarle 2 euros pero me pareció falso, fuera de tiempo ya.
Me sentí mal y pensé en si las buenas obras no hechas nos pasarán factura en algún otro momento de nuestra existencia. Hace tiempo solía ir a un grupo de estudio sobre Allan Kardec y sus libros, tema espiritual, muy serio para mí pero difícil de ser entendido en mi circulo habitual (por lo que yo me guiso y yo me como esta tendencia mía) pero me gusta reflexionar de vez en cuando si esa factura pendiente me la cobrarán en una posible otra vida.
En este grupo, un compañero una vez me dijo algo que me resultó muy gracioso a la vez que un poco inquietante. Le conté una anécdota sobre una vecina de mediana edad pasada que vivía en el 7º piso (sin ascensor, claro) y que cuando me encontraba por la escalera y ella llevaba bolsas de la compra me miraba con una cara de ayúdame jovenzuela, que me diseccionaba viva. Un día en un acto de rebeldía interna no la ayudé y el tema es que me quedé con mala conciencia y mi amigo me decía…..no sufras, en tu próxima vida serás repartidor a domicilio de Mercadona.
Yo que creo en la ley de causa y efecto, en otras vidas, en cuentas pendientes y demás… a menudo me pregunto: ¿hacer algo sólo porque es lo correcto y no por decisión propia es mejor que ser fiel a ti mismo aunque no obres bien? Pienso que los favores y las buenas obras se han de hacer porque te nacen de dentro; si son por obligación moral no cuentan lo mismo, de hecho a mi me cuentan como una mentira, a mi misma, pero mentira al fin y al cabo por lo que se convierte en mala obra, ¿no?
Como el día del metro, si ese día hubiera vuelto atrás no hubiera sido fiel a mis actos pero al día siguiente, sí me sentía ilusionada por ver de nuevo al músico y darle algo de dinero. Lo tenía todo pensado. Me plantaría delante de él y le diría: - soy la de la sonrisa de ayer. Este euro es por hoy y este otro es por ayer. Gracias por tu música.
Pero el músico no estaba, en su lugar estaba el mismo señor  malísimo de siempre con pañuelo a lo Mark Knopfler, y eso hace que me plantee otra cuestión cósmica. ¿De verdad a veces pasa un tren y si lo perdemos ya nunca podremos cogerlo de nuevo? Las cosas que no hemos hecho, ¿ya han caducado? Y, esas cosas, ¿las hemos perdido por decisión propia o es que no estaban destinadas a suceder? Yo creo en el destino a ratos, soy de las que salen a encontrar, no me gusta esperar a ser encontrada por lo que mi destino, entiendo, que me lo guio yo. Creo en el  libre albedrío pero, a veces, cuando los acontecimientos me desbordan no encuentro otro consuelo que pensar que estaba escrito y que la vida debe tener un plan magnifico para mí y esto o aquello que a priori parece una desavenencia, tal vez es el preludio necesario de algo fantástico que está por venir.
Desde aquel día del metro, en mi bolso hay un escondite secreto que alberga dos euros, destinados por que yo lo he querido así, al músico desaparecido y cuando aparezca de nuevo, yo estaré ahí para darle lo que le pertenece, cerrándose así el circulo y si al final, no aparece, será que el destino, así lo habrá querido!





lunes, 14 de octubre de 2013

El valor del durante.

La otra noche cenando en una terraza no pude evitar oír una conversación entre dos amigos. Uno le decía al otro que se había estado escribiendo mensajitos con una amiga suya. La conversación iba sobre una amiga que le preguntaba al chico como iban las obras de su nuevo piso y que cuándo iba a hacer la inauguración. Él le hablaba sobre cenar en el suelo con cajas de cartón y ella le decía que le podía regalar una mesa pequeñita y él le dijo que a cambio tendrían que estrenar esa mesa.
A lo que ella le contestó: Ah, claro! Entonces tendremos que buscar a una chica que quiera ir a cenar a tu casa…
El chico, cambio su tono por completo y le objetó a su amigo algo como…- ¿ves?, ella no está interesada en mí-  y  por eso dejó de escribirle.
Os juro que mi acompañante tuvo que agarrarme del brazo para evitar que me acercara a charlar con el chico; hombre de poca fe, ¿No sabes las reglas del coqueteo? Ella te estaba dando una de cal y otra de arena, estaba alargando el juego, el flirteo, ella estaba buscando que tu le dijeras…- ¿Ah sí? Pues busquemos,….qué te parece alguien con ojos negros, pelo largo, simpática (describiendo algunas de sus características)… a lo que ella respondería...- pues muy interesante, pero no conozco a nadie así. ¿Conoces tú a alguien?
…y así durante unos cuantos mensajes, y después tal vez alguna llamada y algún café espontaneo a media tarde, hasta llegar a la cena, sin mesa, con cajas de cartón por supuesto (para asegurarse repetir  cuando llegara por fin el dichoso mueble).

En lugar de eso, el chico se cerró en banda y se perdió lo que podría haber sido una bonita historia de amor, o tal vez no, tal vez se perdió sólo un polvo de una noche, pero bonito, al fin y al cabo. O Quizás no se perdió nada de eso porque después de tanto mensajito  la cosa no cuajaría pero….ahí está el quid de la cuestión ¿es tan importante llegar al fin? ¿Es que lo que hay antes del fin no tiene valor propio? ¿Nos llena más el destino que el trayecto?

Obviamente yo soy más de las del trayecto, lo paso muchísimo mejor organizando, imaginando y planeando el viaje. Después, una vez allí continúa la diversión pero el concepto es claro, continúa, no empieza. La diversión empezó al principio de los preparativos, de hecho empezó cuando una idea fugaz y descabellada cruzó por mi mente en una noche de borrachera, durante la etapa previa a la de exaltación de la amistad (que ya os contaré en alguna ocasión). ¿Y es que si el pastel no tiene cereza ya no vale la pena comerlo? Escudándose en esta premisa mucha gente se pierde momentos fantásticos. Sé que los inicios suelen ser mágicos, los finales pueden ser buenos o malos pero ¿por qué siempre nos olvidamos del durante, siendo, como es, que el verdadero peso de las historias sucede en ese tramo?

Una gran filósofa conocida de la familia, acuñó una gran frase que le ocasionó millones de seguidores. En su inmensa sabiduría un día dijo: “Calentar para no meter, es echar la picha a perder”. Está bien claro, que ella no es de las del trayecto y yo le diría que el truco está en empezar a disfrutar del paisaje durante el ascenso, no sólo en la cima. Degustar desde el aperitivo, y el postre tal vez lo coma o tal vez no. No me malinterpretéis, yo adoro el postre, de hecho, mi estomago siempre tiene un huequito reservado para el postre y adoro llegar al final del camino, como todos. ¿Pero qué hacéis cuando llegáis a la meta? Miráis hacia atrás y os recreáis en todo lo que habéis recorrido; esa es la verdadera diversión. Y a usted, gran mente pensante, me parece muy bonito que no le gusten los preliminares, ni los preparativos y que le guste ir directamente al grano o lo que es peor, que si no hay guinda prefiera no comerse el pastel…pero no sabe, señora, lo que se está perdiendo.  A los demás, disfrutad del camino!



lunes, 7 de octubre de 2013

Entre bastoncillos de algodón...

Estoy absolutamente enganchada a los palitos de algodón para limpiar los oídos. Se de sobras que no son recomendables pero me proporcionan un placer infinito y no quiero prescindir de ellos. Esos apenas 3 cm de largo en un diámetro milimétrico, y sus dos bolitas de algodón, suaves y limpias…Después de la ducha es la parte que nunca me olvido y van siempre conmigo en la maleta cuando salgo de viaje. Nunca me quedo sin y si algún día por cuestiones ajenas a mi no dispongo de ellos, os prometo que me fastidia.

¿Y ese gusto…? Meter algo en el oído para…. ¿No oír? No oír para…. ¿No saber?
¿Es preferible vivir en la ignorancia? Solía pensar que yo era de las que prefieren saber, pero últimamente tengo claro que si algo no me va a aportar nada, ¿para qué saberlo? Si hay algo de lo que no debo decidir, no me trae nada bonito y además me turbará….pues prefiero no saberlo. El Ojos que no ven, corazón que no siente se inventó por algo.
A veces no me gusta ni ver películas dramáticas, con las que sé que voy a pasarlo fatal y a llorar a lágrima viva. Me he vuelto superficial en estos temas, lo reconozco, pero de momento no le acabo de encontrar el gusto a sufrir. Todavía no he conseguido ver “Lo imposible” y dudo que pueda verla dando la casualidad que uno de los protagonistas es un niñito precioso y rubio, como mi pequeño Jon. No puedo, me meto tanto en el papel que tardo horas en olvidar que es cine y saber que pasó de verdad, saber que esa personita vivió todo ese horror me supera. No es muy ortodoxo, lo sé pero no me gusta atender a las noticias del telediario sobre muertes, matanzas, desastres climatológicos, secuestros  y este tipo de sucesos. Me duelen mucho, muchísimo.
Diréis que eso es evadir la realidad, vivir en un mundo falso, ser egoísta, dar la espalda a los problemas….puede ser, lo acepto, pero mi versión de los hechos es que yo no puedo hacer nada por esa gente y el hecho que lo sepa o no, no va a cambiar el curso de sus acontecimientos, por tanto, no tengo duda, prefiero no saber.

Alguien dijo una vez que, en medicina alternativa, los oídos son el órgano que de alguna manera regulan el miedo y el frio. En mi caso, cuando siento alguna de esas sensaciones, me tapo las orejas, así que he podido corroborar subjetivamente esa afirmación. Siempre duermo de lado con el oído tapado por la sabana y cuando veo pelis de terror no me tapo los ojos, me tapo las orejas! Es curiosa esta interrelación entre oír-temer-tapar…Como no quiero oír algo que me da miedo saber o ver, me tapo los oídos y así esquivo el miedo y de paso, la audición.

Aparte de esto, si profundizamos en el ojos que no ven, obtenemos ciertos matices.
Si algo no se sabe no se puede juzgar y si algo no se sabe tampoco te puedes juzgar a ti misma por decidir o no permitirlo, afrontarlo, olvidarlo, castigarlo y muchos más  “–arlo”
Esta tendencia a veces, puede resultar peligrosa. Una mentira, si no se sabe, ¿deja de ser mentira? ¿Existen las mentiras piadosas? ¿Se consideran verdades a medias? Creo que todo el mundo miente, en cosas más banales o más importantes, pero en algún momento todos lo hacemos, por no herir, por miedo, por no fastidiarla, porque no sabemos salir de la gran bola de nieve, por lo que sea, pero es un hecho, mentir mentimos, así que no entraré en si está bien o mal; eso se lo dejo a cada uno. Sólo argumentaré una cosa, la mentira más importante, a mi entender, es la que nos hacemos a nosotros mismos. El “nadie se va a enterar” no me sirve. Me voy a enterar yo misma y yo soy mi juez más estricto. Nunca consigo esconderme de mi por más que lo haya intentado alguna vez…. así que mi consejo ,sin que sirva de precedente (porque no me considero en absoluto en posición de aconsejar a nadie) es que si mentís, mentid bien y al menos, mintáis a quien mintáis, aseguraos de no mentiros a vosotros mismos!

lunes, 30 de septiembre de 2013

Jaque


Estoy aprendiendo a jugar a ajedrez, y no se si me gusta del todo. Eso de pensar detenidamente cada movimiento antes de actuar y además, pensar en todos y cada uno de los movimientos que puede hacer mi contrincante en respuesta me agota. Tal vez este juego aporta disciplina, ayuda a ser estratégico, da tranquilidad, cierto, pero bien sabido es que yo de eso no voy sobrada. No sé preparar estrategias y si alguna vez me marco un plan, me lo salto a la primera de cambio. Voy bastante de cara (o por lo menos lo intento) por lo que cuando por corrección política debo morderme la lengua lo paso fatal y emprendo una batalla interna que nunca ha tenido vencedor satisfecho.
Es cierto que nunca pensé demasiado las cosas, soy más de impulsos, de rapidez mental, de momentos  pulsátiles. Cuando me ofrecen algo, sé al instante si lo quiero o no, no necesito pensar. Si me gusta, me gusta, y me da mucha rabia esa gente indecisa que no se arriesgan entre si algo les apasiona o les indiferencia, no es tan difícil señores, eso se sabe con un solo latido de corazón.
Lo que me atrae más del ajedrez es el concepto de ponerse en jaque, me fascina, me maravilla irremediablemente. En el momento en que me avisan que estoy en jaque, saltan mis alarmas, mis sentidos se agudizan y mi atención se dispara. Me concentro en detectar el peligro y a menudo me doy cuenta, con una breve disertación del caso, que me he puesto en jaque yo misma. Suele pasarme. Cuando uno avanza, siempre sabe donde se mete. Atrás quedaron esos tiempos de ingenuidad y desconocimiento en los que nos podían engañar, ¿llevarnos al huerto? Eso ya pasó, no valen las excusas, ni los es que yo no sabía….Sí, sí sabías y lo has hecho a pura conciencia.
Pero pasando de saber o no saber o de meterse a ciegas o a sabiendas, el tema es que saber que estoy en jaque me despierta ciertos sentimientos.
De entrada, el hecho que te avisen no sé si lo veo como una muestra de respeto, una deferencia  que tu verdugo tiene contigo para darte oportunidad de un último movimiento que te salve o más bien una crueldad para que además de morir, te dé tiempo a asustarte y a ponerte más nerviosa.
Por otro lado el saber que estas en jaque aporta cierto morbillo, ¿no? La sensación de no poder hacer nada, al principio debe ser frustrante, desconcertante, pero una vez asimilado, el aceptar que no manejas tú la situación y otorgar todo el poder al otro, como mínimo da cierto respiro. Ser una mandada quita responsabilidad indudablemente, así que prefiero que el sueño se lo quiten a los cargos de dirección, que de momento, no casan conmigo.
Así que el tema es como…te aviso que te tengo controlada, vigilo tus movimientos y no tienes escapatoria. Y entonces tú imaginas cómo va a ser tu final y te preparas, organizas tu defensa y tu ataque o a menudo, te rindes placenteramente…y es que perder, a veces, no es tan malo. Tu puedes entrar en un juego sabiendo a priori que llevas desventaja y llamadme fría, calculadora o rebuscada, pero qué tentador resulta  apostar a algo que sabes perfectamente que vas a perder, ser más lista y proponer enseguida el premio ,asegurándote que el pago, por vencido, sea un poquito a tu favor…¿lo ideal? Apostarte pagar una cena, un concierto, un masaje, una tarde de caricias….ya sabéis, cosas que seguro te conviertan, de rebote, automáticamente en ganadora también!
De ese modo cuando tu adversario te anuncia el jaque, te sonríes por dentro, pones carita de pena y entornas tus ojitos tristes…pero solamente para que éstos, no te puedan delatar del saber que en verdad el que está en jaque y sin escapatoria, es el que está sentado frente a ti.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Querida pituitaria


No tengo la menor duda que la memoria olfativa es la más potente que existe. Creo que podemos olvidar una cara, un sonido, pero un olor…..tal vez lo podamos enterrar, aparcarlo en nuestra memoria pero cuando un día de repente aparece de nuevo se desata una reacción en cadena imparable que interrelaciona millones de neuronas entre si y que desemboca en  una imagen mental de una escena ya vivida. A veces más que una imagen es una sensación, como un arrebato en nuestro interior, como si hubiéramos clicado en el botón de cargar y  millones de fotogramas se abrieran de repente.

El olor a tierra mojada y leña que me recuerda a Umbe, el aroma a tabaco de pipa que me transporta a las mañanas de domingo post desayuno charlando con mis padres, el perfume Joop que me lleva a las locuras adolescentes en La Siesta de Palafrugell, la cera de una vela que me trae  a la bajada a las Angustias en semana santa, mi colonia, que huele a mi….


He visto reportajes últimamente sobre neuromarketing y cómo con ciertos olores hacen más apetecibles ciertos productos. Doy fe (a pesar que mi cerebro no es un ejemplo fiable porque cae absoluta y fácilmente en cualquier trampa que le pongan….por Dios, no me hagáis ver el tele tienda porque siento que lo necesito todo) debo decir que el marketing olfativo funciona. Hace ya algunos años, siendo yo adolescente había una tienda de ropa de hombre en la principal zona comercial de la ciudad. Yo no tenía necesidad de comprar nada de esa tienda pero cada vez que pasaba por allí entraba a mirar sus escaparates interiores sólo porque el olor de su ambientador me encantaba.
Hoy, años después, cuando huelo esa fragancia, inmediatamente  mi mente grita: -“Un hombre anda cerca”….y es que así es, chicas, a mí los hombres y las personas en general, me gustan que huelan bien y me gusta que su aroma quede impregnado en mi ropa después de un abrazo, que la almohada de al lado huela a su colonia y que al pasar cerca de un desconocido su olor te transporte al ladito de tu amiga, papá, novio o quien sea  aún estando a un océano de distancia.

Tal vez sea por eso que me resisto a cambiar de perfume. No soy de las que cada día usan uno diferente o que según la ocasión se deciden por uno más afrutado o más sofisticado. Hace 20 años que uso el mismo, barato y sencillo, Musk, de Margaret Astor. Con el tiempo, encontré otro perfume, Le premier parfum de Lolita Lempicka, que se ganó el segundo puesto en mi ranquin y lo tengo, bien cobijado y lo uso de vez en cuando como hobby…pero ese olor  no me define.
La mezcla exacta de mi gel preferido Le plaisirs Nature de Yves Rocher con su hidratante de vainilla orgánica más mi Astor Musk crean una reacción química en mi piel que determina uno de los rasgos que, en mi opinión, más caracterizan a las personas.

Uno de los cumplidos que más me gustan es que alguien me diga que huelo a mí, y ese olor a mí, que no se definir con palabras, soy yo y todos me identifican así,… anticuada, inmóvil,….quizás, pero yo.


Así que por favor, señorita Astor, no deje de fabricar mi Musk o me meterá en un enorme problema: dejaré de ser yo.
Gracias.
Atentamente.
 Yo.


martes, 27 de agosto de 2013

La reina del bar canalla

Tengo el resultado en mis manos, en un sobre cerrado, de mi TAC craneal. Voy a abrirlo. Seamos realistas, cabe la posibilidad. ¿Y si…?   No soy de las que huyen de las noticias. No esquivo las cosas potencialmente dolorosas. Pero no negaré que da cierto miedo pensar en que todo pueda acabarse. Una buena amiga posteó ayer: "Vive cada día como si fuera el último porque llegará el día en que estarás en lo cierto" Bien, me encanta la frase. Lo acepto. Pero, ¿qué implica vivir cada día como si fuera el último? Si de repente nos dijeran que nos quedan 6 meses de vida, ¿qué haríamos? ¿Intentaría disfrutar de mis días o buscaría, incesante, nuevos tratamientos para alargar mi tiempo, a riesgo de perder precisamente el tiempo que me queda? Yo me pregunto, ¿me fugaría a recorrer el mundo? ¿Me refugiaría en casa con los míos? ¿Diría aquello que nunca dije y probaría todo lo que no he probado? Y lo más importante, ¿sería fiel a mis últimas voluntades de verdad, aunque ello implicara una actitud egoísta?    Para mi implicaría no ir a trabajar, por ejemplo. Tal vez querría probar cosas que nunca hice…cosas que cuenta la leyenda son sumamente placenteras….¿cocaína, paracaídas, bañarme desnuda en una playa?…algunas son tonterías, fáciles de hacer, pero otras requieren cruzar ciertos límites, correr algunos riesgos. Si pienso que estoy agarrada a una rama a punto de caer a un precipicio, lo tengo claro, sé en qué personas pensaría y se (aunque pueda sonar frio) en qué orden lo haría. Pero eso es fácil, pim-pam, rápido. Se acabó.   Pero cuando no hablamos de un segundo fugaz, sino de 2, 3, 5 años se me complica la decisión. El Aprovecha el momento a mi me provoca mucha contradicción porque si realmente hiciera mi Carpe Diem personalizado debiera dejar mi hipoteca sin pagar, dejar mi trabajo, y huir (con mi más intimo núcleo familiar) a un lugar paradisiaco a vivir tranquila bajo un cocotero …pero no, eso en realidad lo aguantaría 3 días. El Carpe Diem más sincero que se me ocurre implica dinero, fiestas, viajes, gastronomía, baile, masajes, alcohol y muchas cosas tan buenas, buenísimas que seguro que han de ser ilegales. Tal vez incluso olvidándome de ser políticamente y moralmente correcta, implicaría hasta alejarme de los míos. Como en la Reina del Bar Canalla, desaparecer de verdad, construir una nueva vida desde cero con la idea en mente de no arraigar en nada ni en nadie y dejar a la vez, que los que se quedan, pudieran construir una vida ya sin mi…..aunque, siendo doblemente sincera, seguro que en el  último momento querría arroparme por ellos, ver sus caritas y empaparme de su amor verdadero para emprender mi viaje final, por lo que me resulta una decisión sumamente complicada a la que no me apetece darle más vueltas. Así que, en definitiva, sólo se aprovechar el momento cuidando un poco cierto equilibrio sin transgredir excesivamente los límites de mi mundo.   Retomando el hilo y pensando en cosas más prácticas tengo muy claras unas cositas, fáciles y muy sabidas ya por los que pudieran sobrevivirme. Chicos, si no queréis que me enfade y vuelva de donde esté para tiraros de los pies por la noche para asustaros, donad todos mis órganos. Indispensable y obligatorio. No os gastéis ni un céntimo en un entierro. Como vi en una película, si la ley lo permitiera (y si no también) enterradme en el suelo sin féretro, bajo un manzano o cualquier árbol frutal, sus raíces se meterán dentro de mí y temporada tras temporada, pegad un buen mordisco a una de sus frutas y ¡saboread lo dulce que estoy! Por último, repartid mis cartas de despedida. Escribiría mil cartas, sinceras, sin dorar la píldora a nadie pero enfatizando  lo bueno de mi relación con cada persona. Esas cartas podrían ser para conocidos, familiares, o simplemente gente con la que he compartido apenas cinco minutos o tal vez que ni sepan de mi existencia. Es probable que  alguien al que veo cada día no recibiera carta mía, ¡qué le voy a hacer! Mi tiempo, mis cartas y mis sentimientos sinceros, sólo para gente que a mí me valga la pena. Lo de sed felices, aprovechad vuestro tiempo y blablablá…lo sabéis de sobra (lleváis 3 minutos oyéndome hablar de ello) así que, como por suerte, mi TAC ha resultado estar perfecto, por lo menos de momento no voy a preocuparme. Seguiré viviendo a mi manera, lo mejor que sepa, de modo que cuando la película de mi vida pase por mis ojos en 10 milésimas de segundo, quien sea que esté esperándome al otro lado, los míos, mi Dios o mi Diablo piensen…. ¡Qué bien vivió esta chica, buena adquisición!

martes, 20 de agosto de 2013

Simplificando...

A menudo me ofusco en recrearme en mis problemas y se me olvida obedecer aquel proverbio chino  que cuenta que si algo tiene solución, soluciónalo; pero si no la tiene, ni te preocupes. Total, ¿para qué preocuparse entonces? ¿Solemos regodearnos en nuestras desgracias excesivamente? Alguien me dijo una vez que yo me sentiría desgraciada continuamente porque siempre quiero más, cuando consigo algo voy a por otra cosa y vivo en un estado de insatisfacción constante porque el logro por haber conseguido lo primero me dura apenas unos días. Pero ¿es correcto relacionar insatisfacción con infelicidad? No creo que vayan de la mano. Para mi insatisfacción por querer más, es una búsqueda, una aventura que me empuja  a mejorar y esforzarme. ¿Por qué no puedo llegar hasta donde marca mi imaginación? A veces me excuso alegando que no es insatisfacción, es rapidez mental. Soy muy rápida, muy de borrón y cuenta nueva, de a otra cosa mariposa. Mis duelos en temas de proyectos, actividades y logros no duran. ¿Conseguí esto? Pues ya está, ¿qué hago ahora? No me entretengo en recrearme en mi éxito; ¿No puedo con esto? Pues voy a por aquello. Querido "esto", ya te pillaré en otro momento, y "esto" vuelve en un círculo incesante, hasta que al final lo consigo y paso a  aquello o a lo de más allá. Como humana y tozuda que soy, a veces me encasquillo en algo que me impide avanzar y me enmaraño en mi misma, sin ver que la solución suele ser más fácil de lo que parece. En clase de filosofía el profesor lanzó una pregunta: - "¿Y si mañana no saliera el Sol?". Todos nos quedamos petrificados, nadie sabía qué responder, y todos en nuestro interior elucubramos sofisticadas  teorías metafísicas sobre el fin del mundo, sobre si sería posible la vida sin sol y varia hipótesis más. De repente, una voz respondió: -"Pues saldríamos a la calle con linternas". Aquel comentario me fascinó, tan sencillo, tan espontaneo, tan pragmático. Desde ese momento intento (que no significa que consiga), simplificar las complicaciones, no obsesionarme  con cosas que en el fondo, requieren una solución tan sencilla como dar un pequeño giro a la falda para que no se note una costura abullonada mal cosida o dejar a la niña en la cuna con la cabecita donde teóricamente había predefinido que irían sus pies, cosa que hace que las maniobras sean más ergonómicas. Tan fácil pero ¿por qué estas ideas no se me ocurren siempre? ¿Es porque soy demasiado estricta? Establezco conceptos que luego me cuesta saltarme. Mi tendencia a etiquetar y clasificar me coloca en situaciones poco fluidas y convierte en fijo lo voluble, en eterno lo efímero, consiguiendo obtener algo demasiado serio, para mi recién estrenada forma de pensar simplificada, lo sume todo en un ritmo sinusal perfecto. Así que el truco, indiscutiblemente, lo he encontrado en simplificar y disfrutar de ciertas extrasístoles, que suelen dar el toque despreocupado a una cadencia demasiado rítmica.

Delicatessen

Como me gusta comer…y ¡qué desgracia la mía! Me encantaría ser de estas chicas que chupan una hoja de lechuga y se quedan saciadas, de estas que con un platito de ensalada tienen suficiente para todo un día y aun así ¡se sienten empachadas!....pero no, ¡qué digo! El placer que aporta la comida no lo aporta ninguna otra cosa (hay placeres mejores, claro, pero son distintos…;) Puedo hacer infinidad de cosas diferentes, actividades diversas que en sí mismas son satisfactorias pero reconozco que cuando estas propuestas se mezclan con algo gastronómico, se potencian hasta nuevas cumbres. Los eventos sin comida, no son lo mismo….   El cine, no es sólo cine, son palomitas con conguitos de chocolate. ¿Lo habéis probado? La mezcla del dulce con el salado, encontrarse los conguitos, por sorpresa en medio de un puñadito de palomitas… El futbol es bocadillo de tortilla de patatas. ¿Ir de compras? Merendar una riquísima ensaimada en La Pallaresa. ¿Tarde de domingo  tormentosa? Tiras de pan tostado mojado en chocolate desecho. ¿Playa? Paella de chiringuito.   Todo, para mí, tiene un acompañante gastronómico y no puedo concebir una cosa sin la otra. Eso puede resultar  cansado según lo mires y a menudo, si no pongo límites, caro…con lo que la situación se complica porqué no sé si os lo había dicho antes, pero soy pésima poniéndome límites.   Soy de esas capaz de fulminar con la mirada a cualquiera cuando me salto la dieta (que inicio cada lunes y acabo cada lunes a la hora de la merienda) y resulta que la comida por la que me la he saltado no ha estado a la altura de mis expectativas, pero, también es muy cierto que soy fácil de contentar, soy muy de menú infantil, de cosas sencillas, caseras y nada sofisticadas. Los restaurantes de plato grande y poca comida no son de mi estilo y exquisiteces tales como caviar iraní, ostras o el foie no son deseadas por mi paladar. Me encantan los bares de menú, y amigos, si en un bar veis gran acumulo de paletas, fontaneros, pintores, etc.….no lo dudéis, ¡habéis encontrado un sitio bueno!   Mis platos estrella para comer son el arroz, la pasta y las patatas, por no mencionar la riquísima y guarrísima bollería. Cualquier cosa que lleve como ingrediente principal uno de estos, me deleita seguro. ¡Como me gustaría ser feliz con una acelguita o con una merluza hervida!, pero que le voy a hacer…cuando nací, de tercer apellido me pusieron "hidrato de carbono" y de cuarto "glotona sin remedio". Lo llevo en mi ADN, me gusta comer y claro, mi cuerpo y mi mente viven en lucha constante para intentar que esta afición no me convierta en una XL. No soy delgadita, mi constitución no es debilucha, soy la vecinita ideal para las mujeres del pueblo….- ¡qué sana y robusta se te ve! ¡Sí, hija sí, más vale tener que desear, tú sí tienes de donde agarrar!- y yo con risita nerviosa: -"muchas gracias señora, por fastidiarme el verano, espero (no) verla el año que viene…."   Por eso, durante el embarazo de mi primer hijo, cuando me preocupé porque el ginecólogo me dijo que mi bebito iba bajito de peso y él me tranquilizó alegando que el niño estaba bien, que era de constitución delgada como la madre, yo no sabía si abrazarlo o escupirle por cachondearse en mi cara tan directamente. Por su bien, nunca quise indagar si la afirmación fue irónica o real, pero lo cierto es que el pequeño Jon tiene una figura la mar de estilizada. (¡Cómo se parece este niño a mí!)   Soy fácil, ya veis, si me has hecho algo y quieres que te perdone, por Dios, no quiero flores… tráeme unas castañitas asadas o una horchata a cualquier hora del día y seré tuya para siempre…   Por todo esto, por hacer honor a mis genes, por aquellas que sufren para engordar y aquellas que lloran para adelgazar, por las lentejas de mi madre y por las eternas sobremesas, que no existirían sin una buena comida, espero, por mi bien, por mi salud y por lo poco que cuesta,  seguir ilusionándome sinceramente con cosas tan insanas como placenteras ¡como un riquísimo tigretón!

jueves, 8 de agosto de 2013

Como el vino

Mi cuñado Iñaki opina que las mujeres, cuando son madres, pierden su toque sexy. Oír comentarios hacia Jennifer López, por ejemplo, viendo un videoclip del tipo: -"Señora, por favor, ¡qué es usted madre!"… Pobres bobos y prejuiciosos hombres. Sí, soy madre ¿y qué? También lo son Valeria Mazza, Paula Echevarría y Carolina Cerezuela y dudo mucho que mi muy señor cuñado les hiciera un feo.   ¿Quién inventó entonces el término MILF (Mother I Like Fuck) o lo que es lo mismo MQMF (madre que me follaría)?  Yo me pregunto, ¿por qué nos engloban en una categoría diferente? ¿Porqué no simplemente WILF (Mujer a la que me follaría)? ¿Es que jugamos en ligas distintas? Antes que madres, indudablemente somos mujeres ¿cierto? ¿O tal vez no? ¿Porqué en el mismo instante en que la cabecita de mi retoño asomó al mundo, mi identidad cambiaba como por arte de magia de Cristina a "mamá de"? Acepto que he cambiado en algunas cosas pero en esencia soy yo, la misma pero mejorada. Mejorada con una experiencia que ningún otro ser en el mundo podría haberme dado, mejorada al saber que ya he pasado (y sobrevivido) por el mayor dolor físico que existe (espero) y mejorada porque a partir de ese momento y para siempre jamás se que hay algo superior a todo que hace que me levante con más fuerza aún cada mañana. Así que, por favor señores, no nos desmerezcan por ser madres, tampoco nos aplaudan, tan solo les pido que nos traten del mismo modo en que siempre lo hicieron.   Tal vez ese comentario estaba mal formulado. En lugar de madre quiso decir ¿mayor, vieja? ¿Perdemos el toque sexy con la edad?   Cenando el otro día al fresco de la terraza, tuve oportunidad de ver el ir y venir de los vecinos de mi comunidad. Pasó una chica joven, una niña diría yo, ¿14,16? Pongamos 18 para no meternos en líos de legalidades. Muy mona, buen cuerpo, cara angelical. Después pasó una mujer; 40 años. Buen cuerpo, no de 16 sino de 40, claro, guapa, segura. Y yo me pregunté: -"¿con cuál de las dos podría disfrutar más un hombre en una relación?" ¿Un culo bien puesto vale más la pena que una buena conversación con un culo, tal vez y solo tal vez, un poco peor puesto? Buscando el mismo objetivo final, y pasando por conocernos, cena, copa, conversación, risas, seducción… ¿nos quedamos con la de 18 o con la de 40?   Mi marido me respondió que con la de 40, incluso mencionó a Susana, una cincuentona estupenda compañera mía de trabajo. (Susi, ¡qué alto me has puesto el listón, jodía!) ¿Respondió lo que creía que yo esperaba oír? ¿Pensó que era una pregunta trampa? No sé. Porque… ¿qué tiene una chiquilla que no tenga una mujer? Ingenuidad, simpatía, ilusión, inocencia, tipazo, ganas de divertirse…Perdonad, por más que busco no encuentro que le falte nada de eso a mi Susi.   Así que para mí, ganan por goleada las MILF, WILF o como las queráis llamar, por todo lo dicho, por todo lo que ya han hecho y por tanto y tanto que les queda por hacer. Y no me malinterpretéis, volvería a los 16 mañana mismo, pero sin dudar ni un instante, sólo, sólo para llegar a los 40, volver a formular la misma pregunta y obtener la misma respuesta.

miércoles, 31 de julio de 2013

Madalenas y otros dulces

Imaginaos que un día viene vuestro marido y os comenta que, él, que se come cada día una madalena en casa, ha pasado por el escaparate de una pastelería y le ha apetecido mucho comerse una madalena de chocolate. Mañana volverá a su madalena de siempre, que está riquísima, pero hoy le ha apetecido probar una nueva. Hasta ahí todo bien.

Ahora imaginaos que esto se dice dentro de una conversación sobre la vida en pareja y que resulta que YO soy la madalena de diario.
¿Cómo os quedáis? Pues como me quedé yo, atónita.

Pasado el shock inicial, entramos en detalle y…que si no es que quiera hacerlo yo, que no necesito más madalenas mi amor, que solo son hipótesis, que puedo entender que alguien pueda hacerlo pero no yo..., blablablá….pero, ¿y si realmente él está en lo cierto?
En la variedad está el gusto? O no?
¿Cómo os sentaría comer cada día del mundo sólo arroz? , ¿Sólo pescado? Un médico nos diría que no es sano, que debemos aportar a nuestro cuerpo diferentes grupos de nutrientes, comer variado.
En cambio nos parece muy adecuado el tener, a partir de un momento en la vida, la misma pareja sexual para siempre. ¿Cómo se come eso?
Amigos, compañeros, conocidos, tenemos a raudales. Cada uno de ellos nos aporta algo diferente y aunque algunos se vayan, otros se queden un tiempo y otros se queden para siempre, sus aportaciones nos acompañan. Es un círculo infinito de idas y venidas, de riqueza mental, vivencias, experiencias.
Pero según la tradición en la que he decidido vivir, nos establecemos con una pareja sentimental fija y esa se convierte en nuestra única pareja sexual hasta que nos morimos, nos separamos o nos cansamos y somos infieles.

Llegados a este punto, no creo que la infidelidad se base en buscar fuera lo que no tienes dentro, al menos no en todo su porcentaje.
La infidelidad se basa en querer probar cosas nuevas, nuevas experiencias, nuevas bombas de adrenalina que, bien gestionadas, pueden mejorar enormemente la relación de pareja inicial. Pero, ¿bien gestionado? ¿Cómo se gestiona una relación abierta? ¿Cómo se gestionan los celos, el sentido de propiedad, el separar amor de sexo? ¿Existen en realidad las parejas abiertas? Y si existen, ¿funcionan de verdad?
Hace poco salí con unos amigos y uno de ellos se interesó por el camarero que nos atendía;
-          ¿Tienes pareja?-le dijo. Y en tal caso, ¿es abierta o cerrada?, y si es abierta, ¿en quién estarías interesado, en mi (mi amigo; chico) o en ella (yo; chica)?
El camarero respondió tranquilamente:
-          Sí, tengo pareja, es una relación abierta y me interesaría ella.
La cosa no pasó de ahí, pero a mí, que solía ser chica clásica, celosa, posesiva; a mí, que suelo etiquetar y clasificar y que soy de extremos, aquella corta conversación me impactó, por su sinceridad, naturalidad y por todo lo que lleva implícito aceptar que hay gente que vive así y que les funciona. Ver gente que no se cierra puertas sino que se las abre, que no teme probar nuevas especialidades gastronómicas y las degusta tranquilamente porque sabe que no está haciendo nada no pactado.
La conversación de repostería madalenil quedó en anécdota y no avanzó a partir del momento en que le ofrecí a mi marido sus tentadoras madalenas de chocolate a cambio de hacer yo lo mismo. Estas situaciones siempre acaban mal- dijo. Y así terminó el tema.

Por ahora seguimos los dos con nuestra dieta tradicional disfrutando de los platos caseros de toda la vida pero, en verdad os digo, que desde entonces no pienso que, saltarse la dieta, de vez en cuando, vaya a echar a perder nuestra relación y que, sí o sí, estoy segura, que en la variedad SÍ está el gusto.

viernes, 26 de julio de 2013

Lo cortés no quita

Me he sorprendido hoy recordando cómo ese desconocido, que pretendía subir al taxi del que yo bajaba, me ha ofrecido su mano para ayudarme a salir. He aceptado su gesto de inmediato y para que negarlo, me ha encantado.
Dado que el detalle me ha sorprendido en extremo y lo he tomado como algo único y fuera de lo común, yo me pregunto: ¿Dónde quedó la caballerosidad y la gentileza?
Yo os lo diré. Nosotras, las mujeres, las hemos matado. Si chicas, nosotras que somos inteligentes, independientes, autodidactas, valientes, trabajadoras y autosuficientes hemos acabado con actitudes como la gentileza, la caballerosidad, la amabilidad y la cortesía. Hemos provocado que el arte de la seducción juegue con nuevas reglas.
Soy una mujer a la que le gustan los hombres y me gusta, realmente, sentir las diferencias de actitud entre ambos géneros.
¡Esperad feministas! Defensoras de la mujer libre y autónoma, ¡no me lapidéis todavía!
¿Es que acaso un gesto cordial de un hombre me quita caché? ¿Es que si un hombre me cede el paso al caminar o me abre el odioso tapón rallado de la botella de agua, va a ocasionar que sea menos mujer o tal vez más débil? ¿Menos válida?
Lo siento, no lo comparto.

Me gusta, a priori, que un hombre sea más fuerte que yo, más alto y que su ropa me vaya grande, que me ayude a cambiar una rueda pinchada o que acompañe con su mano mi espalda para que pase primero, me gusta que lleve el mando al bailar y que me preste su chaqueta si tengo frío. Que sostenga el paraguas y al cobijarme me atraiga suavemente hacia su lado, que me ayude con las bolsas pesadas y que se encargue él de avisar al camarero.
Me gusta su seguridad y sentirme, en cierto modo, protegida por él. Me gusta que me cuide y dejarme cuidar. Sin más, sin dobles sentidos, sólo por el simple hecho de él ser hombre y yo mujer, sin que estas cualidades en ellos desmerezcan otras en nosotras.

Tal vez es cuestión de antigua antropología social o de clásicas tradiciones de cortejo o de pura química reproductiva en su afán incesante de perpetuar la especie, pero qué más da, no quiero ciencia! Dios, Darwin, Kubrick…quien sea que haya creado al hombre y a la mujer, tal vez el mismo que inventó la seducción, nos creó así ni más ni menos, ¡para que nos sintiéramos como princesas!
Y señoras, permítanme que les diga, que a mí todo esto no me hace sentir menos mujer sino más. Más femenina, más especial  y en el fondo, más poderosa y no me avergüenza, para nada,  decir que….me encanta.

jueves, 25 de julio de 2013

Mi príncipe azul...

 
Me he enamorado. Está claro.
No puedo decir que fuera amor a primera vista, de hecho, al principio no me llamó para nada la atención. Uno más.

Le vi, le oí hablar, le observé trabajando, me fijé en su coche....uno azul, francés. No muy de mi estilo. Con el tiempo me enteré de casi toda su vida.

Mis días siguieron con su rutina, trabajo, casa, novio... me enteraba de algo que había hecho, por casualidad, tal vez mis amigos me contaban algún chismorreo o incluso mi novio me invitaba a verlo.
Y de pronto empecé a verlo en todos sitios, por las esquinas, durante la comida....incluso lo encontraba de refilón en las revistas o por televisión... una locura!

La semana pasada soñé con él... me dijo que me quería. Me desconcertó.
Se lo conté a mi novio y me tomó por loca. No entiendo el porqué!
Pero lo cierto es que todo quedó en un sueño.....
un ganador
un premio
un príncipe
mi príncipe, el hombre tranquilo... Fernando Alonso.

25/10/2005

miércoles, 24 de julio de 2013

La joven de la perla



Durante años me persiguió. Abriera el libro de arte que abriera, una página al azar y aparecía…
Su mirada me seguía hacia cualquier sitio en que quisiera esconderme.
Años después el destino me llevó a su casa pero no estaba, traslado por exposición temporal. La Haya no fue lo mismo sin ella, pero tal vez, algún día nos podamos encontrar…

De mosquitos y hombres...

Me ha picado un mosquito en el dedo gordo del pie derecho.
Igual que el año pasado.
Igual que el anterior.
Me pregunto si será el mismo mosquito cada año, que vuelve, hipnotizado, a la misma fragancia almizclada de mi sangre veraniega.

Entonces, como el hombre, ¿tropiezan los mosquitos dos veces en la misma piedra? Y todavía más, el doble tropiezo ¿es cosa de hombres o de humanos?
¿Estamos, las mujeres, exentas de esta trastada del destino? ¿O es que tal vez, la jugarreta, no se debe al azar?
Creo firmemente que caer y recaer en lo mismo se debe a nuestra grave imposibilidad de resistirnos a las tentaciones.
Tentación: “Dícese del impulso o estimulo espontaneo que nos empuja a hacer algo, especialmente una cosa mala o que no es conveniente”, es decir, cigarro, desobediencia, donut, pereza, zapatos, mala letra, hipoteca, vecino del quinto…
Cuando era pequeña mis padres me acercaron la mano al radiador de mi casa. Quemaba y como soy chica lista aprendí que aquello, por muy brillante y tentador que fuera, no se debía tocar porque dolía.

¿Por qué entonces no aprendemos que algunas cosas que se nos antojan fantásticas no se pueden tocar?
Y una vez tocadas y habiéndonos quemado, ¿Por qué no huimos despavoridos? No, decimos simplemente “No lo haré más” y a la siguiente oportunidad, lo miramos, ronroneamos un poco y volvemos a caer, sencillamente porque los humanos no huimos del agua fría como gato escaldado.
Pero perdón, estábamos hablando de mosquitos.
¿Es que no cabe en un cerebro de mosquito que a veces la tentación duele? Aunque…. ¿Y si no todas las tentaciones duelen? ¿Y si no todas nos llevan por el mal camino? ¿Y si alguna tentación fuera licita?
Bonito, pero irreal. No nos engañemos, su definición es tajante….”especialmente una cosa mala o no conveniente”. Entonces, tristemente, qué más da mosquito, gato, que humano, ya que al final nuestra inteligencia, en cuestión de tentaciones es equiparable a la del primero. Mi cerebro, de mosquito, lo tiene claro.